No se le pide a un colador que adorne nada, uno se conforma con que sea funcional, pero éste era casi una obra de arte surrealista. Estoy acostumbrada a hacer mi trabajo sin incentivos. Nadie espera de nadie palabras de agradecimiento, pero hoy “la dama de Shangai”me ha regalado un perfume. Su hijo, después de coquetear durante años con las drogas, ha dejado de ser el “hijo-cuervo” que le sacaba los ojos y ha vuelto a ser el mismo de antes y ella cree que esta catarsis me la debe, en parte, a mí. El perfume ha sido tan inesperado como el colador de la tienda de menaje de cocina. Y tiene mucho más valor porque sé el esfuerzo que ha tenido que hacer la dama de Shangai para traérmelo. No me lo esperaba y el detalle me ha hipnotizado.
La Dama

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