Bailando dentro de una calabaza gigante

Acabo de regresar de una especie de viaje astral que tenía pendiente desde hacía cuatro años. No le ha faltado un perejil. En mi viaje he conocido todo tipo de seres: hombres-orquesta, mujeres funámbulas sobre tacones de aguja, prestidigitadores que intentaban sacar conejos blancos de sus solitarias chisteras, faldas-fregona al ritmo de samba, mujeres-florero -reinas por una noche-; duendes, gnomas, fénix que tocaron fondo y resurgieron a la vida y desde entonces sólo se plantean vivir el día a día. Personajes que se han reinventado a sí mismos porque la vida que les tocó vivir no les convencía del todo. Abuelos intrépidos luxándose la cadera al ritmo de una canción de ABBA. Jornadas de puertas abiertas en los armarios internos de cada uno con “In the navy” como grito de guerra...Y el “I will survive” de Gloria Gaynor, para todos, como música de fondo, en un baile de disfraces bajo la carpa de un circo en forma de calabaza.
De todo ello, si tengo que elegir me quedo con dos cosas: el valor de “La sonrisa del gato de Cheshire” que sobrevivió a “El hombre que nunca estuvo allí”, superando una infancia llena de desarraigos; y la elegancia de “El Coleccionista de sueños”, que esta vez apostó de nuevo por la mariposa exótica que había visto tan sólo una vez en la vida, tras la vitrina de un museo y decidió ir a conocerla para comprobar por sí mismo si ella era o no ese ejemplar único, que siempre había buscado.
Este fin de semana ha sido... reparador. Una especie de terapia de grupo entre ocho personajes supervivientes de otras tantas vidas rotas y mal cosidas, en busca de autor, que han sabido superar sus miedos y descubrir que los únicos dueños de esas vidas fueron siempre: ellos mismos.
La Dama
- ¡Vaya! - se dijo Alicia -. He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin gato! ¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida!
(Lewis Carroll)