Amor en espera (carta para detener el tiempo)

domingo, 10 de febrero de 2013




Amor en espera (carta para detener el tiempo)

En resumen, eso es todo, así dijo y en realidad no habia dicho mucho, en resumen, compactó todo e hizo sólo un epígrafe de un gran tomo. Pensé que así era como las mujeres dan paz a los huracanes, revisé el pecho y aun latía el amor en las dos costillas. Todos los males amorosos dejarían de existir si se mudara el corazón a la cabeza.

Al menos tuvo la valentía de decirme que me iba a extrañar, me dije, al menos yo sé que no quedaré más que en su memoria y al menos ella no sabe que yo la llevaré en todos lados.

Iba recorriendo la calle contrapuesta a la de la despedida, meditando y analizando con ojo quirúrgico las incisiones que hicieron nuestros amores furtivos en las avenidas, ahora tan polvosas y feas, que parecían incluso inseguras. El amor es el único espejo que diluye la perspectiva y muestra algo que no estuvo, que no está ni estará.

El camino de cemento estaba solo y cansado, ella ya no estaba para hacerle el dos a mis pasos. Así venía meditabundo cuando me asaltó la idea traicionera de que esta vez era para siempre.

Vamos a ver qué pasa mañana, me dije, vamos a ver qué pasa...

La mañana resultó sin esbozo de sonrisa, sin señales de que Dios pasara, ni el diablo que tanta falta me hacía. Revisé el celular y sólo apareció un mensaje de la compañía telefónica, me dije, creo que esta vez iba en serio porque me miró fijo, como si quisiera recordarme con mi cara de idiota, toda la vida. Aun es temprano, recapitulé, aun no es tarde, podemos encontrarnos en alguna fiesta.

Salí con el traje de mi vocación de vago y metí en mi maleta mis fugas de papel, mi libreta confesionario y a mis mejores esperanzas, las doble y les hice espacio.
Me paré en la orilla de la calle y esperé un taxi, no venía, así que decidí caminar por varias razones, una de ellas, la más grande, porque no tenía dinero para el viaje. Me puse los lentes de sol que son como el amigo pervertido y discreto que te señala señoritas; acomodé mi maleta y emprendí el camino. Eran las 3 de la tarde, me faltaban dos cuadras para llegar a casa de mi amigo y tú no habías marcado, revise la bandeja de entrada y dejé que mi ingenuidad saliera al quite, pensando que quizás podría haber un mensaje que no pasara revisión y que entrara y se alojara en el buzón. Tonto de mí que aun espero imposibles, no puedo seguir jugando al niño con la tecnología. Sólo había mensajes de la compañía en el catálogo de recibidos, si tan sólo te llamaras movistar todo estaría bien, me dije, todo estaría bien.

Al llegar al departamento de mi amigo, decidí esperarlo, por una gran razón, no estaba y la puerta, por lógica, estaba cerrada. Cuando llegó, yo ya me había marchado. Porque cuando el destino va por la calle, hago una caridad, lo acompaño.

Con el poco patrocinio de mis andanzas por aquí y por allá decidí comer, revisando mis rutas de antes y de siempre, recordé que habia un restaurante bastante bueno, con meseras muy amables y sin perros que estar pateando, pero al estar frente a él, decidí irme a comer donde merodeaban los caninos porque una vez más, no había dinero. Fue una buena comida, si puedo halagar al gordero, espero, por mi bien semántico lingüístico, que así se les diga a los que hacen gorditas.

Ya lleno, descubrí que estaba mal el dicho: Barriga llena, corazón... casi no puede respirar. No me sentía más feliz por haber tragado, al contrario, cuando comía se me antojó que estuvieras ahí conmigo, no podría haberte invitado, pero de todas maneras, que estuvieras ahí. Son tantas las calles donde me faltas y pocos los espacios donde me llenas.

Volví a revisar mi celular y descubrí que el mundo había seguido girando mientras vagaba y me atascaba de grasa; de repente, mi corazón sonrió junto con mi cara, pero no eras tú, seguía siendo mi compañía, que se estaba ganando mi cariño a la fuerza por ser la única que me escribía. Faltaban unos días para terminar la escuela y nuestro plazo, al menos para mí, había caducado muchos días antes, cuando descubrí que te amaba de veras y que de veras te extrañaba, el pacto de acariciarnos habia pasado a otro nivel cuando comencé a buscarte en todas las caras. El final de mi estudio llegaría en unos días cuando por medio del certificado y cédula me exorcizarían de la escuela en donde fui Satán y su pandilla. A todos los lados donde miro se dibuja tu sonrisa, no sé si son los árboles que te conocen o es sólo mi soledad que te necesita.

La responsabilidad llegaba por medio de una hoja que se expedía con moral y ética incluida, con parrandas catalogadas como suicidas, con miedos enmarcados con tinta brillante, yo sabía que tú no entrarías en mi casa cargando a mis hijos, que la vida es una cabrona que se divierte con estas comedias divertidas, que estábamos condenados al exilio del amor y a traer el protocolo en la garganta como las anginas.

Eran las tres de la tarde otra vez y ya habían pasado varios días...

En la terminación, faltaste al momento en que llegué, habías estado más temprano que de costumbre, nosotros, nuestros compañeros, hicimos un viaje y tú te fuiste de luna sin miel a un cuartito con vista al mar, con calefacción y primer piso, servicio y frigorífico, no es sólo mi perspectiva, era un pinche cuartito.
Después del viaje, me fui a la costa. El puerto era idílico, con playas solitarias, con bares repletos de corazones rotos y alegres, peces entusiastas en los acuarios y marineros descarriados con meseros ávidos de historias, nocturnos avezados a la intemperie y malandros escondidos. Lo peor de una noche linda es que tú no estás conmigo ni tampoco formando parte de las estrellas.

Siempre te estuve recordando, ya fuera por los besos que me diste o por los que siempre faltan.
De regreso a la soledad de mi cuarto empecé a sospechar que lo que más lastima son los recuerdos. En los tiempos de receso cuando no me llamaban para ocupar algún lugar entre las filas de maestros ni encontraba trabajo de ningún tipo porque no lo habia buscado, decidí viajar al pasado, cazar el tiempo anterior como Marcel Proust y estuve inventándote en las bibliotecas, en los pasillo del metro, en algunas estaciones, en el parque, en fin, en todos lados, mientras tú te disponías a hacer tu corazón de nuevo, esta vez, sin mí.

Por ese tiempo proseguí con el escrito que llevaba cuatro años atrás, para mi sorpresa, escribía cuatro o cinco horas diarias, casi no rompía hojas y sonreía mucho al revisar la redacción. Eran casi seis meses cuando el futuro llamó a mi casa con voz ronca y me dijo: -está usted contratado, traiga a la escuela sus documentos- quién sabe por qué no sonreí.
Todas las tristezas siguen en mi sonrisa. Recordé los lugares donde habíamos hecho el amor, las calles donde mi mano secuestraba tu mano y tu voz mi corazón, descuidé un poco mi aspecto, seguí haciendo ejercicio, pero la barba creció. Al llegar a la escuela me asaltó la sospecha de que estarías ahí, tan linda y bella y loca como siempre, pero después de buscarte entre rostros conocidos y otros tantos desconocidos, descubrí que no estabas, esperaba verte para que tu mirada me diera la cura contra la resignación.

Me metía a los sitios donde solía encontrarte, pero tus actualizaciones me decían que habías hecho otro o que simplemente ya no frecuentabas aquellos rincones, me fui haciendo a la idea de que ahora tenía que pedirle permiso a tu pareja para poder evocarte en las canciones, que ya no eras mi princesa y que mi ventana ya no daría hacia tu mirada, que mis fugas tendrían una persona menos, que mi cama no necesitaría otra almohada. Hablaba más conmigo y me entendía menos, ahora sé que los monólogos y soliloquios son paracaídas y vendas para no ver el suelo.

Tú te divertías asistiendo a pueblos aledaños, preparaste muy bien el discurso, ganaron las elecciones y sonríes menos, creo que no podré solventar una alegría que este fundada en tu presencia, simplemente las cosas lastiman y ya, no porque uno quiera.

Recuerdo una frase que escuché en algún lado “De noche vienes esmeralda”. Creo que es verdad, las noches son las que más muerden cuando de recordar se trata. Ya han pasado muchos metros, no digo que esté esperándote en una estación porque aparte de no ser cierto, peca en lo absurdo, lo que sí es que aun trato de encontrarte todo el tiempo. Voy seguido al teatro, elijo las obras más caras, pues tu posición siempre fue la más alta, voy a los museos y escojo los de paga, visito el cine seguido, leo en los parques, hoy, cosa rara, casi no me falta dinero, así que dejé de ir a la biblioteca, compro mis libros. En la noche, cuando viene a mi cabeza la idea del perpetuo infierno, le rezo a tu cuello.

Quisiera saber de ti, haz una llamada. Mi corazón es guajiro que no sueña, cubano que no goza, zapato que no suena, mi destino es hielo en primavera, arpa sin plumas, pájaro sin cuerdas.

Aun conservo el pelo largo por si me ves, no me confundas, tengo tantas preguntas que hacerte, tantos cuentos que decirte, tantas llamadas que darte y tú ¿Tienes algo para mí?

Recuerdo la última vez que te vi, cómo no recordarla si alquilo un departamento justo en la calle en la que te despediste, esto pudiera verse como obsesión, pero creo que, pensándolo bien, es la única forma de verle, pues hasta yo lo creo; no sé, imagino que realmente me encanta sentirme desgraciado. Lo sé, este año tampoco llamas.

He aprendido cosas nuevas, la paciencia es casi mi vecina; de mis libros, curiosamente, tengo muchos de política por si algún día hablamos, tenga tema de conversación; a veces pienso que te imaginas lo que yo hago, que quisieras correr y buscarme, encontrarme igual y volverte a enamorar de mí como cuando te dejó de importar el mundo, creo que cuando algo te decepciona me recuerdas porque solía hacerte reír de forma improvisada, casi sin esfuerzo; me gusta pensar que tienes muchas frases mías guardadas en tu corazón coraza. Te molesta el humo de las cosas que te regalé y que se quedaron en tu casa, pues tu nariz aun me guarda.

Solitaria te dejo, con las promesas vanas que hicimos en el momento más alegre de nuestro encuentro, te dejo con tus vainas de vernos de nuevo, con tus atardeceres, con tus paseos, tus bibliotecas, los cines y los metros, con tus compras a no sé donde, con los rincones vacíos donde aun quedamos, te dejo tus jueves locos, tus viernes enfermizos y tus fines de semana bien sanos, te dejo la pluma con la que escribo que lleva tus palabras como cigüeña, te dejo mis besos en tu garganta, te dejo una excusa, la más ingrata, te dejo lo que fui y lo que soy, me queda aún mucho tiempo para reinventarme, en fin, te dejo.

Tocan la puerta y vestida de negro llegas tú, entonces me miras, suspiras hondamente, mi corazón te abraza fuertemente y mi cabeza dice “dile que te firme un papel, hazla que se quede”, y reflexiono, tienes razón, ya ha pasad tiempo, te miro llena ilusiones, con esa mirada de fuga que te caracteriza, con tus manos artesanales, boca, qué boca, prendida en tu rostro como diamante adornándolo todo y yo, te beso. “Hazla que se quede” recuerdo, entonces te miro, subes la mirada mientras tus uñas labran mi espalda, mientras tu presencia invalida mi carta-recorrido, mientras tú presencia le da en la madre a mi actitud idiota de ponerte en punto y aparte, como si eso se pudiera.
--¿Te quedas?—
Hay un silencio –Sí—respondes
--¿Cuánto tiempo?—
--Para siempre---
Y ese para siempre dura seis horas todos los jueves y viernes.

(Leiber)

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