En el instituto por mucho tiempo que tuviera para prepararme los exámenes casi siempre remataba todo con estériles madrugones de última hora. Y, aunque los expertos tenían todo tipo de teorías al respecto, yo era la excepción que confirmaba no sé qué regla y a menudo me funcionaba la técnica del repaso desesperado de último momento. La misma situación se repetía una y otra vez y me decía a mí misma que cada ocasión sería la última.
Tengo la sensación de que con el paso del tiempo nada ha cambiado. Al trabajo los primeros días llego con mucho tiempo de antelación y cuando voy cogiendo confianza siempre acabo apurando la hora hasta que finalmente un día llego tarde. Empiezo tarde a enfrentarme con los obstáculos diarios y entonces todo se va ralentizando hasta que acabo a las tantas, agotada de mi lucha contra el tiempo y con la sensación de que siempre me queda algo en el tintero, que acabo de olvidar y que es imprescindible para sentirme completamente realizada.
Sigo acudiendo a los exámenes con la lección aprendida con alfileres. Me estoy cansando de ser el conejo del reloj en el País de las Maravillas.
La Dama
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