Un recuerdo

sábado, 2 de enero de 2010



A veces los recuerdos se me borran, se esfuman, como si me hubiera tomado una pastilla para desmemoriar. Hasta he llegado a pensar que en mi ansia por olvidar algunos acontecimientos dolorosos se me metió la vida toda en la misma bolsa y ha quedado guardada muy adentro.
Pero otras veces aparecen hechos insólitos, vívidos y como recién aprehendidos, circunstancia que me amiga con la existencia porque devuelve de a trozos mi pasado.
Me basta con mirar una foto o leer una carta para disparar un golpe certero que demuele la barrera que mi mente ha colocado y entonces recuerdo a mi abuela, por ejemplo, tejiendo incansablemente mientras mira a Mirtha Legrand, no a la de ahora, a la Mirtha de hace mil años, elogiando sus rosas rococó rosadas. O a las nenas que fuimos mis hermanas y yo jugando en el campo, oliendo a leche recién ordeñada y a pasto mojado.
De esa maraña de acontecimientos, que no puedo ordenar por fechas, a veces se escapa algún hecho trivial como una lastimadura en la rodillas cuando iba a la escuela primaria o el recuerdo de mis primos, chicos como yo, con el futuro a los pies y el mundo que cabía en cada juego.
Me enternece imaginarnos explorando el tiempo, que pasaba lento, mucho más lento, en aquella época sin relojes ni obligaciones: Nos armábamos un bolso con cosas tan imprescindibles como caramelos, osos de peluche, libros de cuentos y bolitas y partíamos a la aventura, encarnada muchas veces en una casa abandonada que se abría como un horizonte despejado. Partíamos a asustarnos de nuestro propio miedo y a reírnos del de los demás, aunque bajito. Así pasábamos las tardes inmensas de la primavera o las tardecitas cortas del invierno, escondiéndonos entre paredes que tuvieron su historia pero que estaban solas ansiosas de inventarnos desafios.
Regresabamos con nuestras recompensas, una baldosa añeja, un hierro oxidado, un pedazo de silla y un montón de misterios por desentrañar la próxima vez.

Un día no volvimos más, crecimos y cada cual se armo un mundo a su medida.
A veces extraño el que tenia cuando era chica. Extraño ese mundo en el que no cabían los problemas, en el que todo era futuro, en el que todo estaba aún por escribirse, es entonces cuando los recuerdos se me borran, se esfuman, como si me hubiera tomado una pastilla para desmemoriar.

(Analía de Laurente)

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