Como cada jueves, con infinita precaución y asegurando sus pasos, la jovencita cruzaba el bosque. En su cabeza resonaban aún los encendidos consejos de su madre que, como todos los jueves, mientras preparaba la cesta de viandas, embutidos y dulces para la abuelita, no cesaba de encarecerle acerca de los peligros que acechaban en el bosque a una chica, tanto más a una tan joven e ingenua como ella. En esas estaba, repasando las consignas de seguridad maternas, cuando le llegó un ruido, lejano aún pero que se hacía más perceptible e inquietante a cada paso. Brevemente, como cada jueves, dirimió en su interior la eterna disyuntiva entre la prudencia y ese afán tan insano por saciar los impulsos curiosos. A medida que se iba acercando a la fuente del sonido pudo precisar que era periódico y seco. Sigilosamente se fue aproximando, mientras ponía gran cuidado en no servista u oída. Instantes después, agachada tras un arbusto, observaba a unjoven y fornido leñador afanándose, sudoroso, en derribar un roble gigantesco. El sudor le resbalaba por la espalda, y los rayos que se filtraban por entre las copas de los árboles le conferían un halo refulgentey provocador. Y así estuvo un rato la muchacha, mirándole y remirándole con jóvenes e ingenuos ojos por entre los resquicios que dejaba la vegetación. De repente, siguiendo un impulso incontenible y en un salto felino, sin encomendarse a Dios ni al diablo, patrón, éste, más propicio para tales menesteres, se plantó ante el sorprendido leñador que no alcanzó a defenderse. Minutos después, tras ajustarse la bermeja caperuza y alisarse la falda,sin reparar siquiera en el exhausto talador, Caperucita se encaminó, pendiente la cestita del brazo acabestrillado y silbando y brincando despreocupadamente, hacia la casa de su abuelita. El lobo seguía sin dar crédito a sus ojos; como cada jueves.
(Carlos M. Gutierrez)
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