Las hadas

domingo, 21 de marzo de 2010



- Las Hadas existen, dijo con absoluta certeza mientras miraba hacia los bosques de concreto que se dibujaban en el horizonte al tiempo que sacudía el polen de su cuerpo.
- Las Hadas no existen, le respondió ella mientras ordenaba el pétalo sobre el que habían dormido esa noche.
Por un momento se quedaron en silencio observando cómo el sol iba descubriendo cada detalle del paisaje que habitaban.
- Las hadas tienen el cabello oscuro -dijo - Hay veces en que su piel es del color del caramelo y el sonido de sus risas es aun más bello que el de nuestras vertientes cuando descienden desde las montañas. Pero también hay veces en que están tristes y estrellas cristalinas se escapan de sus ojos. Si miras fijamente a los ojos de las hadas podrás ver lo que ellas han visto y si ellas lo permiten, podrás sentir lo que ellas han sentido.
- Pues te digo que no existen las hadas - volvió a refutar ella mientras con una pequeño aguijón cocía un trocito de hoja dañada por el viento.
Él se quedó nuevamente en silencio mirando el horizonte.
- Si, estoy seguro de que las hadas existen. Entonces agitó sus alas y elevó el vuelo hasta la cima de los árboles desde donde podía mirar aun mas allá del horizonte que limitaba su vista.
- No- volvió a decir ella esta vez en voz baja -las hadas no existen- y en un breve momento sus alas transparentes cubiertas por su larga cabellera se agitaron con la bisa de la mañana.

(Juan Cárcamo Romero)

El vestido amarillo



El vestidito amarillo, con pequeñas flores blancas, parecía deshacerse en el sol que calcinaba la piel de la pequeña... Pasaba su mano acariciándolo, ya que hacía mucho que esperaba heredarlo de su prima, que era más rolliza que ella… Y al fin la tía le había dicho -úsalo tú, a Flor ya no le anda- ¡qué feliz era!... A pesar de que ya estaba algo viejo, la tela lucía gastada… pero igual ella gozaba de ese hermoso tono amarillo que le encantaba…

Ese día, un poco por el vestido, otro poco por la casualidad de haberla dejado sola, fue un día especial… Hacía mucho que miraba la plantación de lino,sobre todo ahora, cuando comenzaba a florecer… Imaginó el mar, ¿así sería?... Esas pequeñas florecillas de pétalos de seda, de un color celeste inimaginable, el prado vestido de verde claro, antes, ahora engalanado de aquel bellísimo color semejante al cielo después de un día de lluvia… Hizo que comenzara a caminar con la certeza que encontraría el lugar exacto donde se uniría el horizonte y allí encontraría el limbo prometido en los cuentos de la abuela…

Caminó sin descanso sin notar siquiera que los tallos rasguñaban sus rodillas flacas, su cabeza se incendiaba al rayo del sol del mediodía… Sólo quería saber cómo era el mar… y pensó que allí lo encontraría…pegado al horizonte… Pronto se dio cuenta que no sabría volver, pero ni siquiera eso hizo que decayera el entusiasmo por explorar ese torbellino de pétalos azules…

Pequeña, de cabellos rizados marrones como sus ojos, una cara agraciada por la niñez, no era bonita, sólo graciosa… Sólo buscaba al mar… Eso la llevó lejos sin encontrar la orilla, en cambió encontró a alguien… un infeliz personaje arrancó de cuajo las flores de su vestidito amarillo, y la inocencia de sus años escasos desgarró sus sueños como a su ropa, y luego, saciado el hambre infausto, la dejó irse, ya sin ningún interés en ella… Volvió a su lugar donde la tía escupía insultos, por la tardanza primero, y la ropa destrozada después… pero nadie le preguntó nada de su maltratado cuerpo… Y a ella se le murieron todos los sueños aquel día, junto a las flores del vestido amarillo con florecillas blancas…

(Martha Susana)

Arco Iris

sábado, 20 de marzo de 2010



A veces
por supuesto
usted sonríe
y no importa lo linda
o lo fea
lo vieja
o lo joven
lo mucho
o lo poco
que usted realmente
sea

sonríe
cual si fuese
una revelación
y su sonrisa anula
todas las anteriores
caducan al instante
sus rostros como máscaras
sus ojos duros
frágiles
como espejos en óvalo
su boca de morder
su mentón de capricho
sus pómulos fragantes
sus párpados
su miedo

sonríe
y usted nace
asume el mundo
mira
sin mirar
indefensa
desnuda
transparente

y a lo mejor
si la sonrisa viene
de muy
de muy adentro
usted puede llorar
sencillamente
sin desgarrarse
sin desesperarse
sin convocar la muerte
ni sentirse vacía

llorar
sólo llorar

entonces su sonrisa
si todavía existe
se vuelve un arco iris.

(Mario Benedetti)

Pena de domingo

miércoles, 17 de marzo de 2010



Inexplicablemente sucedía semana a semana, desde hace un año y tres meses. Ezequiel no sabía como controlarlo, y cada domingo a las 23:34 de la noche, una amargura inundaba su pecho y las lágrimas corrían por su cara y su cuello.

Apenas miraba que eran las 23:30, un temor venia a su mente y sus manos temblaban por la extraña situación a la que se veía sometido cada noche de domingo. No sabía a que atribuir ese fenómeno que callaba y mantenía en secreto, ya que cualquier historia inventada para explicarlo, era desafortunada.

Ezequiel cambiaba de lugar, de compañía, o dormía para pasar sin penas el domingo en la noche, pero la humedad de sus lágrimas y el jadeo de su respiración conseguían despertarlo y situarlo en su destino.

No sabiendo como controlarlo, y con el miedo de un escéptico ante un fenómeno inexplicable, natural y preciso, decidió atribuir su pena.

Así, cada domingo, buscaba un motivo para llorar, y lamentaba tragedias ajenas, muertes lejanas o amores no correspondidos que contemplaba como espectador. Sin poder ocultar su llanto, pronto comenzaron a aparecer personas a llorar con él, primero fueron sus padres y amigos, luego vecinos y curiosos, que reunidos desde las 23:00 horas de cada domingo, también guardaban una pena que desahogar.

Hubo gente que invento que las lagrimas de Ezequiel eran de sangre, otros decían haber visto como provocaba su dolor infiriéndose cortes de cuchillo. Con los meses, la historia de Ezequiel y su pena infinita de domingo, fue conocida por su ciudad y por su país, así cada lunes, en la portada de los diarios aparecía Ezequiel llorando y dedicando su amargura a alguna causa que lo ameritara, desde desastres naturales, hasta malas decisiones políticas.

Este acto, mecánico en su ejecución, hizo de Ezequiel un hombre insensible, quien prefería no lamentar situaciones propias, para guardar su pena y sus lágrimas para el domingo en la noche, donde su llanto de desconsuelo era un espectáculo nacional. Físicamente altero su sueño, y sus ojos se volvieron rojos por dentro y verdes por fuera, y sus lagrimales se irritaron por la acidez de sus lagrimas que cada semana buscaban un caudal natural por el cual correr.

Luego de años de llanto, Ezequiel olvido sentir pena, y tampoco pudo sentir felicidad, ya no había posición relativa, no tenia punto de comparación para sonreír, y su ceño poco a poco se iba frunciendo.

Por su llanto, no conoció el amor, ni tampoco volvió al mar, pues Ezequiel tenía miedo de redescubrir la pena y que su amargura cambiara de hora o de día, o de intensidad. Ezequiel estaba entregado a la pena, y no iba a permitir que nada lo alterara.

Sus gustos musicales variaron, y ya no disfrutaba las películas, las sufría, y comprimía ese dolor en su pecho hasta el domingo en la noche, cuando puntualmente a las 23:34 hacia explotar su amargura en lagrimas y fiebre de llanto.

Luego de veinte años de llanto, Ezequiel murió joven, la causa de su deceso no fue la pena misma, sino un daño físico en su corazón. Su familia lloró su ausencia, y los diarios hicieron chistes burdos con su muerte. Luego de un año, nadie recuerda la real magnitud de la pena que sentía Ezequiel, que cada domingo era descargada en lágrimas, primero en la soledad, luego en la monotonía y luego en la vitrina. Ahora descansa, sus ojos están cerrados y secos cada domingo en la noche.

(Del blog: "Cuentos cortos")

Te conocí

martes, 16 de marzo de 2010



Te conocí viendo pasar
trenes que nunca regresaban.
Tú esperabas a otro hombre en la estación,
parecías cansada.
No supe qué decir.
Se quedó un ángel
dormido en mi garganta.

Al fin el tiempo nos reunió
como a planetas que orbitan.
Coleccionabas soles, me dijiste,
te enseñé mis heridas.
Tú te soltaste el pelo
y amarraste las horas con tu cinta.

Y ahora te miro
tras tantos años.
Creo que aún te debo
muchas canciones,
regar las flores de tu regazo.

El tiempo y sus mareas fueron
meciéndonos con sus latidos.
El fiero canto de un guerrero cisne
anunciaba un nuevo siglo.
Cayeron hombres, levantaron muros
y aún seguías conmigo.

Ahora te escribo esta canción.
Madrid agita sus estambres.
No puedo dar con el último verso
y mi puerta se abre.
Anda, ven a la cama,
me susurras, ¿No ves que se hace tarde?

(Ismael Serrano)

Canción para un viejo amigo



Recuerdas los tiempos en que, viejo amigo,
ardía en tu boca la azul madrugada.
Borracha, Afrodita reía y brindaba contigo
dejando el olor de otro cuerpo en tu cama.
¿Dónde encallaron esos días?
¿En qué luminosas playas?

Huyendo de ti y de la aurora, escapaste
buscando en mil bares el abracadabra
que detiene el tiempo, pero regresaste
y te encontraste a ti mismo esperándote en casa.
Y el alba sincericida
trajo su rutina y su ancla.

El amor es la piedra que Sísifo empuja.
El mundo el cascabel de un gato asustado.
Nadie nos avisó que amar es doler,
que crecer es aprender que para regresar,
y para casi todo, es tarde,
y aquello que no fue
nuestro más leal amante.

Así que brindemos ahora viejo amigo:
que acabe este otoño y resuelva el misterio
del eclipse en tu pecho, que aún no nos rendimos.
De la noche aprendimos viejos sortilegios
que ayudan a conjurar
al reloj y sus espectros.

Sísifo* abandona hoy su piedra en la cima
y el gato se duerme esta noche en tus brazos.
Quizás tengan razón y amar es doler
pero quién diablos quiere regresar
si lo que cuenta es aprender
que no está perdido aquello que no fue,
que no está perdido aquello que no fue.

(Ismael Serrano)

El Lepidopmac

sábado, 13 de marzo de 2010



Cientos de parejas aguardan su turno. Da gusto verlas porque no son comunes. Es evidente que se aman. Y no porque vayan de la mano o se miren con ternura, sino porque sería absurdo estar de pie tantas horas si no portasen las pruebas que lo acreditan. El letrero, donde inicia la fila, anuncia: “Pagamos 20 gramos de oro por mariposa”.

Se sabe que el método es indoloro y que cada estómago enamorado alberga entre 10 y 15 especímenes. Además, el intervenido puede generar nuevas mariposas al cabo de una semana. Sin embargo, existe un inconveniente. Con frecuencia, sólo uno de la pareja las porta, demostrándose que no es correspondido. El drama es inevitable.

Los detractores del doctor Lorca, inventor del Lepidopmac (aparato para cazarlas), lo tildan de “anti-romántico”. Unos, por ponerle precio a los sentimientos más nobles. Otros, por llevar al abismo a tantas parejas correctamente constituidas. Ni los oye. No hay tiempo. Su amada aguarda la sentencia. Cuando el número de mariposas iguale al de personas, Lorca las soltará. Confía en que nadie querrá sostener un fusil.

(Rafael R. Valcárcel)

Recapitulación

martes, 9 de marzo de 2010



Yo he vivido mi vida: si fue larga o fue corta
si fue alegre o fue triste, ya casi no me importa.
Y aquí estoy, esperando. No sé bien lo que espero,
si el amor o la muerte,- lo que pase primero.

Algo tuve algún día, lo perdí de algún modo
y me dará lo mismo cuando lo pierda todo.
Pero no me lamento de mi mala fortuna
pues me queda un palacio de cristal en la luna,
y por andar errante, por vivir el momento
son tan buenos amigos mi corazón y el viento.

Por eso y otras me deja indiferente
aquí, allá y dondequiera, lo que diga la gente.
- ¿Trampas? – Pues sí, hice algunas,
pero mal jugador, yo perdí más que nadie
con mis trampas de amor.

- ¿Pecados? – Sí, aunque leves, de esos que Dios perdona,
porque a pesar de todo Dios no es mala persona.
- ¿Mentiras? – Dije muchas y de bello artificio
pero que en un poeta son cosas del oficio.
Y en los casos dudosos, si hice bien o mal
ya arreglaremos cuentas en el juicio final.

Eso es todo. He vivido.La vida que me queda
puede tener dos caras, igual que una moneda:
Una que es de oro puro – la cara del pasado-
y otra – la del presente – que es de plomo dorado.

Por lo demás, ya es tarde, pero no tengo prisa
y esperaré la muerte con mi mejor sonrisa,
y seguiré viviendo de la misma manera
que es vivir cada instante como una vida entera,
mientras siguen andando, de un modo parecido,
los hombres con el tiempo y el tiempo hacia el olvido.

(J.A.Buesa)

Canción de la Búsqueda



Todavía te busco, mujer que busco en vano,
mujer que tantas veces cruzaste mi sendero,
sin alcanzarte nunca cuando extendí la mano
y sin que me escucharas cuando dije: “te quiero…”

Y, sin embargo, espero. Y el tiempo pasa y pasa.
Y ya llega el otoño, y espero todavía:
De lo que fue una hoguera sólo queda una brasa,
pero sigo soñando que he de encontrarte un día.

Y quizás, en la sombra de mi esperanza ciega,
si al fin te encuentro un día, me sentiré cobarde,
al comprender, de pronto, que lo que nunca llega
nos entristece menos que lo que llega tarde.

Y sentiré en el fondo de mis manos vacías,
más allá de la bruma de mis ojos huraños,
la ansiedad de las horas convirtiéndose en días
y el horror de los días convirtiéndose en años…

Pues quizás esté mustia tu frente soñadora,
ya sin calor la llama, ya sin fulgor la estrella…
Y al no decir: “Es ella!” – como diría ahora -,
seguiré mi camino, murmurando: “Era ella…”

(José Ángel Buesa)
 

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