Diario de un Gigante
miércoles, 2 de julio de 2008
Lunes: La cúspide es tan aburrida. Una vez aquí, ya no hay nada más. Hoy es un día baldío, absurdo: tengo reunión del consejo. Lo único que vale la pena de las reuniones del lunes es que terminan de una vez con el domingo. Llevo una corbata roja. De seda. Muy aburrida. Contemplo las calles desde los ventanales de mi despacho. La gente se ve muy pequeña. ¿Cómo se vivirá allá abajo? Me aparto de la luz. Se hace tarde. Entro en la sala contigua. Ya están todos. Se ponen de pie. Soy el que manda. Es inevitable. Saludan, sonríen, temen. Me creen superior. Tienen razón.
Martes: La reunión de ayer fue inútil. Gráficos y diapositivas, cifras y ratios, previsiones vulgares y modelos trillados. Una reunión rutinaria. Ineficiente. Abominable. Les he vuelto a citar para hoy. Estaremos reunidos hasta que entiendan algo. Soy un genio. Ellos unos ineptos atados a una lógica sin brillo. No puedo permitirme la paciencia. No soporto su atonía. Son fungibles. Reemplazables. La corbata es azul. Me la quito antes de entrar en la sala. Cuando me ven sin ella se sienten incómodos, estúpidos, obsoletos. Tienen miedo. También motivos.
Miércoles: la corbata es verde. De seda. El nudo doble. Perfectamente ajustada. Soy el amo del mundo. El dinero fluye. Seré más rico dentro de una hora. La economía es geometría. Soy el gran geómetra. Veo la luz. Entro en la sala con energía. Ya están todos. Pobres. Los cuellos de sus camisas abiertas semejan velas de navío a la deriva. No soporto el descuido en el vestir. Esto no es un bar. Esto es un templo. Mis pensamientos valen dinero. Son dinero. Y ellos, ¿qué me ofrecen? De nuevo más gráficos, más cifras, menos sentido. Qué estéril pantomima. Son unos inútiles. ¿Cómo puede ser que todavía les pague por su trabajo?
Jueves: Estoy a años luz. Ganar dinero es un símbolo, una señal, el destino. No me interesa el dinero. Es algo que surge, fluye, circula. Es aire, agua, tierra y fuego. No tiene mérito. Sólo permite comprar cosas. Yo quiero todavía más, no me basta con comprarlo todo. Ya lo tengo. Lo quiero comprar otra vez. Soy un gigante. El ventanal es enorme. Asomado, las calles están cada vez más lejos. Hoy llevo pajarita. Quiero enseñarles algo. Entro en la sala. Algunos no llevan corbata, otros la llevan azul, y otros verde. ¿Por qué pierdo el tiempo? No entienden nada. Me marcho sin dirigirles la palabra.
Viernes: Unos llevan corbata, otros pajarita, otros nada. De repente, tengo una idea, una visión. Lo veo todo claro. Me quito la mía. Es de seda. Es amarilla. Le hago un nudo. Me quedo callado. Espero una respuesta. Todos callan. Dudan. Me levanto con la corbata en la mano y les pregunto qué han entendido. Silencio. Minutos de silencio. Carraspeos. Más dudas. Un vicepresidente levanta la mano con timidez, sugiere que tal vez nuestra estrategia en la fusión no está bien planteada. Demasiado primario. Le destituyo. No entienden nada. No ven lo que yo veo. Nadie lo ve. Son muy pequeños. La cúspide es tan aburrida.
Sábado: me aburro. El chalet se me cae encima. Me gustaría ahogar a toda mi familia en la piscina. Mientras comemos en silencio pienso que debería hacerlo. Son tan imperfectos. Está decidido, voy a hacerlo. Pero hace frío. Cambio de idea. Les doy dinero. Así me dejarán en paz. Todos se van. Me aburro. Llamo a mi secretaria, siempre está disponible, para eso le pago. Le dicto cartas incomprensibles. Nadie las recibirá, pero es todo tan aburrido. La miro y me doy cuenta de que tiene buenas tetas. ¿La contrataría por eso? A juzgar por su nefasta taquigrafía pienso que esa debió ser la razón. ¿Me autoriza eso a tocárselas? No es seguro, pero lo hago de todas formas. Soy el amo del universo. Tiene los pechos firmes y suaves, me resultan familiares. La poseo dentro del mercedes; creo que no es la primera vez. Se va con las cartas. Que aburrimiento.
Domingo: ojalá no existiera. Estoy cansado de jugar al golf. ¿Quién diablos es toda esta gente?
Lunes: La cúspide es tan aburrida. Una vez aquí, ya no hay nada más. Hoy es un día baldío, absurdo: tengo reunión del consejo. Lo único que vale la pena de las reuniones del lunes es que terminan de una vez con el domingo. Llevo una corbata amarilla, de seda, el nudo Windsor. En la sala está el presidente sentado en mi sitio. No lo esperaba. Nadie lo esperaba. Le tenemos miedo. Lleva una corbata igual a la mía. Es una mala señal. Es un ser superior. Un gigante. Debería haberme puesto la roja. Dice algo de la fusión. Por lo visto el precio de las acciones se ha derrumbado en todos los mercados. De Nueva York a Tokio. Ha sido un desastre. Miro por la ventana. El suelo se ve un poco más cerca.
Martes: recojo mis cosas. Caben en una caja de cartón. Una caja pequeña. Muy pequeña. Mi corbata roja cuelga a un lado como una lengua muerta. El gran ventanal queda a mi espalda. Los cristales son blindados. No se puede abrir. No puedo saltar. Nadie ha podido. Está todo tan bien pensado. Mis cosas son pequeñas y caben todas en una caja. Apenas unas corbatas de seda y las fotos de una familia que no reconozco. Me despido de mi secretaria. No me dirige la palabra. Tiene buenas tetas. ¿La contrataría por eso? Salgo a la calle. Hace frío. El mercedes se lo está llevando la grúa. Regalo mis corbatas a los viandantes. Tiro la caja a un contenedor. Me siento en el suelo y miró hacía la cúspide. ¿Cómo se vivirá allí arriba? Debe ser apasionante. El fracaso es tan aburrido.
(Miquel Silvestre)
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