Tormenta de verano

jueves, 25 de junio de 2009


Estos días ando haciendo recuentos de barcos perdidos. Trato de hacer cábalas para poner en orden las estancias donde se desarrollarán los próximos acontecimientos de mi vida. La realidad no toca ni de lejos mis últimos sueños.
El centrifugado se detuvo hace un par de días y parece haber transcurrido semanas enteras. Hay un antes y un después de todo. Es curioso, hace siglos que terminaron los días de colegio, pero la historia se repite y en junio siempre ando enfrentándome a exámenes finales. La vida es una suerte de rutinas que se repiten en distintos escenarios pero con idéntico argumento. Y al final de curso siempre representamos la misma obra de teatro que se ha perpetuado de generación en generación, perdiéndose los orígenes de la tradición en la noche de los tiempos…
La hoguera de San Juan purifica los errores cometidos y borra todo atisbo de reproches en aras de seguir sobreviviendo en tiempos de guerra. El corazón hace el resto, pone la parte que le hace falta a la epidemia de deshumanización que sufrimos y nos hace sentir vivos a pesar de que la numerología alienante de las grandes ciudades trate de llevarle la contraria.
Me gustaría tener una parcela inmensa con una sola flor de la que cuidar; una margarita o una amapola, por ejemplo, siguiendo la estela del Principito y su rosa. Y a mi flor le enseñaría cosas, como la belleza de disfrutar del tiempo vivido, la importancia de los amaneceres y el milagro de haber salido de una semilla y de la nada. Y le enseñaría a dar las gracias por el agua de la lluvia y el viento que la mece en medio de olas de espigas...

(La Dama)

Amor antes, durante y después de la lluvia

domingo, 21 de junio de 2009



Me llamó la atención él, por su forma de mirarla, como si no fuese una desconocida que veía por vez primera, pero así era. Él había subido en la misma estación que yo y estaba solo. Recién en la siguiente parada, ella entró al autobús y no se percató de su presencia, pese a que se sentó junto a él. Después, sacó de la mochila un dossier de ilustraciones. Él, como ya dije, la miraba, como si evocase un centenar de momentos compartidos: el otoño en que la lluvia los llevó a refugiarse en el mismo lugar, la excusa para hablarle, un número de teléfono, los días de dudas, la timidez de él para invitarla a salir, los silencios de ella para retrasar la cita, el recital en el que coincidieron, el beso, los besos, las confesiones, los descubrimientos, cenas de dos, reuniones, compromisos, el compromiso, hijos y deseos de seguir soñando. ¿Y si únicamente le recordase a un antiguo amor? O quizá, sin aguzar tanto la memoria, ella era la silueta vacía de sus anhelos, de esa ilusión latente que lo mantuvo despierto, de un desenlace feliz que ya había vivido durante cada noche de insomnio.

Yo no tenía pensado tomar un autobús, ella tampoco. Afuera había dejado de llover. Le pregunté si las ilustraciones eran suyas.

(Rafael R. Valcárcel)

La Amante del Viejo



Matías Carrano Romero ha sido sacerdote, dibujante de historietas, director de cine, violinista, cantante, representante de Martin Luther King, presidente de México y campeón olímpico, entre otros. En el fondo, lo disfrutó, pero lo que le dio una auténtica satisfacción fue que su hija, Camila, nunca se enterase.

Camila tenía cuatro años cuando, sin razón aparente, comenzó a trabarse al iniciar algunas frases. No fue un caso aislado. Dos compañeras suyas manifestaron los mismos síntomas. La docente encargada de la hora del almuerzo fue la causante, al presionarlas a diario para que comiesen más deprisa. El daño fue involuntario, pero la presión constante socavó la estabilidad emocional de las tres pequeñas, que eran más sensibles de lo normal.

Sobre las dos compañeras no supe el desenlace. He de reconocer que ni siquiera pregunté si consiguieron superar el problema. Supuse que sí. No, no lo supuse. Eso me lo digo ahora para creer que cualquier persona me interesa por igual, al margen de si su historia es interesante o común. La verdad, la que recuerdo, es que al enterarme de cómo se curó Camila, mi atención se centró únicamente en la metodología que empleó su padre.

Los niños —muy crueles cuando quieren— arrastraron la tartamudez de Camila a niveles alarmantes; despertándole tics nerviosos en el rostro, los hombros y dedos de las manos. Mientras más destrozaban su autoestima, las reacciones involuntarias se hacían más diversas y exageradas.

Cambiaron a Camila tres veces de colegio —los niños habitan en todos—, la llevaron a distintos psicólogos y trabajadores sociales. No obstante, el problema continuó empeorando. Acudieron a terapias de familia. Ninguna mejora. Matías, en su abatimiento, llegó a pensar que su propia timidez era la real causante. Suposición que fue descartada por los profesionales y por toda persona con sentido común.

Lo cierto es que Matías no era tímido, lo que desde siempre tuvo fue miedo al ridículo. Eso lo paralizaba. Por poner un ejemplo: una vez a la semana se vestía de punta en blanco para bailar durante horas con su esposa, pero nunca en público, porque le daba vergüenza la mirada inquisitiva de los demás.

Una tarde de domingo, observó a su hija leyendo una historieta de Charlie Brown. Leía tan mal como cualquier niño de su edad —había cumplido siete—, pero no tartamudeaba. Se sentía a gusto con su personaje favorito. A Matías Carrano le brillaron los ojos, y no por la luz de la idea que se había originado en su cerebro. Tenía una posibilidad, por remota que fuese, de devolverle a su hija la confianza en ella misma.

Le pagó a un artista ambulante para que hiciese varios bocetos de Charlie Brown y Snoopy, que luego introdujo en una carpeta. A la mañana siguiente, caminó hacia el parque donde estaría su familia. La pequeña no lo reconoció. Su esposa supo quién era sin necesidad de haberle visto de frente; ella le había ayudado con el disfraz. Matías se tropezó y los bocetos que llevaba se desparramaron sobre el césped. La niña se emocionó al reconocer a los personajes. Le preguntó si era Charles Schultz y la respuesta fue afirmativa. Hablaron. No hubo milagros. Tartamudeó como de costumbre. Al despedirse, él prometió dibujar un número especial para ella, que llevó por título “Amo amo amo amor”. Semana a semana, se encontraron en aquel lugar, regalándole un nuevo capítulo en cada ocasión. En la historieta, Camila era muy apreciada por todos. Aprendieron de ella a amar el poder amar. Únicamente “tartamudeaba” cuando decía “amor”.

Charles Schultz y Camila se hicieron amigos. Ella le contó que los niños decían que los tartamudos eran emisarios del demonio y estaban condenados al fuego eterno. Por consiguiente, Matías, esta vez como sacerdote, visitó a Camila durante muchos viernes a las cinco de la tarde, hasta extinguir la última llama.

Durante esos meses, en una ceremonia cívica donde asistían los alumnos de gran cantidad de colegios, la distraída presentadora recibió un sobre en el que debía anunciar la inesperada presencia del presidente de México, que subió al estrado con notoria tranquilidad. Su discurso honró a los héroes de palabra, los que construyeron naciones sin violencia, a través del diálogo y, entre ellos, destacó a un tartamudo ejemplar que su agudeza le hacía encontrar los términos precisos para decir, en oraciones mínimas y contundentes, lo que deseaba transmitir sin trabarse. Camila, desde las gradas, admiró el valor de las palabras.

Desde ese día, antes de hablar, pensó minuciosamente en el contenido y la forma. Eso le dio confianza, porque además de aminorar la tartamudez y las gesticulaciones, sus comentarios fueron más agudos, provocando que sus compañeros le tuviesen respeto.

Al comprender el auténtico valor de las palabras bien empleadas, sintió deseos de conocer a aquellos quienes las utilizaban con generosidad. Una de las personas que llegó a admirar fue Martin Luther King. Lamentablemente, a los pocos días de escribirle una primera carta, James Earl Ray asesinó al líder negro en Memphis, Tennessee. Camila se enteró por la prensa y se entristeció profundamente, durante semanas, hasta que recibió una carta de los Estados Unidos firmada por el representante de King, con quien mantuvo una prolongada correspondencia.

Matías Carrano Romero no cesó su empeño en recobrar la autoestima de su hija; introduciéndose en el traje de director de cine, cantante, una serie de personalidades más y campeón olímpico, hasta que alcanzó su meta.

Ya en estos días, un fin de semana al mes, la joven Camila baila con su padre hasta el amanecer, sin importarle que los muchachos de la discoteca piensen que es la querida de un viejo. Sin importarle a él que el ritmo sólo lo lleva por dentro.

(Rafael R. Valcárcel)

El Paraíso del Tiempo Perdido

lunes, 8 de junio de 2009



A veces es difícil caminar bajo la lluvia sin pisar los charcos. Sortear los recodos del tiempo donde la vida asesta sus puñaladas traperas como un salteador de caminos y seguir adelante como si no hubiese cicatrices en la piel…No todos estamos preparados para caminar en dirección al sol sin quemarnos, dejando atrás una estela de viejos disfraces donde resguardarnos de aquella parte que se refleja en el espejo y que no nos gusta…
“La vida es hermosa, a veces dura, pero pasa demasiado deprisa”, me ha dicho una anciana en una conversación trasnochada. Es una de esos axiomas lúcidos que todos tenemos en el desván de las cosas añejas que se intentan abrir paso entre otras muchas vaguedades de la inconsciencia de mortalidad con la que vivimos y que sólo vemos cuando la muerte nos visita y nos devuelve a la realidad sin atisbo de edulcorantes…
Anoche hablaba con un padre de familia que ha construido una vida dedicada al trabajo y a hacer real el milagro del pan y los peces con las horas del día para darles a sus vástagos lo que -para él- es una vida mejor. Me preguntó qué es lo más importante que tengo y yo respondí “el tiempo”. Su mirada me recordó a la de mi padre treinta años atrás. Un padre ausente en los grandes acontecimientos de la vida de sus hijos porque apenas tenía un momento para levantar la cabeza de los papeles de su escritorio.
Aquel hombre se marchó cabizbajo con todos sus minutos perdidos a la espalda, que arrastraba como hojas secas barridas por el viento. Y es probable que pensara si realmente merecía la pena invertir más tiempo en el trabajo que en conversaciones con sus hijos…
Hay mensajes por todas partes de otros que han pasado por este mundo antes que nosotros y han dejado señales que podemos valorar o ignorar. Son luces de neón intermitentes en ámbar que nos indican que aún estamos a tiempo de cambiar nuestros planteamientos vitales, de trabajar para vivir y no vivir para trabajar, de cambiar ceños fruncidos por sonrisas, de caminar notando como el aire entra en nuestros pulmones en lugar de comportarnos como si fuésemos a coger un tren que está a punto de salir y llegamos tarde; en definitiva: de invertir nuestro tiempo en cosas que nos hacen felices en lugar de cosas que nos esclavizan…
Cada uno decide, pero la cuenta atrás ya ha empezado y el "tic-tac" no se detiene…

(La Dama)

Con sólo una sonrisa

viernes, 5 de junio de 2009



Desnúdame, juega conmigo a ser la perdición
que todo hombre quisiera poseer,
y olvídate de todo lo que fui y quiéreme,
por lo que pueda llegar a ser en tu vida,
tan loca y absurda como la mía, como la mía...

Tú piensas que la luna estará llena para siempre.
Yo busco tu mirada entre los ojos de la gente.
Tú guardas en el alma bajo llave lo que sientes.
Yo rompo con palabras que desgarran como dientes.
Tú sufres porque no sabes como parar el tiempo.
Yo sufro porque no sé de qué color es el viento,
tan dulce y excitante que se escapa de tu boca.
Con sólo una sonrisa, mi cabeza volvió loca...
¡Ay! Volvió loca...

No busques más,que yo te voy a dar
todo el calor que no te daba la barra del bar
donde te vi yo por primera vez,
donde aprendi que se podia llorar también
de alegria soñando tu boca junto a la mía...
¡Ay! Junto a la mía...

Tú piensas que la luna estará llena para siempre.
Yo busco tu mirada entre los ojos de la gente.
Tú guardas en el alma bajo llave lo que sientes.
Yo rompo con palabras que desgarran como dientes.
Tú sufres porque no sabes como parar el tiempo.
Yo sufro porque no sé de qué color es el viento,
tan dulce y excitante que se escapa de tu boca.
Con sólo una sonrisa, mi cabeza volvió loca...
¡Ay! Volvió loca...

(Melendi)
 

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