Photoshop

domingo, 25 de marzo de 2012



Días atrás fue mi cumpleaños. Cumplí cuarenta y tres y ha sido, por cuestiones que no vienen al caso, el más triste de todos los míos. Una de las cosas que han pasado, en coincidencia con esta fecha, es que de pronto, como cuando una mujer está embarazada y no hace más que ver a mujeres embarazadas por todas partes, los años cumplidos han perdido la liviandad de otros tiempos. De pronto, he empezado a escuchar, de manera constante y casi ofensiva, frases que comienzan con... A esta edad... algo. Algo, por lo general descorazonador.

Algunos ejemplos. En una cena con una compañera de trabajo, cuyo padre es un cirujano estético reconocido, dice ella: la operación que está de moda es la reconstrucción del himen y de los labios vaginales porque a esta edad, empiezan a caerse. ¿Cómo? Pregunto atónita. Nunca me había planteado esta cuestión. Ni nunca había notado flacidez en esa parte de mi cuerpo. Tampoco me había dedicado a mirarla con lupa, lo reconozco.

Otro. Hablo con mi ginecólogo y, sin que yo le hubiera preguntado nada, me suelta: Disfruta del sexo ahora, porque a esta edad, ya son los últimos cartuchos. Luego todo cambia mucho. ¿De verdad? ¿Y cuánto me queda? ¿Dos años, cinco, diez? ¿Cómo va a ser mi vida cuándo me quede sin cartuchos? ¿Hay alguien que se salve? Esto tampoco me lo había planteado hasta el momento, lo reconozco.

Me voy al teatro con una amiga y, así a bocajarro, asegura: Tú tienes mucha suerte de estar enamorada y tener pareja porque a esta edad no es tan fácil reconstruir una vida sentimental. Acuérdate de...Mira a...Y el caso es que tenía razón, pero no me había dado cuenta de pertenecer al grupo de las separadas cuarentonas y con hijos medio mayores que logran el milagro de convencer a alguien para que te quiera.

Voy a cortarme el pelo y la peluquera me dice: Deberías ponerte mechas para tapar las canas. Pero si casi no tengo canas, le respondo. Me mira con escepticismo y subraya: Ya pero, a esta edad, es mejor hacerse mechas porque empieza a caerse el pelo y se pierde brillo. ¿Pierdo brillo? Dios mío ¿Me estoy volviendo opaca? No seguí sus consejos. Pagué y me fui. Aunque tuve serias tentaciones de soltarle un bofetón antes de irme.

Para ver si consigo recuperar el pulso, acabo visitando a un homeópata que es siempre la última de mis opciones. Todo bien. Amable. Hasta que farfulla: a esta edad las mujeres sufrís un proceso de masculinización, por una cuestión hormonal. Por eso hay tantos problemas en los matrimonios. Porque de repente hay dos tíos en casa y no uno. Pánico en mis ojos. Me levanto de la camilla con ganas de llorar. ¿Me estoy convirtiendo en un tío y no me había dado cuenta? ¿Desde cuándo y hasta cuándo? ¿Para siempre? ¿Tengo que cambiar de nombre y de género en el carnet de identidad?

Vuelvo a casa. Estoy sola porque, a esta edad , mis hijos andan desaparecidos y mi pareja anda persiguiendo a los suyos, que no es tarea fácil. Pienso en el galimatías de nuestras vidas a esta edad y en la imposibilidad de cumplir algunos sueños, considerados un tanto ridículos para esta edad. Pienso en labios vaginales que se descuelgan, en el número de encuentros sexuales que me quedan, en la suerte que tengo de gustarle a alguien, en cortarme el pelo al cero para evitar complicaciones, en la maravilla de ser hombre en este mundo lleno de hombres, en...Y de repente me doy cuenta de que hay una frase peor. A cierta edad. Esa es peor. Cuando la dicen, o la decimos, estamos cavando nuestra tumba, o la de otros. Todo llegará, claro. Tiempo al tiempo.

Y entonces me entran ganas de irme al Corte Inglés y meterme en una máquina que me haga un photoshop, o algo así, y que sea capaz de eliminar este saboteo permanente. Ya se sabe que en el Corte Inglés se encuentra de todo. Y así seré una mujer nueva y no habré perdido el derecho a ser feliz. Podré volver a comenzar mi vida todas las veces que quiera, con mis arrugas, mis canas, mis miedos, mis errores y mis aciertos. Podré casarme, tener un hijo, cambiar de trabajo, descubrir que puede haber un amor que dure toda la vida, irme a vivir a ese lugar que me gusta, aprender a tocar el acordeón y dejar de hablar de la crisis y las crisis.

Y todo sin necesidad de reconstruirme el himen. Porque a esta edad, creo que me lo merezco.

(Ayanta Barilli)
 

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