Victor llevaba un chaleco de múltiples bolsillos, siempre repletos de las cosas más insólitas. Lápices, caramelos, lupas, papeles, objetos tanto útiles como manifiestamente inútiles podían surgir de él en cualquier momento, como de la chistera de un mago enloquecido. Pero nadie, ni siquiera el propio Victor, sospechaba que todos esos objetos se habían distribuido ordenadamente y con un propósito. Los papeles y bolígrafos vivían en el bolsillo derecho, cerca de la mano que Victor usaba para escribir. La brújula, la grapadora y otros objetos inusuales aguardaban pacientemente una oportunidad de ser útiles en los bolsillos del lado izquierdo, cerca de su mano torpe. Las llaves, cartera y otros objetos aburridos e importantes hallaron su lugar en los bolsillos protegidos con cremallera. Las fotografías, amuletos y recuerdos del pasado se establecieron en los bolsillos de la espalda, ausentes de la vida cotidiana pero accesibles en momentos de necesidad.
Y en el bolsillo interior, a la altura del corazón, Victor guardaba un diablillo, regalo de una amiga a la que hace tiempo amó...
(De la Web: Microcuentos )
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