El Sueño de Venus

miércoles, 4 de junio de 2008

A las cinco de la madrugada Lucrecia Maginot y su aliento a ron con cola volvían a casa, después de darse por vencida y abandonar a su novio –desde ese instante su exnovio- en brazos de una pelirroja. Lucrecia Maginot se había pasado la noche entera conteniendo la respiración para lucir vientre plano y para mostrarle al mundo entero por primera vez en la vida que era capaz de hacer cosas tan arriesgadas como llevar un piercing en el ombligo, para sorpresa de propios y extraños. Pero su novio, tan sutil como siempre, se había quedado hipnotizado por el tatuaje de una bruja pelirroja, vestida para matar novios ajenos. Lucrecia era el fruto italo-francés de una relación esporádica tras una noche con exceso de alcohol. Nunca se sintió querida por su madre y jamás conoció a su padre. No le tenía apego a las personas, porque siempre la habían tratado con desprecio y le habían enseñado su particular forma de autodestruirse. Por eso su mejor amigo era su perro Gunter. Lucrecia sabía que era más inteligente que cualquiera de los cinco novios que había tenido, pero también sabía que no había nacido para estar sola. Siempre pensó que era mejor estar mal acompañada que completamente sola. Lucrecia salió de la discoteca y dejó a su novio con una hermosa frase reconciliadora: “No te aguanto más, con tu cara de Woolly, siempre perdido en la multitud; estoy cansada de intentar descifrar donde te has escondido…”.
“Esta noche voy a cometer un asesinato”- escribió sobre un pos-it del frigorífico. Después lo pensó mejor y tachó la palabra asesinato para cambiarla por suicidio. Luego bajó a la calle encendió un cigarrillo e invitó a subir a su casa al primer hombre con el que se cruzó.
El chico tenía aspecto de vivir en la calle. A la mañana siguiente, un domingo de abril, él se despertó temprano y fue al parque más cercano para robar azucenas para ella. Se las dejó a los pies de la cama con un ejemplar de “Arena y Espuma” y se marchó. Al despertar Lucrecia encontró los regalos. Olió las flores con una amplia sonrisa y abrió el viejo libro por una página donde había subrayado un párrafo que leyó:
“Yo no tengo pasado ni futuro. Si me quedo aquí, hay un deseo de marcharme, en mi estancia; y si voy allá, hay un deseo de estancia en mi partida. Sólo el amor y la muerte transforman todas las cosas”
A los tres días Lucrecia, tras meditar sobre el encuentro casual con el desconocido, salió a buscarlo por las calles, el metro y los arrabales de la ciudad. Lo encontró dibujando retratos a cambio de unas monedas y compartieron la comida y la cama durante las tres semanas más felices que Lucrecia nunca había conocido. Durante aquel tiempo el chico llenó tres cuadernos con dibujos de ella mientras dormía y los tituló: “El sueño de Venus” I, II y III. Y después volvió a desaparecer.
Ella de nuevo salió a buscarlo y compartieron tres semanas más. Él era impredecible y la abandonaba después de cada detalle, pero la trataba como todo un caballero. Cada vez que él salía de casa, Lucrecia pensaba que no volvería, pero poco a poco empezó a regresar sin que ella tuviera que salir a buscarlo y lo hacía siempre para contarle bonitas historias, como un trovador. A veces ponían música y bailaban en la terraza su canción preferida:


“Abrázame fuerte que no pueda respirar

tengo miedo de que un día

ya no quieras bailar conmigo nunca más…”.


Y así transcurría la vida hasta el día en que ella decidió comprarle un pantalón elegante de marca muy cara y así empezaron las peleas y los chantajes emocionales. “Si de verdad me quisieras te pondrías ese pantalón”. Un día de tantos tras una pelea ella se puso a llorar en la terraza. Cuando él la vio entró en el baño, se cortó el pelo y se puso el pantalón de pinzas. Después de un año se casaron. Al año siguiente él tenía seis pantalones idénticos en diferentes colores y un trabajo de administrativo con un estricto horario de oficina. Y para Lucrecia se acabaron las azucenas, los dibujos mientras dormía y los bailes en la terraza a la luz de la Luna. Ahora él tenía el aspecto de un caballero pero la quería como un sintecho. Compartían un amor roto y sin raíces.
Un día, después de pasar la última noche juntos, Lucrecia dejó firmado un documento donde le cedía todos sus bienes y se marchó a buscar a alguien que robara azucenas para ella y la invitara a bailar.

La Dama

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