Cinco mil y una cartas de amor...

domingo, 12 de octubre de 2014




Jueves 22:11h. Salió del baño con los ojos rojos y una sonrisa. Se balanceó un momento y volvió a erguirse como si fuera la viva definición del orgullo. El paso firme, la mirada altiva y........línea recta. Se vió observada, radiografiada. Pero no dudó. Bueno, en realidad lo hizo, aunque convenció con su enorme capacidad teatral. En un momento había dejado de ser aquella chica de instituto que decidía con quién, cómo, cuándo y dónde quería estar. El mundo a sus pies. Siempre había sido así. Fue la reina de la casa desde que llegó hasta que se independizó y la más famosa del colegio durante los ocho años que allí pasó. El instituto no fue distinto, una fiesta sin ella no era probable. Hablo de fiestas con glamour, no vale cualquier tipo. Era de ese tipo de gente que gana porque tiene que ganar. Porque nació ganando y así debía ser el resto de su vida. Cinco mil cartas de amor de cuatro mil donjuanes distintos. Las guardaba todas. Todas. Nunca contestó a ninguna. Las leía para sentir la inmensidad de su ser. Lo necesitaba. Necesitaba todo aquello. Las adulaciones, las miradas furtivas y las descaradas, los silbidos, la admiración, la envidia de las demás, los regalos, las cartas en las que le declaraban su amor eterno,......todo lo que le pusiera por encima del resto, muy por encima a ser posible. Sabía de dónde venía esa necesidad. Sólo ella lo sabía. Algunos/as lo imaginaban pero sin llegar a tener la certeza de que así fuera. Nadie supo nunca la verdad sobre su necesidad de supremacía. A nadie se lo dijo jamás. Él vivió todo aquello. Hacía años que no la veía y fue testigo de cómo la reina ya no ocupaba su trono.

Miércoles 23:12h. Cogió el camino más derecho que llevaba a su casa, llovía a cántaros. Para redondearlo, el viento soplaba racheado y le mojaba hasta el cerebelo. Ocho grados centígrados, sensación de frío. Una noche perfecta (para estar bajo techo). Ya estaba llegando a la acera de su portal. Pero antes tenía que pasar por el túnel que se agacha bajo la vía del tren. Suele haber un vagamundo allí con dos perros: Ulises y Tadeo. No sabe cómo se llama el tipo. Cree que no tiene nombre. Pero ese día no estaba, lógicamente. Esperaba que hubiera encontrado algún sitio más resguardado y que alguien le hubiera invitado a un cigarro (da igual la marca). Al bajar las escaleras del túnel creyó oír a alguien hablando. Cómo saber con la ventolera que había qué podría ser lo que causase el ruido. Había dos fluorescentes sin luz que dejaban la tierra media del túnel más bien sombría. Volvió a oír el ruido y , de repente, algo pasó como un cohete. Se giró rápido, casi antes de asustarse, y vió un gato (no era negro). Paró un segundo, respiró y volvió a caminar. Había viento norte y la consiguiente corriente en el túnel. Algo se movía en el suelo y vió una sombra que se levantó y se dirigió a él. Se puso rígido. La figura se tambaleaba. Un fluorescente recobró vida durante un instante e iluminó su cara. Reconocía ese rostro, imposible olvidarlo a pesar del cambio. Era ella. A duras penas conseguía sostenerla para que no se partiera la boca (esa que tantos tíos ansiaron) en el suelo. Balbuceaba palabros indescifrables debidos seguramente al alcohol. Es fácil distinguir un aliento así. Consiguió ponerla en pie y guiarla. Él hizo una pregunta a la que ella respondió:
-Sí.
 
Jueves 00:13h. El agua hervía en la cazuela. Era el momento de retirarla. Fue al baño a buscar una toalla para secarle el pelo. Estaba empapada. Llevaba puesto un pantalón de pijama de hombre y una sudadera de los Sixers. Cuando volvió con la toalla, ella ya se había tumbado en la cama y no se veía capaz de incorporarse por el cansancio (arrodillarse delante de una taza de váter puede ser agotador). La incorporó y le secó el pelo mientras la sujetaba por la espalda con la otra mano. Ella le pidió por favor que le dejase tumbarse de nuevo. La cabeza le pesaba y su cuerpo no respondía. Él la acostó cuidadosamente. Era como si estuviera arropando a un bebé.
-Gracias.-Se fue el balbuceo- Gracias-En tono más apagado-.
Su respiración se hizo más profunda, se acurrucó a su lado y cayó dormida.
 
Jueves 00:33h. Se pone en pie y se acerca al escritorio. Abre un cajón y coge un folio amarillento, viejo y vacío. Sólo hay escrito algo en la parte superior perfectamente centrado: "Carta 5001". Se sienta y escribe debajo algo que empieza así: "Te vuelvo a escribir media vida después. Y ahora estamos los dos juntos donde siempre soñé. Es la última carta que te escribo......."
 

Almas gemelas

sábado, 4 de octubre de 2014


Me colmaba el alma mirarla a los ojos, aunque eso representara embarrarme la razón de sustancias flamables y pasarles un mechero de cerca, como tentando al destino, o a mis sentimientos.Le miraba ese iris de cafeína aunque significara emprender una misión sin retorno al planeta de los locos y hasta aceptar la muerte por amor en buenos términos.Ciertamente,sostenerle la mirada por un lapso mayor al recetado por mi sistema nervioso,terminaba por desnudarme,derribarme la sonrisa nerviosa y derretir la estúpida máscara de serenidad que portaba no tan orgulloso.Me ponía nervioso,sí. Temblaba,también.Pero en temblores hay gran variedad y éste era uno muy bello, como el que hace vibrar la tierra poco antes que germine la semilla o como el que eriza el alma cuando se avecina el mundial de fútbol.Uno que me revitalizaba, me levantaba,reanimaba y parecía atarme un arnés a los hombros para mantenerme erguido, como si fuera yo un títere. Todo eso hacía dentro de mí y no estoy seguro que quisiera que ella lo notara.No porque fuera algo malo, pero es que las mujeres tienen cierto sexto sentido para esas cosas. Me inyectaba endorfinas y me obligaba a ser feliz sin mover un músculo: era una sensación que sabía a whisky con dos cubos de hielo,y contrastaba con el sabor a pescado podrido que me dejaban en la boca mis constantes depresiones.Era la pastilla de menta después del cigarro,era un olor a girasoles después de pasar el camión de la basura.La palabra depresión se desglosaba a su lado y con el tiempo no había nada de-presión asfixiándome la tráquea. Podía jurar que, mirándola fijamente, cualquiera de esas amargas sensaciones melancólicas, volvían a ser nada más que un capítulo de algún libro de Charles Dickens.

Así,siendo cierto todo esto -que menciono y que me creo-, me tomé a la tarea de conquistar el corazón de dicha «ella»: una artista que odiaba ese adjetivo y sobrenombre.De una musa de ojos claros que me retrataba el alma y pongamos que la coloreaba con Prismacolor. Que retrataba a sus hermanas de rostros tan llenos de pecas como el suyo,mientras yo -digamos- quería trazar una constelación en las de su cara. Me dispuse a capturar el corazón de cierta musa, cuyo talento parecía directamente proporcional al tamaño de su bolsa, y es que nunca entendí realmente el gusto de las mujeres por esos bolsos gigantescos, donde parecería que el alma de un hombre podría entrar y jamás salir.Me armé de valor,supongamos que me preparé un batido de agallas y le puse doble ración de huevos.Sabía que tal vez sería cuestión de versos o de besos llegar a ligar su corazón al mío.Sabía que el tiempo no era mi aliado, pero que sin duda era el tranvía que debía tomar en arterias que se hacen pasar por raíles.Sabía que, de tener éxito sería una de esas relaciones en las que la princesa espera con ansias al príncipe azul y el que llama a la puerta es color marrón.
(Estefanía Mitre)
 

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