Dorada a la Sal

jueves, 12 de junio de 2008



Al volver a casa he recibido la llamada de una compañera de trabajo. La excusa de la llamada es que no recordaba el horario del lunes. El verdadero motivo es que anoche rompió con su marido, durante la cena que en principio iba a resultar una velada romántica. Él envió a los niños a pasar el fin de semana a casa de sus padres para decirle a ella que quería la separación.


-“No es falta de cariño - le repetía una y otra vez, a sabiendas de la devoción de ella por los boleros de Luis Miguel -, es desgaste emocional, apatía, no sé…”. Ella sospecha que esa “apatía” tiene nombre de mujer. Alguien más joven, con el pecho más turgente y que se ha saltado a piola aquellos años en los que ella trabajaba de dependienta en una gasolinera para que él terminara la carrera de Derecho. No entiende cómo el amor se gasta, ni siquiera le miró la fecha de caducidad cuando se lo compró con los ojos cerrados. Porque su amor era discapacitado: completamente ciego y sordo. Hasta ayer, en que se acabó de golpe.


Lloraba al otro lado del teléfono y me contaba que no podía mirarle a los ojos mientras él exponía su traición, enmascarándola con una mentira piadosa. Tan sólo recordaba lo bonita que se veía la dorada a la sal que había estado preparando durante toda la tarde para esa cena y que ahora le daba una pena enorme de que se hubiera quedado entera en el plato. Decía por teléfono que no lloraba por él, sino por la dichosa dorada, tan tierna, en la fuente de porcelana de la Cartuja que sólo usaba para grandes ocasiones.


Hace unos meses vi poner un cordón policial alrededor del cadáver de un indigente que había muerto en la calle, en pleno centro. Habían cubierto el cuerpo con una manta marrón, por debajo de la cual asomaba una mano sin vida, que llevaba un anillo con una piedra azul brillante enorme. Pensé que era un anillo precioso y me quedé con esa imagen grabada hasta hoy.


La mente desvía la atención hacia cosas pequeñas para que el recuerdo de los pequeños detalles nos ayude a superar mejor los grandes.


Es preferible llenar la memoria con canciones de Luis Miguel, doradas a la sal y bisutería azul que con imágenes dolorosas que no van a conseguir que cambie la historia.

La Dama


Atiéndeme
quiero decirte algo
que quizá no esperes,
doloroso tal vez.

Escúchame
que aunque me duela el alma
yo necesito hablarte
y así lo haré.

Nosotros,
que fuimos tan sinceros,
que desde que nos vimos
amándonos estamos.

Nosotros
que del amor hicimos
un sol maravilloso
romance tan divino.

Nosotros
que nos queremos tanto
debemos separarnos
no me preguntes más.

No es falta de cariño
te quiero con el alma
te juro que te adoro
y en nombre de este amor
y por tu bien te digo adiós.

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