Geografía de un recuerdo

lunes, 7 de marzo de 2011



Si cada surco de mi piel rebosa tu nombre,
Si cada pensamiento fugaz navega hasta ti,
Cómo apartar mis ojos del claro horizonte
Esperando el amanecer de tu perfil.
Porque para olvidar el roce de tus besos
Su abrazo vehemente, cálido, húmedo, tierno
Tendrían que borrar la rosada isla de mis labios
Del ajado mapa de mi cuerpo.
Porque mil ríos de heridos recuerdos
Fluyen por debajo de mi piel,
Invisibles al omnisciente firmamento.
Y contumaces, furiosos, desafiantes
Desgastan las orillas de mis sueños,
Erosionando los muros del olvido
Con el fantasma de tu anhelado regreso.
Porque aunque un abismo de despedidas
Separe nuestros lejanos universos
Sigo tendiendo puentes con volátiles palabras,
Gritando tu nombre al vacío, oyendo sólo su eco,
Lanzando mensajes de amor al mar inmenso.
Si un día oyes tu nombre
Susurrado por el viento
O hallas un jirón de mi alma
Entretejido en un verso
No te escondas, deja tan sólo
Que te acaricie un momento
Para después perderme de nuevo
Entre la niebla del tiempo.
Porque en días como hoy necesito
Todo un mundo para recordarte
Que siempre te echaré de menos.

(Rossetti)

Una figura herida

domingo, 6 de marzo de 2011



Anoche vi su rostro. Fue un instante
total, de esos que cuentan los que saben
del alma de los hombres que equivalen
a una vida completa. Tuve tiempo
para buscar sus ojos y mirarlos
y proyectar en ellos toda mi soledad,
todo mi desamparo, todo el desasosiego
de no saber, de no esperar, y abrirme
en ellos y encontrar esa ternura
que no sabemos nunca si procede
de una mirada amiga, pero vemos
que nos envuelve y nos consuela y hace
un arroyo de luz en nuestro pecho.
Necesitaba tanto esa ternura,
necesitaba tanto su consuelo,
arrojarme en su luz, dejar un llanto
largo, mas sin gemidos,
manar, fluir, lavarme,
correr por sus mejillas,
que me dejara limpio de memoria,
limpio de mí, que apenas
entreví su mirada. Me miraba,
lo sé, bajo mis propias lágrimas,
sin alterar su paz, como dejándome
su paz en mi abandono.
Y yo me abandoné, me abandonaba
a su caricia quieta,
a su presencia inmóvil, a la plena
certeza de su gozo. Fue un instante
total, de esos que cuentan los que saben
del alma de los hombres que equivalen
a una vida completa, aquella vida
que encuentra su sentido y nunca acaba,
y nunca acabará sin su consuelo.

(Antonio Carvajal)

Espectros



La noche que ardió el Windsor, los reporteros de televisión localizaron a varios trabajadores de las empresas ubicada en el edificio. Estaban en la calle, observando, perplejos, cómo ardían sus despachos. "Ahí, detrás de esa ventana, me sentaba yo", repetían con incredulidad. Daba la impresión, escuchándolos, de que continuaban en el interior del inmubeble, inclinados sobre las meses inflamadas, realizando, con sus cuerpos en llamas, un asiento contable o un informe. Quizá fuera así. tal vez una presencia fantasmal de cada uno de ellos seguía, pese a ser sábado, poniendo al día los papeles. Tenemos esa capacidad de permanecer en los sitios de los que nos vamos. Hay personas que, cuando se marchan, se quedan; que, cuando salen, entran. Y se percibe su presencia real, durante mucho tiempo.

Trabajé hace años en una oficina en la que había un individuo para el que los fines de semana constituían un destierro. Durante el sábado y el domingo apensas salía de su pequeño apartamento, donde pasaba las horas bebiendo frente a la televisión (no siempre estaba apagada) mientras su espectro continuaba en el despacho, llevando a cabo las rutinas salvadoras de los días laborables. El fuego en el Windsor se propagó a tal velocidad porque no hay materia más combustible que aquella de la que están hechos los fantasmas. Arden como la yesca, con una llama intensa, de color azul. Lo señalaban los bomberos también: ·Hemos visto llamas azules, como si hubiera gas". No era el gas, eran los espíritus de los empleados. No había más que ver sus caras por la tele para darse cuenta de que una parte de ellos estaba carbonizándose al otro lado del espejo.

No vi que entrevistaran, sin embargo, a pie de calle a los propietarios del inmueble. Quizá no habían ido. Después de todo, sólo se estaba quemando su dinero. Dentro de los cajones de las meses que ardieron como arden las pérdidas (Gamoneda) había documentos confidenciales e informes sobre gestión y libros de contabilidad, pero había, sobre todo, fotografías personales, cartas de amor y números de teléfonos a los que, aun en pleno incendio, continuaban llamando los fantasmas la noche de aquél sábado.

EL PAIS, 25-III-05

(Juan José Millás)

Lo que no ves

jueves, 3 de marzo de 2011



Antes de que amaneciera,
salí huyendo de tu cama.
En tu espejo un testamento:
“No nos queda nada”.

Deje tu barra de labios,
y con ella un par de años.
De quererte por las tardes,
de mañanas sin llamarte.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

Tropezamos de repente,
como en un nuevo 11S.
Sonreíste a quema ropa,
contra el filo de mi boca.

Y susurraste que el pasado,
solo es como un día malo.
Y la lluvia abrió las puertas,
de mi vida en tu Ford Fiesta.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

No consigo recordar,
porque motivo me fui,
pero en tu cuarto de baño,
sigue tu rojo de labios.

No consigo recordar,
como he llegado hasta aquí,
solo sé que estoy borrando,
lo que un día te hizo daño.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

Siempre fui poniendo parches,
negando segundas partes.
Hasta que me demostraste,
que no quiero olvidarte.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

No consigo recordar,
porque motivo me fui,
pero en tu cuarto de baño.
sigue tu rojo de labios.

No consigo recordar,
como he llegado hasta aquí,
solo sé que estoy borrando,
lo que un día te hizo daño.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

No consigo recordar,
porque motivo me fui,
pero en tu cuarto de baño.
sigue tu rojo de labios.

No consigo recordar,
como he llegado hasta aquí,
solo sé que estoy borrando,
lo que un día te hizo daño.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

Tú me enseñas que,
se puede querer,
lo que no ves.

Tú me enseñas que,
Se puede querer.

(Pol 3.14)

Cartas

martes, 1 de marzo de 2011



El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.

Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.

Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia,
desgastados por el tiempo.

Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.

Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.

Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.

Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.

Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te quiero.


 

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