¡Ahora, sí!

martes, 2 de septiembre de 2008



Olga entró en nuestras vidas por la puerta grande en la primavera del ochenta y pico. Dicho así suena a película, ya lo sé, pero el hecho de que Dieguito sea co-protagonista de la historia hace que el glamour de esta escena se reduzca considerablemente. Y más si tenemos en cuenta que estábamos sentados en un escalón masticando el más desesperante de los aburrimientos. A esa hora, lo más que podíamos hacer era esperar que la noche terminara de llegar y mi madre sacara la cabeza por la ventana dando el toque de queda.
Estábamos cansados, pero insisto: aburridos. Así que, para no movernos demasiado y tampoco morir de inactividad cerebral, a Dieguito se le ocurrió un juego que, por absurdo, yo acepté encantado: “A ver quién de los dos adivina el momento exacto en el que se enciende el alumbrado del parque”. Si de algo estábamos seguros era de que, aunque sólo fuera por casualidad, en algún momento uno de los dos diría el “ahora” que encendería todas las farolas del recinto. Y la verdad es que todos los intentos cayeron fallidos.
Y con esa fe seguimos disparando. Pero a Dieguito le dio, entonces, por rascarse una costra de la rodilla y cuando nos quisimos dar cuenta, el escenario parecía la séptima parte de “Viernes 13”.
En cuestión de segundos el escalón se puso como una calle de Buñol el día de la Tomatina, “creo que se me ha abierto la herida”, y claro, viendo que aquello más que una herida era la apertura de todas las presas que inauguró Franco en todo su régimen, me apresuré a buscar un pañuelo antes de que la cosa fuera a más; “eres el niño más burro que he conocido en mi vida, Dieguito”.
No encontré pañuelo ni nada que se le pareciese, y ya iba mi cultivado sentido del drama decidiendo que mejor sería llamar a un adulto cuando apareció ella. Sí, Olga. Una niña que, con un sigilo escalofriante, se acercó a nosotros, sacó un kleenex, lo apretó contra la herida y, sin decir palabra, fue curando el estropicio. A veces alguien llega a tu vida y sabes de inmediato que nació para estar allí.
-“¿De dónde coño ha salido ésta?”
-“Ni idea”.
Durante más de cinco minutos, la niña operó con mimo y en silencio sin decir nada. De vez en cuando, levantaba el pañuelo, miraba la herida y la volvía a taponar. Así varias veces hasta que, por fin, la brecha dejó de sangrar haciendo que ella se levantara para observar la formación de la nueva costra y, contenta con su obra, pronunciara aquellas primeras palabras:
-¡Ahora,sí!.
Recuerdo que, en ese instante, el más fascinante espectáculo de farolas se encendió a sus espaldas. Y recuerdo que me quedé mudo. Dieguito no podía cerrar la boca:
-“Que fuerte, Bélver, mira lo que ha hecho la la bruja ésta”
Y, aunque la niña no parecía entender nada, nosotros enseguida supimos que Olga entraba en nuestras vidas por la puerta grande. Vaya que sí: la primavera del ochenta y pico, lo recuerdo. Que Chanquete sólo había muerto tres veces por entonces y eso uno lo recuerda perfectamente.
Hoy, casi veinte años después, cuando Olga ha venido a tomar café a casa, hemos recuperado esta historia. Durante un buen rato hemos reído felices de tan absurda coincidencia y con ese humor, seguramente, habríamos seguido hablando toda la tarde si no llega a ser porque, de repente, Olga ha empezado a rascar con disimulo una costra que traía escondida. Para cuando hemos querido darnos cuenta, la mesa estaba llena de lágrimas y, hoy, saldando la cuenta que tenía pendiente desde aquella primavera, Dieguito ha sostenido el pañuelo hasta que una costra provisional ha taponado la herida.
Después del heroico acto de Dieguito, Olga se ha sincerado con nosotros y nos ha confesado la verdadera razón de su visita.Entonces, aunando esfuerzos por llegar a la única solución sobre su problema, Dieguito y yo hemos compartido mirada de pacto. Porque ella nos encendió un parque en la primavera del ochenta y pico y era justo que, casi veinte años después, nosotros le encendiéramos la luz de una habitación en esta casa de paredes naranjas. Y por eso, desde hoy, en esta historia viven tres.
Los mejores amigos son los que con poca luz te iluminan la vida.
- Oye, Bel, entre tú y yo: esta tía está más gorda, ¿no?
Y por eso, para sorpresa de Dieguito, en cuanto Olga salga de cuentas, en esta historia seremos cuatro.

(Del Blog: "Los círculos de Bélver")

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