Los Amantes

martes, 28 de septiembre de 2010



¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos ?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.

Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.

Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.


Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.

(Julio Cortázar)

Vamos a guardar este día

viernes, 24 de septiembre de 2010



Vamos a guardar este día
entre las horas, para siempre,
el cuarto a oscuras,
Debussy y la lluvia,
tú a mi lado, descansando de amar.
Tu cabellera en que el humo de mi cigarrillo
flotaba densamente, imantado, como una mano
acariciando.
Tu espalda como una llanura en el silencio
y el declive inmóvil de tu costado
en que trataban de levantarse,
como de un sueño, mis besos.

La atmósfera pesada
de encierro, de amor, de fatiga,
con tu corazón de virgen odiándome y odiándote.
todo ese malestar del sexo ahíto,
esa convalecencia en que nos buscaban los ojos
a través de la sombra para reconciliarnos.
Tu gesto de mujer de piedra,
última máscara en que a pesar de ti te refugiabas,
domesticabas tu soledad.
Los dos, nuevos en el alma, preguntando por qué.
Y más tarde tu mano apretando la mía,
cayéndose tu cabeza blandamente en mi pecho,
y mis dedos diciéndole no sé qué cosas a tu cuello.
Vamos a guardar este día
entre las horas para siempre.

(Jaime Sabines)

Ese gran simulacro

miércoles, 22 de septiembre de 2010



Cada vez que nos dan clases de amnesia
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana
cada vez que nos dan clases de amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros

en mi región hay calvarios de ausencia
muñones de porvenir/ arrabales de duelo
pero también candores de mosqueta
planos que arrancan lagrimas
cadáveres que miran aun desde sus huertos
nostalgias inmóviles en un pozo de otoño
sentimientos insoportablemente actuales
que se niegan a morir allá en lo oscuro

el olvido esta tan lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda

en el fondo del olvido es un gran simulacro
nadie sabe ni puede/aunque quiera/olvidar
un gran simulacro repleto de fantasmas
esos romeros que peregrinan por el olvido
como si fuese el Camino de Santiago

el día o la noche en que el olvido estalle
salte en pedazos o crepite
los recuerdos atroces y los de maravilla
quebrarán los barrotes de fuego
arrastrarán por fin la verdad por el mundo
y esa verdad será que no hay olvido.

(Mario Benedetti)

Poema de un Recuerdo

sábado, 18 de septiembre de 2010



Dime por favor donde no estás
en qué lugar puedo no ser tu ausencia
dónde puedo vivir sin recordarte,
y dónde recordar, sin que me duela.

Dime por favor en que vacío,
no está tu sombra llenando los centros;
dónde mi soledad es ella misma,
y no el sentir que tú te encuentras lejos.

Dime por favor por qué camino,
podré yo caminar, sin ser tu huella;
dónde podré correr no por buscarte,
y dónde descansar de mi tristeza.

Dime por favor cuál es la noche,
que no tiene el color de tu mirada;
cuál es el sol, que tiene luz tan solo,
y no la sensación de que me llamas.

Dime por favor donde hay un mar,
que no susurre a mis oídos tus palabras.

Dime por favor en qué rincón,
nadie podrá ver mi tristeza;
dime cuál es el hueco de mi almohada,
que no tiene apoyada tu cabeza.

Dime por favor cuál es la noche,
en que vendrás, para velar tu sueño;
que no puedo vivir, porque te extraño;
y que no puedo morir, porque te quiero.

(Gustavo Alejandro Castiñeiras)

Quiero ser en tu vida



Quiero ser en tu vida, algo más que un instante,
algo más que una sombra y algo más que un afán,
Quiero ser en ti mismo una huella imborrable
y un recuerdo constante y una sola verdad.

Palpitar en tus rezos con temor a abandono.
ser en todo y por todo complemento de ti.
Una sed infinita de caricias y besos,
pero no una costumbre de estar cerca de mí.

Quiero ser en tu vida, una pena de ausencia
y un dolor de distancia y una eterna amistad.
Algo más que una imagen y algo más que el ensueño
que venciendo caminos llega, pasa y se va...

Ser el llanto en tus ojos y en tus labios la risa,
ser el fin y el principio, la tiniebla y la luz
y la tierra y el cielo... y la vida y la muerte.
Ser igual que en mi vida has venido a ser tú...

(Martín Galas Jr.)

Cuando estemos viejos



Cuando estemos viejos
y se nos achique el paisaje en los ojos
y el sol del invierno se nos ponga flojo
y nos cachetee la cara el espejo
cuando estemos viejos
y tiemblen mis manos al tomar las tuyas
y nos falte el llanto
la risa y la bulla
de esos dos diablillos
que ya estarán lejos.

Cuando estemos viejos
cuando estemos solos
cuando no haya nada
y nos duela todo
cuando solo exista la casa vacía
y anden en silencio tu sombra y la mía
nos querremos tanto!
que nuestro cariño
llenará la ausencia de esos dos chiquillos...

Cuando estemos viejos
yo te lo prometo,compañera mía!
serán nuestros años plenos de dulzura
serán nuestras horas llenas de poesía
andaremos juntos,viejitos inquietos
las 4 estaciones de un mundo de nietos
y verás,mi vida,que miente el espejo
pues seremos novios
cuando...estemos viejos...

(D. Martín)

Noches de Boda

viernes, 10 de septiembre de 2010



Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas,
Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.
Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.
Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.
Que no se ocupe de tí el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.
Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.

(Joaquín Sabina)

La calle Mayor

jueves, 2 de septiembre de 2010



El sábado trae regalos, por momentos relucientes… allá bajo el sol de la risueña Alicante. Porque así veo yo la ciudad, sonriente, fresca, soleada…, aunque la lluvia salpique mis zapatos, desde que me adentro en sus laberintos caminando distraídamente sobre sus aceras, o desde que detengo el vertiginoso decurso del tiempo en un rico y fresco mojito, elaborado en cualquier local de esos que estrechamente se pierden en mitad de una calle.

Es curioso cómo se gana querencia con el trato. Antes, no hará tanto, la capital alicantina para mí no significaba más que una parada casi “obligada”, una visita conveniente para comprar algún artículo o para distender la tarde dominical bajo el manto de una película mecido en el sopor que deja el olor a palomitas. Pero todos cambiamos: las ciudades, las personas... Y más allá de la alteración en la fisonomía de un lugar, del quiebro de sus colores o de un embrujo despreciado, son los ojos, heraldos de la información que aquietan o inquietan al alma, los que perciben aquella disposición con un acento nuevo y entrañable. Subjetividad, a fin de cuentas. Modesta. Antigua. Incrustada, pues. Por momentos, cosmopolita calle Mayor, dejas en mí una fotografía indeleble que da acicate a los momentos bajos y bruñe con oro los altos.

Con retraso, aterrizo en la calle Mayor, a eso de las tres de la tarde. La crisis dibuja su cara más sufrida en los menúes (cada día más baratos) estampados en las pizarras de los establecimientos y comprobada en los apremiantes rostros de los camareros que a mi paso me invitan a degustar las bondades culinarias de lo que allí adentro se cuece. Hay que entrar. A estas horas ya tengo un incómodo taladro en el estómago que me impide hacer distingos. Observo con sorpresa que la zona para no fumadores está vacía. Es un páramo, una fría estancia repleta de cubiertos y platos limpios, como si una bomba química hubiera borrado todo rastro humano sin apenas ruido. Arriba, sin embargo, en donde se empipa uno con placer el puro o el cigarro tras la pitanza (en enero próximo ya ni eso), se dan mesas llenas, con niños de un lado para otro y conversaciones ya alicaídas por el efecto anestésico de la manduca. Ocupo una mesa esquinera, mirando en derredor, con timidez, recién llegado, como quien entra a hurtadillas en una biblioteca para no atraer la atención de la concurrencia. Pero no evito el giro de los cuellos a mi paso. Ya relajado, al cuarto de hora, me lanzo a las viandas, normalmente pescado, mientras miro a través de la ventana cómo educadamente circula la sangre de la ciudad unos metros más abajo. La invariable costumbre casi me hace abandonar el último el local, justo cuando los rostros de los camareros yo no son apremiantes, como cuando me recibieron, sino de puro hastío. ¡Qué pelma!, -creo que leo en sus ojos, mientras me despiden con forzada simpatía-. Entonces pienso que no hay propina que relaje un retraso. Y con razón.

Salgo. Es la calle Mayor, a la que cada sábado veo como recién inaugurada, por la que transito a paso de soldado herido, en exasperante lentitud, atrapando el gesto de sus edificios, la armonía de sus años, la antigüedad de sus calles instalada en ese enjambre de Historia, que se llama, con justicia, El Barrio. Entonces, se entorna la tarde en tonos ocres. Veo cómo abril, a las seis, bendice el paso de los enamorados dejándoles una alfombra roja por la que caminan sin prisa, sin tiempo, sin destino... Y noto, de nuevo, como que se me regalara un objeto de inapreciable valor. Irrepetible y mágico.

(Colaboración de Claudio Rizo).
 

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