El Encuentro
lunes, 16 de junio de 2008
Lo miré cuando pasaba a mi lado, apenas pude reconocerlo, esbocé un ademán para saludarlo y luego me contuve, sentí una extraña vergüenza al notar que él me miraba sin verme; un rostro más entre la multitud que nos rodeaba. Caminé unos pasos y me detuve frente a una vidriera, el corazón latiendo aceleradamente. Me sentí embargada por una sensación de ahogo producto de la sorpresa y el impacto de verlo después de tantos años; cuando menos lo esperaba, cuando ya no lo buscaba en cada rostro, como había hecho durante tanto tiempo. Sentí un sudor helado que me recorría entera y las manos húmedas y frías, mientras la cabeza me pesaba sobre los cansados hombros como si estuviera embriagada. Por un instante miles de imágenes se cruzaron por mi mente y todo parecía girar a mi alrededor, como si el mundo se hubiera vuelto loco en un instante. Tuve fugazmente el imperante deseo de volver rápidamente sobre mis pasos y tratar de alcanzarlo, tocarle el hombro y depositar un beso en su mejilla como cuando éramos jóvenes; pero fue solo un pensamiento, prevaleció el buen sentido y porque no decirlo? Un sutil temor a su mirada y quedé allí, reflejada en un vidrio que me devolvía implacable mi imagen actual; la que él no reconoció. Me vi como era ahora, una señora mayor, cabellos blancos, figura gruesa, elegante pero distinta; otra mujer, nada comparable a la joven que él había amado tanto. Cómo iba a reconocerme? Cómo iba a saber o imaginar siquiera que iba a cruzarme una tarde entre la multitud, 30 años después de nuestro último encuentro? Cómo iba siquiera a pensar que esa joven amante que se desmayaba de amor en sus brazos en cada cita clandestina, era esa mujer de rostro surcado por los años que pasó como una más a su lado? Me sonreí tristemente, sequé una lágrima que había quedado prendida en mis pestañas y reanudé mi camino. Jorge me estaba esperando en esa cafetería de la próxima manzana, ansioso por ir a comprar los regalos de Fin de Año para nuestros hijos y nietos; mejor que me apure pensé y aceleré el paso. Mientras tanto, sin saberlo, sin siquiera sospecharlo, unas vidrieras más allá, un hombre con lágrimas en los ojos reanudaba también su camino.-
(María Magdalena Gabetta)
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