El Porvenir de mi Pasado

jueves, 12 de junio de 2008


El hombre caminaba por el sueño, pero no por el propio. Caminaba por el sueño de los otros.
Pongamos que de una infancia cualquiera le llegaron unos ojos azules y una sonrisa de burla prematura. ¿Por qué? ¿Para quién? ¿Desde dónde? Imposible saberlo, ni siquiera imaginarlo.
O pongamos que en una playa poco menos que desierta, un hombre y una mujer, desnudos como el cielo, hacían un amor que era exclusivo. El hombre intuyó que algún día, pero mientras tanto contempló el agua, que de a ratos quedaba casi inmóvil. Sabía que era salada. Lo sentía en los labios, en la lengua, en la garganta. Y que estaba viva, porque los peces saltaban, para aleluya y bacanal de las gaviotas.
Nunca pensó que lo traicionaran. Y ocurrió sin embargo. Sintió que el corazón o el hígado o el estómago se le habían encogido. Se quedó con la infamia en la mano vacía, como si el tiempo lo desconociera, más aún, como si el tiempo lo cegara.
Por suerte el amor borró las traiciones, llenó los días y organizó el disfrute. Decidió entonces caminar por ese sueño ajeno, que de tan ajeno se le volvió propio. Y se encontró con que el paisaje había cambiado, que en el alma le habían nacido lucernas, claraboyas, y que las rebanadas de soledad ya no le herían.
Recordó la alerta de Cernuda: “¿ A dónde va el amor cuando se olvida?”. Y presintió que acaso se insertara en un sueño, vaya a saber cuál. Después de todo, los amores olvidados son pesadillas dulces.
Así, hora tras hora, día tras día, los pasos del hombre lo fueron acercando a la armonía final de la memoria. El espejo le devolvió canas y arrugas, ceño y ojeras, ojos grises de desconcierto, pero también un halo de esperanza. Y bueno, decidió afiliarse a ese fulgor mínimo y con él se abrió paso en la maleza, convencido de que ahí nomás empezaba el futuro.
Y así era.
( Mario Benedetti).

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