Caída libre

domingo, 31 de agosto de 2008



Se apagan las luces. Del bullicio de los espectadores, buscando sus butacas antes de las cuñas publicitarias previas al largometraje, se pasa al silencio más absoluto en la sala. Se enciente una luz intensa y cegadora que apunta a tu asiento. No lo entiendes, se te pasan mil ideas de golpe por la cabeza: ¿se trata de una broma? ¿una encerrona? ¿Una sorpresa? No ves las cámaras. No recuerdas que coincida la fecha de hoy con ningún aniversario…
Extrañamente el cañón de luz te apunta desde el techo y tú desearías que en lugar de luz saliera de él un láser que te fulminase en este mismo instante para desaparecer de esta situación que te parece tan incómoda... Durante esos momentos te sientes ciega y desvalida. Creías que ibas al cine a ver una película de terror y es peor de lo que te imaginabas. El proyector se enciende al fondo y comienza el menor espectáculo del mundo: la película de tu vida. En el último minuto ha enfermado la protagonista y tú, que siempre has observado el espectáculo detrás de las bambalinas, debes salir a escena para reemplazarla. Has pasado de ser espectadora a protagonista y el papel te queda grande, te desborda y te deja ciega, sorda y muda. En la gran pantalla se proyecta tu vida en cinemascope con dolby estéreo surround. Salen, como fantasmas atrapados en tu pasado, detalles que habías condenado al cajón del olvido y sientes un horrible vértigo y un repentino pudor inconfesable. Te sientes desnuda. Los acontecimientos se atropellan y explotan, como palomitas de maíz hasta convertirse en pasado; mientras, ante tus ojos, el reloj de arena que consume tu tiempo y catapulta tu nombre al olvido, no se detiene. Todos los papeles de tu vida se concentran en un único personaje: tú. Eres mujer, hija, esclava, amante, amiga, geisha, prestidigitadora, funambulista en la cuerda floja y domadora de fieras. Te tienes que tirar al vacío sin red y no hay especialistas que ocupen tu lugar en las escenas de riesgo. Ahora te ves dentro de un avión de combate de la 2ª Guerra Mundial. No sabes cómo has llegado hasta allí, pero a estas alturas, ni te lo preguntas…Se abre la portezuela del avión y alguien te empuja porque el miedo te ha paralizado. Mientras buscas desesperadamente una anilla de la que tirar, te oyes a ti misma maldiciendo, cosa que nunca habías hecho antes…es tu voz, distorsionada por el pánico… –“¿Cuál era la puta anilla? ¿Joder, dónde está?...”
Y empiezas a valorar de repente todo lo que has tenido, mientras caes a la velocidad a la que se estrella contra la tierra un cuerpo de cincuenta y cuatro kilos, por efecto de la maldita gravedad…Y al caer te acuerdas de la gravedad y de Newton y del colegio, aquel día que no te estudiaste la lección y te sacaron en clase, y del sentimiento de culpabilidad cuando tuviste que confesarlo en casa… Te refugias entonces en Superman. La idea absurda de que Superman te podría salvar en el hipotético caso de lanzarte desde un rascacielos siempre ha vivido contigo, como un dogma de fe rescatado de la infancia. Cierras los ojos, porque has desistido de buscar la anilla y te concentras en la idea de llamar a Superman por telepatía…Todo te parece absurdo, pero tú no pediste llegar hasta aquí, cuando lo único que pretendías era ver una película de terror una tarde de domingo cualquiera…
Por fin aparece el superhéroe –ya empezaba a perder credibilidad-. Y justo cuando Superman está cogiéndote en brazos, para llevarte a su casa de hielo, te despiertas en tu cama, donde respiras profundamente y notas una sensación de alivio enorme. No es superman, sino Amor nº 14 quien te despierta con una taza de café calentito y te dice que estabas gritado en sueños… mientras sólo tú sabes que practicabas caída libre.

(La Dama)

Recuerdos que remueven el corazón con un tenedor

sábado, 30 de agosto de 2008



Odio mirar atrás y hacer balances. Pero no puedo evitarlo. Ya se aproxima mi cumpleaños y ésa es una época del calendario señalada en rojo que no perdono.
Días antes me dedico a recordarle a mis amigos sutilmente -y no tan sutilmente- que se aproxima la fecha señalada, en la que lo imprescindible es no olvidar felicitarme
Siempre he pensado que los buenos amigos son los que no olvidan la fecha de tu cumpleaños. Todo me viene de lo mismo: cuando cumplí los siete me fabriqué una fiesta de cumpleaños a mi medida y a imagen y semejanza de otra a la que había asistido dos semanas antes. Yo no era por aquel entonces lo que se dice muy “popular” entre las compañeras de clase y las niñas que había invitado olvidaron la fecha y no se presentaron.
Esto, pasada la barrera de la adolescencia te da exactamente igual, pero a los siete años es un trauma infantil que te marca para siempre. Cuando yo era niña las madres no te llevaban al psicólogo infantil, sino que después de apagar las velas de la tarta- que te serviría de postre para una semana entera- recogían la mesa y punto. Aquella fue la tarta de cumpleaños más amarga de mi vida y deglutirla con un nudo en la garganta no fue nada fácil.
Lejos de deprimirme eternamente –la depresión me duró sólo veinticuatro horas, porque desde niña he sabido elaborar bien mis duelos- me inventé una fiesta fantástica llena de risas, payasos y regalos.
Y eso fue lo que al día siguiente les conté a todas las que olvidaron mi fiesta de cumpleaños. Les dije que ni siquiera las había echado de menos entre tanto invitado.
Y los regalos que me inventé fueron los que nunca tuve: la Nancy bailarina y el proyector de Cine-Exin. Estaba claro que la dueña de un Cine-Exin era una triunfadora en su círculo de amistades. Aquello nunca lo consideré mentir, sino inventar lo que a la vida se le olvidó. Nunca tuve un Cine-Exin, ni una Nancy –bailarina o no-, pero siempre tuve una imaginación que superó a todas esas cosas. Con ella me fabriqué una magnífica fiesta de cumpleaños a mi medida y aprendí a tejer la telaraña que empezó a protegerme desde entonces de las frustraciones que me ha reservado la vida.
Mi mejor cine fueron las sombras chinescas que proyectaban las manos de mi abuela sobre la pared y mi muñeca preferida –que aún conservo- una de trapo que ella me regaló.
Ahora que el Cine-Exin y la Nancy son objetos de coleccionista y viven detrás de las vitrinas, mi imaginación sigue fabricando los juguetes que distinguen a los triunfadores de los fracasados.

(La Dama)

Invisible



"Crecer sucede en un latido. Un día estás en pañales, al siguiente ya no estás aquí. Pero los recuerdos de la niñez permanecen contigo todo el camino. Recuerdo un lugar, un pueblo, una casa como muchas casas, un patio como muchos patios, una calle como muchas otras calles. Y el asunto es que, después de todos estos años, sigo mirando hacia atrás, maravillado."
(De la serie "Aquellos maravillosos años")

No recuerdo el momento exacto en que conseguí hacer realidad el sueño que todos hemos tenido de niños: ser invisible. Con ello sobrevinieron dos cosas: la tranquilidad de no sentirme observada continuamente y una parcela de felicidad relativa en la que he colgado el cartel de “vado permanente”.
De hecho, debería sentirme más feliz de lo que me siento, de no ser porque esta virtud de invisibilidad llega tarde, como casi todos los grandes acontecimientos de mi vida y ahora no sé si realmente deseo o no, esta condición que me diferencia de mortales del género femenino más jóvenes que yo.
Una vez escuché decir a una actriz, que había notado que se estaba haciendo mayor porque cuando entraba en algún bar los hombres ya no se daban la vuelta para desnudarla con la mirada. Ahora aquellas palabras cobran sentido. Me había acostumbrado a no pasar desapercibida al entrar a un pub, o al pasear simplemente por cualquier calle. Ahora, aquellas miradas que sentía pegadas a mi nuca, ya no pesan en mi espalda y lo que suponía una desazón que me obligaba a caminar con los ojos pegados al suelo, ha desaparecido de la noche a la mañana y me siento ligera pero a la vez ignorada, como si formara parte del decorado de una valla publicitaria que no atrae la atención de nadie. Antes era como si mi valla mostrara a Charlize Theron en el anuncio de Dior y ahora no paso de ser la respetable ama de casa de la lejía “Tres sietes”. No es que no me miren, es que ahora no me ven.
De niña imaginaba que mi transparencia me concedería el don de la independencia absoluta y de paso aumentaría las posibilidades de mi lado voyeur al poder observar a los demás sin rubor alguno por sentirme a la vez observada y juzgada. Pero como ya he dicho, esta faceta me llega demasiado tarde.
Cuando me movía como la Campbell sobre una pasarela, soñaba con ser transparente y ahora que lo he conseguido empiezo a echar de menos a mi público. Hay que tener cuidado con lo que se desea. A veces se acaba haciendo realidad.
Aunque me cueste reconocerlo es el tiempo lo que ha cambiado la actitud de los demás. Bueno, realmente es el tiempo lo que nos cambia a todos, los ojos que nos miran son los mismos. El tiempo me ha cambiado a mí y de ahí la actitud del resto del mundo, que es la habitual cuando aparece en escena una mujer que va dejando la juventud a pasos agigantados y se encamina hacia la "terrible" cuarentena.
Tengo que aprender a vivir con mi nueva condición de ser invisible. Es una situación desconocida y como tal necesita un rodaje, una adaptación y un “hacer balance”, que supone asimilar lo perdido y tratar de cerrar la partida de pocker con las cartas que quedan sobre la mesa.
De repente siento un odio atroz por los productos de cosmética que pretenden convencerte de que te quitan años de encima y por las dependientas de El Corte Inglés que te llaman insistentemente “señora” cuando suponen por tu aspecto que gozas de una cuenta corriente saludable dispuesta a dilapidarse de un tarjetazo en un episodio de neurosis compulsiva buscando falsas fuentes de eterna juventud. Son como cantos de sirenas. Cuando las oyes quedas hipnotizada con su kit de supervivencia anti-edad y su inyección de moral: cuando menos te lo esperas, ya han comenzado a disparar su arsenal secreto contra tu maltrecha autoestima. Conozco el género: cremas antiedad, antiojeras, serum vital con liposomas (como si todo el mundo supiera lo que significa y cómo actúa contra el envejecimiento…) …las usan como minas anti-persona: hacen que desaparezcas de repente y te conviertas en un photoshop con tacones de aguja… como si la mujer estuviese condenada a vivir en una eterna pubertad –esa edad que recuerdo con escalofríos-.
Me estoy convirtiendo en el Dr. House de las dependientas de grandes almacenes y es que, en el fondo me divierte defender mi derecho a envejecer dignamente reafirmándome en mi condición de ser humano, defectuoso de serie, pero cien por cien natural, sin conservantes ni colorantes, que no quiere que lo mantengan eternamente joven y acartonado, aunque… eso signifique ir desapareciendo poco a poco, como Michael J.Fox en la foto de “Regreso al Futuro”.
(La Dama)

“- Bueno mamá, ¿Cuando vas a empezar a mentir con la edad, eh?, yo ya lo hago.
- Bastante trabajo me ha costado llegar hasta aquí, como para empezar a quitarme años.”

(De la película “A mi madre le gustan las mujeres”)

Círculos Viciosos

jueves, 28 de agosto de 2008



La belleza moribunda de la finalista de Miss Sevilla 72 se cruza con la mirada del carnicero que estudia por las noches oposiciones para policía local, cuando ella fugazmente levanta los ojos de eterna segundona para pedir la carne picada para la cena de los gemelos. Momentos antes ha pedido medio kilo de cebollas en el puesto de verduras buscando subterfugios para sus lágrimas diarias.
Mientras, la siguiente de la fila, la chica malabarista que estudia Arte Dramático y Biología, aguarda impaciente su turno calculando el tiempo perdido en esta cola – en detrimento de su examen de mañana- y haciendo equilibrios con la carpeta de apuntes y un pack de Coca-cola de 4 litros (su arsenal contra el sueño esta noche). Inspirado en estos ojos, oculto tras sus gafas, a su paso, el chico de mantenimiento repite torpemente en voz alta el único poema que aprendió en el colegio y a ella, que le ha sonado a luciérnagas en una noche de verano, siente que este día en el que le han vuelto a suspender la misma asignatura de siempre, ya no es tan opaco; envuelta en sus pensamientos, como si fuera transparente, se cruza con la casera del piso de estudiantes donde se aloja. La casera, lustrosa y satisfecha, sonríe mostrando su diente de oro cuando otro de sus “polluelos” le comunica por teléfono que emprende el vuelo tras terminar la universidad. Hay demasiado ruido de fondo en el sitio desde el que la llama. Es su fin de carrera y lo celebra en estos momentos en el bar de la facultad. Él se siente desbordado por la alegría, por eso hoy cree que es inmortal e invita a una chica americana de intercambio -que está buenísima- a una caña y en este mismo instante la americana está perdiendo los papeles “a la española”; con la cuarta copa está tan fuera de sí que le da un beso a un chaval mediocre que está al lado y que no da crédito a su suerte....
Mientras, el camarero discurre entre tanta clientela, al ritmo de UB40 haciendo equilibrios con una caja donde mete los vasos que los estudiantes dejan por cualquier sitio; nunca se cansa de poner bebidas y tapas, como hiciese años atrás su padre que ahora está sentado en una mesa cobrando, mudo y bastante sordo- “para lo que hay que oír…” piensa en su soledad con ruido de monedas y cajas registradoras.
Más abajo un perro viejo y desdentado se levanta a cámara lenta y sale un rato a la calle, ladra a un chihuahua que lleva en la mano un señor de unos 60 con ganas de jubilarse para no madrugar más y por fin pasar largas temporadas en el piso de Benidorm junto a su mujer, perfecta ama de casa que disfruta -o éso piensa él- escuchando el chup-chup de las lentejas a fuego lento... dándole vueltas hipnotizada por el movimiento de una cuchara de madera… lo que él no sabe es que ella ha comprado medio kilo de cebollas esta mañana para llorar a gusto, recordando la juventud atrapada en aquel año en que casi ganó un certamen de belleza.

(La Dama)

El Nuevo Quijote



Había decidido que estaba ya harto de que el destino le escribiera la vida. Se encontraba en ese momento en que si uno hace balance, puede entrar en una espiral caótica y eso iba en contra de su religión y de su carácter. Tenía don de gentes y la magia de captar la atención de cualquiera que se parase a escucharlo por un instante. Su cruzada era construir un mundo mejor. Sólo había un problema y es que en el siglo XXI las cruzadas al uso no estaban de moda y los molinos de viento no había que ir a buscarlos fuera de uno mismo.
Nunca había leído “El Quijote”, pero siempre había sido un gran candidato a ser armado caballero. Solía llamarse a sí mismo en tono irónico “El Caballero de la triste figura”, y se jactaba de ser un Quijote atrapado en un cuerpo de Sancho y es que, si bien su físico era más cercano al del fiel escudero, sus ideales y su corazón de aventurero hacían honor a las gestas más grandes narradas en los libros de caballería. Era, esencialmente, un hombre bueno. Su belleza interior, a menudo difícil de ver para los que se ciegan por los combustibles cuerpos, era capaz de pintar sonrisas ajenas con una facilidad pasmosa.
Como todo buen Quijote que se precie de serlo, tenía en secreto una hermosa Dulcinea. Una chica a la que había conocido meses atrás por internet de forma casual como suele ocurrir en este baile de máscaras. Ése era su nombre virtual, “Dulcinea”. Era lo primero que le había llamado la atención de ella, que eligiese ese nick precisamente y que sus palabras leídas en el chat sonasen tan dulces como la imagen que fue creándose de ella.
Finalmente un día, coincidiendo con su cumpleaños, quiso hacerse un regalo, se armó de valor y decidió dar el paso de quedar con su amada. Le había dicho que era unos años más joven y un poquito más alto después de que ella dejara colgada una foto de Angelina Jolie en el chat y se describiese como “una estudiante de segundo año de filología francesa que quería hacer nuevos amigos”.
Como suele ocurrir en estos casos, acordaron encontrarse en un sitio con un con un señuelo en forma de libro. Ella un libro en francés: el clásico de Flaubert, “Madame Bovary” y él un ejemplar de Zorrilla que se le antojó muy apropiado para la ocasión: “Don Juan Tenorio”. Llegó la hora y puntual, como corresponde a un caballero de honor, apareció en la esquina de la plaza fijada. Se había puesto la camisa nueva que su madre le había regalado aquella mañana y se había limpiado los zapatos de forma que podría haberse peinado reflejándose en ellos.
Pasó el tiempo: primero cinco, luego diez y así hasta cincuenta minutos. La chica de la foto no daba señales de vida. Empezaba a sospechar que su Dulcinea le había dado plantón. Y se vio a sí mismo casi ridículo, vestido “de domingo” como cuando era niño, esperando a una mujer bellísima que, probablemente al observarlo de lejos, habría decidido no acudir a la cita
Ya se disponía a marcharse y cuando había guardado el libro en su maleta, observó por casualidad que al otro lado de la plaza una chica joven, cuya silueta le resultaba familiar, esperaba a alguien con un libro en las manos, que acto seguido guardó en su mochila. En efecto, se trataba de su sobrina. Una chica una generación más joven que él. La hija de su hermana mayor. Después de saludarlo, le dijo con la voz sensiblemente nerviosa, que estaba esperando a una amiga pero que probablemente le habría surgido algún contratiempo porque llevaba allí casi una hora ya y no aparecía nadie. Ella notó algo raro en su tío. Sí, era la primera vez que le veía fijador en el pelo, pero optó por no hacer comentarios al respecto.
Ambos, ya cansados de esperar, decidieron irse juntos caminando lentamente y charlando de cualquier cosa como de costumbre... para no confesar que en la maleta de él se escondía “El Tenorio” de Zorrilla y en la mochila de ella dormía “Madame Bovary”.
Al fin y al cabo estas cosas pueden pasar en la red...donde todos nos ocultamos tras una máscara ¿o no?
(Dedicado a “El Caballero de la triste figura” y a “Melibea")

(La Dama)

Nunca subestimes el poder de un duende

martes, 26 de agosto de 2008



-“Nunca subestimes el poder de un duende”.

Esta frase la oí por primera vez de los labios de mi abuela. Ella tenía la teoría de que la mayor parte de las cosas que creemos que ocurren por casualidad se deben a la mano de un travieso duende. Cuando no encontraba las cosas después de buscarlas por los rincones más inverosímiles, o cuando se dejaba parte de la compra en la tienda de ultramarinos del barrio, ella pensaba que era obra de un duendecillo con ganas de jugar. Así, no era infrecuente ver a mi abuela buscar el rodillo de amasar debajo de la cama, o el gato dentro de la perola del guiso…mi abuela conocía bien a los duendes y sabía de sus artimañas para despistarla, a pesar de que esta lucha interna que ella mantenía con esos pequeños hombrecillos la hicieran más de una vez pasar por desquiciada o chocha. Pero mi abuela era una mujer muy lúcida y si ella decía que los había visto, entonces seguro que existían. No hay nadie más creíble para una niña de cinco años que su abuela de setenta. En ocasiones, nos escondíamos ambas debajo de una mesa y tratábamos de no hacer ruido para despistar la guardia de los duendecillos y contemplar así sus danzas y festejos en torno a diminutas fogatas que mi abuela decía que montaban en el patio de nuestra casa.Por supuesto, este ritual sólo lo hacíamos cuando estábamos solas y habían salido todos los demás, porque era un secreto entre mi abuela y yo del que dependía el futuro de toda la humanidad. ¿Qué habría sido si no del mundo en caso de saber de la existencia de duendecillos diminutos que controlan los pequeños detalles de nuestra vida cotidiana? Mi abuela decía que tenían colores diferentes, y que el color verde, con el que siempre se han identificado era pura tradición, ya que erróneamente, la mayor parte de la gente siempre ha creído que los duendes sólo viven camuflados en los frondosos bosques. Pero no es así, y me alegro de que vivieran también en nuestra cocina, porque lo más parecido a un frondoso bosque que teníamos en la diminuta ciudad donde vivíamos era un parque vallado con animales enjaulados a los que íbamos a darle de comer los domingos.
El caso es que los duendes de mi abuela eran de todos los colores y vestían con ropas brillantes, pero invisibles a los ojos humanos. Bueno, sólo los podía ver alguien con la capacidad y la experiencia en duendes que tenía ella. Confieso que una vez me pareció verlos escondidos detrás de las cortinas. Soñaba con cazar alguno y convertirlo en mi mascota. Para ello me solía mover a todas partes con un tarro de cristal, con una tapa agujereada –para que pudiese respirar mi presa-, no en vano tenía ya dilatada experiencia cuidando gusanos de seda y me imaginaba que la diferencia entre cuidar gusanos y duendes no era demasiado grande.
Tenía un plan: primero alimentarlo y después pedirle tres deseos –un duende sin conceder deseos no es un auténtico duende-; esto último no me lo había dicho mi abuela, pero a esas alturas de mi vida, yo ya había escuchado muchos cuentos de hadas y todos coincidían en lo mismo: todo duende que se precie, debe conceder al menos tres deseos. En aquel tiempo, los tres deseos en la vida de una niña de cinco años se resumen en una inigualable escala de valores que buscaba un lugar en el Cielo: conseguir la paz del mundo, la felicidad eterna para todas las personas y la erradicación del hambre y las enfermedades. Es lo que había ganado en mi concurso mental de deseos, con mi capacidad para ser totalmente mártir y altruista: dejando atrás mi necesidad imperiosa de volar, convertirme en la mujer invisible y tener un pony.
Todo eso fue mucho antes de que mi abuela, que siempre tenía “palpitaciones” y una diabetes descompensada, se cayese redonda al suelo un día de octubre en que preparaba la cena en la cocina.
Cuando regresó del hospital ya no era la misma. No me reconocía,había sufrido una regresión y tenía mi edad mental. Sólo en momentos en los que parecía recuperar la lucidez, volvía a nombrar a los duendecillos.
Todos creían que había perdido completamente la cordura. Sólo yo, su nieta de cinco años, sabía de lo que estaba hablando y que había vuelto a recuperar la razón por un instante… para ver a sus duendes.


(La Dama)

Sucede que a Veces



Sucede que a veces la vida mata y el amor
te echa silicona en los cerrojos de tu casa,
o te abre un expediente de regulación,
y te expulsa del Edén, hacia tierras extrañas.
Sucede que a veces sales de un bar y la luz
quema la piel de este vampiro que te ama,
te llena la frente de fino polvo marrón-sur,
bostezas y te queman agujetas en las alas.

Pero sucede también
que, sin saber cómo ni cuándo,
algo te eriza la piel
y te rescata del naufragio.

Y siempre es viernes, siesta de verano,
verbena en la aldea, guirnaldas en mayo,
tormentas que apagan el televisor.
Teléfonos que arden, me nombra tu voz,
hoy ceno contigo, hoy revolución,
reyes que pierden sus coronas,
verte entre la multitud,
abrazos que incendian la aurora
en las playas del sur.

Sucede que a veces la vida mata y te encuentras
solo y en este corazón no reciclable
se hunden petroleros desahuciados y sospechas
que provocan miopía en lanzadores de puñales.
Sucede que a veces la vida mata y el invierno
saca su revólver, te encañona en las costillas,
te aterran los álbumes de fotos y el espejo,
huele a pino el coche y el mar a gasolina.

Pero sucede también
que, sin saber cómo ni cuándo,
algo te eriza la piel
y te rescata del naufragio.

Y siempre es viernes, siesta de verano,
verbena en la aldea, guirnaldas en mayo,
tormentas que apagan el televisor.
Teléfonos que arden, me nombra tu voz,
hoy ceno contigo, hoy revolución,
reyes que pierden sus coronas,
verte entre la multitud,
abrazos que incendian la aurora
en las playas del sur.

Sucede que a veces la vida mata...
Y siempre es viernes, siesta de verano...
Hoy ceno contigo, hoy revolución...

(Ismael Serrano)

Sinceramente tuyo



No escojas sólo una parte,
tómame como me doy,
entero y tal como soy,
no vayas a equivocarte.

Soy sinceramente tuyo,
pero no quiero, mi amor,
ir por tu vida de visita,
vestido para la ocasión.
Preferiría con el tiempo
reconocerme sin rubor.

Cuéntale a tu corazón
que existe siempre una razón
escondida en cada gesto.
Del derecho y del revés
uno sólo es lo que es
y anda siempre con lo puesto.

Nunca es triste la verdad,
lo que no tiene es remedio.

Y no es prudente ir camuflado
eternamente por ahí
ni por estar junto a ti
ni para ir a ningún lado.

No me pidas que no piense
en voz alta por mi bien,
ni que me suba a un taburete
si quieres, probaré a crecer.
Es insufrible ver que lloras
y yo no tengo nada que hacer.

Cuéntale a tu corazón
que existe siempre una razón
escondida en cada gesto.
Del derecho y del revés,
uno sólo es lo que es
y anda siempre con lo puesto.

Nunca es triste la verdad
lo que no tiene es remedio.

(Joan Manuel Serrat)

Ahora



Ahora que la adolescencia es un septiembre lejano,
humo de cerveza en un portal, un verano inacabado.
Algunos años en la facultad de ciencias,
papeles escritos, ron de Cuba, hojas de hierba,
un tren dormido en una vía muerta,
la luz de la ventana azul que siempre estaba abierta.

Ahora que quedan tan lejos las playas de Corfú,
las estaciones de trenes de Praga, Hamburgo o Estambul,
los viajes que trajeron a otros vistiendo nuestros cuerpos,
la luz de una cafetería, los amores conversos.

Ahora que te cansas y las piscinas cierran,
y apura el último baño la luz de las estrellas.
Ahora que regreso a los lugares a donde quise huir
y nadie me espera allí.
Ahora que casi llego a fin de mes,
que amo a una mujer.

Que amo a una mujer.

Ahora que pago las facturas, que me besé en La Habana,
que sueño con Lacandona, que ya no escribo cartas,
que cumplimos más añós que promesas,
que se hunden nuestros corazones como la vieja Venecia,
que llego tarde a los cines y al fin del planeta,
que alquilo un pequeño piso en un castillo de arena.

Ahora que duelen las resacas y cortan como una navaja.
Ahora que nadie nos saluda por los bares de Malasaña,
que pido auxilio, besos y comida por teléfono,
que fumo flores y lloro a veces mientras duermo.
Ahora que tiemblo como un niño abandonado.
Ahora que viejos amigos nos han traicionado.

Ahora es el momento de volver a empezar, que empiece el carnaval,
la orgía en el Palacio de Invierno, de banderas y besos.
Se cayeron mis alas y yo no me rendí,
así que ven aquí,
brindemos que hoy es siempre todavía,
que nunca me gustaron las despedidas.

(Ismael Serrano)

Donde quiera que estés

lunes, 25 de agosto de 2008



Donde quiera que estés,
te gustará saber
que por flaca que fuese la vereda
no malvendí tu pañuelo de seda
por un trozo de pan.
Y que jamás,
por mas cansado que
estuviese, abandoné
tu recuerdo a la orilla del camino,
y por fría que fuera mi noche triste,
no eché al fuego ni uno solo
de los besos que me diste.
Por ti brilló mi sol un día
y cuando pienso en ti brilla de nuevo
sin que lo empañe la melancolía
de los fugaces amores eternos.
Dondequiera que estés,
te gustara saber
que te pude olvidar y no he querido,
y por fría que sea mi noche triste
no echo al fuego ni uno solo
de los besos que me diste.
Dondequiera que estés…
si te acuerdas de mi.

(Joan Manuel Serrat)

Se había olvidado

domingo, 24 de agosto de 2008



Se había olvidado del carnaval y sus matracas
de los insomnios después de cada examen
de los barriletes con hojas de afeitar
de sus trescientos soldaditos de plomo
se había olvidado de las tardes en el río
de los caballos que dibujaba con crayolas
de la primera erección / el primer sueldo
de los mugrientos quilombos en la frontera
se había olvidado de la preciosa chiquilina
violada por sus milicos subalternos
del vómito rojo de aquel estudiante
que no estaba dispuesto a delatar
del nudo en su poquito de conciencia
de la sordera de los árboles abuelos
cuando él pasaba silbando o sollozando
pero un día el chaparrón de la memoria
cayó sobre su calva tan lustrosa
y sintió el bochorno de ya no ser
el gurisito de viejas primaveras
de saberse asimismo un huérfano de amores
un náufrago de patrias un ausente
y lo asaltó la cruz de los menesterosos
la piel de la violada que no pudo llorar
las máscaras que imitaban a su rostro
y lo bañó el embuste a borbotones
la purulencia de su vida de cruel
y puteó larga y tartajosamente
ante el olvido el intratable olvido
cuando lo vio tan lleno de memoria

(Mario Benedetti)

A través de las palabras



Dicen que a través de las palabras, el dolor se hace más tangible. Que podemos mirarlo como a una criatura oscura. Tanto más ajena a nosotros cuanto más cerca la sentimos. Pero yo siempre he creído que el dolor que no encuentra palabras para ser expresado es el más cruel, más hondo… el más injusto.

Pasé mi vida amando a una mujer que amaba a otro que no la amaba a ella sino a otra de la que nunca supo si le correspondía. Era un tiempo en el que miraba al futuro con más esperanza que miedo….

(Fragmento de "A los que aman", de Isabel Coixet)

La Pantera



Sus ojos, de tanto mirar entre las rejas
están tan cansados que ya no pueden ver otra cosa.
Para ella, es como si hubiera mil rejas,
y tras estas mil rejas, no existiera el mundo.

Camina en pequeños círculos, una y otra vez,
y el movimiento de sus vigorosos pasos
es como una danza ritual alrededor de un centro,
donde una voluntad gigantesca yace paralizada.

De vez en cuando,el telón de los ojos
se levanta en silencio y penetra una imagen,
se desliza por el silencio tenso de los hombros,
se zambulle en el corazón y muere.

(Rainer Maria Rilke)

Pesadilla



Una nueva etapa se termina, como siempre, en agosto. El año nuevo empieza en septiembre. La vuelta al mundo real después del período de amnesia buscado. Borramos de la memoria los malos recuerdos y hacemos propósitos para el nuevo año escolar. El niño que nos habita dentro sigue imperando en nuestros pasos, sigue dirigiendo nuestras emociones, nuestras rutinas. Nuestros sueños malogrados o hechos realidad dependen de ese niño tirano-amigo invisible con el que llevamos toda la vida. Dejamos hace tiempo de parecernos físicamente a él, sin embargo los ojos delatan su presencia en el espejo que nos refleja por las mañanas.
- "Sé que te ocultas ahí, no te escondas. Te veo, siempre estás detrás de todas los escaparates de la calle y siento como el rubor que coloreaba tus mejillas inocentes antaño, sigue poniéndote en evidencia delante de la gente cuando algo hace saltar tu alarma de control sobre todas las cosas. Sigues ruborizándote ante nimiedades que hacen desequilibrar por un instante el control mental que has conseguido con los años. Sigues pareciendo frágil, pero sólo en esos instantes en los que te dejas llevar por la vorágine de las cosas que te rodean."
Entonces, haces un viaje en el tiempo, y te encuentras sentada en aquel pupitre de madera, como en una pesadilla, el día que todas las miradas asesinas de tus compañeras de clase te apuntan y tú no has estudiado la noche anterior la lección, porque has invertido todo tu tiempo en soñar cómo serías si tu condición humana no fuera tal, sino la de una mariposa con las alas plateadas. La niña-inquisitiva que llevas dentro te amenaza con chivarse de todo a la profesora y entonces notas que el corazón entra en una espiral de taquicardias sin retorno, y que las manos te sudan, y deseas matar a esa niña delatora que tiene el rostro que recuerdas de tus fotos infantiles pero que es tu lado oscuro, el que siempre ha dominado tus bajas pasiones. Es la misma que echó de tu lado a Amor nº 4 porque no aguantaba el sonido de su repiqueteo en las mesas y sus pausas interminables al hablar; es la misma que intentó destrozarle el corazón a Amor nº 10 en venganza por sus abandonos y la que echó de tu vida a Amor nº 13 porque no soportaba su vanidad. Ella siempre ha hecho los trabajos sucios con los que tú no has querido ensuciarte las manos. Ahora ha vuelto para reclamar el alma que le prometiste.
La taquicardia no te deja apenas respirar, el sudor recorre tu espalda y notas cómo se ha abierto una falla debajo de tus pies por la que empiezas a caer en picado. Tratas de gritar pero nadie te oye… intentas correr pero tus piernas no responden… caes, caes, caes muy deprisa…
Y entonces te despiertas como si hubieras corrido los cien metros lisos en una final olímpica. Hoy, tú le has ganado la carrera a ella.

(La Dama)

Ese gran simulacro



Cada vez que nos dan clases de amnesia
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana
cada vez que nos dan clases de amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros


en mi región hay calvarios de ausencia
muñones de porvenir / arrabales de duelo
pero también candores de mosqueta
pianos que arrancan lágrimas
cadáveres que miran aún desde sus huertos
nostalgias inmóviles en un pozo de otoño
sentimientos insoportablemente actuales
que se niegan a morir allá en lo oscuro


el olvido está lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda
en el fondo el olvido es un gran simulacro
nadie sabe ni puede / aunque quiera / olvidar
un gran simulacro repleto de fantasmas
esos romeros que peregrinan por el olvido
como si fuese el camino de santiago

el día o la noche en que el olvido estalle
salte en pedazos o crepite
los recuerdos atroces y de maravilla
quebrarán los barrotes de fuego
arrastrarán por fin la verdad por el mundo
y esa verdad será que no hay olvido.

(Mario Benedetti)

Muerte en el olvido

sábado, 23 de agosto de 2008



Yo sé que existo
porque tu me imaginas.
Soy alto porque tu me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo- el que la habita...

(Ángel González)

Vida y Muerte



“Esto no es un cuento”, comenzó El Pintor, “sino un sucedido. Y sucedió en Galicia, en un lugar llamado Maroño. Allí vivían dos hermanas, solas, en una casa que daba al mar. Una hermana se llamaba Vida y la otra Muerte. Eran dos mozas guapas, muy alegres, y se llevaban muy bien. Como tenían muchos pretendientes, hicieron un juramento: podían tener aventuras con hombres, pero no se separarían nunca. Y así lo cumplían.

Los días de fiesta iban juntas al baile a un lugar que se llamaba Donaire, adonde iban todos los mozos de la comarca. Para llegar allí tenían que pasar por una marisma con mucho lodazal, así que las hermanas iban con los zuecos puestos y llevaban en la mano los zapatos de bailar para no mancharlos por el camino. Los de Vida eran negros, y los de Muerte blancos, porque, aunque no lo creáis, la muerte calza zapatos blancos.

Pues bien, una noche de invierno crudísimo hubo un naufragio, porque este, como sabéis, es un país de mucho naufragio. El barco hundido se llamaba Palermo, e iba cargado de acordeones. La tempestad hundió el barco y arrastró el cargamento. El mar se llenó de acordeones y los hizo sonar al mecerlos en el oleaje. Aquellas melodías llegaron hasta la costa empujadas por el viento, y las dos hermanas las escucharon desde su casa. Eran melodías tristes, la música de un naufragio.

Por la mañana, los acordeones yacían en la playa del lugar, todos destrozados. Todos menos uno, que encontró un joven pescador. Le pareció que había tenido mucha suerte y decidió aprender a tocarlo. Tocaba tan bien como el mismo océano.

La hermana Vida vio al muchacho tocando en uno de los bailes y se enamoró de él. Se enamoró tanto que pensó que aquel amor por el acordeonista valía más que la promesa que le había hecho a su hermana, así que Vida y el acordeonista huyeron juntos. Muerte se quedó sola, y nunca se lo perdonó a su hermana.

Por eso ahora Muerte va y viene por los caminos, sobre todo los días de frío. Lleva puestos sus zapatos blancos, porque ya digo que la Muerte calza de blanco, y se para en las casas donde encuentra zuecos en la entrada y llama a la puerta para preguntar: ¿sabe usted algo de un mozo acordeonista y de la puta de la Vida? Y a quien pregunta, si no sabe nada, se lo lleva por delante.

Esta historia me la contaron en una taberna. Hay tabernas que son universidades”.

(Adaptación de un extracto del guión de “El Lápiz del Carpintero”, de Xosé Morais y Antón Reixa basado en la novela de Manuel Rivas)

Fantasías



Sus manos en las caderas. Las yemas de los dedos presionando en el límite del dolor. Su aliento en el cuello. La respiración entrecortada. Antes, cuando hacía el amor con su marido, su mente volaba como una cometa con las cuerdas tensas, arriesgando en cada pirueta. Pero, desde hacía algún tiempo, el placer de planear había desaparecido. Todo se había reducido a unos movimientos rítmicos. Fricciones entre dos cuerpos totalmente carentes de pasión. Amaba a su marido, aunque amar siempre le había parecido una palabra presuntuosa. Pero la rutina, con la mecánica de un tractor, había aniquilado la ilusión. Y la pasión. Y las mariposas en el estómago. Se folla con la cabeza, pensaba ella. Y mi cabeza está embotada. Sin embargo, si cerraba los ojos e imaginaba a otro hombre, su placer era mayor. Era una fantasía íntima que se sentía incapaz de compartir. Hasta que un día conoció al hombre que había imaginado. Lo reconoció por su olor a tabaco. Su sonrisa torcida. Su mirada inquieta. Sin duda aquellos eran los dedos que conocían su cuerpo y sabían abrirlo y cerrarlo a su antojo. Lo deseó sin palabras. Fue una descarga eléctrica entre sus muslos. La atracción era mutua e intentar contenerse parecía sólo un despropósito. Cada paso que daba le conducía en la misma dirección. Quedaron en un hotel próximo al Retiro, una tarde de lluvia intensa. Él llegó primero. Se desnudó y dobló con cuidado su ropa interior. Ella prefirió dejarla desordenada sobre la moqueta. Le molestaba tanta corrección. Cuando la abrazó ella sintió que se lanzaba de cabeza a una piscina helada. Luego cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y, mientras él lamía su cuello, imaginó que hacía el amor con su marido.

(Juana Cortés Amunárriz,Primer Premio del Certamen de Relatos Hiperbreves de la Comarca del Bajo Aragón)

Navegar por tu cuerpo



Déjame navegar del norte al sur de tu cuerpo diminuto. Quiero ir a la fragua oscura de tus cabellos recogidos y beberme el vino oscuro de tus ojos. De esos ojos amplios y nocturnos que algún día me avistaran como el naufrago perdido en que me he convertido. Quiero morder tus labios desbocados y volver del fondo de tu boca, derrotado, junto a tus palabras. Al instante lamer lentamente el azahar de tu sonrisa.
Besar tus orejas para que el sonido quede fuera de los dos y se derrame haciendo eco en nuestro territorio de caminos oscuros.
Y atraco, en el puerto umbrío de tus mejillas, el barco desnudo de mis cinco dedos desplegado como las velas al viento furioso. Las miro, las toco, las beso, me repliego, como un abanico, y las vuelvo a descubrir, a acariciarlas a besarlas de nuevo con esa furia desbocada de animal salvaje en que me he transformado desde que me acosa la noche hambrienta. Por el rumbo de tu nariz crepuscular, encallan las cuatro aberturas de mis dedos infinitos abriendo y derramando los dedos de nuevo sobre tus pómulos y virando hacia la dulce cereza escondida de entre tus labios o el laberinto de amor que sugieren tus orejas
Y ahora bajo por la península estrecha de tu cuello montado en un buque de besos, haciendo bordadas pausadas por la costa invariable de tu pecho embrujado. Dejo que el viento del Norte guiñe el rumbo, placidamente, hacia la blanca espuma de la playa que son tus senos apretados y fondeo en ellos con un ansia brutal mi avariciosa sed de naufrago. Descerrajo la pasión orzando hacia tus exactos pezones de calderas rosadas y me pierdo en esa geografía apasionada. Voy bajando por tu vientre sigiloso, mientras el viento del sur trae aromas del negro olor de bosque inconcluso que se encuentra a jornadas de tu ombligo inacabado. Me detengo y lo circundo, palmo a palmo, con las velas ya hechas jirones. Mis manos de Tierra aprietan la tibia miel de tu breve cintura mientras el enjambre de mis besos pone rumbo, desatado, a tu ardiente copa de espiga de trigo.
La noche se adelgaza trémula y crece como una ola desmedida. La noche de Julio se detiene, orgullosa, como un agua feroz, como un barco roto Y como una gaviota hace círculos… Ahora te hago señales desde tus minúsculos dedos meridionales y tú sonríes a la noche oceánica que golpea en las ventanas, “Carne de greda inocente, cómo recuerdo tu piel. Tengo las manos untadas con la mansedumbre de tu desnudez…”

(José Candau)

Triste Nº 1



"Por la memoria vagamos descalzos
seguimos el garabato de la lluvia
hasta la tristeza que es el hogar destino
la tristeza almacena los desastres del alma
o sea lo mejorcito de nosotros mismos
digamos esperanzas sacrificios amores.

A la tristeza no hay quien la despoje
es transparente como un rayo de luna
fiel a determinadas alegrías.

Nacemos tristes y morimos tristes
pero en el entretiempo amamos cuerpos
cuya triste belleza es un milagro.

Vamos descalzos en peregrinación
triste tristeza llena eres de gracia
tu savia dulce nos acepta tristes.

El garabato de la lluvia nos conduce
hasta el hogar destino que siempre has sido
tristeza enamorada y clandestina.

Y allí rodeada de tus frágiles dogmas
de tus lágrimas secas, de tu siglo de sueños
nos abrazas como anticipo del placer.

(Mario Benedetti)

Desde una roca



Desde una roca y mirando al mar se adivinaba la figura de un anciano. La mujer que desde lejos le observaba desde hacía rato, se le fue acercando poco a poco. Al llegar a su altura se dio cuenta que aunque el viejo miraba al mar no lo veía: era ciego.
Éste al oír llegar a alguien, le preguntó: -¿No serás tú una mujer joven, de largos cabellos, de piel suave y de gran bondad....?¿No serás tú una mujer con clase, sincera, simpática, atractiva...? Dime, ¿no eres tú así?.

La mujer , que era sin duda como el viejo la había descrito, se sonrojó.
-"Si eres tú, tienes que saber que llegas 60 años tarde,
pues llevo 60 años esperándote, pero te agradezco que aunque tarde, hayas venido.
No te puedo ver, pero sí sentir, y siento que eres tú. Ahora ya podré dormir tranquilo".

Cerró los ojos y murió en brazos de la mujer, que muy sorprendida miraba al mar desde una roca.

(Desconozco el autor)

Una chica sin acreditación



Esta semana no he estado de suerte, la verdad, quizá porque el martes fue también 13, el caso es que sólo me ha tocado un apartamento en la playa, una bicicleta de montaña, tres televisores y un fin de semana en Alcocéber. A mí me tocan muchas cosas porque trabajo en casa y cojo el teléfono siempre que suena, por si me llaman de Hollywood para encargarme un guión de psicópatas. Pero el teléfono sólo suena ya para que una señorita te diga que eres un afortunado porque te acaba de tocar un apartamento en régimen de multipropiedad. Lo del apartamento está bien; lo malo es que para hacerte cargo de estos bienes has de pasar un fin de semana en lugares absurdos y soportar reuniones de las que no te dejan salir hasta que les compras una enciclopedia. Claro que si al final caes y firmas, te regalan dos apartamentos más en Torrevieja. Yo nunca he estado en Torrevieja, pero por las cosas que leo en los anuncios y por los apartamentos que me tocan continuamente allí, tiene que ser un lugar infernal.
Así que me tocó un apartamento, ya digo, pero lo rechacé. Le expliqué a la señorita del teléfono que soy prácticamente el dueño de Torrevieja y que no deseo poseer más riquezas infernales por ahora. Al día siguiente sucedió lo de la bicicleta de montaña y también renuncié. Por los televisores, como comprenderán, no voy a molestarme después de haberme desprendido de los apartamentos, ¿dónde iba a meterlos? Además, para hacerme cargo de ellos tenía que asistir previamente a la presentación de una enciclopedia juvenil en un hotel con aire acondicionado, y a mí el aire acondicionado me acatarra.
Una mala semana, ya digo; no hacían más que tocarme porquerías y encima no me llamaron de Holywood para lo del guión: a lo mejor tengo que ir renunciando a ese sueño y retirarme a Torrevieja para convertirme yo mismo en un psicópata. Sin embargo, el viernes comenzaron a arreglarse un poco las cosas. Estaba escribiendo una historia de violadores para Hollywood, porque me gusta tener preparadas las cosas antes de que me las pidan, cuando sonó el timbre de la puerta. La abrí, con gesto de fastidio, para espantar en seguida al mendigo de turno o al vendedor de máquinas de coser, y me encontré al otro lado con una mujer menuda cuya sonrisa me fascinó por algo que no sé.
-Sólo serán dos minutos -me dijo.
La invité a pasar, pero se ve que mi aspecto le dio miedo, porque cuando escribo guiones de locos para Hollywood se me ponen los pelos de punta y se me extravía un poco la mirada.
-Podemos hacerlo aquí mismo -añadió-. Es un instante. Soy del Ayuntamiento y estamos realizando una encuesta. ¿Conoce usted algún cementerio de Madrid?
-Todos -respondí con expresión sombría.
-¿Y le parece que los cementerios de nuestra Comunidad están dotados de las medidas de seguridad necesarias?
-A mis seres queridos, que yo sepa, no les han robado hasta ahora ningún hueso.
-Nada más, muchas gracias. Dígame su nombre.
Se lo dí y desapareció por la escalera antes de que se me hubiera ocurrido pedirle la acreditación. O sea, que lo más probable es que no fuera del Ayuntamiento, sino de una empresa privada que quizá va a montar un cementerio en la Comunidad y está haciéndose con un fichero de la gente con más probabilidades de suicidarse. Así que un día de éstos me comunicarán por teléfono que acaba de tocarme, en régimen de multipropiedad, un sepulcro con sistema de apertura retardada, es decir, una tumba segura en la que podrán descansar mis restos un mes al año, o dos, si se acostumbran a reposar en temporada baja. Lo malo es que para hacerme cargo de ella tendré que asistir a una reunión con aire acondicionado en la que me regalarán un apartamento en Torrevieja. ¿Y para qué quiero yo un nicho en Torrevieja teniendo una tumba como Dios manda en Madrid? ¡Menuda historia de psicópatas para Hollywood! A ver si me llaman.

(Juan José Millás)

El Mago



Ya hacía mucho tiempo que había perdido la noción de la diferencia entre vagar por los espacios interiores y exteriores. Cuando se borran las fronteras, los conceptos y los objetos se mezclan de una forma extraña y se puede transitar entre ellos uno a uno, o todos a la vez indistintamente.
Pocas veces pensaba en estas cosas, pero ahora que lo hacía hasta la idea de tiempo le parecía lejana. Tiempo... cuando el futuro es una certeza, el pasado y el presente se funden en una niebla engañosa e inaprehensible que elude los embates de la razón. ¿Cómo procesar en un cerebro humano el espacio infinito que hay por delante cuando se ha eludido la celada de la muerte?
Se borró la frontera y con ella el recuerdo de dos mundos divididos por una línea, para transformarse en esta maravillosa continuidad del todo.
Sí, había un cuerpo físico anclado en las profundidades de un mundo helado, y un mundo helado en algún rincón del universo regido por las leyes de la existencia, y unas leyes que regían en ese lugar pero habían sido forjadas en otro muy distinto donde las leyes no existían, sino que se iban creando a la medida de su propia necesidad. Había, sí, un cuerpo físico pero no un vínculo con él, como no fuera para recordarle lo que alguna vez había sido. Ahora era libre, y hasta que algo llamara su atención seguía viajando impulsado por la estela de la música que ya era vieja cuando el tiempo aún no se había inventado.
Era inmensamente feliz, tanto que ya no podía concebir otro estado de ánimo... ¿Estado? Su humilde origen biológico aún ponía en su mente conceptos ahora sin sentido, permitiéndole el gozo de acuñar siempre significados nuevos. Ser de ánimo... eso está bien. Y tal vez en esto consistía su nueva condición, integrar y asimilar a su ser la continua novedad, la absoluta infinitud de lo infinitamente vasto y nuevo.
Cada tanto la onda de su vibración lo acercaba a otro ¿ente, alma, ser, espíritu?. Otro yo. No podría ser otro el concepto, pues decir que la intimidad de la comunicación llegaba a nivel molecular, era una comparación tan grosera como una colisión galáctica. Un "otro yo" igual pero distinto, un yo que esta mas allá de mí, la canción de mi yo que canta integración y a la vez independencia. ¡Caray con las palabras! ¡Es tan sencillo de sentir y sin embargo tan difícil de explicar! Sabía con total certeza que con el tiempo ¿tiempo? las palabras que todavía sonaban en su mente irían perdiendo su sentido original, convirtiéndose en un atavismo, en apenas un recordatorio de la cáscara que aún lo mantenía vinculado al mundo de la materia.
No imaginaba con mucha claridad su pensamiento sin palabras, tanto más que precisamente eran ellas las que lo habían traído aquí, donde quiera que eso esté.
Un mago nace de la palabra, y se alimenta de ella. Con la palabra nombra a la naturaleza, y con la palabra la atrae, la seduce y conquista. Con la palabra comprende y modela a las fuerzas del universo, interpreta sus leyes y escribe las suyas propias bajo el auspicio de lo dinámicamente inmutable.
¡Qué bonito recuerdo le llegó desde tan lejos! Estaba tan claro... para la vida había sido un humano, y para los humanos un mago. Se reclina sobre este pensamiento remoloneando en cada uno de sus detalles, saboreando los delicados matices de lo que alguna vez fue, y se entretiene observando aquí y allá luces y colores de una realidad pasada como un artista exigente, siempre insatisfecho de la perfección de su obra. Viajando al descuido de la música nunca había vibrado cerca de algún otro-yo que no tuviera conciencia de la ausencia de tiempo en este plano, ni de la facultad para moverse entre ellos sin restricciones por el solo hecho de la voluntad. Una pizca de nostalgia le resultó irresistible ahora para sazonar su felicidad, que se cocinaría a fuego lento en el caldero eterno.
Sobrevoló amorosamente cada momento vivido desde su nacimiento, retrocedió hasta el momento de su concepción y aún antes de ella, descubriendo los insondables laberintos del espíritu humano. Sabía lo que quería, y tenía el poder para hacerlo. Pintó por aquí donde había una sombra de miedo con un toque de color brillante, por allí sobre una luz cegadora deslizó el pastel que tranquiliza el alma. Más allá dibujó un rico arco iris sobre el gris de la soledad, y algo más acá cambió algo del rojo de la ira por el matiz verde de la esperanza. Trabajaba con el tiempo como tela, su vida era su obra. Lo hacía con paciencia y dedicación, disfrutando cada detalle con deleite indescriptible.
Desde esta nueva perspectiva, desde el infinitamente distante futuro estaba creando su pasado, y éste le iba llegando desde una distancia igualmente lejana a medida que lo iba creando. Resultaba divertido buscar en sus más recónditos recuerdos los hechos y sensaciones que en este preciso instante estaba inventando para sí mismo.
Ya satisfecho con su obra se regocijó en contemplarla. Otro viejo misterio se había revelado a su conciencia, quizás como justa retribución al trabajo bien hecho. Ahora comprendía ese sentimiento de compañía, esa convicción de no estar solo que lo acompañó cada día de su vida física. Se recordaba asistido y contenido, salvado y dirigido por una fuerza superior que parecía tener un plan para él.
Tantas veces había querido apartarse de esa senda a la que finalmente llamó destino.... qué ingenuo había sido... " yo fui mi propio Dios", se dijo, y su risa duró otra eternidad.

(Carlos Lettiere)

Me importa un pito

viernes, 22 de agosto de 2008



No sé; me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso si! - y en esto soy irreductible - no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Está fue - y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Que me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Que me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronostico reservado? ¡ María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡ María Luisa! ¡María Luisa!... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡ Que delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer a una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

(Oliverio Girondo)

Poema del Amigo

jueves, 21 de agosto de 2008



Se necesita un amigo.
No es necesario que sea hombre,
basta que sea humano,
basta que tenga sentimientos,
basta que tenga corazón.

Se necesita que sepa hablar y callar,
sobre todo que sepa escuchar.

Tiene que gustar de la poesía,
de la madrugada, de los pájaros, del Sol,
de la Luna, del canto, de los vientos
y de las canciones de la brisa.

Debe tener amor, un gran amor por alguien,
o sentir entonces, la falta de no tener ese amor.
Debe amar al prójimo y respetar el dolor que
los peregrinos llevan consigo.
Debe guardar el secreto sin sacrificio.
Debe hablar siempre de frente y
no traicionar con mentiras o deslealtades.

No debe tener miedo de enfrentar nuestra mirada.
No es necesario que sea de primera mano,
ni es imprescindible que sea de segunda mano.
Puede haber sido engañado,
pues todos los amigos son engañados.
No es necesario que sea puro,
ni que sea totalmente impuro,
pero no debe ser vulgar.

Debe tener un ideal, y miedo de perderlo,
y en caso de no ser así,
debe sentir el gran vacío que esto deja.
Tiene que tener resonancias humanas,
su principal objetivo debe ser el del amigo.
Debe sentir pena por las personas tristes
y comprender el inmenso vacío de los solitarios.
Se busca un amigo para gustar
de los mismos gustos,
que se conmueva cuando es tratado de amigo.

Que sepa conversar de cosas simples,
de lloviznas y de grandes lluvias y
de los recuerdos de la infancia.
Se precisa un amigo para no enloquecer,
para contar lo que se vio de bello y
de triste durante el día, de los anhelos
y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad.

Debe gustar de las calles desiertas,
de los charcos de agua y los caminos mojados,
del borde de la calle, del bosque después de la lluvia,
de acostarse en el pasto.
Se precisa un amigo que diga que vale la pena vivir,
no porque la vida es bella, sino porque estamos juntos.

Se necesita un amigo para dejar de llorar.
Para no vivir de cara al pasado,
en busca de memorias perdidas.
Que nos palmee los hombros,
sonriendo o llorando,
pero que nos llame amigo,
para tener la conciencia de que aún estamos vivos.

(Vinicius de Moraes)

Peces de Ciudad

martes, 19 de agosto de 2008



Se peinaba a lo garçon

la viajera que quiso enseñarme a besar

en la gare d'Austerlitz.



Primavera de un amor

amarillo y frugal como el sol

del veranillo de san Martín.



Hay quien dice que fui yo

el primero en olvidar

cuando en un si bemol de Jacques Brel

conocí a mademoiselle Amsterdam.



En la fatua Nueva York

da más sombra que los limoneros

la estatua de la libertad,



pero en desolation row

las sirenas de los petroleros

no dejan reír ni volar



y, en el coro de Babel,

desafina un español.

No hay más ley que la ley del tesoro

en las minas del rey Salomón.



Y desafiando el oleaje

sin timón ni timonel,

por mis sueños va, ligero de equipaje,

sobre un cascarón de nuez,

mi corazón de viaje,

luciendo los tatuajes

de un pasado bucanero,

de un velero al abordaje,

de un no te quiero querer.



Y cómo huir

cuando no quedan

islas para naufragar

al país

donde los sabios se retiran

del agravio de buscar

labios que sacan de quicio,

mentiras que ganan juicios

tan sumarios que envilecen

el cristal de los acuarios

de los peces de ciudad



que mordieron el anzuelo,

que bucean a ras del suelo,

que no merecen nadar.



El Dorado era un champú,

la virtud unos brazos en cruz,

el pecado una página web.



En Comala comprendí

que al lugar donde has sido feliz

no debieras tratar de volver.



Cuando en vuelo regular

pisé el cielo de Madrid

me esperaba una recién casada

que no se acordaba de mí.



Y desafiando el oleaje

sin timón ni timonel,

por mis venas va, ligero de equipaje,

sobre un cascarón de nuez,

mi corazón de viaje,

luciendo los tatuajes

de un pasado bucanero,

de un velero al abordaje,

de un liguero de mujer.



Y cómo huir

cuando no quedan

islas para naufragar

al país

donde los sabios se retiran

del agravio de buscar

labios que sacan de quicio,

mentiras que ganan juicios

tan sumarios que envilecen

el cristal de los acuarios

de los peces de ciudad



que perdieron las agallas

en un banco de morralla,

en una playa sin mar.

(Joaquín Sabina & Pancho Varona)

De Amor, de desamor y de otras enfermedades

lunes, 18 de agosto de 2008



No debería leer ciertas cosas en determinadas etapas de mi vida. Hacen que me arrepienta de haber tomado algunas decisiones que han marcado el rumbo de este viaje. Estos días ha caído en mis manos “La hija del caníbal” y yo, una vez más vuelvo a identificarme con la protagonista, Lucía. Se llama igual que me llamaba yo años atrás. Tengo una edad cercana a la suya y creo que en estos momentos estoy viviendo su vida de una forma paralela.
Amor nº 14 y yo siempre hemos formado una extraña pareja. Nadie daba un duro por lo nuestro y sin embargo, aquí estamos cinco años después. Eso sí, para que no naufragase este barco, hemos tenido que arrojar parte de la carga al mar. Hemos transformado la pasión en rutina y el encanto de los primeros encuentros en un sombrío desamor, mezclado con reproches ocasionales, pero hemos logrado sobrevivir a la epidemia de fracasos que han matado a centenares de parejas amigas. Cuando le conocí me parecía atractivo a ratos, no en la continuidad de nuestras conversaciones. Me llamaba mucho la atención su timidez y su capacidad para hacer pasar desapercibidos sus más de dos metros de altura en antros repletos de tallas medias bajas. Su curva de la felicidad no existía, bueno, miento, era incipiente, pero no tan pronunciada como ahora cuando no contiene la respiración.
Todo el mundo sabía que la diferencia cultural siempre sería un obstáculo insalvable y con el paso de los años, se ha demostrado que tenían razón. Amor nº 14 odia ver películas dobladas, no entiende que estemos orgullosos de nuestra tortilla de patata y considera ofensivos comentarios alusivos a formas de vestir o de peinarse. Yo, que para ver películas subtituladas, prescindir de la tortilla de patatas y dejar de reproducir en voz alta todo lo que se me pasa por la cabeza, debería de nacer de nuevo, noto la fricción cuando tocamos esos temas, y a menudo los rozo de soslayo, porque fuera de la hipnosis de los primeros meses de nuestra relación, hablar de estas cosas acaba siendo motivo de discusión segura, donde empezamos por la tortilla de patatas y acabamos sacando las tensas relaciones familiares. Yo termino muda y él blasfemando en inglés.
Al día siguiente todo ha terminado en tablas. Yo no recuerdo por qué empezó la discusión y él me mira con cara de gatito mojado. Y es ese tipo de relación la que nos mantiene aún juntos. Mi amnesia y su capacidad para mimetizarse en animalitos desvalidos son los pilares de esta relación extraña y duradera. Imperfecta, como cualquier otra y singular como la que más. El caso es que no debería leer estos días La hija del caníbal, porque, aunque ella no lo sabe, hay cosas que Rosa Montero ha escrito pensando en mí –no tengo la menor duda-. De hecho hace una semana, cuando Amor nº 14 en el aeropuerto de Orly me dijo que tenía que ir al servicio, me pregunté si no empezaría justo en ese mismo instante, el resto de mi vida…

(La Dama)

Isla



De manera que estoy sola, y me gusta. Después de tantos años de convivir con Ramón recupero mi casa con la misma avidez con la que un país colonial se independiza del imperio. Ahora soy la princesa de mi sala, la reina de mi dormitorio y la emperatriz de mis horas. Dejo los discos compactos todos desordenados, leo hasta las cinco de la madrugada y como cuando tengo hambre. Convivir es ceder. Es negociar con otro, pagando siempre un precio, los minutos y los rincones de tu vida. Esa entrega de tus derechos cotidianos se hace por supuesto a cambio de algo: cobijo, cariño, compañía, sexo, diversión, complicidad. Pero cuando la pareja se deteriora el negocio de la convivencia comienza a ser ruinoso. Al final de mi vida con Ramón ya no nos dábamos nada el uno al otro. Una pareja aburrida es como una posada incómoda con demasiados huéspedes. Sin embargo, estoy dispuesta a probar en otra posada. Pero con tranquilidad, sin emborracharme de fantasías; digamos que, después de haberme dejado las pestañas buscando inútilmente al Hombre Ideal, empiezo a sospechar que es más grato y más conveniente encontrar a un buen hombre cualquiera.
He aprendido mucho en los últimos meses. Ahora sé, por ejemplo, que las personas hemos de soportar una segunda pubertad alrededor de los cuarenta. Se trata de un período fronterizo tan claro y definido como el de la adolescencia; de hecho, ambas edades comparten unas vivencias muy parecidas. Como los cambios físicos: ese cuerpo que comienza a abultarse a los catorce años, esas carnes que comienzan a desplomarse a los cuarenta. O como la pérdida de la inocencia: si en la pubertad entierras la niñez, en la frontera de la edad madura entierras la juventud, es decir, vuelves a sentirte devastado por la revelación de lo real y pierdes los restos del candor que te quedaban.
Ah, pero cómo, ¿la existencia era esto? ¿La decrepitud de los padres, el envejecimiento personal, el deterioro de las cosas, la insoportable pérdida?

(Fragmento de "La hija del caníbal", Rosa Montero)

Rutina, desamor y dudas

domingo, 17 de agosto de 2008



Le miré mientras cruzaba la sala: alto pero rollizo, demasiado redondeado por en medio, sobrado de nalgas y barriga, con la coronilla algo pelona asomando entre un lecho de cabellos castaños y finos. No era feo: era blando. Cuando lo conocí, diez años atrás, estaba más delgado, y yo aproveché la apariencia de enjundia que le daban los huesos para creer que su blandura interior era pura sensibilidad. De estas confusiones irreparables están hechas las cuatro quintas partes de las parejas. Con el tiempo le fue engordando el culo y el aburrimiento, y cuando ya apenas si podíamos estar juntos una hora sin desencajarnos la mandíbula de bostezos, se nos ocurrió casarnos para ver si así la cosa mejoraba. Pero a decir verdad no mejoró.

("La hija del caníbal", Rosa Montero)

De Noche



Y la noche se eleva como música en ciernes,
y las estrellas brillan temblando de extinguirse,
y el frío, el claro frío,
el gran frío del mundo,
la poca realidad de cuanto veo y toco,
el poco amor que encuentro,
me mueven a buscarte,
mujer, en cierto bosque de latidos calientes.

Sólo tú, dulce mía,
dulce en los olores de savia espesa y fuerte,
sin palabras, muy cerca, palpitando conmigo,
sólo tú eres real en un mundo fingido;
y te toco, y te creo,
y eres cálida y suave matriz de realidades,
amante, amparo, madre,
o peso de la tierra que sólo en ti acaricio,
o presencia que aún dura cuando cierro los ojos,
fuera de mí, tan bella.

(Gabriel Celaya)

Diez Años Después




Si diez años después te vuelvo a encontrar en algún lugar,
no te olvide que soy distinto de aquél pero casi igual.

Si la casualidad nos vuelve a juntar diez años después
algo se va a incendiar, no voy a mostrar mi lado cortés.

Aquello fue un gran punto de partida,
pero a la vez qué fácil se olvida.
Diez años después quién puede volver atrás.
Estamos en la tierra cuatro días
y el cielo no me ofrece garantías:
diez años después mejor volver a empezar.

Si tu credulidad se deterioró en algún lugar,
no te olvides que soy testigo casual de tu soledad.

Si diez años después no estamos igual, qué le vas a hacer.
Otros diez años más y luego, empezar juntos otra vez.

Aquello fue una linda primavera
pero fue solamente la primera.
Diez años después el tiempo empieza a pesar.
Me quedan balas en la cartuchera
pero te guardo siempre la primera.
Diez años después mejor reír que llorar.

Una carta te di que nunca escribí, que nadie leyó.
Hoy, diez años después, todo sigue igual, nunca te llegó.

Dentro del corazón, al día de hoy, no queda lugar.
Si perdí la razón, no fue por amor, fue por soledad.

La vida es una gran sala de espera,
la otra es una caja de madera.
Diez años después mejor dormir que soñar.
No se puede vivir de otra manera,
porque si no la gente no se entera.
Diez años después quién puede volver atrás.

Diez años después, mejor decir que callar.

(Los Rodríguez)

Madurar

sábado, 16 de agosto de 2008



Con los años, los humanos nos solemos ir achicando por dentro. De las mil posibilidades de ser que tenemos todos, a menudo acabamos imponiendo sólo una: y las demás se petrifican, se marchitan. Los escritores-profetas del sentimiento ñoño le llaman a eso madurar, aclararse las ideas y asumir la edad, pero a mí me parece que es como pudrirse. Ahí están luego esos muertos vivientes: les conozco. Hombres y mujeres cuarentones, tal vez bien situados, incluso triunfantes en su profesión, que de cuando en cuando suspiran y te dicen: «A mí antes me gustaba tanto hacer deporte...» (ahora la sedentariedad les ha convertido en gordos infames), «de joven me encantaba escribir» (ahora no sólo no escriben ni una sílaba, sino que además el único libro que han leído en los últimos cinco años es el manual de instrucciones del vídeo), o bien «no te lo creerás, pero yo antes vivía al día, disfrutaba haciendo cosas imprevistas y me pasé un año recorriendo Europa a dedo» (y, en efecto, resulta difícil de creer, porque ahora el tipo en cuestión es tan vital como una acelga y tan móvil como un champiñón, y ni siquiera se atreve a comprar el periódico en el quiosco sin haberlo reservado antes por teléfono). Todos ellos acarrean en su interior una colección de momias, todos tienen por almario una necrópolis.
Cuando Ramón desapareció, yo también tenía el almario un poco enmohecido y las personalidades interiores con telarañas, y probablemente la crisis me ayudó a rescatarlas.La buena noticia es que, si sobrevives, el sufrimiento enseña.La mala noticia es que el verdadero sufrimiento casi siempre mata.

(Fragmento de "La Hija del Caníbal",Rosa Montero)

La Mujer Maravilla sobrevolando París



Todos los años por estas fechas, Amor nº 14 me insinúa que le haga una demostración de entrega y de amor sin límites, que en su escala de valores suele consistir en que tomemos el primer avión que salga hacia cualquier parte del mundo y nos perdamos por unos días, tratando de parecernos a dos personas diferentes a las que somos a diario, con dos vidas distintas, llenas de emociones y aventuras. Él se transforma en Indiana Jones y yo en “La Mujer Maravilla”.
Amor nº 14, que conoce mi pánico a volar, a veces cree que no quiero viajar porque estoy demasiado apegada a mis cosas. Es cierto que no me hallo más de cinco días fuera de casa. Echo de menos a mi perro imaginario, mis plantas, mi falta de puntualidad, mi café matinal antes de la ducha…En lugares ajenos a mi ambiente habitual me convierto en un hombre del tiempo con el guión aprendido y repasado para no dejar cabos sueltos, lleno de normas para que todo salga según las previsiones. Necesito tener el control de la situación en cada ambiente hostil, que es aquel que se forma a mi alrededor cada vez que abandono mi burbuja. Todo tiene que ser un anticiclón en medio de una playa de aguas transparentes. Si algo me sugiere que se va a formar una tormenta, me coloco el traje de buzo en pleno mes de agosto…por si las moscas.
Hace dos días regresamos de París. Ir a la capital del país vecino era algo que siempre había deseado y que había intentado hacer en ocasiones anteriores, pero que hasta ahora, había estado posponiendo por distintas razones, entre ellas mi terror a coger aviones. Pero más que cobarde, siempre he sido cabezota, y una vez más, convertida en Wonderwoman decidí volar a París con mi Indiana Jones particular.
Todo lo que he vivido allí, lo resumiría con algo poco original, pero sincero que escribí en el libro de visitas de Notre Dame: “Es una ciudad preciosa. Estar aquí es un sueño hecho realidad”.

(La Dama)

Moviola

viernes, 15 de agosto de 2008



Estoy muerto sobre el asfalto, la gente me rodea, juntan sus cabezas sobre mí sin dejar que me llegue la luz. El aire escasea aquí abajo, pero ya no lo necesito. Luego se apartan, cada uno se va a lo suyo. Cuando por fin me quedo solo en mitad de la calle, oigo el frenazo y el coche me arrastra bajo su panza, con sus ruedas quietas, chillando y pintando dos rayas negras y una roja. El coche me arrastra y luego se marcha . Yo me levanto, retrocedo hacia la acera; corriendo, con miedo de perderla, y la veo pasar. Sí, es muy hermosa, tiene un halo de maga, y se me escapa entre la multitud. Después sigo retrocediendo hacia mi casa. Me quito el abrigo, me siento a la mesa y descubro en los posos del té, que una mujer mágica cambiará mi vida. Mojo unas galletas en él, las guardo en la caja y doy un sorbo... Veo salir el humo de la taza; debe estar quemando.

(Vicente Aracil Lillo)

Cerca y Lejos




Más allá del pecado,
indecible, te adoro,
y al buscar mis palabras
sólo encuentro unos besos.

En el pecho, en la nuca,
te quiero.
En el cáliz secreto,
te quiero.

Donde tu vientre es combo,
fugitiva tu espalda,
oloroso tu cuerpo,
te quiero.

(Gabriel Celaya)

Momentos Felices



Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
—el pitillo en los labios, el alma disponible—
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican la alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que se siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro —sé que todo es fiado—,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así la muerte,
¿no es la felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es la felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
«Estaba justamente pensando en ir a verte».
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarme en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?

(Gabriel Celaya)
 

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