Reino Vegetal

miércoles, 13 de junio de 2012


Es probable que esté algo triste. Esta mañana me he despertado con el cuello y el hombro bloqueados. Un dolor intenso que hace que respire con cuidado y que hable menos de lo que acostumbro. Digo que es probable que esté algo triste porque cuando aparece esta molestia, siempre la misma y en el mismo lugar, suele ser un aviso. Mis tristezas las reconoce antes mi cuerpo que yo.
Para celebrarlo me meto en un avión con aire acondicionado de cámara mortuoria y vuelo hasta Italia, escapando de un fin de semana solitario en el que los fantasmas suelen anidar en mi colchón, como las hormigas en los rodapiés del salón de mi casa, y luego no hay forma de aniquilarlos. Aunque, claro, las hormigas no viajan con Ryan Air -están prohibidas como casi todo en esa compañía-  pero los fantasmas, sí. O sea que vuelo hacia Italia, bien acompañada por la cohorte de mis amigos transparentes, y me doy cuenta de aquello que ya sé: escapar de uno mismo es imposible. (Como el cuento ese terrorífico, que nunca consigo recordar, de la muerte que espera a no sé quien en no sé qué mercado oriental y ese no sé quién escapa al otro lado del mundo y es ahí donde se encuentra con la muerte, que le estaba esperando. O algo así. Detesto esa historia y por eso la olvido una y otra vez).
Después de un aterrizaje abortado, media hora más sobrevolando los alrededores del aeropuerto y el consiguiente ataque de angustia del tipoquién me manda a mí meterme en un avión,  veo que la técnica de no hacerme ni caso, siempre tan eficaz, no funciona  porque  ni siquiera la tierra que me ha visto nacer consigue calmar mis dolores. Me pregunto entonces qué me pasa, saco el spray mata fantasmas e intento no pensar en condicional. Es la forma verbal que más detesto de todas porque alimenta el victimismo y la autocompasión y encima no soluciona nada.  Pero  aparece, impasible, aburrida, repetitiva, estéril. Y suele rondar temas relacionados con el amor, o más bien con la falta de éste.
Algunos ejemplos, así por refrescar un vicio muy socorrido  y que todos nos sintamos algo hermanados en este pequeño mundo lleno de hormigas: Si mi hija adolescente se diera cuenta del maltrato constante al que me somete y de paso recogiera las bragas del suelo de su cuarto, yo sería mucho más feliz.  Si mi hijo mayor dedicara una semana, de sus tres meses de vacaciones,  a estar con su familia, yo  sería mucho más...Si  en el trabajo me felicitaran por mis esfuerzos sería mucho...Si los impresentables del banco dejaran de enviarme comunicaciones catastróficas sería...Si, si, si...Condicional. O sea, improbable. Una suposición. Un sueño.
Pero qué bonito es soñar. O sea que voy a seguir porque así, a lo tonto, noto que me voy animando:
Me gustaría -otra vez aparece el condicional- ser el centro de atención de quién me quiere durante sólo doce horas. Algunas risas. Algo rico. Algo imprevisto. Y todo pequeño, barato y fácil, como el dibujo de un niño. No pido más.
No. Mentira. Ni siquiera. Me contentaría con que me cuidaran un poquito y dejaran de plantearme problemas laborales, escolares, sentimentales, familiares, domésticos. Propios y ajenos. Simplemente que me dejaran en paz un rato y, sobre todo, que no esperaran una respuesta a nada.
Qué va. Eso sería pedir demasiado, entre otras cosas porque la naturaleza de mi trabajo me lo impide. Entonces, en mis doce horas de tregua, pido convertirme en planta de salón. Domesticada. Un ficus, por ejemplo. Para no pasar calamidades. Ni frío ni calor y mi rayito de sol todas las mañanas. Sólo necesito que me rieguen. A ser posible.
Y si no hay agua, no importa. Pasar totalmente desapercibida, tampoco está mal. Aún a riesgo de secarme.
(Ayanta Barilli)

Con las ganas

viernes, 8 de junio de 2012


Recuerdo que al llegar ni me miraste,
fui solo una más de cientos
y, sin embargo, fueron tuyos
los primeros voleteos.

Cómo no pude darme cuenta
que hay ascensores prohibidos,
que hay pecados compartidos,
y que tú estabas tan cerca.

Me disfrazo de ti.
Te disfrazas de mí.
Y jugamos a ser humanos
en esta habitación gris.

Muerdo el agua por ti.
Te deslizas por mí.
Y jugamos a ser dos gatos
que no se quieren dormir.

Mis anclajes no pararon tus instintos,
ni los tuyos, mis quejidos.
Y dejo correr mis tuercas
y que hormigas me retuerzan.

Quiero que no dejes de estrujarme
sin que yo te diga nada.
Que tus yemas sean legañas
enganchadas a mis vértices.

Me disfrazo de ti.
Te disfrazas de mí.
Y jugamos a ser humanos
en esta habitación gris.

Muerdo el agua por ti.
Te deslizas por mí.
Y jugamos a ser dos gatos
que no se quieren dormir.

No sé que acabó sucediendo,
sólo sentí dentro dardos.
Nuestra incómoda postura
se dilató en el espacio

Se me hunde el dolor en el costado,
se me nublan los recodos,
tengo sed y estoy tragando,
no quiero no estar a tu lado.

Me disfrazo de ti.
Te disfrazas de mí.
Y jugamos a ser humanos
en esta habitación gris.

Muerdo el agua por ti.
Te deslizas por mí.
Y jugamos a ser dos gatos
que no se quieren dormir.

Me moriré de ganas de decirte
que te voy a echar de menos
Y las palabras se me apartan,
me vacían las entrañas

Finjo que no sé, y que no has sabido.
Finjo que no me gusta estar contigo
Y al perderme entre mis dedos
te recuerdo sin esfuerzo

Me moriré de ganas de decirte
que te voy a echar de menos.

(Zahara)
 

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