Luces de quasar

jueves, 12 de junio de 2008



Todos los días le veo pasar a la misma hora, distraído. Lleva la vista perdida y un caminar de ausencia, que le hace cruzar en rojo el semáforo que está frente a mi casa. Dicen que ya no distingue los colores, que perdió esa capacidad el día que, de tanto mirar hacia el reloj de la plaza con el sol de frente, sus ojos se quemaron siguiendo el paso del minutero. Desde entonces va vestido de cualquier manera, de forma caprichosa, mezclando los azules con los verdes.

Dicen que sólo distingue el blanco y el negro, y que por eso sus cuadros son geniales apuntes de claroscuros, en los que la luz insolente que emana de sus pinceles se estampa contra las paredes que apaciguan ese inicial desespero, cayendo en el lienzo ya exhausta. Vuelve para plasmar figuras desdibujadas que no recuerdan a nada conocido, que hacen olvidar que antes has visto algo iluminado. Dicen que ha conseguido una técnica tan depurada que no echas de menos los colores, y que olvidas que los mares que a veces pinta carecen de azules y que su esperanza no es verde.

Pinta cuerpos entrelazados, donde los espacios entre ellos son mínimos; se confunden, hasta se parecen. Es como si se buscaran, se amaran, murieran.
La luz lo decide todo, según sea más fuerte o más tenue puedes adivinar en ellos las ausencias, los encuentros, las pasiones. Es una luz diferente, que él, por necesidad, ha creado; igual que si hubiera mezclado rayos de sol, el brillo de sus ojos y la líquida guirnalda que supuran estrellas desconocidas. Como si las sombras que allí aparecen no fueran ausencia de luz sino presencia de algo místico y delirante.

El la define como luces de quasar: Los cuerpos celestes más lejanos a la Tierra, cuyo brillo se desprendió hace millones de años. Pero que al estar tan lejos, la luz que vemos corresponde a una estrella que probablemente no exista ya, aunque aún nos llegue su luminosidad.

Ahí está de nuevo. Hoy va vestido de color marino. Le espío entre los pliegues de las cortinas y tengo que ahogar el gemido para no gritarle que yo, desde aquel día en que no tuve el valor de acudir a aquella cita, le veo desde mi ventana, a oscuras, desnuda. Que desde aquí yo también sólo veo luces de quasar.

(Pilar Sosa Rodriguez, "Entrelíneas")

Otros textos de esta autora:

http://www.loscuentos.net/es/cuentos/local/entrelineas/

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