Seísmo

viernes, 4 de abril de 2008




Nunca pasa nada hasta que empiezan a pasar cosas.
Mi concepto de la felicidad ha sido siempre el mismo: tener una vida con acontecimientos pequeños, sin grandes sobresaltos, capaces de modificar sólo superficialmente mi estado de ánimo. No me gustan los imprevistos. Detesto los cambios. Estoy acomodada de tal forma a mi estilo de vida que cada día tan sólo aspiro a que continúe así. Pensar en que la situación puede escapar a mi control me enerva. Supongo que de ahí me viene la fobia a montar en avión. Soy como ese anuncio en el que un chico se está examinando del carnet de conducir con todos sus amigos dentro del coche, necesito tener el apoyo de los míos, saber que existen, que están cerca y que están bien. Necesito llevar mi vida a cuestas como un caracol. La sensación de eternidad de las personas y las cosas que forman parte de mí me ha acompañado siempre y me hacen sentir segura.
Hace tres días algo ha estado a punto de cambiar todo eso. He aprendido que una llamada crítica en un instante puede arruinar en cuestión de segundos todo lo que has tardado en construir una vida entera. Todo fue coger el teléfono y empezar a ver el tiempo ralentizado. La velocidad de la ambulancia nunca supera a la de los latidos del corazón y el aire no llega al fondo de los pulmones cuando se trata de acudir a una cita antes que el destino.
Finalmente todo parece estar volviendo a la calma. Hoy empiezo a notar de nuevo el aire entrando en mis pulmones. Llevo tres días conteniendo la respiración y notando que el mundo tiembla bajo mis pies.
Un par de veces he vuelto a tener la sensación de las réplicas del seísmo en el estómago durante este fin de semana.
Volver a escribir algo en mi blog es síntoma de que las cosas están empezando a volver a su sitio…

0 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

 

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