Se miró al espejo y se estudió con detenimiento. El cabello se veía bien. No obstante, pasó sus manos para abultarlo un poco.
El maquillaje era el adecuado, no demasiado, tampoco poco. Recorrió con las manos su rostro y estiró cada una de las arrugas que la vida le había regalado. No le molestaban demasiado, pero –sin dudas-se vería mejor sin ellas.
Subió un poco el escote de la blusa y se colocó un par de aros. .
-Ya está – Se dijo.
Hacía muchos, muchísimos años que no cumplía con esta ceremonia en frente del espejo. Ya casi había olvidado cuánto se disfrutaba. Sara tenía sesenta y seis años y tenía una cita.
Miró el reloj, faltaba media hora para el encuentro. Se miró nuevamente en el espejo y recordó, sin querer, las palabras de la mayor de sus tres hijas.
- ¿Una cita a tu edad? ¡Qué vergüenza!
- ¿Vergüenza? – Pensó Sara – ¿De qué? ¿A quién hacía daño encontrándose con Luis? ¿Vergüenza? – Volvió a escuchar esa palabra y siguió sin entender qué tenía que ver la vergüenza con el amor.
Sara era viuda y había conocido a Luis en una cola de un banco. Ambos se habían mirado de una forma especial. Se habían mirado sin edad y sin arrugas.
Desde ese primer día, muchos otros habían pasado. Luis se había convertido en un excelente compañero para Sara. Era divertido y amable y por sobre todo, no hablaba de dolores y enfermedades, temas habituales para la edad. Estaba lleno de vida, igual que ella. Tenía un pasado similar al de Sara pero, por sobre todas las cosas, Luis quería tener un futuro y lo quería compartir con Sara.
Volvió a mirar el reloj. Faltaban veinte minutos y sintió aún más ansiedad. Tantos años hacía que no se sentía de esa forma… tantos.
- ¡A esta edad! -Había dicho la hija del medio- Mmm, no se… ¿Y si te desilusiona? ¡Una desilusión a esta altura de tu vida podría costarte muy caro!
- ¿Desilusión? – Pensó – ¿No hubiera sido mejor pensar en la ilusión que hoy sentía? ¿No se parecía a un milagro ésto que la vida que estaba regalando hoy?
Suspiró y no pudo evitar mirar otra vez la hora. Faltaban sólo diez minutos. Diez minutos que equivaldrían a una eternidad. Su corazón latió un poco más rápido que diez minutos antes y volvió a mirarse en el espejo.
-¿Y qué les diremos a los niños? ¿Que la abuela tiene novio?- Rió burlona la menor de sus hijas.
¿Y si así fuera? ¿Estaría mal? ¿Sería pecado? Era abuela, cierto. Era madre y había sido esposa. Había tenido una vida como la de tantas otras mujeres. Había amado, pero hacía ya mucho tiempo que estaba sola.
- ¿Será que enamorarse es un privilegio del que sólo gozan los jóvenes? ¿Tendría edad el amor? No creo -Se contestó a sí misma y el timbre sonó.
El corazón de Sara dio un vuelco y sus manos comenzaron a transpirar.
Mientras bajaba los seis pisos para encontrarse con Luis pensó en la vergüenza, las desilusiones y el qué dirán, se encogió de hombros y rió. Su corazón le decía que aún era tiempo de ser feliz, que siempre lo sería, que la vida le regalaba, en su otoño, una nueva primavera.
Se miró nuevamente en el espejo. Sus canas, sus arrugas y una silueta algo rolliza corroboraron la edad que tenía.
Y así, con su historia, sus hijas, sus nietos y sus años al hombro, salió feliz al encuentro de quien también ansioso, la esperaba.
Supo, al verlo, que el amor es un milagro que poco tiene que ver con la edad y que, cuando nos tiende la mano, sólo hay que tomársela y ser feliz.
(Liana Castello)
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