Te quiero y me empeño en pensar
que no. Y duele. Duele y mucho. No hay día que no me levante con la sensación
de que vamos a volver a compartir un café de sobremesa. Y ahí está tu recuerdo.
Y el café. Pero no hay dos compartiendo nada como en la foto de mi estudio, con
París al fondo y la lluvia al otro lado del cristal. No. Hay un café, pero yo
estoy sola clavando los ojos en la cucharilla que dibuja círculos concéntricos,
los mismos círculos que dan vueltas en mi memoria intentando devolver al
presente recuerdos que tengo cada vez más difusos, de otro tiempo, de otra vida
que viví a tu lado…
Hace más de un año que nos
encontramos por última vez. En el mismo sitio: un pub trasnochado y difuso
entre luces tenues que se aliaban con nuestras debilidades para avivar el fuego
difuso que se encendía cualquier día menos los viernes y los domingos. Los
domingos nunca existí. Los viernes me los negaste, por capricho y porque en
cierta forma pretendías domesticarme. Los domingos me daban lo mismo. Renuncié
a ti y a ellos desde el primer beso. Pero los viernes… nunca te perdoné los
viernes donde yo era tu plan B. Qué crueldad negarle a alguien los viernes. El resto
de la semana competía con tus prioridades. No me acostumbré nunca a ello, pero
sacar el tema desencadenaba una nueva tormenta perfecta entre nosotros, por eso
intentaba esquivar mi indignación. Pero aquello hacía que me doliera más y me
devoraba hasta que vomitaba todo lo que sentía cada vez que me borrabas los
viernes de tu agenda.
Soy demasiado clara. No me van
los comentarios a medias, así que cuando ya veía todo perdido me tiraba de cabeza
al ruedo a pecho descubierto. Este sincericidio va a matarme cualquier día… el
caso es que te lanzaba las verdades a la cara, aun sabiendo que cada
lanzamiento te alejaba diez centímetros de mí. Aquello nos fue distanciando
tanto que surgió aquel monólogo que empezaba por… “no sé qué hago aqui”, continuaba con “no tiene sentido que nos
sigamos viendo” y finalizaba con “ya no sé qué creer… has cambiado tanto” y
volvía en bucle al principio “no sé qué hago aquí”.
Si supiera que cambiando algo iba
a borrar el final de esta historia, te volvería a regalar los domingos enteros
y los viernes a medias, y lo pensaría dos veces antes de comenzar mi monólogo
en bucle y te odiaría en silencio y pensaría que no eras tan nocivo para mi
salud mental como lo eres… pero la vida no usa borradores, las cosas se
escriben una sola vez y la tinta es indeleble. Por eso me quedo aquí a solas
con mi café compartido contigo, removiendo con la cucharilla en círculos
concéntricos la nostalgia de un viernes imaginario.
(La Dama)