(Fragmento de “Ciudad de Cristal” de Paul Auster)
Acabo de volver de un encuentro entre colegas en el ático de un edificio inteligente. Era todo tan vanguardista y ecléctico que la palabra encuentro no es del todo exacta. La gente vestía de una forma más sobria de lo habitual para estas ocasiones. Algunos hablaban con vehemencia, atropellándose en las frases en un intento de imposición de las ideas, mientras que otros se abalanzaban sobre las bandejas de canapés, como suele ocurrir en estos acontecimientos en los que el tedio y la ansiedad son combatidos con sustitutivos del sexo, es decir: comida. Y es que, en el fondo, seguimos moviéndonos por instintos.
Allí he conocido a un personaje que no tenía nada que ver con el resto -como yo, supongo-. Debemos de ser de la misma raza de extraterrestres que merodean por este planeta, pues no tardamos en identificarnos entre la multitud y salir del edificio para pasear hacia ninguna parte, sólo para disfrutar de una conversación amable a la luz de la luna.
Al final me ha traído a casa sobre la barra de su bicicleta. Hacía siglos que no montaba en bici. Marcaba el reloj la una de la noche y la ciudad parecía un dragón dormido cuyo aliento salía por las alcantarillas. Sobre la barra de una bicicleta las buganvillas se ven diferentes de noche. Parecía un video-clip al que le puso la música Sting cuya voz salía de la radio de un taxi que se paró a nuestro lado. Al final una despedida con beso casto en las mejillas sin intercambios de teléfonos. Estas cosas ya me cogen mayor y demasiado tarde…
Sé que algún día doblaré la esquina de una calle cualquiera y me volveré a encontrar con el chico raro que me volverá a llevar a casa sobre la barra de su máquina voladora.
La Dama

1 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:
Muy bella tu forma de escribir y de ver la vida
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