Vas en el autobús mirando por la ventana los contenedores de basura algunos desvalijados a primera hora de la mañana por gente que no se esconde. Miras el extraño devenir de los primeros habitantes de la mañana: los barrenderos, los funcionarios de correos, los deshabitados, los repartidores de periódicos y los de comida congelada…
Piensas en lo que has dejado en casa: un gato blanco, tres canarios, los restos del desayuno, “La insoportable levedad del ser” abierto por la página cuatro y los apuntes de antropología encima de la mesa. Ves en un escaparate que anuncian un futón a buen precio y automáticamente sueñas con la idea de tener un futón. Recuerdas a Carlos, pero ya sin apegos, ni sentimientos profundos, ni resentimientos claros, sin recuerdos obscenos, sin melancolía erótica, sólo conservas una nostalgia superficial, que desaparece con las luces mutantes de los semáforos.
Te observas en el reflejo de la ventana y te sorprendes del gran cambio. Meses atrás habías atravesado la etapa más crítica de tu existencia, sin duda. Pero todo ha quedado enterrado en el pasado como una horrible pesadilla de la que estás empezando a despertar.
Ayer pasaste la aspiradora y con ella no sólo se fue el polvo de las alfombras, sino los restos de memoria que te quedaban tras la ruptura sentimental; y como agua que corre hacia una alcantarilla, también el despido improcedente de tu grotesco jefe y los avisos del banco de vencimientos de préstamos hipotecarios pendientes de pago. Todo te sigue preocupando, pero de otra forma, has decidido dejar de sufrir por cosas que, hagas lo que hagas, van a seguir su curso normal.
Desde un autobús se ve la vida de otra manera. Es como hacer yoga colectivo o contar hasta cien antes de gritar. Cuando escuchas las conversaciones de otros pasajeros compruebas que las mismas cosas que te ocurren a ti les ocurren a los demás. Los mismos altibajos por sorteo se sufren alternativamente por unos y por otros. Ante las desgracias no hay diferencia, claro que el dinero y el apoyo de otros ayuda y tú sólo te tienes a ti misma, aunque… pensándolo bien no estás tan sola: tiene el gato blanco y los tres canarios, que si bien cuando te miran no te entienden, ponen mucho interés cuando les hablas.
Piensas en lo que has dejado en casa: un gato blanco, tres canarios, los restos del desayuno, “La insoportable levedad del ser” abierto por la página cuatro y los apuntes de antropología encima de la mesa. Ves en un escaparate que anuncian un futón a buen precio y automáticamente sueñas con la idea de tener un futón. Recuerdas a Carlos, pero ya sin apegos, ni sentimientos profundos, ni resentimientos claros, sin recuerdos obscenos, sin melancolía erótica, sólo conservas una nostalgia superficial, que desaparece con las luces mutantes de los semáforos.
Te observas en el reflejo de la ventana y te sorprendes del gran cambio. Meses atrás habías atravesado la etapa más crítica de tu existencia, sin duda. Pero todo ha quedado enterrado en el pasado como una horrible pesadilla de la que estás empezando a despertar.
Ayer pasaste la aspiradora y con ella no sólo se fue el polvo de las alfombras, sino los restos de memoria que te quedaban tras la ruptura sentimental; y como agua que corre hacia una alcantarilla, también el despido improcedente de tu grotesco jefe y los avisos del banco de vencimientos de préstamos hipotecarios pendientes de pago. Todo te sigue preocupando, pero de otra forma, has decidido dejar de sufrir por cosas que, hagas lo que hagas, van a seguir su curso normal.
Desde un autobús se ve la vida de otra manera. Es como hacer yoga colectivo o contar hasta cien antes de gritar. Cuando escuchas las conversaciones de otros pasajeros compruebas que las mismas cosas que te ocurren a ti les ocurren a los demás. Los mismos altibajos por sorteo se sufren alternativamente por unos y por otros. Ante las desgracias no hay diferencia, claro que el dinero y el apoyo de otros ayuda y tú sólo te tienes a ti misma, aunque… pensándolo bien no estás tan sola: tiene el gato blanco y los tres canarios, que si bien cuando te miran no te entienden, ponen mucho interés cuando les hablas.
Recuerdas las últimas palabras que has leído antes de salir de Milan Kundera y las haces tuyas:
"No hay nada más pesado que la compasión. Ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien, por alguien, para alguien, multiplicado por la razón, prolongado en mil ecos."
La Dama
La Dama
2 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:
muito lindo o que escrevestes
mesmo sem nossa aprovação, a vida segue seu curso e percebemos que é assim pra todos....
bjs..
Me transportaste a un bus conectado a una realidad fría, tejida por las desgracias compartidas por todos. Como dice el de al lado, Mullto Lindo, y tiene razón.
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