El Vendedor de Sueños

viernes, 6 de junio de 2008




Aquí, en una banca como esta, todos los días después del crepúsculo, se sentaba el vendedor de sueños. Su aspecto era como el de cualquier otro que ocupara los asientos de la plaza; lo que lo diferenciaba era un pequeño maletín, un maletín como este en donde guardaba su mercancía.
Como ustedes saben hay solamente dos tipos de sueños: los profundos y los livianos. Pero eso no es lo que importa, lo importante, lo caro, son los aderezos.
Sin importar que fueran profundos o livianos, un sueño podía ser dulce y reparador. O apacible, o fugaz, o delicioso, o tierno, o desenfrenado, o extraño, o divertido, o erótico. En fin cada sueño era como un traje y se adaptaba al gusto de cada cliente.
Así, cada noche venía la gente de los alrededores a comprar su sueño con los aderezos más insospechados. Sueños que los convertían por un instante tal vez en otras personas.
Una noche se acercó una mujer de aspecto normal, sencillo más bien, y se sentó al otro lado del banco. El la miró sin detallarla y no le pareció una cliente potencial así que la ignoró. Al rato, después de que casi todos sus clientes habituales se habían ido, la mujer le preguntó de pronto.
— ¿Tiene ilusiones?
El vendedor, al ver el aspecto común de aquella mujer, tardó en responder.
—Si. —le dijo finalmente.
—Quiero una.
—Son caras.
—Lo sé.
—Cuando digo caras me refiero a que son realmente caras —le dijo el vendedor volviendo a repasar el aspecto de la mujer.
—Quiero una –dijo la mujer y le entregó un manojo grande de billetes.
Ante aquella convicción, abrió despacito el bolsillo pequeño del maletín donde guardaba las ilusiones.
—Tengo que guardarlas así, usted sabe, son muy escurridizas —explicaba mientras desataba tres pañuelos.
Extrajo una con mucho cuidado y la colocó en la mano extendida de la mujer.
—Atrápela con las dos manos. Y tenga cuidado, no se la vaya a volar el viento. Ja. Imagínese, una ilusión volando por ahí... Uno no sabe a quién va a atropellar.
Pero a la mujer no le hizo gracia el chiste, apretó su ilusión entre las manos como le había indicado el vendedor y se fue.
Al vendedor le dio mucha curiosidad que alguien como ella comprara una ilusión. Ya había terminado su trabajo por hoy y no tenía nada que hacer así que decidió seguirla. Después de caminar un largo trecho llegó hasta una casa un tanto vieja y abandonada donde ella entró. Cuidadosamente se asomó por la ventana y vio una habitación en la que no había muebles, ni cuadros y la luz era más bien poca. La mujer tomó cuidadosamente la ilusión que recién había comprado y la depositó en un matero que había en el centro de la habitación. Inmediatamente comenzaron a crecer flores hasta formar un ramo grande de diferentes colores. La mujer se sentó entonces en el piso a contemplarlas mientras comía un pedazo de pan que sacó de un bolsillo.
Ahí estuvo sentada un largo rato, sonriente, sin hacer otra cosa que mirar las flores y comer pan.
Aburrido ya, el vendedor decidió regresar a su casa. Al día siguiente volvió la mujer y compró sin protestar otra ilusión. Y al día siguiente otra y luego otra durante dos semanas.
—Luce cansado. ¿Quiere ir a mi casa? —le preguntó la mujer de pronto con aquella sonrisa amplia con que la recordaba haberla visto la primera vez mirar las flores mientras comía el pan.
—Todavía tengo que hacer —se excusó él— Me faltan algunos clientes importantes que están por venir. Usted sabe, los negocios. Tal vez otro día. Gracias.
Al día siguiente la mujer no fue. Pero al siguiente tampoco y al siguiente tampoco. Y pasó toda una semana y la mujer no apareció.
Decidió entonces volver donde vivía la mujer. Se dio cuenta de que iba casi corriendo, pero no le importaba. Quería saber. Quería ver a aquella mujer.
Cuando llegó, se asomó por la ventana y todo había cambiado. En la habitación habían muebles y cuadros colgados en las paredes. Una coloridas cortinas adornaban las ventanas y se respiraba un fresco olor a hogar.
La mujer, sentada a la mesa adornada con muchas comidas, parecía alegre y contenta. Se le ocurrió entrar. ¿Por qué no? Una vez lo había invitado.
Mientras lo pensaba, vio cuando un hombre salió de la cocina con dos tazas de café y le entregaba una a ella. Ambos reían por algo que ella dijo.
Decidió retirarse. De inmediato se dio cuanta que en el apuro había dejado en la plaza el maletín de los sueños. Corrió rápidamente esperando que nadie lo hubiera encontrado.
Cuando llegó, lo encontró. Afortunadamente nadie lo había visto.
Abrió con avidez el pequeño bolsillo donde guardaba las ilusiones y desamarró los tres pañuelos. Esperaba encontrar una pequeña ilusión para colocarla aquí en el bolsillo del corazón y que en su vida crecieran flores.
Pero no encontró nada. Ya no quedaba ninguna.
Y vio como arriba comenzaba a apagarse la luna mientras un viento frío empezaba a azotar su humanidad. Comprendió entonces que un hombre triste y solitario es sencillamente aquel a quien ya se le acabaron todas las ilusiones.

(Juan Ramón Pérez)

1 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

Anónimo dijo...

Un blog maravilloso. Me encanta todo lo que publicas aquí.Felicidades por tener tanta sensibilidad. Hay poca gente como tú.

 

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