La Chica Centrifugada

jueves, 14 de mayo de 2009



Jugar con desconocidos a la gallinita ciega, caminar sobre una cuerda floja llena de espinas, lanzarme sin paracaídas e intentar despegar desde el alféizar de una ventana (nunca he probado mis alas y hace tiempo que le doy vueltas a la idea; si no fuese por mi dichosa fobia a volar…) Estas son algunas de las cosas que se me pasan últimamente por la cabeza. Voy a mil y no puedo parar, decía aquella canción de Vicky Larraz. De repente es como si hubiese viajado en el tiempo a otra época de mi vida más convulsa. Cuento los latidos de este ritmo vertiginoso en mis sienes y llevo todo el día el corazón desubicado en la boca. He entrado en una espiral de estrés que me absorbe como un remolino de mar…

Mi vida es una lavadora con un centrifugado permanente y yo soy el único artífice de este molinillo del diablo. Una brisa suave ha soplado sobre mis alas de papel y ha desencadenado la tormenta perfecta. Trato de aferrarme a una tabla para salvar lo que queda de la chica que fui en otro tiempo (ya ves, Antonio que estás en el cielo, me vuelvo a encontrar con tu chica de ayer) pero esa tabla está llena de agujeros por los que se me escapan las prisas por vivir.

La vida es una gran ola gigante, cuando crees que has superado lo peor, siempre llega otra detrás que te impide ver la orilla… Que pare el mundo, que mi corazón remendado y yo nos bajamos en la próxima…

(La Dama)

Un Chica de Ayer con Paraguas Rojo

martes, 12 de mayo de 2009



Llegué a tu vida, como suelo llegar a todas partes: a destiempo, sin saber que tú habías puesto banda sonora a todas mis tardes de lluvia y que escribiste aquella canción para mí. No llegué cuando las niñas de mi generación tenían tu foto forrando sus carpetas de instituto, no. Llegué en tu peor momento, cuando convertido en un espectro tratabas de levantarte apoyado en tu guitarra, para no desfallecer sobre el escenario, pedestal donde no te acostumbraste a vivir del todo. Y me enamoré de tu sensibilidad. Fue conocerte y colocarme detrás de ti y comenzar a ser el remiendo perfecto de tu sombra rota.
No fue casualidad que existiera aquella tienda de discos de las que estaba sembrada cualquier calle del centro hace diez años, en la prehistoria de la piratería discográfica, donde un desconocido, en lugar de regalarme flores, me invitó a conocerte en un concierto. Nunca he vuelto a verlo, en cambio de ti nunca me volví a separar desde aquella noche.
Siempre habías estado ahí y me di cuenta demasiado tarde de que tú eras Antonio, la voz que me tocaba el alma en cada acorde con esas manos trémulas y yo era tu Chica de Ayer…
Ahora te has ido, porque todo el mundo tiene que irse algún día y los que viven deprisa, suelen hacerlo antes. Te has ido como te gustaba, sin despedidas, sin dramas, dejándome a este lado de la calle, con mi paraguas rojo, bajo la lluvia exterior que se confunde con la interior…y forma charcos a mis pies.
¿Sabes lo que más me duele? Saber que la voz de “El sitio de mi recreo” hoy se ha quedado sin dueño…

(La Dama, tu “Chica de Ayer”)

De pie bajo la lluvia



Así estás todavía de pie bajo la lluvia,
bajo la clara lluvia de una noche de invierno.
De pie bajo la lluvia me llega tu sonrisa,
de pie bajo la lluvia te encuentra mi recuerdo.
Siempre he de recordarte de pie bajo la lluvia,
con un polvo de estrellas muriendo en tus cabellos
y tu voz que nacía del fondo de tus ojos
y tus manos cansadas que se iban en el viento
y aquel cielo de plomo y el rumor de los árboles
y la hoja seca aquella que te cayó en el seno
y el rocío nocturno dormido en tus pestañas
y engarzando diamantes en tu vestido negro.

Así estás todavía lejanamente cerca
desde tu lejanía de sombra y de silencio.
Mi corazón te llama de pie bajo la lluvia,
de pie bajo la lluvia te acercas en el sueño.
La vida es tan pequeña que cabe en una noche.
Quizás fue que en la sombra me encontré con tu beso
y por eso me envuelve, de pie bajo la lluvia,
el sabor de tu boca y el olor de tu cuerpo.

Si, me has dejado triste porque pienso que acaso
ya no estarás conmigo cuando llueva de nuevo.
Y no he de verte entonces de pie bajo la lluvia
con las manos temblando de frío y de deseo.
Pero aunque habrá otras noches cargadas de perfumes
y otras mujeres, y otras, a lo largo del tiempo,
siempre he de recordarte de pie bajo la lluvia,
bajo la lluvia clara de una noche de invierno...

(José Ángel Buesa)

Filosofía de bolsillo

jueves, 7 de mayo de 2009



Hay un dicho en periodismo que dice que la mejor noticia es la ausencia de noticias. El silencio también puede llegar a ser un ruido insoportable.

A menudo dejo la mente en blanco y me evado al mundo de las Ideas. Allí fabrico mi filosofía de bolsillo para sobrevivir en momentos de crisis. No hay una sola realidad, sino tantas como ojos que la contemplan…

La fricción entre dos objetos produce sonido y el roce con los acontecimientos diarios –otro tipo de fricción abstracta - es lo que escribe nuestra biografía. Toda la aceleración frenética por el principio de acción-reacción va seguida de un cambio en las coordenadas que definen nuestro lugar en el mundo y una desaceleración que, en función de los obstáculos (variables independientes) es más gradual o más brusca. Por cuestiones de probabilidad y variabilidad, dejando un margen de error minúsculo, inferior a la unidad y con tendencia al infinito, que llamamos azar, los obstáculos, aparentemente ajenos a nuestros actos, van determinando nuestro camino a seguir. Cuando intentamos dejar ese camino, hay una fuerza centrípeta opuesta a otra centrífuga, que junto a la ley de la gravedad que nos mantiene unidos a esta esfera social, tiende a hacernos regresar a nuestros orígenes. Recordar de donde venimos tiene el peso específico suficiente como para seguir marcándonos la existencia hasta que dejamos de respirar en este mundo.

Estos días sin noticias me han dado una tregua. El tiempo justo para recargar pilas y hacer examen de conciencia. Sufro pequeñas crisis existencialistas desde que me conozco. Siempre he sido muy precoz para las crisis de los cuarenta, que tengo desde los cuatro años de edad (forman parte de mis primeros recuerdos). A esa edad lloré por primera vez pensando en que un día me quedaría sola en este mundo. Después me regalaron un gatito negro y se me pasó la angustia porque tenía a alguien a quien cuidar. Desde entonces esa ha sido mi verdadera vocación. Cuando una encuentra su lugar en el mundo, deja de preocuparse por los designios de la vida y por si sus coordenadas son las correctas o no. Tener un lugar en el mundo es el mejor antídoto contra el miedo a lo desconocido.

(La Dama)

La Madre

domingo, 3 de mayo de 2009



Nada que ver con la común historia
nadie me quiere y todas esas cosas.
Ella fregaba suelos, nunca se compró ropa,
por darle un buen colegio multiplicó las sobras.

Cuál sería el instante, quién le enseñó estas cosas
cuando probó la muerte y amaneció entre sombras.

Qué te puedo dar, que no me sufras
qué te puedo dar, que no te hundas
Que no vea en tus ojos reflejos de cristal
que me mata tu angustia, que me puede tu mal
Qué te puedo dar.

Quiso ayudarle, sin saber ni cómo
y aunque no pudo, fue vendiendo todo.
Pero todo era poco para un saco sin fondo.
Un golpe a una farmacia, algún pequeño robo.
Ya de vuelta en la casa del hospital sabía
que más pronto que tarde la herida se abriría.

Qué te puedo dar, que no me sufras
qué te puedo dar, que no te hundas
Que no vea en tus ojos reflejos de cristal
que me mata tu angustia, que me puede tu mal
Qué te puedo dar.

Con la prudencia que dá la locura
buscó los datos, aclaró sus dudas.
Cun un último esfuerzo, le compró la más pura
y al mirarle a los ojos, se le borró entre bruma.

Él creyó que soñaba en el fugaz instante
en que acabó su tiempo abrazado a la madre.

Qué te puedo dar, que no me sufras
qué te puedo dar, que no te hundas
Que no vea en tus ojos reflejos de cristal
que me mata tu angustia, que me puede tu mal
Qué te puedo dar.

(Víctor Manuel)

Despedida en tiempos de paz



El 2 de agosto de 1939, el cementerio de la Almudena,antes llamado cementerio del Este, presenció el entierro más sentido de toda su historia. Carmela Campos no recibió ninguna corona de flores, pero sí tres mil setecientas veintiocho declaraciones de amor.
Uno a uno, los jóvenes se arrodillaron junto a su cuerpo y, mientras balbuceaban palabras afectadas,transcribieron sus sentimientos sobre una gran sábana blanca, que colocaron en la base del ataúd para que ella durmiese amada por siempre. Hoy en día, a pesar del musgo, la corrosión y otros efectos del tiempo y la desidia, se puede leer el epitafio sin mucha dificultad:
“Aquí descansa una mujer a quien la guerra dio miles de hijos”.
Antes de 1936, Carmela Campos seguía siendo una señorita de 43 años sin ninguna oportunidad para contraer matrimonio y tampoco para concebir un hijo.
Además, debido a la mentalidad machista de la época, se vio impedida de ejercer un trabajo intelectual, cerrándosele la oportunidad de haber equilibrado en algo su insatisfacción personal. En privado, despotricaba contra la sociedad. Carmela poseía una memoria envidiable y lamentaba que no le sirviese para nada.
Pudo haber sido una magnífica diplomática o una célebre científica o doctora, pero tuvo que conformarse con cuidar de sus padres y depender de la renta de ellos, compartiendo el mismo techo.
Las personas que la conocieron, antes y durante la guerra civil que atravesó España, se atrevieron a afirmar que los tres años que duró el conflicto fueron los más felices de la vida de Carmela. Apenas se conocieron las noticias del golpe de estado,se ofreció de voluntaria en la Cruz Roja. Tenía la convicción de que colaborar con una institución neutral como ésa era la única forma de tomar partido por su patria. Sin embargo, al inicio, el saber que estaba atendiendo a hombres capaces de matar a sus propios vecinos, le indignaba. Es más, se avergonzaba por ello. No le apetecía ni hablarles. Sólo abría la boca para responder lo estrictamente necesario o para dar las indicaciones pertinentes.
Pasadas siete semanas —52 días para ser exactos—, Carmela no tuvo más remedio que tragarse su indignación.
Una mañana atestada de heridos que morían antes de ser vistos por un doctor, identificó a un soldado que podía salvarse si lo mantenía consciente hasta que llegase su turno de ser operado. Así que le motivó a hablar, haciéndole una pregunta tras otra. A la octava, en lugar de responder, el muchacho comenzó a dictarle su testamento. Carmela dejó de sentir que estaba frente a un soldado, únicamente vio en él a otra víctima de la guerra.
Cuando despertó, a los dos días, el soldado no recordaba nada de lo ocurrido durante su agonía, salvo el rostro de la mujer que ahora le estaba cambiando el vendaje.
—Enfermera, ¿cómo estoy, voy a morir?
—No, Manuel. Todavía puedes conservar tu lupa, los recortes de periódico, los carteles de las obras de teatro y el poema inconcluso que ahora Sandra podrá escuchar de ti, completo. Ojalá que la guerra termine antes de diciembre para que puedas regresar a San Jacinto y pases tu cumpleaños junto a ella. Seguro que hace esa tarta que tanto te gusta, con nueces, almendras…
Manuel se quedó sorprendido y encantado a la vez. Se sintió reconfortado, como si estuviera en casa, junto a alguien que lo conocía desde siempre. Y quizá por eso, sin darse cuenta, sus ojos la contemplaron al igual que se mira a una madre, despertando en Carmela una sensación de bienestar desconocida para ella.
A partir de ahí, le nació conversar con cada uno de los pacientes que estaban a su cargo. Ellos, al sentirse escuchados y en consecuencia queridos, fueron contándole sus pesares e ilusiones, que Carmela recordaba hasta con los más insignificantes detalles y,principalmente, con una exquisita sensibilidad,desarrollando un lazo emocional profundo: los soldados la adoptaron como madre —sobrevalorada por la lejanía de la propia— y ella como a los hijos que nunca pudo criar. La sensación de bienestar se había transformado en una felicidad desmesurada, que terminó por desbordarla.
Los heridos venían y se iban, curados o muertos, pero el lazo se conservó durante la guerra. Mantenía correspondencia con los soldados reinsertados y con los familiares de los difuntos. Los amaba. Increíblemente a todos los amaba y, por naturalidad o por carencia, ellos también le demostraban su amor.
Por desgracia para ella, el conflicto terminó.
Una vez en casa, las familias de los sobrevivientes reconstruyeron sus vínculos, haciendo lo posible para cerrar las heridas. Fue entonces cuando Carmela dejó de recibir cartas y se valió de la memoria para prolongar su felicidad, pero sucedió lo contrario. Recordaba cada palabra de esos muchachos, cada nombre, cada apellido, cada infancia, adolescencia, miedo, alegría… cada sueño. No podía dejar de recordar que los amaba.
Una mujer que acudió al cementerio dijo: “Si la ausencia de un hijo duele; la de miles, mata”. La señorita Carmela Campos falleció a causa de una depresión crónica a los cuatro meses de establecerse la paz.

(Rafael R. Valcárcel)

La Mentira



Se te olvida,
que me quieres a pesar de lo que dices,
pues llevamos en el alma cicatrices,
imposibles de borrar.
Se te olvida,
que hasta puedo hacerte mal si me decido,
pues tu amor lo tengo muy comprometido,
pero a fuerza, no será...
Y hoy resulta,
que no soy de la estatura de tu vida,
y al soñar otros amores, se te olvida,
que hay un pacto entre los dos.
Por mi parte,
te devuelvo tu promesa de adorarme,
ni siquiera sientas pena por dejarme,
que ese pacto no es con Dios.

(Álvaro Carrillo)
 

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