El último minuto

jueves, 26 de mayo de 2011




Ahora que no recuerdas las tardes de mi infancia,
déjame que perfile la luz de tu memoria
arañando del tedio y de la noche
la pasión insolente de los días felices.

El invierno, que devora los rostros
y convierte los labios en heridas,
nos pasó inadvertido.
Nada pudo atrapar
aquel domingo intacto de febrero
que pareció invencible por más que se anunciaran
la niebla y el vacío.

Agarrado a tu brazo
no existía dolor capaz de deslizarse
por las frágiles piernas
del niño que creía en la inmortalidad.

Nunca más ha podido ser posible,
las llagas que dejaron los inviernos
lograron su propósito.
No sentiré aquel viento nunca más,
no volverá aquel frío como un pájaro
capaz de seducir al mundo con su canto.

Porque todos los sueños
mantenían su pulso al despertar
a pesar de que a veces llegasen las derrotas,
aunque llegasen siempre.
Porque siempre he contado con tu brazo
y tu barba afilada.

No va a ser diferente.

El tacto guarda heridas que nadie le reprocha
y en la memoria hay gestos que recuerdan las manos
como el mar se percibe en la brisa salada.

Iba a ser tan feliz que escocería
muchos años después,
cobrando la alegría con lágrimas e insomnios
tan largos como un río.

Al entrar al estadio,
entre una multitud que nos hacía
anónimos y eternos,
intuí que un instante justifica el vacío,
que no caben mentiras donde habitan
los más nobles propósitos de un hombre.

Y pasó la tristeza inadvertida,
al contrario que Schuster con su melena rubia,
o el regate imposible de Futre ante el portero
para hacer de las redes un destino
donde nunca estorbaron el miedo y la distancia.

Aquellos dos asientos
sobre la fría piedra del invierno,
modestos como el hombre que construye un futuro,
son el lugar más cálido posible,
las más lujosas sábanas
y la ilusión más plena satisfecha.

Ahora que no recuerdas
aquel febrero inmóvil
que me mira, y me escuece, y me provoca
un vacío tan denso como el aire,
y me devuelve el verde de tus ojos
cuando me siento hundido,
y me persigue atento a mis fracasos
y a las desilusiones;
aquel febrero inmóvil será como tus manos,
y el tacto de tu barba
volverá cada vez que un balón acaricie
las redes del futuro en un minuto
que siempre será el último
por mucho que los años me pretendan.

(Fernando Valverde, dedicado a su abuelo)

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