La Chica del Mustang Descapotable

jueves, 3 de abril de 2008

Venía de otra relación tormentosa y era una mujer menuda que estaba marcada para el resto de su vida. De aquel amor amargo le habían quedado dos secuelas: una cruz en la cara y una conducta compulsiva que la obligaba a consumir alcohol dominando su voluntad en los peores momentos. Era alcohólica en silencio o eso pensaba ella. En realidad era un secreto a voces. La Mujer Esponja -así la llamaban en el local donde servía copas- nunca había sido guapa ni tampoco del todo fea, era de una belleza extraña y triste, aunque el alcohol había conservado bien sus huesos y aparentaba cinco o seis años menos de los que delataba su DNI. Dicen que unos meses antes, había conocido a un cliente que, desde entonces, se había hecho un habitual en la barra. Un tipo extravagante, de sonrisa simplona y entrado en años, con una voz aguardentosa y un pasado para olvidar. Sé que salieron un par de días al cine y a tomar helados. Más convulsas fueron sus noches. Los rumores cuentan que tuvieron momentos de pasión y desahogo en la cocina del bar, entre platos y cacerolas. Nada contaminado con amor ni deseo, sólo era sexo. Un sexo burdo, animal, sin preludios ni caricias, tan sólo instinto derramado sobre la misma mesa donde se preparaba el menú del día.
Un día vino a verme. Estaba desorientada. Afrontaba la crisis de los cuarenta en plena adolescencia mental. Estaba en ese momento en el que empiezas a apreciar la vida cuando tomas conciencia de que no vives, sino de que te estás muriendo. Le hubiera gustado cerrar los ojos y creer que su vida entera había sido una pesadilla, para borrarla y partir de cero. Pero ni los borradores de tiempo existen ni la historia tiene vuelta atrás. Se levantó violentamente del asiento y se fue mascullando una despedida que no tomé en serio. Aquella fue la última vez que la vi. Recuerdo que llovía muy fuerte y ella se había recogido el pelo debajo de un pañuelo rojo. Ocultaba sus ojeras detrás de unas grandes gafas de sol. Esa fue la única ocasión en que recuerdo que me pareció guapa. Su última mirada me recordó a Grace Kelly y la imaginé por un instante en un mustang descapotable blanco recorriendo Dallas.
No se quitó la vida, sólo se limitó a perderla poco a poco. La depresión y la cirrosis hicieron el resto.
Algunas mañanas el dueño del bar donde trabajaba encuentra flores en el suelo de la entrada como si se tratara de un mausoleo. Nadie lo ha visto, pero todos pensamos que tal vez aquel compañero de sexo en la trastienda del bar supo ver en La Mujer Esponja la belleza que el resto nunca descubrimos. Desde entonces algunos días de lluvia me asomo a la ventana por si acaso veo pasar un mustang blanco conducido por una mujer con un pañuelo rojo.

(La Dama)


0 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

 

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