El Beso

jueves, 3 de abril de 2008



Ese día se levantó de la cama con la idea precisa de salir y darle un beso, con la convicción de romper la ceremonia del saludo y transgredir el rito de la bienvenida que ya se había convertido en un acto milimétricamente pactado entre los dos. (…)
Esa tarde se acercaría a él con la misma velocidad de siempre, para no alertarlo. Cualquier movimiento ajeno al proceso de rutina sería inmediatamente reconocido; y él retrocedería a pesar de que el ansia de recibimiento guarda la misma intensidad que el de la entrega de ese beso. Una caída inesperada, una ayuda, una recreación del cuadro de Munch, “El Beso”. No, eso sería una trilogía barata. Entonces, ¿cómo?. Una petición, puede ser. Una solicitud:¿querés que te de un beso?, diría ella / ¿por qué?, diría él. Silencio estrepitoso. Ululos de lechuza. Entonces, ¿qué?. Porque lo deseo, diría ella / ¿por qué?, diría él… Otra vez silencio, otra vez estrepitoso, quizá más. Porque veo tu boca y sólo pienso en besarla, igual que veo tu mano y sólo pienso en tocarla, diría ella / ¿por qué?, diría él… El silencio se rasgaría, entonces, con un suspiro y luego con el mismo silencio, terminaría de existir su propio e impasible ser. Tengo hambre, diría ella…/ vamos a comer diría él. No, no daría resultado. Entonces, ¿cuándo?, se preguntaría ella; pero esta vez así misma, hasta en la idea. El silbo del viento le respondería o le daría un golpe en la cara; pero a veces el viento también es él, y el ansia se torna en lo mismo o más, porque el tiempo sigue su itinerario con la misma parsimonia de siempre echándole una risa en cada frente pasajero.
…al sol nadie le da bola, está ahí todo el tiempo, sólo cuando hace un frío de mierda uno se da cuenta de lo importante que es….
Aquel pensamiento le apolillaba la cabeza, se lo había dicho un amigo y, a tal amigo, la sabiduría callejera impregnada de poesía le salía en cada estornudo. Tenía razón, un tiempo de ausencia tal vez haría sentir un cambio de clima, o tal vez no. Nadie lo sabría hasta no ensayar.
A Fe hasta su propio nombre le resultaba insensato, la incipiente voluntad que tenía no le dejó jamás creerse la historieta del sol. Martín era eso, Martín, punto y aparte. Pero era tan jodido entender esas 6 letras juntas, que el asunto de los momentos inventados para abordar situaciones deseadas eran el excreto psíquico necesario para no pudrirse por dentro. Para no consumirse en el deseo. Para no mal nutrir la esperanza.
Sale temprano en la mañana, hace como 600 minutos, a la hora justa en que todo el mundo sale a trabajar, en el mundo de este lado por supuesto. Sube al micro, un asiento individual, a la ventana por favor, mejor si es con el desnivel de la rueda (le gusta ver sus piernas cuando viste falda, y no sólo a ella).
Va por la avenida de un mercado que de costumbre tiene vendedores ambulantes, y es un shopping particular con el vehículo circulando a 5 Km/h. Hay modas en las ventas, hasta en las ambulantes. Hacía poco, el artículo preferido a ofrecer y/o comprar era el maní. Ese día, era papel higiénico. Dos, tres cuadras, veinticinco vendedores, todos ofreciendo papel higiénico. (Y a quién carajos, se le ocurrirá comprar eso a las 7:15 de la mañana en la ruta al trabajo).
Baja del micro. Una, dos cuadras a pie, pintoresca caminata con el acompañamiento sincrónico de piropos con sabor a tufo de alcohol barato y a jornada del día anterior. Llega a la oficina con la certeza de que un edicto o una solicitada es una muy buena opción, y comienza a escribir una carta para convocar un beso.
“Esperado Martín,
Yo no sé de cierto -y eso te lo dije sin palabras en cada intento- en qué momento se produjo este fenómeno, porque de que es un fenómeno, lo es, de eso ya no cabe duda. Me parece, y eso significa que no lo podría garantizar, que el punto de génesis está en ese segundo ilustre en que las estrellas se volvieron ojos de lechuzas en un bosque de 4x4. Un día como este, como aquel o ese, donde al aire un tunante entonaba un poema de flojera y luego cantaba su canción. Qué flojera, dije yo también, así que no hice nada, el verso se hizo solo, de Benedetti y coco, de borrachera, de curiosidad e ilusión… de sun…..”
Se suspendió al tacto, la palabra no la saldó. Sintió que argumentar aquel beso era innecesario, cuando la lógica de aquella necesidad era víctima de una apatía general. Tomó una bocanada de aire, hizo añicos la hoja y dejó el bolígrafo sobre la mesa. ¿qué hago?, murmuró con preocupación. Tomó otra hoja en blanco e intentó de nuevo.
“ Hola Martín,
Hoy tengo ganas de describirte algo de mi realidad, de nosotros, de lo que parece y lo que es. Una crónica.
Cada uno de nuestros encuentros es una historia en tiempo real exactamente igual: Estás ahí, sentado frente al abismo interminable de unos ojos enamorados, los míos. Ojos que día a día se pierden en un mundo de ensoñaciones y un pantano de gelatina.
Te miro y me limito sólo a desearte. Hay una distancia que nos separa, son esos metros o quizás centímetros entre tus ojos y los míos, que te hacen un imposible; por esa corta línea en la cual existe un algo extraño que divide nuestros mundos. Pero mi deseo es intenso, tan infinito como la nada, tan poderoso como el mismo ser.
Y así se me van las horas y los días, pensándote, soñándote. Sólo una palabra sería suficiente para entregarte el alma entera en este beso; pero vos jamás hablás, tus labios no alcanzan a decir nada, nisiquiera un suspiro que lo explique todo...
Y seguís ahí, sentado y muy calmado, pensando en tus cosas y hablando frivolidades; siempre ahí, frente a estos mismos ojos que te observan alucinados en la fantasía de construcciones imaginadas, o imágenes construidas, que son lo mismo; pero jamás iguales…..”
Un sollozo cayó junto con el bolígrafo. Los codos sobre la mesa, las manos sobre la cara. La impotencia mezclada con rabia, el orgullo con la ridiculez, el sentirse grandiosa y en fracción de segundos, al borde de la imbecilidad. Bajó unas de las manos del rostro hacia el papel, lo acarició, delineó cada palabra, sintió la textura que abrigaba aquellas frases, se detuvo un segundo, cerró los ojos e hizo añicos el papel otra vez.
Fe creyó que sería indigno exponer a tal nivel los sentimientos más profundos que guardaba, ya no era un acto de desnudar el sentir, sino de hacer exhibicionismo del pensamiento. En el arte de la guerra esa carta hubiera sido un autoboicot, un autogol en fútbol,; y además, encima de todo ello, no conseguiría el beso. Pero por alguna extraña razón, se sintió más llena de valor , sacó otra hoja y siguió.
“Martín,
Siempre pensé que la vida es mejor hacérnosla más sencilla: Vivir feliz, disfrutar de amar y ser amado. Puede parecer frívolo hasta superficial; pero es totalmente humano y terriblemente lleno de sensibilidad.
Quiero hablar en sencillo, como decís vos, yo digo sin tapujos… sin puntos suspensivos ni metáforas, quiero hablar del amor que siento por vos, sin poner sólo la letra inicial y la final llamándolo “lo indecible”, de la eterna búsqueda de nuevas y mejores formas de hacerte feliz y de cómo seguir apilándolas en archivos mentales y cuadernos empastados, de mis múltiples intentos por conseguir una respuesta que no me signifique golpecitos en la cabeza cuando expreso lo que siento.
Hoy, quiero darte un beso, y que lo recibas, sin importar si es el último o el primero…”
Fe
Dobló el papel una y luego otra vez. Ya está, pensó. Esto es. Y comenzó a imaginar cómo sería el encuentro ideal para entregárselo junto al beso.
Una tarde agua Vital, en un cuarto de hotel tipo hogareño, un tango, sin lugar a dudas, destaparía el vino de medio pelo que le regalaron comprando un cinturón en una feria en Tarija. Dejaría la solemnidad, a parte que no le va mucho cuando hay que hablar de sentimientos. La verdad, que en sus manos, de solemnidad, un poco, de piel nada más. Las confidencias de este calibre suenan a hueco si se las lanza confitadas, son más creíbles si saben a achachairú verde.
Una charla imaginaria, un café de medio pelo, en invierno. Le daría un abrazo de media hora si estuviera por ahí, él y su boca, la suya; pero no importa, lo hará en cuanto llegue... él, que tanto le encanta hacerse esperar. Y ella que a veces, no hay que negarlo, le sale el costado vejete (el izquierdo que sufrió como tres fracturas costillares, dos de ronda escalerosa, y la última con sabor a tango), y se aburre... o le dan bostezos y nauseas.
Pensó primero en qué decirle al llegar, luego las otras cosas fluirán. El saludo de bienvenida eterna, ¡gracias! me alegraste la madrugada , sos un malevo guapesco del siglo XXI y de tanguero te queda un Monet el sombrero. (Un Monet ,el sombrero?. El sombrero?) Si me hubieran dado a escoger una época en qué nacer, me hubiera resultado fácil escoger el siglo XIX, “la belle epoque” (no sé si se escribe así) A vos te vendría bien la Argentina de los años 20, o la Francia de los 30. O le contaría que esa tarde salió a buscarle un libro, sabiendo que él la encontraría hoy, y cómo será el nivel intelectual por esos sitios que visitó 3 librerías y estaba agotado. Y él dirá seguro al recibirlo, no he leído nada de Cortázar te contaré; pero sí mucho Discépolo, Troilo, Le Pera. Conseguiré algo para que comentemos luego; pero no estaría mal que alguna princesa amiga me hiciera un buen regalo…, dirá entonces él, con toda la galantería del caso.
Y claro, ella le hace el regalo con un te quiero tanto en especial... y así, palpa la luna, la acaricia y todo, hasta con morbo y sin censura. Y le dirá, si, a vos te iría de fábula la Argentina de los 20... mierda, cortázar.... en su época moza. Y él dirá como ya lo pensó, de Cortázar no he leído casi nada. No blasfemes, rezongará ella.
Entonces él reirá, y ella pensará, “qué ganas de darte un beso para que me contagies”.
Habían quedado a las 6:00. Ella, ya en el café, lo esperaba pensando en cómo sería la arribada.
“… qué ganas de verte llegar a este café. Y justo en el instante de pensar en eso, la campanilla de la puerta sonará y un señor con un gabán negro y un sombrero de tanguero. No, no sos vos. Vos no usarías un sombrero tanguero. Eso ni en la más remota posibilidad de construcción suscinta de personaje. El sombrero tanguero es para los de mente “de chou mast gou on”, para los prestidigitadores magos de feria de pueblo o de circo barato. No, vos no usarías un sombrero tanguero, por que no llevás el tango encima de la cabeza, lo llevás en el alma.”
Martín entró al café que estaba poco más o menos vacío, sólo ella, en un rincón en la esquina más alejada lo esperaba en el intervalo de una indecisión. Un olor a café recién molido y madera húmeda eran los protagonistas de las sensaciones en aquel lugar. Él, se fue acercando a la par que ella sacaba el papel doblado en 4 que escribió esa mañana. El se inclinó para saludarla y ella con el beso planificado durante meses en la punta del alma, giró la cabeza y ambas mejillas se rozaron, ambas bocas se fruncieron levemente y ambas humanidades evocaron un efecto sonoro de beso. Otro beso como este, de mejillas propias y labios ajenos, como aquellos o como esos, que terminó igual que aquel día como este, como ese o como aquel.
Tomaron un café. El habló, ella soñó. Al pagar la cuenta, él se fue y ella estampó el papel doblado en cuatro en el fondo del basurero a la salida del café. Él llegó a su casa, a la suya de él y ella también, a la suya de ella. Se acostó, extendió su mano, la miró. Ordenó el dedo índice con el anular a modo de construir una boca y la besó.

0 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

 

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