"Crecer sucede en un latido. Un día estás en pañales, al siguiente ya no estás aquí. Pero los recuerdos de la niñez permanecen contigo todo el camino. Recuerdo un lugar, un pueblo, una casa como muchas casas, un patio como muchos patios, una calle como muchas otras calles. Y el asunto es que, después de todos estos años, sigo mirando hacia atrás, maravillado."
(De la serie "Aquellos maravillosos años")
No recuerdo el momento exacto en que conseguí hacer realidad el sueño que todos hemos tenido de niños: ser invisible. Con ello sobrevinieron dos cosas: la tranquilidad de no sentirme observada continuamente y una parcela de felicidad relativa en la que he colgado el cartel de “vado permanente”.
De hecho, debería sentirme más feliz de lo que me siento, de no ser porque esta virtud de invisibilidad llega tarde, como casi todos los grandes acontecimientos de mi vida y ahora no sé si realmente deseo o no, esta condición que me diferencia de mortales del género femenino más jóvenes que yo.
Una vez escuché decir a una actriz, que había notado que se estaba haciendo mayor porque cuando entraba en algún bar los hombres ya no se daban la vuelta para desnudarla con la mirada. Ahora aquellas palabras cobran sentido. Me había acostumbrado a no pasar desapercibida al entrar a un pub, o al pasear simplemente por cualquier calle. Ahora, aquellas miradas que sentía pegadas a mi nuca, ya no pesan en mi espalda y lo que suponía una desazón que me obligaba a caminar con los ojos pegados al suelo, ha desaparecido de la noche a la mañana y me siento ligera pero a la vez ignorada, como si formara parte del decorado de una valla publicitaria que no atrae la atención de nadie. Antes era como si mi valla mostrara a Charlize Theron en el anuncio de Dior y ahora no paso de ser la respetable ama de casa de la lejía “Tres sietes”. No es que no me miren, es que ahora no me ven.
De niña imaginaba que mi transparencia me concedería el don de la independencia absoluta y de paso aumentaría las posibilidades de mi lado voyeur al poder observar a los demás sin rubor alguno por sentirme a la vez observada y juzgada. Pero como ya he dicho, esta faceta me llega demasiado tarde.
Cuando me movía como la Campbell sobre una pasarela, soñaba con ser transparente y ahora que lo he conseguido empiezo a echar de menos a mi público. Hay que tener cuidado con lo que se desea. A veces se acaba haciendo realidad.
Aunque me cueste reconocerlo es el tiempo lo que ha cambiado la actitud de los demás. Bueno, realmente es el tiempo lo que nos cambia a todos, los ojos que nos miran son los mismos. El tiempo me ha cambiado a mí y de ahí la actitud del resto del mundo, que es la habitual cuando aparece en escena una mujer que va dejando la juventud a pasos agigantados y se encamina hacia la "terrible" cuarentena.
Tengo que aprender a vivir con mi nueva condición de ser invisible. Es una situación desconocida y como tal necesita un rodaje, una adaptación y un “hacer balance”, que supone asimilar lo perdido y tratar de cerrar la partida de pocker con las cartas que quedan sobre la mesa.
De repente siento un odio atroz por los productos de cosmética que pretenden convencerte de que te quitan años de encima y por las dependientas de El Corte Inglés que te llaman insistentemente “señora” cuando suponen por tu aspecto que gozas de una cuenta corriente saludable dispuesta a dilapidarse de un tarjetazo en un episodio de neurosis compulsiva buscando falsas fuentes de eterna juventud. Son como cantos de sirenas. Cuando las oyes quedas hipnotizada con su kit de supervivencia anti-edad y su inyección de moral: cuando menos te lo esperas, ya han comenzado a disparar su arsenal secreto contra tu maltrecha autoestima. Conozco el género: cremas antiedad, antiojeras, serum vital con liposomas (como si todo el mundo supiera lo que significa y cómo actúa contra el envejecimiento…) …las usan como minas anti-persona: hacen que desaparezcas de repente y te conviertas en un photoshop con tacones de aguja… como si la mujer estuviese condenada a vivir en una eterna pubertad –esa edad que recuerdo con escalofríos-.
Me estoy convirtiendo en el Dr. House de las dependientas de grandes almacenes y es que, en el fondo me divierte defender mi derecho a envejecer dignamente reafirmándome en mi condición de ser humano, defectuoso de serie, pero cien por cien natural, sin conservantes ni colorantes, que no quiere que lo mantengan eternamente joven y acartonado, aunque… eso signifique ir desapareciendo poco a poco, como Michael J.Fox en la foto de “Regreso al Futuro”.
(La Dama)
“- Bueno mamá, ¿Cuando vas a empezar a mentir con la edad, eh?, yo ya lo hago.
- Bastante trabajo me ha costado llegar hasta aquí, como para empezar a quitarme años.”
(De la película “A mi madre le gustan las mujeres”)
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