El Dios de las Margaritas

martes, 15 de abril de 2008

"Mi barrio, como tantos otros barrios, es un mundo en miniatura. Con sus macetas de geranios en los balcones y su contaminación urbana; sus niños y sus aparcamientos, los primeros cada vez más ausentes, los segundos cada vez más escasos; un mercadillo los martes y una peluquería de señoras donde ponerse al día los pelos y los rumores. También tiene sus dos o tres ricos y sus dos o tres pobres que sobreviven haciendo pequeños trabajos con los que ellos se sienten más útiles y los demás más generosos.
Entre estos últimos se abre paso una sonrisa convertida en mueca, una mirada simplona y un andar serpenteante con nombre y apellidos propios: “Manolito , el tonto”. Su trabajo es limpiar coches y hacer pequeños recados. Aunque su especialidad son los cien metros lisos para aparcar coches los días que hay partido. Es todo un profesional de lo suyo. No hay otro como él. Sus manos escondidas en los bolsillos rotos del pantalón apenas dejan entrever la paresia izquierda que hace que en lugar de transportar agua, riegue las calles. No tiene apenas nada pero comparte sus bocadillos con los perros abandonados que a menudo le siguen a todas partes.
De llevar las bolsas recibe sus propinas, a veces en especie, por eso no es raro verle calzar zapatos del treinta y ocho un día y al siguiente del cuarenta y tres, regalo de esas señoras que creen comprar una parcela en el cielo con un par de zapatos usados. Si no le da largas el dueño del bar “Los Palacios“, lo sientan con ellos los habituales accionistas de la barra que a cambio de una cerveza se ríen un rato y olvidan así sus aguardentosas vidas y la dolorosa inconsciencia de sus mundos opacos.
Los niños no hablan con él , porque las leyendas sin fundamento de las viejas dicen que rapta a los críos con un cuchillo que esconde entre las largas mangas de la camisa que tapa sus manos. Es triste que para que los niños coman, inventen un “Coco” de carne y hueso. Pero él, ajeno a la fama que le precede sonríe a los chiquillos con su mirada tierna, con su cara mezcla de tonto y de sabio chiflado. Y les extiende los brazos huérfanos de caricias.
...Llevaba meses durmiendo dentro de un coche abandonado, que él mismo había acondicionado con unos cartones para tapar las ventanas rotas. Hoy, alguien que tiene influencias con el alcalde, gestionó su ingreso en una residencia para discapacitados. Vinieron a por él a última hora de la tarde. No pudo despedirse de sus perros.
Estoy segura de que las margaritas silvestres que crecieron allá donde él derramaba el agua, ahora que se han quedado huérfanas, lo echarán de menos..."

(La Dama)


Los Ojos de Bette Davis


"Siempre he creído que hay personas que viven en un universo paralelo. En ese otro mundo donde la escala de valores es distinta. A veces creo que son seres de otro planeta que han adoptado forma humana y se pasean entre nosotros estudiando nuestras costumbres para establecerse algún día en este mundo, probablemente en busca de la preciada agua. Estoy convencida de que mi auxiliar es una de ellos. Siguiendo mi manía de rebautizar a todo el mundo, yo la llamo Bette Davis, porque cuando se marcha, antes de cerrar la puerta detrás de sí deja en el aire una mirada muy digna, muy ... “Eva al desnudo”.
Ella vive a su propia velocidad, un tanto más ralentizada que el resto. Se desplaza como si en lugar de pies flotara sobre una nube kinton. Se expresa en un lenguaje propio, donde sus ojos de Bette Davis tienen un papel primordial, como si yo intuyese todo lo que intenta decirme con tan sólo un arqueo de cejas -sospecho que ella cree que tengo esa habilidad, porque lo hace muy a menudo-; mete cuñas en las conversaciones que mantengo con las personas a las que entrevisto, a modo de apostilla o de spot publicitario, pero de espaldas a los demás, a dos o tres tonos de voz más bajos y como si tan sólo yo la estuviera oyendo. A veces creo que toda ella es sólo producto de mi imaginación. Ella es así y me encanta tal y como es. Tiene a sus espaldas una vida dura, con la muerte de su hija a los 22. A veces me la cuenta, pero sin hacer dramas. Eso es cuestión de estilos y ese no es el suyo. Le queda apenas un par de años para jubilarse. Es toda una chica Almodóvar. Es muy auténtica. Si Almodóvar entrase alguna vez en mi consulta la convertiría en una estrella, estoy segura de ello. Trataré de que Almodóvar nunca la descubra porque egoístamente prefiero verla flotando a mi lado en su nube kinton que en la pantalla grande.
Además es una maga. Tiene el poder de hacerme reir cuando estoy a punto de explotar de estrés. Suele soltarme uno de sus comentarios irónicos, finos como una aguja, cuando me ve echando humo por las orejas. En ese momento caigo en la cuenta de que por mucho que me agobie, existe un satélite que gira alrededor de mi planeta rojo y que vive sin grandes sobresaltos, al ritmo que marca un diapasón de otro universo paralelo."

(La Dama)


Aquellos Maravillosos Años


"Siguiendo con la limpieza en mi memoria y en mis estanterías, ayer encontré los apuntes de la facultad. La Universidad trajo consigo muchas noches de insomnio, menos pestañas, más libertad, la misma dependencia, más ceguera, más ansiedad, más fiestas, más dudas, más conocidos, más soledad compartida... y un par de amigos auténticos.
Entre los apuntes había una nota en un post-it amarillo que yo misma escribí hace algunos años, cuando aún se me entendía la letra:
“Aquí reposa toda la sabiduría ajena que un día, hace seis años, empecé a aprender y que a partir de ahora empezaré a olvidar. Para disimular las lagunas las iré sustituyendo por la experiencia. Anoche fue la última de muchas noches que me desvelé estudiando. Anoche fue la última de muchas noches, que tomé Coca-Cola sin parar hasta las 6 de la mañana, encerrada en mi campo de “concentración”, un sitio donde me concentro mal y acabo con las uñas hechas un desastre ... un sitio que he llegado a odiar y que supongo que algún día echaré de menos, pero ese día no es precisamente hoy.”
–Un post-it convertido en toda una placa conmemorativa-.

Es curioso, he guardado durante todos estos años los apuntes, las carpetas llenas de poemas de Benedetti que copié en ellas y de haikus que los íntimos de Amor nº7 me escribían en aquella época.
ojos profundos
el mar de mis deseos
de navegante
*
tú ya partiste
en el cielo una estrella
brilla lejana
*
un organito
recorre la ciudad
del tiempo ido

He guardado las noches en el césped de Biología en las fiestas de la primavera, maullando canciones con una copa de más a la luz de una farola y si no he guardado las margaritas es porque no eran reales sino que florecían un viernes por la mañana después de clase, pintadas con una barra de labios en nuestras caras y se marchitaban a última hora de la tarde del mismo viernes en forma de churretón en las mejillas o en la frente.
He conservado todo lo que duran los amaneceres si te los tomas en un sorbo de café caliente, las prácticas en el anatómico-forense, los atardeceres en mi azotea, la vista de la ciudad de noche desde mi ventana, mi flexo, la envidia que alguna vez le tuve a los pájaros porque ellos eran libres, las fiestas en el Colegio Mayor “San Juan Bosco”, las risas, las lágrimas, pero sobre todo guardo amigos, a mis amigos de entonces, no muchos, acaso dos o tres, sólo a los incondicionales, a los que me escucharon, a los que compartieron conmigo su tiempo, soportaron mi malhumor y fueron mis cómplices...

Ellos tendrán siempre un lugar en mi maleta."

(La Dama)

Aromaterapia


"Desde que me dedico a diseccionar mi propia vida en la red, me he especializado en leer también la de otra mucha gente. En mi faceta de voyeur, he leído todo tipo de cosas. Hay quien dice vivir su vida como un videoclip del que se siente espectador.

Yo podría hablar también de la banda sonora de mi vida o del reparto de actores que me han acompañado en ella, pero si de algo me siento orgullosa es de mi memoria para los olores. Tengo instalado en el recuerdo el chip de una perfumería emocional.

Sí, olores...
Olores que me transportan.
Olores que me recuerdan el pasado...
Olor de mi infancia en otro mundo, olor a la tierra que se levantaba cuando Patricia y yo jugábamos a "tú-la-llevas", olor a mortadela y a Cola-Cao por las tardes después de clase viendo Barrio Sésamo, olor a "Madera de Oriente" de mi abuela, olor a velas quemadas aquel cumpleaños número 7 que olvidaron mis amigas, olor al parque donde aprendí a montar en bicicleta, olor a goma de borrar cuando un chico (nunca supe quién) me dio su voto en la elección de la reina en 5º curso, olor a detergente Colón de la sábana pintada a cuadros, mi disfraz en el papel estelar de "muro" en “El jardín del gigante egoísta” (al menos el diálogo resultó sencillo), olor a gasolina en los viajes que hacíamos en el Citröen familiar de mi padre en pleno agosto, en aquellos tiempos en que el aire acondicionado era ciencia-ficción, olor a lilas el día que murió mi abuela, olor a rosas, la primera que me regalaron, en el viaje de fin de curso del 87, olor a hospital el día que ingresé de urgencia, olor a formaldehído en la facultad, olor a cerveza, marihuana y orina después de las fiestas de la primavera, olor a playas de Cádiz, olor a café por la mañana antes de trabajar, olor al perfume de mi madre, Olor a otoño, Olor a lluvia las tardes mojadas como la de hoy.
Olor a libertad, a inspiración profunda para llenar los pulmones, a sueños...
Olor a frío, a soledad, a lágrimas, a miedo...
Olor a amigos, a risas, a cariño, a amor...
Olor a despedidas, a las que tengo tanta alergia...

También tengo un álbum de colores, pero ese lo dejaré para otro momento."

(La Dama)

Vasos Nuevos



"Hoy ha venido la Dama de las Camelias a verme a la consulta. Tiene ese extraño aire de muñeca victoriana, que parece estar eternamente posando con una “belle indiference” de indiscutible elegancia, sobre un diván Luis XVI.
Se siente eufórica, después de haberse recuperado de una molesta distimia depresiva, producida por su complejo de Caronte y por esa época en que a las mujeres nos empieza a llegar el otoño prematuro y los hijos dejan de necesitarnos tanto.
La Dama de las Camelias empieza a aceptarse a sí misma y ya no le importa que su ojo derecho no se mueva conjugado con el izquierdo, porque la oftalmóloga le ha prescrito unas gafas. En la óptica le han dicho que las de Gucci le quedan fenomenal y ella ya no se siente fea. La oftalmóloga sin darse cuenta le ha cambiado los ojos con los que ella se mira cada día a los espejos. Ni siquiera repara ahora en que su hijo le dijo hace semanas que no estaba mal pero que tenía poco pecho. El problema no lo tenía en la vista o en la talla de sujetador, sino en lo que ella en sus peores momentos veía al enfrentarse al espejo.
El traumatólogo la va a operar de las dos muñecas y ella se siente liberada, porque sus muñecas doloridas la atan a una rutina de reposo casi absoluto a la que no está acostumbrada. Eso también le va a cambiar la vida. Desde hace meses ha perdido fuerza en ellas y se le caen las cosas de las manos con facilidad. Alguien le ha recomendado la papiroflexia como terapia y de vez en cuando saca del bolso un modelo nuevo de pajarita que construye en sus ratos libres. Me recuerda a Johnny Deep en "Eduardo Manostijeras" en esa escena en que esculpe estatuas de hielo compulsivamente haciendo de su defecto una virtud...
Hoy me ha dicho: “Cuando salga de aquí voy a comprarme vasos nuevos... los he roto casi todos por culpa de las muñecas, tan sólo me quedan dos”.
Hoy empieza su vida otra vez. Vasos nuevos, vida nueva.
Y lo más curioso de todo es que resulta que la Dama de las Camelias es también paciente de “El Encantador de serpientes”. De una forma o de otra su sombra en mi vida sigue presente y aunque indirectamente, sus tentáculos del pasado se prolongan en mi día a día, ahora en forma de una mujer madura cuyo objetivo más inmediato es comprar vasos nuevos.
Yo tengo que renovar también mis vasos."

(La Dama)

El Efecto "Melocotón"



Hola X, ¿cómo estás?

Yo no me quejo, aunque últimamente empezaba a sentir que en mi vida todo se estaba volviendo un poco monótono. Las mismas y eternas discusiones con mi madre. Las paranoias de siempre por hablar más de la cuenta. Las caras largas y el silencio final por respuesta. Un café rápido y salir corriendo al trabajo. La lucha contra las magdalenas de todas las mañanas. Okupas en el estómago a mediodía por rechazar las magdalenas. El horror a decir no en trabajos deprimentes de prestigiosas clínicas privadas. La misma cabeza con las mismas torturas y las ganas de cambiar las cosas.

Cualquier cambio en mi vida por pequeño que sea se convierte en una victoria. Hoy me he pintado las uñas de los pies de un rojo brillante y parezco otra persona. Hace tres días descubrí en la perfumería de siempre un nuevo maquillaje cuyo eslogan me sedujo: "Prueba el efecto Melocotón y da un giro a tu vida" Y así lo hice. Desde entonces salgo a la calle con la sensación de que "el efecto Melocotón" se extiende a todo lo que hago, traspasa mis límites corporales e invade todo a mi alrededor.

Es curiosa la relatividad de las cosas; cómo algo tan superficial puede darte la felicidad en pequeñas dosis y cómo algo tan simple puede cambiar la perspectiva desde donde contemplas el mundo. Con el "efecto Melocotón" sobre la piel la Tierra se ve de otra forma.

Hacía tiempo que no me compraba ropa (demasiado trabajo probablemente) y estos últimos días he salido a la calle. Fruto de ello, mi fondo de armario cuenta con una nueva minifalda de vértigo, estampada en colores muy veraniegos, y un par de camisetas que apenas permiten la expansión torácica. Hacía siglos que no usaba nada así. Últimamente sólo ropa políticamente correcta y aburridísima.

Cualquier cambio es una gran victoria. El efecto Melocotón ha invadido mi vida ...

Mil Besos

(E-mail que le envié a mi amigo X hace unos meses. Ahora te lo dedico también aquí)

PD: "Para cambiar el mundo, empieza por ordenar tu habitación".(Bill Gates)

Mi Maleta de Viaje




"Esto es una maleta llena de cosas que ya no uso: un electrocardiograma con taquicardia después de un golpe seco al colgar el teléfono, un puñado de palabras que nunca le dije a nadie, una lágrima de cólera, un apagón dentro de un ascensor, un beso en la última fila del cine, la rabia contenida por una educación férrea, un suspenso en amor el último día de colegio, una cara desconocida delante de un espejo con el paso del tiempo y la nostalgia de mil cosas que nunca hice y que ahora puede que ya sea demasiado tarde..."

(La Dama)

Hola es un buen comienzo


"Lo leí hace un par de días en un concierto de Alejandro Sanz. Esta y otras frases eran proyectadas en una pantalla gigantesca que formaba parte de un psicodélico escenario.

Allí estaba yo, diez años después de la primera cita. Tiempo atrás, contemplar un concierto a una distancia tan prudencial y sentada me hubiese parecido ridículo y, aunque nunca he sido una fanática empedernida de nadie, más de una vez he sacrificado mis cuerdas vocales arrastrada por la muchedumbre enloquecida, para gritarle a un cantante cualquier vulgaridad impropia de una chica educada en los mejores colegios de monjas.

Lo cierto es que allí estaba yo. Alejandro se despedía de la gira de conciertos y yo me empezaba a dar cuenta de que también me estaba despidiendo de estos escenarios. Por un momento me reconocí en algunas de las chicas que pasaron delante de mis ojos. Irradiaban energía por todos los poros de su piel, como la irradiaba yo en mi época.

Supongo que lo más triste del paso del tiempo es que no lo notas hasta que el mundo entero conspira para mandarte mensajes subliminales en forma de un concierto en el que, si bien el cantante es el mismo que diez años antes, ya no te sabes las letras de sus últimas canciones y cuando quieres darte cuenta, en lugar de estar dando saltos junto al escenario, estás sentada en una de las gradas mirando el espectáculo a cierta distancia."

(La Dama)


El Café de los Desconocidos

sábado, 5 de abril de 2008




Es curioso cómo la vida a veces crea extraños compañeros de viaje.
Recuerdo hace algún tiempo, un día en que estaba sentada en mi parada, esperando el 33, mi autobús. Sería a finales de octubre porque había llovido y yo llevaba mi cazadora de napa negra con la que suelo uniformarme voluntariamente desde las primeras lluvias de otoño hasta los albores de la primavera.
No sé de donde salió aquel hombre de unos treinta y tantos años -diría, bajo la tenue luz que nos alumbraba- de estatura media, complexión más bien delgada, entradas generosas y nariz afilada. Tenía las manos de pianista. Siempre me fijo en detalles que para otros suelen pasar desapercibidos, como las manos, la forma de alguien de atusarse el pelo, de cruzar las piernas al sentarse o la silueta de un cuerpo al caminar a contraluz con una farola de fondo jugando a las sombras chinescas. Por eso apenas puedo recordar sus ojos o el resto de su cara, pero reconocería esas manos entre cien.
-"Hace frío esta noche"-dijo, por decir, supongo. El ser humano necesita lanzar estímulos y recibirlos contínuamente para sentirse vivo. A veces dice frases hechas o lanza preguntas retóricas al viento, sin esperar que le sean devueltas a modo de boomerang.
Pero yo contesté, por aquello de la cortesía debida.
-"Sí, hace un poco"- y sellé la frase con la sonrisa hueca que suelo dedicar a los desconocidos.
No puedo transcribir con exactitud el resto de la conversación. Ni siquiera sé en qué momento viró hacia temas personales. Acabamos hablando de viajes, de filosofía... Conocía a Buesa y me recitó algunos versos de su "Poema de las cosas".
Pasamos rápidamente de los preliminares a charlar y a reirnos como dos viejos amigos que se acaban de encontrar después de mucho tiempo. Nos atropellábamos incluso al hablar y es que llevábamos toda una vida de retraso por contarnos.
Era abogado y trabajaba en un gabinete que estaba próximo a la parada. No era pianista aunque no le hubiese importado, porque adoraba la música. De niño había practicado con la guitarra.
El autobús tardó más de lo habitual en llegar. Pero llegó, y cuando estaba a punto de cogerlo me dijo:
-"Me pregunto si hubieses aceptado tomar un café con un desconocido como yo..."
-"Eso nunca lo sabremos"-le dije.
-"¿Por qué? ¿En otra ocasión tal vez?"
-"Porque la próxima vez que nos veamos ya no seremos dos desconocidos".
Y subí a mi autobús, que no era el suyo. Y allí se quedó él, con su silueta de sombra y luz borrada por la lluvia, desvaneciéndose en la distancia cuando el autobús abandonó la parada. No sé por qué me trajo a la memoria la escena final de "Los puentes de Madison", cuando Francesca no tiene el valor de dejarlo todo para seguir a Robert y ahí se acaba lo que pudo ser y no fue, un día de lluvia.
No le pregunté el nombre. No quise tampoco saberlo. No intercambiamos números, decidimos dejárselo al destino.
Nunca he vuelto a encontrarme con él, aunque sigo tomando el mismo autobús, por si en alguna ocasión un desconocido con manos de pianista decide invitarme a tomar café...
La Dama de Abril
"Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos..." (De "Un tranvía llamado Deseo")

La Sed Insaciable




Decir adiós... La vida es eso.
Y yo te digo adiós, y sigo...
Volver a amar es el castigo
de los que amaron con exceso

Amar y amar toda la vida,
y arder en esa llama.
Y no saber por qué se ama...
Y no saber por qué se olvida...

Coger las rosas una a una,
beber un vino y otro vino,
y andar y andar por un camino
que no conduce a parte alguna.

Sentir más sed en cada fuente
y ver más sombra en cada abismo,
en este amor que es siempre el mismo,
pero que siempre es diferente.

Porque en sordo desacuerdo
de lo soñado y lo vivido,
siempre, del fondo del olvido,
nace la muerte de un recuerdo.

Y en esta angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa.

(José Ángel Buesa)

Bolitas de papel sobrevolando cabezas





El mal humor se ha levantado conmigo esta mañana. Llevo un tiempo levantándome cansada y con dolor de espalda. El mal humor es la reminiscencia que nos queda de cuando éramos niños y no nos dejaban quedarnos en la cama lo suficiente porque nos despertaban para ir al colegio. Nunca entendí a los que repetían eso de que “a quien madruga, Dios le ayuda”. A mí sólo me ayudaba dormir lo suficiente, ya que mi cerebro no empezaba a funcionar hasta pasadas las diez de la mañana.Es una sensación espesa y tonta. Hoy me he levantado de mal humor. Para llevar la contraria he desayunado bolitas de coco y una lata de mejillones en escabeche –mi mal humor se ha extendido a las tostadas con Tulipán que me acompañan desde la infancia-. He perdido una buena oportunidad por no coger a tiempo el móvil, en mi lucha particular contra la tecnología moderna. He hecho perder el tiempo a un dependiente preguntándole precios sin comprar nada de cosas absurdas que no necesito. He intentado dormir una siesta sin pegar ojo, pensando en lo desgraciada que es la gente que padece insomnio crónico. Me siento hinchada como un zeppelín y creo que podría ser la protagonista perfecta de “Alien Resurrection”, después de pelearme con el cepillo del pelo frente al espejo del cuarto de baño. He llegado a casa y le he dicho a Amor nº14 cosas fastidiosas para aplacar mi rabia interna. Le he tirado bolitas de papel desde mi pupitre al suyo, pero él -que me conoce y va para Nobel de la Paz- ni se ha inmutado. El mal humor anula algunos sentidos y agudiza otros. Estaba intentando leer mientras él se comía un yogur. Le he dicho que el ruido de la cuchara sobre el vaso no me dejaba concentrarme. Me ha mirado un rato y hemos estallado en carcajadas. La risa ha sido el mejor remedio contra mi mal humor.

(La Dama)

Seísmo

viernes, 4 de abril de 2008




Nunca pasa nada hasta que empiezan a pasar cosas.
Mi concepto de la felicidad ha sido siempre el mismo: tener una vida con acontecimientos pequeños, sin grandes sobresaltos, capaces de modificar sólo superficialmente mi estado de ánimo. No me gustan los imprevistos. Detesto los cambios. Estoy acomodada de tal forma a mi estilo de vida que cada día tan sólo aspiro a que continúe así. Pensar en que la situación puede escapar a mi control me enerva. Supongo que de ahí me viene la fobia a montar en avión. Soy como ese anuncio en el que un chico se está examinando del carnet de conducir con todos sus amigos dentro del coche, necesito tener el apoyo de los míos, saber que existen, que están cerca y que están bien. Necesito llevar mi vida a cuestas como un caracol. La sensación de eternidad de las personas y las cosas que forman parte de mí me ha acompañado siempre y me hacen sentir segura.
Hace tres días algo ha estado a punto de cambiar todo eso. He aprendido que una llamada crítica en un instante puede arruinar en cuestión de segundos todo lo que has tardado en construir una vida entera. Todo fue coger el teléfono y empezar a ver el tiempo ralentizado. La velocidad de la ambulancia nunca supera a la de los latidos del corazón y el aire no llega al fondo de los pulmones cuando se trata de acudir a una cita antes que el destino.
Finalmente todo parece estar volviendo a la calma. Hoy empiezo a notar de nuevo el aire entrando en mis pulmones. Llevo tres días conteniendo la respiración y notando que el mundo tiembla bajo mis pies.
Un par de veces he vuelto a tener la sensación de las réplicas del seísmo en el estómago durante este fin de semana.
Volver a escribir algo en mi blog es síntoma de que las cosas están empezando a volver a su sitio…

El Anden




Si la soledad tuviera un nombre de mujer se llamaría Alba. Si la nostalgia fuera un hombre sería Miguel.
No se conocían, salvo de vista. Habían coincidido durante años puntualmente a las siete menos cuarto de lunes a viernes en la línea 3 del metro de Madrid a la altura de Callao. Ninguno de los dos tenía absolutamente nada que llamara la atención del otro, pero la rutina hace extraños compañeros de piso y, si en alguna ocasión uno de los dos había faltado a la cita, el otro incomprensiblemente empezaba a echarlo de menos, como si parte de su entorno se viese amenazado por esa ausencia. Ella, secretaria de dirección de una multinacional de coches, no había mañana que no se levantara pensando que de un día para otro se iba a cruzar con un George Clooney de la vida que la sacaría de su rutina de agendas y teléfonos.
Él, vigilante de un hospital de tercer nivel, perdió el sueño cuando años atrás la única novia que había tenido, tres días antes de la boda le dijo que no sentía nada por él. Una forma más o menos dolorosa de encubrir otra relación con la que en la actualidad había formado una familia corriente.
Alba era el prototipo de la secretaria eficiente, discreta y resolutiva que cualquier gran ejecutivo desearía para llevar sus asuntos. Miguel era de todo excepto lanzado para llevar la iniciativa en cualquier relación. Se había dejado conducir por su madre hasta los treinta y cuando ésta murió le buscó una sustituta. La mujer que le dejó tres días antes de darle el definitivo “sí quiero”, había ocupado el lugar de su difunta madre durante cinco años.
Todo habría seguido así durante el resto de sus vidas de no haber sido porque aquel día hubo huelga de los trabajadores del metro y se vieron obligados a compartir autobús. Eso que llaman “casualidad” para disfrazar al destino, hizo que se sentaran juntos. Él, haciendo un esfuerzo titánico, le preguntó la hora y a continuación, después de dos o tres frases más para llenar los silencios, la invitó a desayunar. Ella, aunque notó su nulo parecido a George Clooney, pensó en que mientras aparecía en su vida el galán de Hollywood, nadie consideraría una infidelidad tomar un café con un familiar desconocido de sus viajes en metro.
-“Me llamo Alba. Encantada.”- dijo ella. Y aquel nombre de luz que ocultaba unos ojos verdes pequeños detrás de unas gafas, borró al anterior, Lucía.
-“Yo soy Miguel”- dijo él. No tiene el aspecto de George Clooney –pensó Alba- pero yo tampoco soy Salma Hayed –aunque eso sí, yo soy mas alta que ella-.
Al salir del autobús se perdieron sin dejar de dedicarse sonrisas de complicidad en la vorágine de la ciudad que despertaba. Y uno de los dos, probablemente él selló, el encuentro con una frase memorable de película. “Presiento que éste es el comienzo de una larga amistad”.
Y como en Casablanca, se mezclaron con la niebla...
La Dama

Esquinas a Ritmo de Tango

Las esquinas de mi ciudad están llenas de vida. Una vida rancia, agridulce, desganada y a veces mísera. Al lado de cada semáforo hay un domador de pulgas y en cada farola una princesa buscando príncipes azules a los que obsequiar con besos lascivos a cambio de un golpe de suerte con visa al paraíso. Junto a cada gran centro comercial florecen como champiñones un millar de micronegocios callejeros que sobreviven como peces rémora junto al coloso.

Ayer encontré a un anciano vestido de payaso con un bandoneón sucio y desafinado. Le acompañaba fiel un perrillo viejo con una falda con volantes que andaba a dos patas a ritmo de tango. Para expiar, en parte, mi sentimiento de culpa me acerqué a echarle unas monedas en una bolsa que había dejado en el suelo y él me dedicó unas notas de “Yira”.




Verás que todo es mentira


verás que nada es amor


que al mundo nada le importa


yira, yira


y aunque te quiebre la vida


y aunque te muerda un dolor


no esperes nunca una ayuda


ni una mano, ni un favor.




Hoy en lugar del payaso jubilado habitaba en la misma esquina un trío de músicos desgarbados que tocaban pasodobles ante la indiferencia de los peatones que pasaban.

Ayer un hombre de mediana edad con aspecto de indigente a última hora de la tarde dormía como si no formara parte de este mundo en la puerta de un VIPS, mientras la gente salía y entraba del local sin reparar en él.

Espero no perder nunca mi capacidad de asombro. Me niego a sustituirla por una inmensa indiferencia.

No sé si nos hemos acostumbrado demasiado a justificar las desgracias ajenas. Me niego a cambiar. Y cuando veo tocando a alguien un pasodoble en medio de la calle, o un payaso desaliñado con un perrillo viejo bailando al compás de un tango sigo parándome a contemplar el espectáculo.

Y si, a cambio de unas monedas, me tocan una canción, yo regalo una sonrisa y me voy calle abajo tarareando el tango que me acaban de dedicar…



Cuando la suerte que es grela


fallando y fallandote largue parar


cuando te viene la vida


sin rumbo y desesperao


cuando no tengas ni fe


ni yerba de ayer


secándose al sol


cuando rajés los tamangos


buscando ese mango


que haga morfar


la indiferencia del mundo


que es sordo y es mudo


recién sentirás.


Verás que todo es mentira


verás que nada es amor


que al mundo nada le importa


yira, yiray aunque te quiebre la vida


y aunque te muerda un dolor


no esperes nunca una ayuda


ni una mano, ni un favor.


Cuando estén secas las pilas


de todos los timbres que vos apretás


buscando un pecho fraterno


para morir abrazao


cuando te dejen tirao


después de cincharlo mismo que a mí


cuando manyes que a tu lado


se prueban las ropas que vas a dejar


te acordarás de ese otario


que un día cansadose puso a ladrar.




(La Dama)



Frotando Lámparas Maravillosas



Él: Lo siento, no quería interrumpirte, sólo quería una copa.
Ella: No pasa nada, sólo frotaba esta lámpara para que cambie mi vida.
Él: Pues yo creo en la magia, al final es lo único que puede salvarnos.
Ella: Tú eres el pianista...
Él: Ahora no. Una misteriosa desconocida me ha sustituido temporalmente y debo decir que toca de maravilla. Eh, ¿tienes los ojos humedecidos?
Ella: Esta canción me llega muy adentro. Me recuerda a la noche que conocí a una persona.
Él: ¿Y son lágrimas de pena o son lágrimas de alegría?
Ella: ¿No son las mismas lágrimas?
Él: Sí. ¿Por qué será que lo que siempre empieza siendo tan prometedor consigue acabar en la basura?
Ella: No para todos.
Él: Bueno, para todos los que tienen imaginación. ¿Sabes? La vida es llevadera si tus esperanzas son modestas. En cuanto te permites tener bellos sueños te arriesgas a que terminen estrellándose, créeme.
A mí también muchas viejas canciones me hacen llorar.
Ella: Me llamo Melinda. Melinda Ouchio. Es francés.
Él: Es un nombre precioso.
Ella: Gracias. Era el de mi madre. Se casó con el Dr. Nasha y yo me llamaba Nasha, pero me he puesto el de ella.
Él: Y es una sabia elección. Es muy… musical.
Me llamo Ellis Moonsong y soy de Harlem (U.S.A.)
Ella: Canción de Luna, ¿de verdad te llamas así?
Él: así es.
Ella: Es precioso. Tú también tocas de maravilla.
Él: Bueno, lo que siempre he sabido hacer es música. Sé tocar los instrumentos, pero mi especialidad es la composición. He escrito dos óperas. Una se estrenó en Illinois y la otra se estrenará en el gran teatro de Santafe.
Ella: Impresionante.
Él: Es así como presumo. Soy un inseguro y es así como tengo que venderme.
La verdad es que no a todos les gustó mi música. Es un poco moderna, pero debo decir que los críticos me animaron mucho.
Ella: ¿Es eso lo que quieres ser, otro Verdi o Puccini?
Él: No me hago ilusiones pero sí. Si pudiera frotar esa lámpara y llegar a componer óperas, sinfonías, música para cuartetos de cuerda… mi obra interesa mucho en Europa y pronto podría irme a vivir a Barcelona o París. Vaya, no puedo dejar de darme humos. Has abierto mi caja de Pandora. ¿Y tú?
Ella: Yo no compongo óperas, pero mi vida parece una. Soy una de esas heroínas demasiado emotivas para existir en este planeta, aunque en mi caso yo misma me he provocado mis peores problemas. No he debido perseguir mis sueños con tanto ímpetu.
Él: Nos aferramos sin pensar porque somos gente muy apasionada. He sabido que eras muy apasionada al empezar a hablar contigo.
Ella: ¿Cómo te has dado cuenta?
Él: Es una intuición. Lo he visto en tus ojos, en tu voz…
Ahora tengo que seguir tocando. Seré directo. Me gustaría conocerte más.
Ella: si me preguntas si es posible que te dé mi número de teléfono… la respuesta es sí.

Él desaparece de la escena tras mantener una diálogo corto con la misteriosa mujer que lo ha relevado en el piano y despedirse de Melinda.

Ella 2: ¿Qué pasó con el dentista?
Ella: Es el hombre perfecto, aunque no para mí. En cambio Ellis Moonsong es muy… poético.
Hay cosas increíbles. Conoces a un extraño y de repente te preguntas: ¿podría yo vivir en Barcelona?
Ella 2: Ten cuidado, no puedes ir por la vida frotando lámparas y deseando cosas. No salen bien. Te lo digo yo.

(De la película: "Melinda & Melinda")


Buscando Perlas en una Peluquería


Desde hace años, a pesar de que me coge muy lejos de donde vivo, voy a la misma peluquería. Soy un animal de costumbres. Es una academia en la que más que, más que cambiar de imagen voluntariamente, me someto a un ensayo clínico. Mi fobia a ir a la peluquería tan sólo es superada por mi ya conocido miedo a volar. Lo que más odio es tener que decidir qué tipo de corte quiero o a qué lado de la cabeza voy a tener la raya en los próximos cuatro días, porque entre otras cosas el talón de Aquiles de mi inseguridad se muestra en el hecho de tener que tomar en cinco minutos todo ese tipo de decisiones que van a condicionar mi actitud frente al mundo -a través de mi imagen- hasta el próximo lavado de pelo.
Cuando voy a la peluquería es porque ya se me han acabado las excusas para no ir. Se trata de sanear no las puntas, sino de evitar tener que usar machete para abrirme paso entre la flora (lianas) y la fauna (especies desconocidas aún por la ciencia) que habitan junto a mis ideas.
Cuando voy a la peluquería es siempre en contra de mi voluntad y arrastrada por una fuerza mayor como la de tener que asistir a un acto familiar o social relevante. Este fin de semana se han alineado los astros adecuados y he tenido que pasar por el aro.
La historia se repite: durante el corte de pelo siempre contengo la respiración como si estuviese buceando sin bombona de oxígeno y en el secado aguanto estoicamente los continuos tirones de los estudiantes de peluquería –forma parte de la tortura- y automáticamente dejo de hablar. En esta hora de autismo absoluto, para distraerme suelo poner atención a la conversación de peluqueras y clientas de alrededor. En esta ocasión la silla que estaba a mi derecha la ocupaba una mujer de unos cuarenta con un niño de unos seis años a su lado. Me fijé en que la mujer, cual Lauren Bacall sacando una pitillera, extraía del bolso un acondicionador que quería que le aplicara la chica que la estaba peinando. La señora se afanaba por dar explicaciones a la peluquera sobre las múltiples propiedades del producto como si la profesional fuera neófita en la materia. Me indignaba su actitud y me la imaginaba en una situación similar dándoles instrucciones de uso sobre extintores a los bomberos que acudieran a apagar el fuego en su casa. El niño la miraba de soslayo, bostezaba y aguantaba la retahíla de su madre a la sufrida chica.
A mi espalda a través del espejo veía la imagen invertida de un peluquero travestido que era mayor que las chicas que hay allí habitualmente. Tenía unas rastas con mechas rubias y una sombra de ojos tricolor perfectamente pintada. Mientras peinaba a la clienta mantenía con ella conversación sobre arte. Le contaba que había hecho historia del arte con un módulo de pintura en París y que como de eso no podía sobrevivir se estaba sacando el título de peluquería y tenía aparcados por el momento en casa varios bocetos que estaban a medio terminar.
El aspecto de la peluquera contrastaba con el corte clásico de la señora a la que peinaba que tenía aspecto de venir de la clase social más puritana y conservadora. En cambio, a pesar de las diferencias el diálogo entre ellas era muy fluido con ese vértice en común del arte.
Entretenida con la conversación que mantenían ambas se me pasó el miedo a volar en la peluquería, me miré al espejo y no me disgustó lo que vi. Se acabó el aguantar la respiración como si fuera una buscadora de perlas en el Pacífico y salí de allí pensando en lo maravilloso que resulta mantener una conversación con alguien que comparte tus mismos gustos por la belleza.

(La Dama)


La Muerte desde la perspectiva del que se queda

jueves, 3 de abril de 2008




Ya no seré feliz.Tal vez no importa.

Hay tantas otras cosas en el mundo;

un instante cualquiera es más profundo

y diverso que el mar. La vida es corta


y aunque las horas son tan largas, una

oscura maravilla nos acecha,

la muerte, ese otro mar, esa otra flecha

que nos libra del sol y de la luna


y del amor. La dicha que me diste

y me quitaste debe ser borrada;

lo que era todo tiene que ser nada.


Sólo que me queda el goce de estar triste,

esa vana costumbre que me inclina

al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.


(J.L. Borges)


La Muerte desde la perspectiva del que se va



Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.

Ya no compartirás la clara luna

ni los lentos jardines. Ya no hay una

luna que no sea espejo del pasado,


cristal de soledad, sol de agonías.

Adiós las mutuas manos y las sienes

que acercaba el amor. Hoy sólo tienes

la fiel memoria y los desiertos días.


Nadie pierde (repites vanamente)

sino lo que no tiene y no ha tenido

nunca, pero no basta ser valiente


para aprender el arte del olvido.

Un símbolo, una rosa, te desgarra

y te puede matar una guitarra.

(J.L. Borges)


El Beso



Ese día se levantó de la cama con la idea precisa de salir y darle un beso, con la convicción de romper la ceremonia del saludo y transgredir el rito de la bienvenida que ya se había convertido en un acto milimétricamente pactado entre los dos. (…)
Esa tarde se acercaría a él con la misma velocidad de siempre, para no alertarlo. Cualquier movimiento ajeno al proceso de rutina sería inmediatamente reconocido; y él retrocedería a pesar de que el ansia de recibimiento guarda la misma intensidad que el de la entrega de ese beso. Una caída inesperada, una ayuda, una recreación del cuadro de Munch, “El Beso”. No, eso sería una trilogía barata. Entonces, ¿cómo?. Una petición, puede ser. Una solicitud:¿querés que te de un beso?, diría ella / ¿por qué?, diría él. Silencio estrepitoso. Ululos de lechuza. Entonces, ¿qué?. Porque lo deseo, diría ella / ¿por qué?, diría él… Otra vez silencio, otra vez estrepitoso, quizá más. Porque veo tu boca y sólo pienso en besarla, igual que veo tu mano y sólo pienso en tocarla, diría ella / ¿por qué?, diría él… El silencio se rasgaría, entonces, con un suspiro y luego con el mismo silencio, terminaría de existir su propio e impasible ser. Tengo hambre, diría ella…/ vamos a comer diría él. No, no daría resultado. Entonces, ¿cuándo?, se preguntaría ella; pero esta vez así misma, hasta en la idea. El silbo del viento le respondería o le daría un golpe en la cara; pero a veces el viento también es él, y el ansia se torna en lo mismo o más, porque el tiempo sigue su itinerario con la misma parsimonia de siempre echándole una risa en cada frente pasajero.
…al sol nadie le da bola, está ahí todo el tiempo, sólo cuando hace un frío de mierda uno se da cuenta de lo importante que es….
Aquel pensamiento le apolillaba la cabeza, se lo había dicho un amigo y, a tal amigo, la sabiduría callejera impregnada de poesía le salía en cada estornudo. Tenía razón, un tiempo de ausencia tal vez haría sentir un cambio de clima, o tal vez no. Nadie lo sabría hasta no ensayar.
A Fe hasta su propio nombre le resultaba insensato, la incipiente voluntad que tenía no le dejó jamás creerse la historieta del sol. Martín era eso, Martín, punto y aparte. Pero era tan jodido entender esas 6 letras juntas, que el asunto de los momentos inventados para abordar situaciones deseadas eran el excreto psíquico necesario para no pudrirse por dentro. Para no consumirse en el deseo. Para no mal nutrir la esperanza.
Sale temprano en la mañana, hace como 600 minutos, a la hora justa en que todo el mundo sale a trabajar, en el mundo de este lado por supuesto. Sube al micro, un asiento individual, a la ventana por favor, mejor si es con el desnivel de la rueda (le gusta ver sus piernas cuando viste falda, y no sólo a ella).
Va por la avenida de un mercado que de costumbre tiene vendedores ambulantes, y es un shopping particular con el vehículo circulando a 5 Km/h. Hay modas en las ventas, hasta en las ambulantes. Hacía poco, el artículo preferido a ofrecer y/o comprar era el maní. Ese día, era papel higiénico. Dos, tres cuadras, veinticinco vendedores, todos ofreciendo papel higiénico. (Y a quién carajos, se le ocurrirá comprar eso a las 7:15 de la mañana en la ruta al trabajo).
Baja del micro. Una, dos cuadras a pie, pintoresca caminata con el acompañamiento sincrónico de piropos con sabor a tufo de alcohol barato y a jornada del día anterior. Llega a la oficina con la certeza de que un edicto o una solicitada es una muy buena opción, y comienza a escribir una carta para convocar un beso.
“Esperado Martín,
Yo no sé de cierto -y eso te lo dije sin palabras en cada intento- en qué momento se produjo este fenómeno, porque de que es un fenómeno, lo es, de eso ya no cabe duda. Me parece, y eso significa que no lo podría garantizar, que el punto de génesis está en ese segundo ilustre en que las estrellas se volvieron ojos de lechuzas en un bosque de 4x4. Un día como este, como aquel o ese, donde al aire un tunante entonaba un poema de flojera y luego cantaba su canción. Qué flojera, dije yo también, así que no hice nada, el verso se hizo solo, de Benedetti y coco, de borrachera, de curiosidad e ilusión… de sun…..”
Se suspendió al tacto, la palabra no la saldó. Sintió que argumentar aquel beso era innecesario, cuando la lógica de aquella necesidad era víctima de una apatía general. Tomó una bocanada de aire, hizo añicos la hoja y dejó el bolígrafo sobre la mesa. ¿qué hago?, murmuró con preocupación. Tomó otra hoja en blanco e intentó de nuevo.
“ Hola Martín,
Hoy tengo ganas de describirte algo de mi realidad, de nosotros, de lo que parece y lo que es. Una crónica.
Cada uno de nuestros encuentros es una historia en tiempo real exactamente igual: Estás ahí, sentado frente al abismo interminable de unos ojos enamorados, los míos. Ojos que día a día se pierden en un mundo de ensoñaciones y un pantano de gelatina.
Te miro y me limito sólo a desearte. Hay una distancia que nos separa, son esos metros o quizás centímetros entre tus ojos y los míos, que te hacen un imposible; por esa corta línea en la cual existe un algo extraño que divide nuestros mundos. Pero mi deseo es intenso, tan infinito como la nada, tan poderoso como el mismo ser.
Y así se me van las horas y los días, pensándote, soñándote. Sólo una palabra sería suficiente para entregarte el alma entera en este beso; pero vos jamás hablás, tus labios no alcanzan a decir nada, nisiquiera un suspiro que lo explique todo...
Y seguís ahí, sentado y muy calmado, pensando en tus cosas y hablando frivolidades; siempre ahí, frente a estos mismos ojos que te observan alucinados en la fantasía de construcciones imaginadas, o imágenes construidas, que son lo mismo; pero jamás iguales…..”
Un sollozo cayó junto con el bolígrafo. Los codos sobre la mesa, las manos sobre la cara. La impotencia mezclada con rabia, el orgullo con la ridiculez, el sentirse grandiosa y en fracción de segundos, al borde de la imbecilidad. Bajó unas de las manos del rostro hacia el papel, lo acarició, delineó cada palabra, sintió la textura que abrigaba aquellas frases, se detuvo un segundo, cerró los ojos e hizo añicos el papel otra vez.
Fe creyó que sería indigno exponer a tal nivel los sentimientos más profundos que guardaba, ya no era un acto de desnudar el sentir, sino de hacer exhibicionismo del pensamiento. En el arte de la guerra esa carta hubiera sido un autoboicot, un autogol en fútbol,; y además, encima de todo ello, no conseguiría el beso. Pero por alguna extraña razón, se sintió más llena de valor , sacó otra hoja y siguió.
“Martín,
Siempre pensé que la vida es mejor hacérnosla más sencilla: Vivir feliz, disfrutar de amar y ser amado. Puede parecer frívolo hasta superficial; pero es totalmente humano y terriblemente lleno de sensibilidad.
Quiero hablar en sencillo, como decís vos, yo digo sin tapujos… sin puntos suspensivos ni metáforas, quiero hablar del amor que siento por vos, sin poner sólo la letra inicial y la final llamándolo “lo indecible”, de la eterna búsqueda de nuevas y mejores formas de hacerte feliz y de cómo seguir apilándolas en archivos mentales y cuadernos empastados, de mis múltiples intentos por conseguir una respuesta que no me signifique golpecitos en la cabeza cuando expreso lo que siento.
Hoy, quiero darte un beso, y que lo recibas, sin importar si es el último o el primero…”
Fe
Dobló el papel una y luego otra vez. Ya está, pensó. Esto es. Y comenzó a imaginar cómo sería el encuentro ideal para entregárselo junto al beso.
Una tarde agua Vital, en un cuarto de hotel tipo hogareño, un tango, sin lugar a dudas, destaparía el vino de medio pelo que le regalaron comprando un cinturón en una feria en Tarija. Dejaría la solemnidad, a parte que no le va mucho cuando hay que hablar de sentimientos. La verdad, que en sus manos, de solemnidad, un poco, de piel nada más. Las confidencias de este calibre suenan a hueco si se las lanza confitadas, son más creíbles si saben a achachairú verde.
Una charla imaginaria, un café de medio pelo, en invierno. Le daría un abrazo de media hora si estuviera por ahí, él y su boca, la suya; pero no importa, lo hará en cuanto llegue... él, que tanto le encanta hacerse esperar. Y ella que a veces, no hay que negarlo, le sale el costado vejete (el izquierdo que sufrió como tres fracturas costillares, dos de ronda escalerosa, y la última con sabor a tango), y se aburre... o le dan bostezos y nauseas.
Pensó primero en qué decirle al llegar, luego las otras cosas fluirán. El saludo de bienvenida eterna, ¡gracias! me alegraste la madrugada , sos un malevo guapesco del siglo XXI y de tanguero te queda un Monet el sombrero. (Un Monet ,el sombrero?. El sombrero?) Si me hubieran dado a escoger una época en qué nacer, me hubiera resultado fácil escoger el siglo XIX, “la belle epoque” (no sé si se escribe así) A vos te vendría bien la Argentina de los años 20, o la Francia de los 30. O le contaría que esa tarde salió a buscarle un libro, sabiendo que él la encontraría hoy, y cómo será el nivel intelectual por esos sitios que visitó 3 librerías y estaba agotado. Y él dirá seguro al recibirlo, no he leído nada de Cortázar te contaré; pero sí mucho Discépolo, Troilo, Le Pera. Conseguiré algo para que comentemos luego; pero no estaría mal que alguna princesa amiga me hiciera un buen regalo…, dirá entonces él, con toda la galantería del caso.
Y claro, ella le hace el regalo con un te quiero tanto en especial... y así, palpa la luna, la acaricia y todo, hasta con morbo y sin censura. Y le dirá, si, a vos te iría de fábula la Argentina de los 20... mierda, cortázar.... en su época moza. Y él dirá como ya lo pensó, de Cortázar no he leído casi nada. No blasfemes, rezongará ella.
Entonces él reirá, y ella pensará, “qué ganas de darte un beso para que me contagies”.
Habían quedado a las 6:00. Ella, ya en el café, lo esperaba pensando en cómo sería la arribada.
“… qué ganas de verte llegar a este café. Y justo en el instante de pensar en eso, la campanilla de la puerta sonará y un señor con un gabán negro y un sombrero de tanguero. No, no sos vos. Vos no usarías un sombrero tanguero. Eso ni en la más remota posibilidad de construcción suscinta de personaje. El sombrero tanguero es para los de mente “de chou mast gou on”, para los prestidigitadores magos de feria de pueblo o de circo barato. No, vos no usarías un sombrero tanguero, por que no llevás el tango encima de la cabeza, lo llevás en el alma.”
Martín entró al café que estaba poco más o menos vacío, sólo ella, en un rincón en la esquina más alejada lo esperaba en el intervalo de una indecisión. Un olor a café recién molido y madera húmeda eran los protagonistas de las sensaciones en aquel lugar. Él, se fue acercando a la par que ella sacaba el papel doblado en 4 que escribió esa mañana. El se inclinó para saludarla y ella con el beso planificado durante meses en la punta del alma, giró la cabeza y ambas mejillas se rozaron, ambas bocas se fruncieron levemente y ambas humanidades evocaron un efecto sonoro de beso. Otro beso como este, de mejillas propias y labios ajenos, como aquellos o como esos, que terminó igual que aquel día como este, como ese o como aquel.
Tomaron un café. El habló, ella soñó. Al pagar la cuenta, él se fue y ella estampó el papel doblado en cuatro en el fondo del basurero a la salida del café. Él llegó a su casa, a la suya de él y ella también, a la suya de ella. Se acostó, extendió su mano, la miró. Ordenó el dedo índice con el anular a modo de construir una boca y la besó.

Llueve en París



Últimamente mi vida es más extraña de lo habitual. Trabajo demasiado aunque sigo sin rutinas, no sé si para bien o para mal. Lo que realmente me enerva de esta situación es el hecho de no poder hacer planes. Todo el mundo sabe lo que va a hacer el fin de semana que viene, o mañana, en cambio yo no sé dónde voy a estar en las próximas horas. En cualquier momento puede cambiar mi futuro a la velocidad del sonido de mi móvil al que en estos días me siento unida por un cordón umbilical.
Creo que el sábado voy a cenar con unos amigos que vienen a casa, pero aún no estoy segura de que tal cosa vaya a ocurrir, a pesar de que lo tenemos planeado hace más de diez días.
Meses atrás pensaba que la próxima semana iba a realizar un viaje a París, que es el único lugar del mundo al que iría superando mi pánico a volar, pero con los cambios de planes de última hora: sigo aquí, sin tiempo suficiente para realizar mi sueño.
Esto me recuerda una vez que llegué tarde a la cita con alguien a quien yo le llevaba tres años –por aquel entonces, salir con un chico menor que mi hermano pequeño solía ser un prejuicio insalvable para mí, que tenía complejo de sufrir una madurez prematura- y aún así me parecía el hombre perfecto: sensible y cortante como una hoja de bisturí. En aquella época me fascinaban los rebeldes sin causa y él era un híbrido entre dos actores que revolucionaban mis hormonas: tenía un aire a Richard Gere en los ojos y un gesto de James Dean al atusarse el pelo, que me provocaban escalofríos de los pies a la cabeza. Aquel día llegué más de media hora tarde y él no esperó ni quince minutos. Había estado planeando toda la semana aquel encuentro: la ropa que me iba a poner, repasaba la hipotética conversación que íbamos a mantener… y por culpa de la falta de aparcamiento y los atascos nunca llegué a la cita. Por más explicaciones que le di, él creyó o quiso creer que le di plantón. Probablemente había perdido el interés por mí mucho antes de aquella cita. Pero la ilusión, que es la antesala del amor, es ciega y después de aquel día se sucedieron unas diez llamadas en las que él aplazaba nuevos encuentros. Nunca volví a verle. Sólo recuerdo que se llamaba Gabriel.
He tratado desde entonces, aunque sin éxito, llegar a tiempo a todas partes, pero siempre a última hora surgen cien mil cosas diferentes que hacer y todas ineludibles. Y así ando, muy ocupada, aunque sin rutinas en las que descansar de una vida llena de imprevistos de última hora.
Mi viaje a París se retrasa, como aquella cita que planeé durante mucho tiempo y a la que llegué demasiado tarde. Nunca he perdido esa sensación de ilusiones rotas y mojadas por la lluvia desde ese día en que llegué con la respiración entrecortada por la carrera, el rimel corrido, las botas mojadas en todos los charcos del camino y el frío de la desilusión calándome los huesos, al llegar y comprobar que en la estación donde quedamos no me esperaba nadie.


(La Dama)

La Chica del Mustang Descapotable

Venía de otra relación tormentosa y era una mujer menuda que estaba marcada para el resto de su vida. De aquel amor amargo le habían quedado dos secuelas: una cruz en la cara y una conducta compulsiva que la obligaba a consumir alcohol dominando su voluntad en los peores momentos. Era alcohólica en silencio o eso pensaba ella. En realidad era un secreto a voces. La Mujer Esponja -así la llamaban en el local donde servía copas- nunca había sido guapa ni tampoco del todo fea, era de una belleza extraña y triste, aunque el alcohol había conservado bien sus huesos y aparentaba cinco o seis años menos de los que delataba su DNI. Dicen que unos meses antes, había conocido a un cliente que, desde entonces, se había hecho un habitual en la barra. Un tipo extravagante, de sonrisa simplona y entrado en años, con una voz aguardentosa y un pasado para olvidar. Sé que salieron un par de días al cine y a tomar helados. Más convulsas fueron sus noches. Los rumores cuentan que tuvieron momentos de pasión y desahogo en la cocina del bar, entre platos y cacerolas. Nada contaminado con amor ni deseo, sólo era sexo. Un sexo burdo, animal, sin preludios ni caricias, tan sólo instinto derramado sobre la misma mesa donde se preparaba el menú del día.
Un día vino a verme. Estaba desorientada. Afrontaba la crisis de los cuarenta en plena adolescencia mental. Estaba en ese momento en el que empiezas a apreciar la vida cuando tomas conciencia de que no vives, sino de que te estás muriendo. Le hubiera gustado cerrar los ojos y creer que su vida entera había sido una pesadilla, para borrarla y partir de cero. Pero ni los borradores de tiempo existen ni la historia tiene vuelta atrás. Se levantó violentamente del asiento y se fue mascullando una despedida que no tomé en serio. Aquella fue la última vez que la vi. Recuerdo que llovía muy fuerte y ella se había recogido el pelo debajo de un pañuelo rojo. Ocultaba sus ojeras detrás de unas grandes gafas de sol. Esa fue la única ocasión en que recuerdo que me pareció guapa. Su última mirada me recordó a Grace Kelly y la imaginé por un instante en un mustang descapotable blanco recorriendo Dallas.
No se quitó la vida, sólo se limitó a perderla poco a poco. La depresión y la cirrosis hicieron el resto.
Algunas mañanas el dueño del bar donde trabajaba encuentra flores en el suelo de la entrada como si se tratara de un mausoleo. Nadie lo ha visto, pero todos pensamos que tal vez aquel compañero de sexo en la trastienda del bar supo ver en La Mujer Esponja la belleza que el resto nunca descubrimos. Desde entonces algunos días de lluvia me asomo a la ventana por si acaso veo pasar un mustang blanco conducido por una mujer con un pañuelo rojo.

(La Dama)


La Mujer con un Magnum del 44




“Estoy harta de que todos mis amigos sean más jóvenes que yo -me comentaba una compañera hace dos días. Harta de escuchar los problemas del primer matrimonio, el primer embarazo y la primera infidelidad de pareja. No soporto los preparativos de boda, los antojos del segundo trimestre ni la bulimia derivada del fracaso de una relación sentimental.” Tiene razón. Ella es como el mundo anglosajón respecto al latino, todo le ocurre una década antes y la gente, dada su dilatada experiencia, acude a ella como si fuera un oráculo del sentido común. “Me siento la hermana mayor y divorciada que acompaña a la pequeña treintona al médico para pedir la píldora-del-día-después. ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”
Nadie le enseñó a resolver sus propios conflictos y aquello que no la destruyó, la hizo más fuerte. Es una auténtica Gillette de la sensiblería y la lágrima fácil. Las corta de raíz. Su método es drástico, pero funciona y hay un antes y un después en todos los que se acercan a pedirle consejo. Siempre tiene la frase perfecta para pasar de un tsunami sentimental a una balsa de aceite. Se comporta como un Harry “El Sucio” de la psicología de pareja y apunta con su mágnum del 44 directo al corazón. Su secreto consiste en llamar a las cosas por su nombre. Así es como se ha ganado a pulso su club de adeptos.
Una vez presencié el “ritual”. Estaba diciéndole a otra compañera, que se acaba de separar de su marido después de diez años de convivencia y dos hijos en común, algo así: “Ese es un cabrón que se veía venir de lejos. Hace años ya apuntaba maneras, no despegaba los ojos del culo de la administrativa aquella que vino a sustituir a la Asun en vacaciones. Pero tú, que eres una pánfila de cuidado, no te dabas por aludida cada vez que te lo advertíamos las demás. Y ahora sécate esos mocos y a trabajar, que te acabas de quitar un muerto de encima”. Sorprendentemente aquellas palabras debieron de causar un efecto terapéutico en la auxiliar y al poco tiempo de aquella conversación ya lucía nueva sonrisa y nueva pareja.
Es curioso cómo a veces recibir una bofetada psicológica resulta más útil para salir de un trance depresivo que un abrazo efusivo y palmaditas en la espalda con falsas esperanzas, que tan sólo te hunden más en la miseria. Y para hacer eso la más indicada es la mujer del magnum 44.
(La Dama)






Mar Adentro

miércoles, 2 de abril de 2008



Perdí el hilo de los acontecimientos… ¿Cuándo el hombre empezó a endiosarse? Hay quien se mira en el espejo y no distingue entre lo humano y lo divino… ¿Quien decide quien vive y quién muere? ¿Por qué tengo que ser testigo de aquello que no comparto? ¿Por qué hay vida más allá de un biombo blanco y se anuncia una muerte esperada detrás de él? Sé que ella nos escucha, aunque sus palabras estén atrapadas en unos labios inmóviles. No quiero cerrar los ojos y convertirme de repente en ciega y sordomuda, aunque ellos actúen como si yo fuera invisible. No me acostumbro y lucho contra los elementos.
Sé de antemano que la mía es una guerra perdida…
El reloj biológico no descansa y, si alguna vez lo hace, es porque influye un factor externo. Nos dejamos arrastrar por la inercia de lo que nos rodea sin recordar que existen momentos donde el paso del tiempo se vive de forma diferente. A menudo, corre muy deprisa y la gente lo olvida mirando escaparates. Los días y las noches, los cambios estacionales ya no los rigen las fases lunares ni los movimientos de rotación y traslación de la Tierra, sino La Planta Joven de El Corte Inglés.
Todos los días aprendo algo nuevo. Anoche aprendí que el tiempo no se altera, lleva su ritmo y este ritmo siempre es el mismo aunque nosotros lo vivamos de otra forma.
Conozco a una equilibrista de la cuerda floja a la que la vida se le está acabando de repente, sin previo aviso, porque alguien lo ha decidido así, como una broma de mal gusto. La misma que se debate entre este mundo y el otro detrás de un biombo blanco, bajo una luz molesta, como de quirófano.
Conozco a una auténtica saltadora de pértiga, alguien que ahora vive al ritmo que marca el reloj, ni más deprisa ni más despacio. Sin embargo su entorno lo vive como si corriese extremadamente lento. Sus días tienen 24 horas como los de todo el mundo, aunque para su familia parezcan muchas más. La saltadora de pértiga lo vive así porque para ella 24 horas son 86.400 segundos y porque ante la amenaza de no vivir un segundo más, todo le parece poco. Se aferra a la vida batiendo continuamente su propio récord contra todos los pronósticos médicos, que en cuatro ocasiones le han augurado el fin de sus días. Cada minuto para ella es uno más y para los demás uno menos. El paso del tiempo ralentizado también está causando estragos en el hombre que ha permanecido junto a ella los últimos cuarenta años de su vida. Está cansado, pero no quiere manifestarlo. No concede ruedas de prensa. No cree que él sea el protagonista de nada, ni siquiera de su propia historia, porque siempre ha vivido por y para ella.
La amenaza de un peligro siempre te demuestra que todo es relativo. El vértigo que produce una muerte inminente cambia el peso de los valores de la vida. Por esta vez quisiera que este aprendizaje no fuera fugaz, quisiera apuntármelo con carmín rojo en el espejo para salir a la calle con la lección bien aprendida.





Mar adentro, mar adentro,



y en la ingravidez del fondo



donde se cumplen los sueños,



se juntan dos voluntades



para cumplir un deseo.




Un beso enciende la vida



con un relámpago y un trueno,



y en una metamorfosis



mi cuerpo no es ya mi cuerpo;



es como penetrar al centro del universo:




El abrazo más pueril,



y el más puro de los besos,



hasta vernos reducidos



en un único deseo:




Tu mirada y mi mirada



como un eco repitiendo,



sin palabras:más adentro, más adentro,



hasta el más allá del todo



por la sangre y por los huesos.




Pero me despierto



siemprey siempre quiero estar muerto



para seguir con mi boca



enredada en tus cabellos.

(Ramón Sampedro)



Yo tuve una vez un blog...





“Escribir es un acto lluvioso, comienza con pequeñas gotas que caen como escupitajos en el piso (homenaje a Rulfo), luego viene ese inconfundible olor a tierra mojada, el cual por misteriosas razones abre el apetito, quizá anunciando que lo que viene es una tormenta insaciable, un diluvio que solo terminará hasta que quien escribe quede vacío.En un acto íntimo, sexual, grosero, escribir es meterse el dedo hasta casi tocar la campanilla y vomitar. Y como todos sabemos, lo malo de ciertas cosas como: llorar, vomitar, reír o tener sexo es que cuando empiezas ya no puedes detenerte.”

Extraído de: http://estonoesunsimulacro.blogspot.com/2007/09/yo-tambien-tuve-un-blog.html

Hace tres días desapareció mi espacio virtual sin dejar rastro. Me quedan retazos de los comienzos del blog, como restos de un naufragio, que guardé en una ocasión pensando en que algún día podría pasar esto y que ahora trataré de rescatar aquí.

Este es el enésimo intento de buscar mi hueco en la red...

(La Dama)





 

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