La llave del corazón

domingo, 19 de febrero de 2017



Hay cosas en la vida que te hacen crecer en un instante. Pasas largas temporadas que no dejarán huella en tu recuerdo, y en cambio hay momentos que te cambian todos los esquemas que tenías hasta entonces.
 
Una vez casi me muero. No tenía pareja, ni trabajo, aunque en apenas dos meses iba  a firmar un contrato con el que había estado soñando durante tres años. Pero la noche del 23 de febrero de 1999 iba a cambiarlo todo. Quedaban diez meses para pasar al siglo XXI, del que tanto habíamos hablado. La gente no viajaba en coches voladores que levitaban a un metro del suelo tal como yo había imaginado de niña y nadie sabía si el famoso Efecto XXI iba a crear un cibercaos como se habían encargado de predecir los grandes gurús informáticos de la época.

En el siglo XXI que yo me había imaginado a los siete años, cuando jugaba a ser mayor, iba a ser una madre joven de dos críos que prolongarían mis genes en el futuro además de una genial artista del lienzo que expondría sus obras en las mejores galerías del mundo. Mi marido (cuando yo era niña no se entendían las familias monoparentales ni las parejas de hecho) sería un tipo guapo pero serio y difícil de conquistar, con mucho atractivo personal, una sonrisa que le marcara un hoyuelo en la cara y un flequillo que le cayera sobre los ojos dejando adivinar una mirada tímida. Una mezcla de Keanu Reeves, Christopher Reeve y todos los hombres llamados Reeves del mundo. Señora de Reeves  no sonaba nada mal. Pero como digo, eso era lo que yo imaginaba de niña.

La fatídica noche del 23-F de 1999, cuando se cumplía justo la mayoría de edad del aniversario del fallido golpe de Estado de Tejero, yo me estaba debatiendo entre la vida y la muerte en un hospital y nadie parecía darse cuenta. Mi madre y mi hermana mayor se pasaron conmigo toda la noche. Aquella noche de cristales rotos ellas y yo no dormimos. Ellas porque querían estar alerta por si algo pasaba. Yo, porque sabía que me estaba muriendo.

Era la víspera del siglo XXI. Yo no estaba casada con Keanu Reeves, ni teníamos dos nenes bilingües con la mirada de Keanu y mi ironía. Ni siquiera pintaba cuadros. Mi sentido del arte lo había dejado aparcado el día que decidí dedicar mi talento a estudiar Medicina. En algún momento de mi vida había tomado esta decisión -insólita para mi madre, que era bastante escrupulosa- superando la idea peregrina de que ya no iba a encontrar jamás el amor de mi vida, ni por supuesto iba a ser la madre de nadie. Mis genes y mi estirpe terminarían conmigo cuando yo dejara de respirar, aquella misma noche.   
 
Pero una vez más me equivoqué. Si  algo he aprendido de aquella prueba y después en mi experiencia profesional es que cada quien, por muy mal que esté, tiene su día. Y aquel no fue el mío. No tuve hijos. Ese día perdí la posibilidad, pero no echo de menos a mis vástagos, tan sólo a veces me ataca la curiosidad de saber cómo hubieran sido y trato de ponerles una cara con la mirada de Keanu y mi sentido del humor.

Desde el 23 de febrero de 1999 tuve siete amores más. De ellos, dos fueron lo que llamamos “el amor de mi vida” (de uno aún estoy convencida de que lo es). Ninguno de ellos está hoy a mi lado. La persona que comparte mis días llegó por casualidad en un ascensor y se bajó conmigo en el mismo piso. Desde entonces nunca nos hemos separado. No se llama Mr. Reeves, ni tiene la mirada tímida bajo un flequillo rebelde, pero cuando sonríe, en su cara parece el hoyuelo que imaginaba.  
Dicen que el corazón tiene solamente una llave. Yo os puedo asegurar que es una llave con un manojo de copias. Que el amor siempre merece la pena, aunque luego duela cuando se acaba. Que no tienes que arrepentirte de lo que un día te hizo sonreír. Y que el amor de tu vida no es siempre el único, y en ocasiones tampoco el más aconsejable cuando las circunstancias son las que son y no van a cambiar por más que te empeñes. Que a veces llegas tarde a la vida de alguien y tienes que asumirlo. Y que vivir la vida después de una segunda oportunidad, es una experiencia que debería de ocurrirnos a todos alguna vez porque te ayuda a replantearte los esquemas, sanea el extraño sistema de valores que tiene esta sociedad de prisas y comida rápida y te ayuda a valorar las pequeñas grandes cosas que tienes y que el día menos esperado vas a perder de forma irremediable, porque nunca nada dura para siempre...
(La Dama)

Freedom

viernes, 10 de febrero de 2017

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El día en que empecé a ser libre fue el día en que dejé de pensar  en ti, el día en que empecé a escribir sólo para mí. No he dejado nunca de echarte de menos, y supongo que nunca lo haré,  pero ya no le pongo tanto empeño ni se traduce en tanto desgaste mental y físico. Simplemente estás en ese lugar de mi memoria donde guardo con cariño los amores pasados. Vives tras una vitrina donde he colocado nuestros momentos felices; los otros los tiré a la papelera apenas saliste de mi vida.

¿Qué no te olvidaré jamás? Probablemente. Tengo una nostalgia caníbal que me consume en pequeños momentos de debilidad y no tengo más que escuchar una melodía u oler el perfume que me regalaste, para volver a echarte de menos. Alguien entre mis vecinas usa Narciso Rodríguez. No sé quién es, pero esta mañana, cuando he salido para trabajar, esa persona se me ha adelantado y ha dejado la esencia atrapada en el ascensor. Abrirse la puerta, sentir ese aroma y recordarte, todo ha sido uno.
Me pregunto cuánto tiempo tardará ese olor que me lleva  a ti en cortar el cordón umbilical con mi memoria. Sé que me piensas como yo a ti, cuando todos se han ido y el silencio en medio de la oscuridad de la noche te hace pensar en lo que fuimos, en lo que tuvimos y en lo que nos amamos a esas horas tan extrañas de la tarde en las que yacen los amantes. Nunca supe por qué hay que esconder el amor cuando es tan perfecto. No importa, ya no espero ni pido respuestas. Sólo quiero recordar lo mejor de lo que fue nuestro.
Nada es lo mismo desde que no estás, te juro que es cierto, pero déjame vivir mi duelo, reponerme del dolor y tomar conciencia de nunca más volveré a verte.
(La Dama)

París bajo la misma lluvia

jueves, 9 de febrero de 2017

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Hay un enchufe en la habitación que uso como biblioteca que está roto, y no es por casualidad. Me siento culpable. Yo he sido la causante de semejante estropicio por mi afán de colocar justo en la pared donde está el enchufe un par de cuadros a juego donde se ven dos escenas diferentes de una pareja en un café de París. Los cuadros están situados en una línea recta - o no tanto- entre la pared y la única ventana que da a la calle. Cuando vives en un piso alto, cualquier resquicio de aire se convierte en un pequeño tornado que arrasa a su paso todo lo que encuentra. Ni que decir tiene que al no pesar apenas nada, la escasa brisa que entra desplaza como si fueran un par de plumas los dos cuadros, haciendo que se suiciden una vez tras otra contra el malogrado enchufe de pared. En uno de los cuadros la pareja camina a unos metros del café, dejando atrás sobre la mesa dos copas medio vacías y una botella de vino, y en la imagen, vista a través del cristal de la cafetería, caminan de espaldas al cuadro alejándose del cristal en el que se lee el nombre del local en sentido inverso. En el otro cuadro, el que se desprende constantemente de la pared y se precipita sobre el enchufe hecho trizas, la pareja se susurra algo al oído en un acto de complicidad que sólo ellos comparten. En ambas escenas está lloviendo.

Me recuerda un poco a ti y a mí, cuando quedábamos en aquella cafetería donde a menudo compartíamos complicidad y café en alguna que otra sobremesa. Al igual que lo nuestro ya es historia, el cuadro intenta lanzarse una y otra vez desde el metro ochenta que lo separa del suelo, como si la suerte, el azar o la brisa intentaran hacer que me desprenda de los recuerdos que convirtieron aquel “¿y si lo intentamos…?” en un “nosotros”.

El cuadro de la pareja compartiendo susurros en un café de París se ha caído mil veces y otras tantas lo he vuelto a colocar en su sitio desafiando con mi testarudez el paso del tiempo, el clima del sitio en el que sobrevivo sin ti y chorrocientas leyes físicas con tal de tenerte aún a mi lado. Pero aunque siga sobreestimando el poder de los cuelga-fácil de mis cuadros e ignorando las leyes de Newton, tú ya no estás y eso duele en mi enchufe cardíaco, sin mencionar a mi interruptor mental que no quiere apagarte. Sin embargo sé que no hay remedio. Que tengo que pasar página. Que tengo que aprender que ya no hay vuelta atrás, que te has ido sí, que te has ido y esta vez es para siempre…  
Cualquier día abro la ventana y dejo entrar el tornado completo o, en un arrebato, lanzo al vacío los cuadros que tú y yo ya nunca protagonizaremos ni en París ni en ningún sitio… hasta entonces, no me resigno y cada vez que se cae, en un ritual en tu nombre y por las cenizas de lo que fuimos, vuelvo a colgar el cuadro y pienso… "qué bonito fue aquel tiempo en el que tú y yo mirábamos París bajo la misma lluvia".    

(La Dama)

La chica del pelo rojo

martes, 7 de febrero de 2017

Su melena cubría toda la almohada, era irreal, flotaba sobre ella como si alguien la hubiese colocado así a propósito, ¿cómo puede algo ser tan hermoso? El capricho de las sábanas esquivas hacía intuir las líneas de su cuerpo desnudo. Mostraban tan sólo lo necesario para sentir como un regalo ese momento previo a que despertase.

Esa fue la primera vez que estuvimos juntos, desde entonces nunca pude olvidar el recuerdo de ese pelo rojo en contraste con su blanca piel, el misterio de esos labios perfectos que conservaban el carmín de la noche anterior y parecían inmunes a mis besos; como si durmiesen en la pureza de un sueño que yo no era capaz de manchar.

Los pómulos de la chica del pelo rojo son dos manzanas de las que nunca te ves saciado, ella lo sabe y se aprovecha de ello para pedirme cosas. ¿Quién no querría mordisquear esos pómulos eternamente?

Una cosa que me gusta de la chica del pelo rojo es que ella me besa los ojos, es extraño, nadie me había besado los ojos, a ella le gustan y cuando hacemos el amor me los besa. Y lo hace despacio, poniendo todo su ser en ello, como si besarme los ojos fuera la mayor prueba de amor.

A la chica del pelo rojo yo ya la conocía de mucho antes, pero entonces no la comprendía. Tenía una mezcla extraña de locura y sensualidad, algo especial que confieso, me daba miedo. La chica del pelo rojo es un animal salvaje, no es como las demás chicas, tiene la belleza de un ser libre e inexplorado. Yo la contemplaba como algo hermoso pero que nunca estás seguro de si te va a devorar. Fue por ello que la primera vez que me acerqué a ella sentí que todavía no era nuestro momento. El destino dictaba que antes yo tenía que encontrar el animal que yacía dormido en mi interior; para poder comprenderla y devorarnos mutuamente, para dejar que me besase los ojos, para que posase su pelo sobre mi almohada y escuchar como dice "te quiero". Yo también te quiero.


(David Fouler.)

La chica escondida tras el paraguas rojo

sábado, 4 de febrero de 2017


Resultado de imagen de la chica del paraguas rojo

Hace muchos años empecé a escribir un blog. Antes había escrito tan sólo para mí, pero de alguna manera necesita escribir para vosotros y así empezó mi personaje. 
Al principio era la chica rara que vivía en su propio mundo “La chica del planeta rojo”, porque en muchos aspectos me consideraba un poco... ¿marciana?. 
Después, cuando dejé de ser la única habitante de mi mundo y mi planeta comenzó a crecer y a llenarse de gente, por eso me refugié bajo un precioso paraguas que me permitía seguir siendo quien era y observar a todos oculta tras él. Así es como nació “La chica del paraguas rojo”. 
Y duró muchos años aquel paraguas, hasta que un día sentí el vértigo de dejar de ser quien era. Me convertí casi sin querer en alguien que empezaba a no ser yo. Cada vez tenía más seguidores y comenzaban a pedir más detalles. Querían saber algo más sobre aquella misteriosa chica que escribía desde algún lugar del mundo y se ocultaba tras un paraguas. 
Cambié el color de mi pelo y abandoné mi querido paraguas. De aquella nueva huída hacia delante surgió “La chica del pelo rojo”. 
Entre la chica que vivía como El Principito, sola en su mundo al cuidado de su rosa, y la chica que soy ahora, han pasado casi trece años. Muchas cosas han cambiado desde entonces. Pilares muy importantes de historia han desaparecido y he tenido nuevos inquilinos en el corazón. La última crisis cardíaca ha sido devastadora, pero creedme cuando os digo que mereció la pena. 
Una cosa sigue igual: sigo sintiendo la misma necesidad de siempre, la de abrir mi corazón y contar mi historia a mis queridos e incondicionales desconocidos. 
Gracias por seguir ahí, por comentar mis escritos, por dar señales de vida inteligente al otro lado de la pantalla y por darle vida a mi vida.   

(La Dama de Abril)


PD: Especialmente dedicado a FerLo.   
 

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