¿No podíamos ser agua?

sábado, 10 de diciembre de 2011


Estaba claro que no podíamos ser agua, que lo que sientes no puede verse desde aquí, unas palabras de aquella forma interpretada, no tienen vida, no, ni tienen donde ir donde ir, lo has olvidado: La vida crece entre los matices se esconde siempre lo que no dices para hacerse de rogar.
Un día claro, y aquellas cosas que no viviste vienen hoy para decirte: que la fiesta empiece ya yo empezaría por ser de los primeros, (¡Que va!) Huyendo siempre de los no sinceros, será aquel que sólo sabe y recomienda: hacer locuras sin que nadie entienda. Y necesitas decir que no a los miedos, verás puedo enseñarte lo que yo prefiero: unas gotitas ahí de amor del bueno; No te preocupes besaré primero. Aunque me canse, y vengan miles de días grises o mis palabras quieran rendirse ante la lluvia en el cristal me suena grande, los imposibles también existen, son los que hoy me hacen decirte: que la fiesta empiece ya pero a ver: que no, que no, que yo te quiero, te cambio un si por ese yo no puedo, demasiadas canciones que ya no llegan... suenan palabras que jamás las llenan. ¡Lo has olvidado! la vida crece entre los matices, se esconde siempre lo que no dices para hacerse de rogar. Un día claro, y aquellas cosas que no viviste, vuelven hoy para decirte: quédate un ratito más Pero a ver: que no, que no, que yo te quiero, te cambio un si por ese ya no puedo: unas gotitas ahí de amor, de amor del bueno no te preocupes, besare primero, aunque me canse y vengan miles de días grises o mis palabras quieran rendirse ante la lluvia en el cristal me suena grande, los imposibles también existen, son los que hoy me hacen decirte: que la fiesta empiece ya…


(Maldita Nerea)

El nido

jueves, 28 de julio de 2011



Dicen por ahí que cuando uno, o varios hijos, se marchan de casa, se puede cebar en los padres, aunque con mayor virulencia en las madres, un síndrome. No se trata de una de esas gripes que se inventan las casas farmacéuticas para ser  apoyadas por la Organización Mundial de la Salud y alentadas por los medios de comunicación. No.  Ni siquiera tiene que ver con el sexo que, por lo general, es una experiencia saludable. No. Ni con las drogas, ni con ninguna costumbre perniciosa y secreta. No, no y no.
Se trata de un síndrome que, en algunos casos,  es el regalo de despedida de los hijos que se marchan de casa. Ellos se despiden conun  -mamá no llores- y  con ese inequívoco  aire salvaje de los polluelos que acaban de aprender a volar aunque con poco estilo. -No, si no lloro, es que me da alergia el aire acondicionado.  Es indudable que los mira una con aprensión,  no se vayan a romper los dientes, la crisma - o el pico- contra el suelo.
Me viene a la cabeza un pájaro porque la enfermedad en cuestión la han llamado: “El síndrome del nido vacío”. Ya sólo el nombre produce una cierta  desolación. Imagino un árbol en pleno invierno, desplumado como la madre-gorrión que lo habita, en la soledad atroz del frío y de la falta de alimentos. Desde la atalaya de su nido espera una primavera que quizá no llegue nunca, debido al cambio climático. O sea, al paso inexorable del tiempo. Menudo panorama.
Tengo cuarenta y dos años y un hijo que acaba de cumplir diecinueve. El trozo de vida que hemos compartido, ahora me parece extraordinario. Nunca imaginé que sería tan hermoso y tan difícil a la vez. Y si pienso en ello, cosa que últimamente hago a menudo, me entran ganas de aplaudir y de llorar.
Dicen por ahí que, para combatir dicho síndrome, hay que llenarse la vida de actividades y aprovechar el tiempo libre para no dar pábulo a la sensación de vacío. Pienso en cuáles han sido las cosas que he dejado de hacer en estos dos lustros por él: me habría gustado viajar durante meses por Asia en plan hippy, tener un montón de novios interesantísimos, no tropezarme en el salón con su mochila y sus playeras, no tener que buscar el mando a distancia entre los intersticios del sofá y aprender a tocar el acordeón.
Y de repente, me doy cuenta, de que no hay nada importante que haya dejado de hacer por su causa. Sino más bien al contrario. La mayoría de las cosas de las que estoy orgullosa, las he hecho gracias a él. Lo de Asia me da una pereza atroz, los novios -más que pereza- pánico y, a estas alturas creo que  es evidente,  que puedo vivir sin tocar el acordeón. Y en cualquier caso, como tiempo libre nunca he tenido, pues no tengo ninguna intención de dejarme atacar por ningún virus psicológico.
Eso sí, siento el corazón de papel de fumar. Pero eso no son los hijos que se van de casa, sino la vida que, a menudo, se convierte, toda ella, en una historia de amor.
(Ayanta Barilli)

Mi lamento

miércoles, 27 de julio de 2011



Solo queda mi lamento
Y decir: te quiero de verdad,
solo queda que aún te siento
y que siempre te voy a recordar.

Muero si no estás, y ya no estás...
Te pierdo y te me vas
Te fuiste ya.

Porque ya no te tengo
eras mi vida y ya no estás,
y sé que ya no estas.
que me castigue el cielo por si algo hice mal
y sé que ya no estas
te llevo tan tan dentro que ni el tiempo barrera
y no se va a curar
y es que ya no te tengo y perdón por si no te supe amar.

Hoy me quedan tus momentos,
eres la cara mas bonita que habrá...
Tenerte cerca ha sido el premio
el más grande que he llegado a alcanzar.

Me muero si no estás
y ya no estás
te pierdo y te me vas
te fuiste ya.

Porque ya no te tengo
eras mi vida y ya no estás
y se que ya no estas
que me castigue el cielo por si algo hice mal
y se que ya no estás...
te llevo tan tan dentro que ni el tiempo barrera
y no se va a curar
es que ya no no tengo y perdón por si no te supe amar.

Siempre pienso aunque estés lejos
y te juro que te puedo ayudar
Cerca quedaran tus gestos
y tu carita de princesa, mi hermana.

Me muero si no estás,
y ya no estás...
te pierdo y te me vas
te fuiste ya.

Porque ya no te tengo eras mi vida y ya no estás
y si que ya no estás
que me castigue el cielo si algo hice mal
y si que ya no estás
te llevo tan tan dentro que ni el tiempo barrera
y no se va a curar
y es que ya no te tengo y perdón por si no te supe amar.

(Dani Martín)

Aquello que me diste...

domingo, 5 de junio de 2011


Inmensas tempestades, tu mano y la mía.
tienes algo... no sé que es.
hay tanto de melódico en tu fantasía...
y un toque de misterio, mi límite.
conservo algún recuerdo que no debería,
lo sé, ¿qué puedo hacer?
a todos no ocurre: la monotonía
nos gana la batalla alguna vez.
alguna vez, alguna vez, alguna vez....
Por eso, vida mía, por el día a día,
por enseñarme a ver el cielo más azul,
por ser mi compañera y darme tu energía;
no cabe en una vida mi gratitud
por aguantar mis malos ratos y manías,
por conservar secretos en ningún baúl,
capaz de ganar y de perder.
Perdona si me ves perder la compostura.
en serio, te lo agradezco que hayas sido mía.
si ves que mi canción acaso no resulta,
avísame y recojo la melancolía.... melancolía.
Te dejaré una ilusión,
envuelta en una promesa de eterna pasión;
una esperanza pintada en un mar de cartón;
un mundo nuevo que sigue donde un día lo pusiste.
tú eres esa mujer
por quien me siento ese hombre capaz de querer,
viviendo cada segundo la primera vez,
sabiendo que me quisiste
y todo aquello que me diste.
Conserva mi recuerdo de piratería.
derrama los secretos: abre aquel baúl.
sigamos siendo cómplices en compañía,
de aquello que me diste bajo el cielo azul.
por aguantar mis malos ratos y manías,
por conservar secretos que me guardas tú..
quiero ser por una vez,
capaz de ganar y de perder.
Perdón si alguna vez guardé la compostura.
no sabes lo que ha sido que hayas sido mía.
comprendo que agotaste toda tu dulzura,
pero no me pidas, niña,
la melancolía..., melancolía.
Te dejaré una ilusión,
envuelta en una promesa de eterna pasión;
una esperanza pintada en un mar de cartón;
un mundo nuevo que sigue donde un día lo pusiste.
tú eres esa mujer
por quien me siento ese hombre capaz de querer,
vivo cada segundo la primera vez,
sabiendo que me quisiste
y todo aquello que me diste.
.. un mundo nuevo que sigue
donde un día lo pusiste.
tú eres esa mujer
por quien me siento ese hombre capaz de querer,
vivo cada segundo la primera vez,
sabiendo que me quisiste
y todo aquello que me diste.

(Alejandro Sanz)

*¿Hay algo mejor que la persona que te ha robado el corazón te dedique una canción como ésta?
Hoy exactamente eso me ha me ha ocurrido a mí, a las 17:48.

Extrañar...

martes, 31 de mayo de 2011


Sensación que estos días me hizo regar atisbos de duda en el alma. Extrañar un abrazo de oso, una risa hermosa, unos ojos azules como el mar. Extrañar las frases y sus cartelitos llenos de ingenuos "te amo". Extrañar sus manos, su olor, su rostro, sus hombros, su ser completo e inocente. Extrañar sus retos, sus reproches y miedos. Extrañar nuestros mimos, los días de sol, las tardes con medialunas, las cartas, las llamadas. Extrañar hace fortalecer mientras el silencio te aturde en consejos, donde el interior te busca y pide desesperados gritos de realización. Extrañar hace crecer, hace dudar, hace buscar. Es bueno extrañar a quienes amamos. Solo así comprendemos que la unión entre dos personas va más allá de los defectos, de las distancias y el diálogo no existente. Hay que sembrar paciencia, dejar orgullos y rencores para emprender tiempos de abundancia en materia del corazón. Crecer duele y mucho, pero cuando ves los frutos, ves lo maravilloso y lo esencial de la vida. Tranquilidad y regocijo viene luego, mientras las palabras son empujadas por los hechos.

(Nicolás Manservigi)

El tren del miedo

jueves, 26 de mayo de 2011


Conozco muchas formas de autocastigo. Ocupo algunos minutos de los días que paso encerrado en casa buscando cosas para torturarme. A veces encuentro fotografías de hace unos años, no muchos. Pero lo cierto es que apenas tres o cuatro años alcanzan para transformarlo todo como si hubiera barrido el paso de décadas. Esas fotografías, parecen guardar dentro de ese adolescente que era, un rastro que advierto de la desaparecida inocencia que siempre tengo en boca. Que siempre tengo en boca porque ya apenas me roza.
Cómo cuesta ahora reconstruirlo todo y querer volver a ser, a parecerme un poco más a quien era. Qué recuerdos de cuando sabía querer en aquellos primitivos correos de dos o tres chicas que me quisieron también.
El principio de mi historia con personas que se han convertido en pilares de mi existencia y que me aúpan cuando me creo nada.
No puedo dejar de asustarme, sucumbir al llanto callado por no molestar, pero este monstruo que se llama tiempo sigue dándome mucho miedo.
Este tiempo es como un túnel de feria que promete horror y siempre asusta. Qué pantomima pensar ahora en aquellos payasos con caretas feas que a escobazos reproducían una burda imitación del miedo.
Miedo es eso, el paso del tiempo y no tener nada entre las manos. Recordar que ya se terminó mi adolescencia aunque aún me dé la risa tonta y a veces sea loco. Sigo bebiendo esa bebida de inmadurez que sabe dulce entrando en boca y deja amargo cuando pasa el trago.
Y el tren del miedo y el tren del tiempo da vueltas y vueltas hasta que la muerte o el fin lo pare, pero monótono las vueltas ya no me pintan igual de bonitas que antes.

(El Vendedor de Versos)

El último minuto




Ahora que no recuerdas las tardes de mi infancia,
déjame que perfile la luz de tu memoria
arañando del tedio y de la noche
la pasión insolente de los días felices.

El invierno, que devora los rostros
y convierte los labios en heridas,
nos pasó inadvertido.
Nada pudo atrapar
aquel domingo intacto de febrero
que pareció invencible por más que se anunciaran
la niebla y el vacío.

Agarrado a tu brazo
no existía dolor capaz de deslizarse
por las frágiles piernas
del niño que creía en la inmortalidad.

Nunca más ha podido ser posible,
las llagas que dejaron los inviernos
lograron su propósito.
No sentiré aquel viento nunca más,
no volverá aquel frío como un pájaro
capaz de seducir al mundo con su canto.

Porque todos los sueños
mantenían su pulso al despertar
a pesar de que a veces llegasen las derrotas,
aunque llegasen siempre.
Porque siempre he contado con tu brazo
y tu barba afilada.

No va a ser diferente.

El tacto guarda heridas que nadie le reprocha
y en la memoria hay gestos que recuerdan las manos
como el mar se percibe en la brisa salada.

Iba a ser tan feliz que escocería
muchos años después,
cobrando la alegría con lágrimas e insomnios
tan largos como un río.

Al entrar al estadio,
entre una multitud que nos hacía
anónimos y eternos,
intuí que un instante justifica el vacío,
que no caben mentiras donde habitan
los más nobles propósitos de un hombre.

Y pasó la tristeza inadvertida,
al contrario que Schuster con su melena rubia,
o el regate imposible de Futre ante el portero
para hacer de las redes un destino
donde nunca estorbaron el miedo y la distancia.

Aquellos dos asientos
sobre la fría piedra del invierno,
modestos como el hombre que construye un futuro,
son el lugar más cálido posible,
las más lujosas sábanas
y la ilusión más plena satisfecha.

Ahora que no recuerdas
aquel febrero inmóvil
que me mira, y me escuece, y me provoca
un vacío tan denso como el aire,
y me devuelve el verde de tus ojos
cuando me siento hundido,
y me persigue atento a mis fracasos
y a las desilusiones;
aquel febrero inmóvil será como tus manos,
y el tacto de tu barba
volverá cada vez que un balón acaricie
las redes del futuro en un minuto
que siempre será el último
por mucho que los años me pretendan.

(Fernando Valverde, dedicado a su abuelo)

Vocación y argumento



Yo quisiera contarte
el vacío gastado de estas cuatro paredes,
la lluvia que ha caído desde que el tiempo sabe
mirarme con desprecio como un bufón que ríe
con la cara pintada y unas lágrimas sucias.


Yo quisiera decirte
que aquí todo resulta parecido al invierno,
que diciembre es más dócil que cualquier escondite,
que un viento seco queda detrás de las mentiras,
de los miedos tramposos y los presentimientos.

Yo quisiera encontrarte
aquí para olvidar que el mundo es mundo,
para abrazarnos fuerte
y ver la infinitud de cada compromiso,

reconocer los márgenes de las palabras justas,
olvidar los inviernos y el vacío gastado
de estas cuatro paredes.


Yo te dije que siempre
los poemas resultan ser ficción contenida.


Sobrevivamos pues
más allá de los versos y la literatura,
por encima de trenes y paisajes,
por detrás de las voces que suceden
pidiendo explicaciones a cada expectativa.


Si es cierto que supone una renuncia
la sensación que oprime el pecho hasta dejarlo
justo, desvalido, emocionado a veces,
hablemos del calor de las habitaciones,
de las sábanas sucias y la pasión perdida,
de todas las traiciones que esconden los armarios,
del tedio y de las cartas
que escriben los soldados cuando se están muriendo
de miedo en las trincheras,
como un enamorado que sostiene
la vida en un abrazo arrepentido.


Tal vez entonces sea posible ese milagro
en el que creen los libros de versos que leemos.


No es tan sólo cuestión de perspectiva.
Quedémonos mirando la verdad
de los versos que cuentan historias inventadas.
Recuérdame en paredes que permanecen justas
y que miran nerviosas cómo pesan los días.


Yo te traje a mis noches sin saber que buscabas
una luz que durase mucho más que un segundo.


Aun así permanece,
que ceder a los límites de las eternidades
es más cuestión de fe que de palabras.


Acerquémonos pues a nuestra soledad.

(Fernando Valverde, de "Razones para huir de una ciudad con frío")

El Vino


 
Sí señor... el vino puede sacar
cosas que el hombre se calla;
que deberían salir
cuando el hombre bebe agua.
Va buscando, pecho adentro,
por los silencios del alma
y les va poniendo voces
y los va haciendo palabras.
A veces saca una pena,
que por ser pena, es amarga;
sobre su palco de fuego,
la pone a bailar descalza.
Baila y bailando se crece,
hasta que el vino se acaba
y entonces, vuelve la pena
a ser silencio del alma.
El vino puede sacar
cosas que el hombre se calla.
Cosas que queman por dentro,
cosas que pudren el alma
de los que bajan los ojos,
de los que esconden la cara.
El vino entonces, libera
la valentía encerrada
y los disfraza de machos,
como por arte de magia...
Y entonces, son bravucones,
hasta que el vino se acaba
pues del matón al cobarde,
solo media, la resaca.
El vino puede sacar
cosas que el hombre se calla.
Cambia el prisma de las cosas
cuando más les hace falta
a los que llevan sus culpas
como una cruz a la espalda.
La puta se piensa pura,
como cuando era muchacha
y el cornudo regatea
la medida de sus astas.
Y todo tiene colores
de castidad, simulada,
pues siempre acaban el vino
los dos, en la misma cama.
El vino puede sacar
cosas que el hombre se calla.
Pero... ¡qué lindo es el vino!.
El que se bebe en la casa
del que está limpío por dentro
y tiene brillando el alma.
Que nunca le tiembla el pulso,
cuando pulsa una guitarra.
Que no le falta un amigo
ni noches para gastarlas.

Que cuando tiene un pecado,
siempre se nota en su cara...
Que bebe el vino por vino
y bebe el agua, por agua.

(Alberto Cortez)

Evocación a la magia

martes, 17 de mayo de 2011




¿Te encontraré, Mago?
¿Alguna vez volveré a llorar
con la cara escondida en las rodillas?

¿Alguna vez volveremos a los aeropuertos
sin salas de espera
de donde salíamos como pájaros
prendidos del tiempo y de la última mirada?

¿Volveré a dejarte solo la última noche del año,
saliendo detrás del portazo con mis libros,
o viajaremos cómplices en el secreto,
amándonos y odiándonos,
sentados en una terraza
bajo los fuegos artificiales?

¿Te veré acaso cuando otra vez regrese de alguna parte,
llorando el amor mojado de la desesperación,
contándote que yo pensaba ser Sherezade de tus noches
para que nunca me cortaras la cabeza?

Te encontraré, Mago, en un día sin citas,
sin premeditación,
entre los corteses de tu calle o la mía,
con esta misma nostalgia prendida en la punta de los dedos,
doliéndome las ganas de romper el hechizo que nos hicimos,
el tiempo que reconstruimos
-no vernos para sabernos lejos-
mientras el ojo que no engaña
te refleja en todas las vidrieras de la vida,
en los charcos, las bujías, el cansancio,
en las noches que paso con tu fantasma a cuestas,
ese que me ama
como un loco suelto en medía Revolución,
para siempre jamás,
para siempre, Mago,
para siempre.

(Gioconda Belli)


Los Amantes


Habitan, crecen, desintegran la sombra,

se comen el tiempo, se amparan

se examinan las aureolas,

entre ellos hay una partición

que crece brillando ojos,

un bozal de besos arremangados

en la humedad,

ella se viste de ángel

él se convierte en huésped de sus deseos



Y en la cara de la noche

donde habita lo perdido

se ven dos figuras que entran

en el contorno de un solo cuerpo.

(Osvaldo Norberto Lázaro)

Hemicraneal

sábado, 16 de abril de 2011


Deja que la lluvia acaricie tus párpados,
que la humedad se clave en tu piel.
Deja que esta noche tus pies anden descalzos,
no los pares, si empiezan a correr.

Deja que el deseo por una vez se cumpla,
deja que el silencio te susurre otra vez.
Deja que tu ausencia en una depresión de hunda,
deja que el niño que llevas dentro vuelva a ti.

Deja que la gente pase a ambos lados sin tocarte,
que el neon de la noche se clave en tu sien.
Deja que la duda que hay en tu mente no pregunte,
que no se clave, que ni siquiera hable
y que se muera sólo por esta vez.

Deja que los coches te salpiquen cuando pasen,
que mojen tu risa con su puta prisa antes de morder
esa manzana envenenada por un jodido martes.
Que se pregunten que haces en la calle,
que no se den cuenta de ese detalle.

Que esto es un paseo, como los de antes,
sin que nadie se busca,nadie quiere encontrarse.
Que todo se vuelca en un vaso vacío,
que no hay mas nostalgia que la de perderse.
Si duele un recuerdo te cura el olvido,
si duele la cabeza con "Hemicraneal" vale,
si buscas ayuda chungo esta noche estoy solo conmigo.

esto es un paseo, como los de antes,
sin que nadie se busca,nadie quiere encontrarse.
Que todo se vuelca en un vaso vacío,
que no hay mas nostalgia que la de perderse.
Si duele un recuerdo te cura el olvido,
si duele la cabeza con "Hemicraneal" vale,
si buscas ayuda chungo esta noche estoy solo conmigo.
(Estopa)

Geografía de un recuerdo

lunes, 7 de marzo de 2011



Si cada surco de mi piel rebosa tu nombre,
Si cada pensamiento fugaz navega hasta ti,
Cómo apartar mis ojos del claro horizonte
Esperando el amanecer de tu perfil.
Porque para olvidar el roce de tus besos
Su abrazo vehemente, cálido, húmedo, tierno
Tendrían que borrar la rosada isla de mis labios
Del ajado mapa de mi cuerpo.
Porque mil ríos de heridos recuerdos
Fluyen por debajo de mi piel,
Invisibles al omnisciente firmamento.
Y contumaces, furiosos, desafiantes
Desgastan las orillas de mis sueños,
Erosionando los muros del olvido
Con el fantasma de tu anhelado regreso.
Porque aunque un abismo de despedidas
Separe nuestros lejanos universos
Sigo tendiendo puentes con volátiles palabras,
Gritando tu nombre al vacío, oyendo sólo su eco,
Lanzando mensajes de amor al mar inmenso.
Si un día oyes tu nombre
Susurrado por el viento
O hallas un jirón de mi alma
Entretejido en un verso
No te escondas, deja tan sólo
Que te acaricie un momento
Para después perderme de nuevo
Entre la niebla del tiempo.
Porque en días como hoy necesito
Todo un mundo para recordarte
Que siempre te echaré de menos.

(Rossetti)

Una figura herida

domingo, 6 de marzo de 2011



Anoche vi su rostro. Fue un instante
total, de esos que cuentan los que saben
del alma de los hombres que equivalen
a una vida completa. Tuve tiempo
para buscar sus ojos y mirarlos
y proyectar en ellos toda mi soledad,
todo mi desamparo, todo el desasosiego
de no saber, de no esperar, y abrirme
en ellos y encontrar esa ternura
que no sabemos nunca si procede
de una mirada amiga, pero vemos
que nos envuelve y nos consuela y hace
un arroyo de luz en nuestro pecho.
Necesitaba tanto esa ternura,
necesitaba tanto su consuelo,
arrojarme en su luz, dejar un llanto
largo, mas sin gemidos,
manar, fluir, lavarme,
correr por sus mejillas,
que me dejara limpio de memoria,
limpio de mí, que apenas
entreví su mirada. Me miraba,
lo sé, bajo mis propias lágrimas,
sin alterar su paz, como dejándome
su paz en mi abandono.
Y yo me abandoné, me abandonaba
a su caricia quieta,
a su presencia inmóvil, a la plena
certeza de su gozo. Fue un instante
total, de esos que cuentan los que saben
del alma de los hombres que equivalen
a una vida completa, aquella vida
que encuentra su sentido y nunca acaba,
y nunca acabará sin su consuelo.

(Antonio Carvajal)

Espectros



La noche que ardió el Windsor, los reporteros de televisión localizaron a varios trabajadores de las empresas ubicada en el edificio. Estaban en la calle, observando, perplejos, cómo ardían sus despachos. "Ahí, detrás de esa ventana, me sentaba yo", repetían con incredulidad. Daba la impresión, escuchándolos, de que continuaban en el interior del inmubeble, inclinados sobre las meses inflamadas, realizando, con sus cuerpos en llamas, un asiento contable o un informe. Quizá fuera así. tal vez una presencia fantasmal de cada uno de ellos seguía, pese a ser sábado, poniendo al día los papeles. Tenemos esa capacidad de permanecer en los sitios de los que nos vamos. Hay personas que, cuando se marchan, se quedan; que, cuando salen, entran. Y se percibe su presencia real, durante mucho tiempo.

Trabajé hace años en una oficina en la que había un individuo para el que los fines de semana constituían un destierro. Durante el sábado y el domingo apensas salía de su pequeño apartamento, donde pasaba las horas bebiendo frente a la televisión (no siempre estaba apagada) mientras su espectro continuaba en el despacho, llevando a cabo las rutinas salvadoras de los días laborables. El fuego en el Windsor se propagó a tal velocidad porque no hay materia más combustible que aquella de la que están hechos los fantasmas. Arden como la yesca, con una llama intensa, de color azul. Lo señalaban los bomberos también: ·Hemos visto llamas azules, como si hubiera gas". No era el gas, eran los espíritus de los empleados. No había más que ver sus caras por la tele para darse cuenta de que una parte de ellos estaba carbonizándose al otro lado del espejo.

No vi que entrevistaran, sin embargo, a pie de calle a los propietarios del inmueble. Quizá no habían ido. Después de todo, sólo se estaba quemando su dinero. Dentro de los cajones de las meses que ardieron como arden las pérdidas (Gamoneda) había documentos confidenciales e informes sobre gestión y libros de contabilidad, pero había, sobre todo, fotografías personales, cartas de amor y números de teléfonos a los que, aun en pleno incendio, continuaban llamando los fantasmas la noche de aquél sábado.

EL PAIS, 25-III-05

(Juan José Millás)

Lo que no ves

jueves, 3 de marzo de 2011



Antes de que amaneciera,
salí huyendo de tu cama.
En tu espejo un testamento:
“No nos queda nada”.

Deje tu barra de labios,
y con ella un par de años.
De quererte por las tardes,
de mañanas sin llamarte.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

Tropezamos de repente,
como en un nuevo 11S.
Sonreíste a quema ropa,
contra el filo de mi boca.

Y susurraste que el pasado,
solo es como un día malo.
Y la lluvia abrió las puertas,
de mi vida en tu Ford Fiesta.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

No consigo recordar,
porque motivo me fui,
pero en tu cuarto de baño,
sigue tu rojo de labios.

No consigo recordar,
como he llegado hasta aquí,
solo sé que estoy borrando,
lo que un día te hizo daño.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

Siempre fui poniendo parches,
negando segundas partes.
Hasta que me demostraste,
que no quiero olvidarte.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

No consigo recordar,
porque motivo me fui,
pero en tu cuarto de baño.
sigue tu rojo de labios.

No consigo recordar,
como he llegado hasta aquí,
solo sé que estoy borrando,
lo que un día te hizo daño.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

No consigo recordar,
porque motivo me fui,
pero en tu cuarto de baño.
sigue tu rojo de labios.

No consigo recordar,
como he llegado hasta aquí,
solo sé que estoy borrando,
lo que un día te hizo daño.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

Tú me enseñas que,
Se puede querer.

(Pol 3.14)

Cartas

martes, 1 de marzo de 2011



El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.

Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.

Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia,
desgastados por el tiempo.

Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.

Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.

Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.

Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.

Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te quiero.


Los Justos

lunes, 28 de febrero de 2011



Los miércoles a las nueve de la noche, hora de Nueva York, la cadena norteamericana ABC emite una serie de televisión que me gusta. A esa misma hora un mexicano llamado Elías, dueño de un vivero en Veracruz, la está grabando directamente a su disco rígido, y tan pronto como acabe subirá el archivo a Internet, sin cobrar un centavo por la molestia. Tiene esta costumbre, dice, porque le gusta la serie y sabe que hay personas en otras partes del mundo que están esperando por verla. Lo hace con dedicación, del mismo modo que trasplanta las gardenias de su jardín para que se reproduzca la belleza.

A las once de la noche de ese mismo miércoles, Erica, una violinista canadiense de venticuatro años que ama la música clásica, baja a su disco rígido la copia de Elías y desgraba uno a uno los diálogos para que los fanáticos sordomudos de la serie puedan disfrutarla; distribuye esos subtítulos en un foro tan rápido como puede. No cobra por ello ni le interesa el argumento: lo hace porque su hermano Paul nació sordo y es fanático de la serie, o quizás porque sabe que hay otra mucha gente sorda, además de su hermano, que no puede oír música y debe contentarse con ver la televisión.

A las 3:35 de la madrugada del jueves, hora venezolana, Javier baja en Caracas la serie que grabó Elías y el archivo de texto que redactó y sincronizó Erica. Javier podría ver el capítulo en idioma original, porque conoce el inglés a la perfección, pero antes necesita traducirlo: siente un placer extraño al descubrir nuevas etimologías, pero más que nada le place compartir aquello que le interesa. Para no perder tiempo, Javier divide el texto anglosajón en ocho bloques de tamaños parecidos, y distribuye por mail siete de ellos, quedándose con el primero.

Inmediatamente le llega el segundo bloque a Carlos y Juan Cruz, dos empleados nocturnos de un Blockbuster bonaerense que suelen matar el tiempo jugando al ajedrez, pero que ocupan los miércoles a la madrugada en traducir una parte de la serie, porque ambos estudian inglés para dejar de ser empleados nocturnos, y también porque no se pierden jamás un capítulo.

El tercer bloque de texto lo está esperando Charo, una ceramista de Alicante que está subyugada por la trama y necesita ver la serie con urgencia, sin esperar a que la televisión española la emita, tarde y mal doblada, cincuenta años después. El cuarto bloque lo recibe María Luz, una tipógrafa rubia y alta que trabaja, también de noche, en un matutino de Cuba: María Luz deja por un momento de diseñar la portada del diario y se pone rápidamente a traducir lo que le toca. Dice que lo hace para practicar el idioma, ya que desea instalarse en Miami.

El quinto bloque viaja por mail hasta el ordenador de Raquel y José Luis, una pareja andaluza que vive de lo poco que le deja una librería en el centro de Sevilla. Llevan casados más de veinticinco años, no han tenido hijos, y hasta hace poco traducían sonetos de Yeats con el único objeto de poder leerlos juntos, ella en un idioma, él en otro. Ahora, que se han conectado a Internet, descubrieron que además de buena poesía existe también la buena televisión.

El sexto bloque le llega a Ricardo, en Cuzco: Ricardo es un homosexual solitario —y muchas noches deprimido— que traduce frenéticamente mientras hace dormir a su gato Ezequiel. El séptimo lo recibe Patrick, un inglés con cara de bueno que viajó a Costa Rica para perfeccionar su español, lo desvalijó una pandilla casi al bajar del avión pero igual se enamoró del país y se quedó a vivir allí. Y el octavo bloque le llega, al mismo tiempo que a todos, a Ashley, una chica sudafricana de madre uruguaya que es fanática de la serie porque le recuerda (y no se equivoca) a su libro favorito: La Isla del Tesoro. Los ocho, que jamás se han visto las caras ni tienen más puntos en común que ser fanáticos de una serie de la televisión o de un idioma que no es el materno, traducen al castellano el bloque de texto que le corresponde a cada uno. Tardan aproximadamente dos horas en hacer su parte del trabajo, y dos horas más en discutir la exactitud de determinados pasajes de la traducción; después Javier, el primero, coordina la unificación y el envío a La Red.

Ninguno de los ocho cobra dinero para hacer este trabajo semanal: para algunos es una buena forma de practicar inglés, para otros es una manera natural de compartir un gusto. A esa misma hora Fabio, un adolescente a destiempo que vive en Rosario, a costas de sus padres a pesar de sus 23 años, encuentra por fin en el e-mule la traducción al castellano del texto. Con un programa incrusta los subtítulos al video original, desesperado por mirar el capítulo de la serie. A veces su madre lo interrumpe en mitad de la noche: —¿Todavía estás ahí metido en Internet, Fabio? ¿Cuándo vas a hacer algo por los demás, o te pensás que todo empieza y termina en vos? —Tenés razón mamá, ahora mismo apago —dice él, pero antes de irse a dormir coloca el archivo subtitulado en su carpeta de compartidos para que cualquiera, desde cualquier máquina, desde cualquier lugar del mundo, pueda bajarlo. Fabio jamás olvida ese detalle.

Los jueves suelo levantarme a las once de la mañana, casi a la misma hora en que Fabio, a quien no conozco, se ha ido a dormir en Rosario. Mientras me preparo el mate y reviso el correo, busco en Internet si ya está la versión original con subtítulos en español de mi serie preferida, que emitió ocho horas antes la cadena ABC en Estados Unidos. Siempre (nunca ha fallado) encuentro una versión flamante y me paso todo el resto de la mañana bajándola lentamente a mi disco rígido, para poder ver el capítulo en la tele después de almorzar.

Mientras espero, escribo un cuento o un artículo para Orsai: lo hago porque me resulta placentero escribir, y porque quizás haya gente, en alguna parte, esperando que lo haga. El artículo de este jueves habla de Internet. Dice, palabras más, palabras menos, algo que hace venticinco años dijo Borges mucho mejor que yo, en un poema maravilloso que se llama Los Justos:


"Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo."

(Hernán Casciari)

Y se acordaba de nuestros nombres...

lunes, 21 de febrero de 2011


 
Alicante se oscurece bajo el reflejo de las luces y el pegajoso repiqueteo de los cláxones.
Hay coches por doquier en un sábado cualquiera (estamos los terceros en todas las provincias españolas en tráfico rodado por metro cuadrado, ¡qué chuli!). Mi novia y yo nos encontramos en ese trámite postrero de la cena en el que las manos se nos van de las manos y los ojillos se nos entornan continuamente entre el guiño cómplice y la sugerencia oculta. Para no dejar un precedente, somos los últimos en abandonar el local, huérfano ya de clientes; sólo las miradas algo contrariadas de los camareros nos acompañan a la salida con forzada simpatía. En la calle, ella se ase a mi brazo izquierdo, tiernamente; yo, dibujando un escorzo de felicidad, desenfundo un cigarro, que casi acomplejado aparece en la ciudad…, y juntos, enfrentamos un frío muy frío, de un enero muy enero, excesivo para la templanza levantina. La temperatura en Alicante invita once meses al año a llevar, a lo más, una camisa y una chaqueta. Pero hoy hemos dado con el “duodécimo” mes más inhóspito, con una noche en la que se te permite escuchar los vientos en constante reyerta tras una esquina.
La calle desemboca en la conocida Rambla, una avenida larga, de doble dirección, ganada por luces gritonas y toses de motor, y que es el refrendo permanente de ese triste récord de tráfico. Cruzarla es una odisea. En la noche del “Sábado noche” no hay diablo que nos deje pasar ni corazón al que se le agriete el alma ante nuestra desangelada espera. Por fin la hilada de coches ve interrumpido su curso. Algún novato está aparcando, con el esquema del “buen conductor”, seguro, grabado aún en su memoria, lo que favorece el movimiento rápido de los viandantes. Allá vamos. Al cruzar, me sobreviene un golpe de entrega, de alegría, y beso la fría mejilla de mi pareja, con suavidad; quizás, ni ella se entera por lo anestesiada que la tiene. Pero sí, me nota, lo noto: me sonríe... Justo en ese momento, aparece “ella”. De golpe. Se dibuja en su rostro una inocencia infantil que raya con la beatitud. Aparentemente, pura inocencia. Nos gusta de entrada. Es de las niñas que portan un ángel en la mirada. Además es guapa. De rasgos orientales, sin llegar aún a la mayoría de edad, entreveo. Bajita, bastante más que nosotros, de modo que levanta la cara en su “ofrecimiento”. Va arropada, muy arropada, como si una caravana de bufandas cercara su frágil cuello para protegerlo. Y se ha dado cuenta de que nuestras carantoñas anteriores (creo que nos observaba desde el otro lado de la calle) no obedecían sólo al deseo de aplacar las ventiscas de la noche… Así que viene a nuestro encuentro. “¿Una rosa? Son dos euros”, nos sugiere con esa sonrisa robada a los sinsabores de la vida.
No suelo comprarlas, pues casi siempre acaban marchitas entre alcoholes o enrolladas en el fondo de la papelera más cercana. ¿Qué vida llevará esta pobre criatura salida de un legajo de una literatura fantástica, que no sabes si feliz o tortuosa?, me pregunto. No tendrá más de quince años. “¿Cómo te llamas?”, repongo con mi sonrisa más cálida (su indescifrable nombre no acude a mi parca memoria en este momento). Extraigo dos euros de mi bolsillo (nunca, jamás llevo cartera encima; seguramente en este momento estoy más indocumentado que ella, pienso). “No quiero flores –le digo-. Los euros son ti…”. Parece buena y gentil, mi sexto sentido me lo anuncia, mucho mejor que cualquiera de los conductores que nos impedían el paso minutos antes. Pero insiste: “No señor (señor me llama; me sorprende, pero la entiendo), tome las flores. Son suyas”. ¡Se me cae el cielo!

Mi novia y yo le decimos cómo nos llamamos, y se entreabre una muy escueta comunicación, favorecida por el espontáneo cariño, aunque dañada por la frontera del idioma. Un embrujo se ha apoderado de nosotros, sin duda, y creo que de ella…, mientras por momentos la percibo como si de una hermana pequeña se tratara. En sus ojos como olivas veo los océanos y los kilómetros recorridos que la separan de su tierra, sus afanes y sus luchas. Y también las incomprensibles trampas de esta puta vida. Que tan diferentes y esquivos destinos, permite, a veces, conciliar en pocos centímetros.

Al poco se aleja..., debe seguir trabajando. Pero nos obsequia desde lo lejos con una mueca generosa, una sonrisa vaporosa, aunque también indecisa, como la de ese mar y ese cielo que ha perdido en su viaje y que algún día espera recuperar. Su brazo esboza, a media distancia, un ademán de “adiós” agradecido en el único idioma que no conoce de lenguajes ni fronteras, el gestual.

Cada vez que volvemos a pasear por Alicante, por esa zona, nos acordamos de ella. Hace poco, la volvimos a ver. Le dimos dos euros, sin más.
Y se acordaba de nuestros nombres...

(Claudio Rizo).

Mi primer amor

domingo, 13 de febrero de 2011



Mi primer amor se llamaba Luis María Navarro. Me enamoré de él con cinco años. Era moreno, delgado y llevaba gafas. Era inteligente. Buen estudiante. Siempre tenía una merienda exquisita, envuelta con cuidado en celofán, con una servilleta de papel doblada en pico y atada con un elástico al bocadillo. También tenía una madre pequeñita y sonriente, tan perfecta como el bocadillo de cada mañana. Lo único que me molestaba de él es que siempre volvía del recreo con todo el pelo mojado. Le amé en silencio hasta los doce.

A los doce me topé con otro primer amor: Javier Medina. Era rubio y hermano gemelo de Fernando. Bailábamos agarrados en los guateques. Y me daba besos, muy pequeñitos, en el cuello. Cuando intentó hacerlo en la boca, le dejé, indignada.

A los doce y medio apareció en mi vida Ignacio Tanto, el tercer primer amor. Creo recordar que era peruano. El caso es que tenía un acento maravilloso con el que consiguió encandilar a todas las chicas de la clase. Como sacaba muy malas notas, le habían puesto en la primera fila y se pasaba horas balanceando su silla en las dos patas traseras, mirándome, siempre de perfil. Adoraba su indolencia. El día de San Valentín me regaló un elefantito de cristal diminuto que todavía conservo, aunque con la trompa rota. Me dejó por mi mejor amiga. Después de llorar en el patio, los perdoné a los dos y les deseé mucha suerte.

A los trece, apareció Mauricio Zabaleta, mi cuarto primer amor. Yo me tenía que ir a vivir a Kenia con mi padre y pocos días antes de mi marcha lo conocí en la piscina de la Ciudad de los Periodistas, en Madrid. Qué sitio más absurdo para enamorarse. Lo vi y quedé como fulminada. Inmediatamente. Sin cruzar palabra. Cuando llegué a Nairobi le escribí una carta al director de Iberia, explicándole mi penosa situación sentimental y pidiéndole un billete de vuelta gratis para reencontrarme con mi amor. Nunca me contestó, pero las noches estrelladas más hermosas de África las recuerdo al lado de Mauricio, aunque nos separaran miles de kilómetros.

El último primer amor fue el de los diecisiete y tenía sabor a mar. Un amor de piel tostada, ojos azules y tristes, en ocasiones. Nos dio por comer pulpo y pasar las tardes en una habitación alquilada por cuya ventana todo lo que se veía era color cielo y agua. Nuestros cuerpos pegados, explorando lo desconocido: nariz con nariz, mi pierna enroscada en la suya, su corazón latiendo sobre el mío. Me gustaba verle fumar. Se acabó el verano sin que hubiéramos llegado a ninguna conclusión. Me guardo su nombre, porque cuando nos enamoramos de verdad, por vez primera, suele ser un secreto. Casi inconfesable, porque todo lo importante lo es. Por eso, a veces, lo dejamos todo por ese primer amor. Existe sólo en nuestra memoria, en la intimidad de un recuerdo y nada de lo que nos rodea lo conoce, excepto quienes lo vivieron.

Yo, desde luego, si volviera a encontrarme con él y él siguiera siendo él, lo dejaría todo. Aceptaría mis errores, asumiría mis responsabilidades, y abrazaría el riesgo porque entiendo que es la única manera de buscar, por lo menos buscar, la felicidad.

Creo que todos nosotros tenemos el derecho de cumplir nuestros deseos.

(Ayanta Barilli)

Olvido

sábado, 5 de febrero de 2011



“En los años siguientes no seré capaz de recordar siquiera un instante en que estemos tendidos el uno junto al otro. Tendré un recuerdo fragmentario, vago. Sabré que él estaba siempre encima y yo siempre yacía inmóvil como si hubiera caído desde una gran altura. Recordaré detalles como el color de la alfombra en una determinada habitación de motel, o la clase de árbol que hay al otro lado de la ventana. Que él siempre lleva los calcetines puestos y yo todo lo que puedo. Recordaré hasta el menor detalle de él. Podré cerrar los ojos y ver el dibujo que traza el vello en el dorso de sus manos, el lunar de su mejilla, cada una de las arrugas del rabillo de sus ojos. Pero no podré recordar que sentía. Por muy intensamente que trate de obligarme a revivir el pasado, éste retrocede siempre, hasta ser inaccesible.”

(Kathryn Harrison , El beso)

Corazón coraza

sábado, 29 de enero de 2011



Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza

porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro

porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

(Mario Benedetti)
 

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