En la vorágine de carros empujados por compradores compulsivos que desata la tentación en forma de estanterías, me he cruzado con un carro rebosante de Dodotis, leche en polvo y potitos. Y detrás de la montaña de pañales se veía la imagen de una pareja de mediana edad discutiendo con un par de bebés en brazos. Al mismo tiempo, ha aparecido en escena una chica con una melena larga, una falda estampada y vaporosa y una pequeña cestita con un par de cervezas dentro, como salida del anuncio de primavera de El Corte Inglés. Se movía como si a su paso crecieran las margaritas. Una Laetitia Casta del hipermercado.
El hombre, que estaba discutiendo con su mujer, ha dejado de hablar y le ha lanzado a La Chica-primavera una profunda mirada por un instante, como si se hubiera quedado hipnotizado tras la larga melena que ha dejado una estela de margaritas detrás. Ha sido un momento video-clip del que su mujer y yo hemos sido testigos mudos. Ambas –por aquello del sexto sentido- hemos notado, que a una mínima señal de la melena con flores, él hubiera abandonado el carro de los Dodotis y se hubiera lanzado de cabeza dentro de la cesta con cervezas. En una balanza sentimental, una mirada de un segundo hubiera pesado más que diez años compartiendo almohada. La esposa-madre me ha mirado buscando solidaridad femenina contra la insultante exuberancia de La Chica-primavera y yo no he sabido de qué lado ponerme. He mirado mis croquetas de bacalao y he empujado mi carro con fuerza…
La Dama

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