La Estupidez

domingo, 31 de enero de 2010



El ser más maravilloso del mundo dicen que murió solo.

Estaba hecho del más exquisito material, habían elegido todos los elementos uno por uno analizándolos hasta la saciedad para asegurarse que eran los mejores, los habían colocado de forma pausada y ordenada con la mayor escrupulosidad del mundo, primero una pieza luego la otra y en cada acción de colocar, la parada reglamentaria para observar la armonía de la composición.

Con tal minuciosidad, poco a poco fueron construyendo el ser más bello del planeta. Desde el último vello hasta la hendidura mas escondida de su cuerpo no dejaba cabida a ninguna imperfección. La parte mas fea de cualquier otro ser humano en él resultaba deslumbrante y embriagadora. Todo había sido estudiado hasta la locura.
La esencia del equilibrio era la naturaleza de este ser, que una vez terminado, tuvieron que encerrar en una urna para protegerle de las mas viles y mundanas intenciones, de no ser así, cualquiera hubiera ansiado desmenuzarlo para saborear cada milímetro de su precioso y perfecto cuerpo. Los propios creadores también diseñaron la estrategia para no ser ellos mismos los que realizaran esta tropelía hacía su maravillosa obra, desconociendo cada uno de ellos la fórmula para abrir la cámara.

La creación pasó en poco tiempo de la admiración a la pena y de la pena a la indiferencia, muriendo solo y profundamente infeliz en una esquina de la que fue su celda.

(Entresuelos)

Gafas



De pequeño quería tener gafas. Una ambición absurda para un niño, sobre todo porque llevar gafas no te daba demasiado prestigio. Los niños son bastantes crueles con las taras ajenas. Ignoro el por qué, pero deseaba tener gafas.
La oportunidad se presento a mis ocho años, al hacer una revisión médica en el colegio. Cuando me tocó el turno para cantar las letras de distinto tamaño y ver como andaba de vista, metí algunos errores, es posible que demasiados, porque el médico me hizo repetir bastantes veces. Miopía, astigmatismo, hipermetropía... Cada vez que me cambiaba un cristal en aquellas gafas ortopédicas, decía tres bien y dos mal, o dos bien y una mal, o mal todo. El médico se rascaba la cabeza y me miraba desde arriba mientras yo seguía mirando las letras como esforzándome para identificarlas. Al final me diagnosticó miopía y el ojo izquierdo vago. No entendí que sólo viera que el ojo era vago ¿Y el resto? Mi profesora no se cansaba de repetirme: “No eres tonto, simplemente vago”
Cuando mis padres vieron el resultado de la revisión, decidieron llevarme a una óptica para una segunda opinión. Era raro que no hubiera ningún caso en la familia de miopía y yo les hubiese salido casi ciego.
Repetí la operación de los errores, volviendo a sufrir el óptico para identificar mi dolencia. Al final, creo recordar, que fue astigmatismo. Mis padres no entendían nada, me hicieron cinco pruebas en cinco ópticas distintas, con cinco resultados distintos.
Entonces mi abuela propuso una idea definitiva. Ella trabajaba de costurera para el ejercito del aire en el cuartel de cuatro vientos. Allí tenían a uno de los mejores oftalmólogos militares y comentó a mis padres de llevarme a que me viera. Él determinaría cual era mi problema.
Estaba a punto de conseguir mi objetivo, pero aquella vez me enfrentaba al ejercito. Pensé que la técnica de equivocarme con las letras no iba a ser suficiente y se me ocurrió añadir una especie de tic en el ojo derecho. El día que me llevaron a la revisión estaba bastante nervioso, todo aquel ambiente tan marcial daba miedo. “Entren en la consulta, enseguida estará el capitán con ustedes”, dijo el soldado que estaba en la puerta tras una mesa. Me tranquilizó reconocer el panel de grafismos frente al sillón con gafas ortopédicas, me intranquilicé al entrar el oftalmólogo todo de caqui y gorra con estrellas. Me sentaron mientras el capitán se cambiaba la chaqueta militar por una bata blanca , pidió a mi abuela que esperara fuera y se acercó para examinarme. Entonces es cuando le sorprendí con mi tic ensayado......el oculista militar se quedó mirándome extrañado, volvió a acercarse para intentar verme los ojos y repetí el tic, se incorporó, se cruzó de brazos ante mi y esperó. Levanté la vista y nos quedamos un rato mirándonos, volví a repetir el tic. Bruscamente salió de la habitación y pensé que las gafas eran mías........¿?
Nadie entendió por qué quería las gafas, yo tampoco recuerdo con claridad el motivo. Pero puede que pensara que me quedaban bien. Siempre he sido un presumido ,aunque sin gusto.

(Marcos Hernando Jiménez)

La primera vez



Se acomodó suavemente entre mis pechos, lo note tibio, ingenuo. No me arremetió como sus amigos con el desenfreno y el imperio de su urgencia. Me miró como pidiendo permiso y se quedo quieto, tierno, obediente.
Yo me mecí despacito y lo fuí guiando: Primero una mano en mi cadera, haciéndole sentir la sensualidad de mis armas, luego sus labios entre los míos, y eso que no acostumbro a besar cuando estoy trabajando, por fin lo palpé despacito, por allí donde sabía que se estaba haciendo hombre.
Respondió a mis caricias con vigor y timidez. Yo que soy ducha en estas artes me enternecí hasta el infinito. Entonces lo premié y acomode mi exhuberancia entre sus labios, bebió de mis senos hasta el cansancio como quien es un experto en las lides del amor.
Mientras se acomodaba sobre mí se le escapo una sonrisa y un gemido, entonces reaccioné contraria al protocolo, como una adolescente que se deja por primera vez y me entregué a su frenesí. Estuvimos aprendiéndonos mucho tiempo, tanto que mis compañeras tuvieron que golpear para recordarme otros turnos, otras turgencias, otros perfumes.
Nos despedimos con un beso, él porque no sabía nada de putas, yo porque me había olvidado de cual es mi lugar.
Los billetes sin embargo quedaron en la mesa y a mi que he transitado cuarenta primaveras y recorrido una lista interminable de cuerpos afiebrados, a mí que ya nada me provoca, me dieron ganas de llorar.

(Analía de Laurente)

Olvido

sábado, 30 de enero de 2010



Hoy te olvidas de mí ¿que ha sucedido
que letras de tus manos no recibo,
es que espero impaciente tus misivas
ó me hiere el puñal de vuestro olvido?.

A veces pienso en tí cuando camino
y de tanto pensar me desespero
¡que ingrato es el vivir cuando se ha amado
y que triste es pensar que yo te quiero!

El árbol que dejaste no está muerto
dos retoños de amor solo le quedan,
no esperes que al volver ya sea muy tarde
¡y el árbol y el retoño juntos mueran!

Mi espera es larga y cadenciosa,
desvélanse mis ojos cuando duermo;
como una sombra por mi lecho cruzas
y al pasar esa sombra me despierto!

Mi corazón espera tu regreso,
el alma gime y en silencio calla;
en gemir y llorar paso la noche
¡Que ingrato es el amar, desdicha amarga!

No esperes que el invierno de la ausencia
destalle el árbol de mi larga espera:
¡Tan sólo dos retoños quedan vivos
y verdes estarán...! cuando tú vuelvas!

(Wilfrido Sánchez Morales)

Para siempre...

jueves, 28 de enero de 2010



Hay momentos en los que un paraguas rojo no protege de la lluvia, especialmente si llueve por dentro…llueve al caer en los círculos concéntricos de un recuerdo que se repite una y otra vez, dejando su huella en un estanque de silencios. Y entonces ves una fotografía de otro tiempo en el que no existían las despedidas inesperadas… Aquel tiempo en el que “para siempre” era el final de un bonito cuento de hadas…Y entonces la vida se te hace una gotera interminable y lenta, en la que empiezan a difuminarse los momentos compartidos con quien ahora se ha ido “para siempre”…Y empiezas a caer en la cuenta del significado de esas dos palabras juntas: “para siempre”, que no cierra ningún cuento, sino el final de la vida misma…
Y en ese momento en que la lluvia te envuelve, no hay paraguas rojo que te ampare…

(La Dama)

PD: En homenaje póstumo a un amigo que me ha dejado…”para siempre”

Si me voy antes que tú...

miércoles, 27 de enero de 2010



Si me voy antes que tú, no llores por mi ausencia; alégrate por todo lo que hemos soñado juntos.
No me busques entre los muertos, donde nunca estuvimos, encuéntrame en todas aquellas cosas que no habrían existido si tú y yo no nos hubiésemos conocido y amado.
Yo estaré a tu lado, sin duda alguna, en todo lo que hemos creado juntos: en nuestros sueños, por supuesto, pero también en el tiempo consumido entre trabajos y esfuerzos por crear nuestros castillos de arena y los muros de piedra para protegernos de las tormentas cotidianas. Y en todos aquellos que pasaron a nuestro lado que siempre recibieron algo de nosotros y llevan incorporado, sin saberlo ellos, ni notarlo nosotros, algo de mí y de ti.
Y también viviré en nuestros fracasos. Nuestras indiferencias y nuestros fallos serán testigos permanentes de que estuvimos vivos y no fuimos ángeles, sino humanos.
No te ates a los recuerdos ni a los objetos. Porque dondequiera que mires y hayamos estado juntos, con quienquiera que hables y nos conociese, allí habrá algo mío, algo nuestro. Aquello sería distinto si tú y yo no hubiésemos aceptado vivir nuestro amor durante estos años. El mundo estará ya siempre salpicado de nosotros.
No llores mi falta, porque sólo te faltarán mis palabras nuevas y mi calor en ese momento. Llora si quieres porque el pensamiento se desborda y se llena de lágrimas ante todo aquello que no es capaz de comprender, pero que tiene que aceptar como algo natural y humano. Porque, cuando los labios no son capaces de expresar una emoción, ya sólo pueden hablar los ojos.
Y vive. Sé feliz, porque mereces serlo por todo lo que me has dado y que ahora me llevo. Sé que una parte de ti vendrá conmigo, pero otra debe seguir aquí, porque pertenece a aquellos que te conocen y que te quieren como yo y a los que están por venir. Y deseo ver feliz a esa parte tuya que se queda aquí.
Vive creando cada día y más que antes, cuando yo estaba a tu lado. Porque yo no sé cómo, pero estoy seguro que desde mi otra presencia yo también estaré creando junto a ti y sonreiré viendo tus logros.
Así, con esta esperanza, deberás continuar dejando tu huella, para que cuando tu muerte nos vuelva a dar la misma voz, cuando nuestro próximo abrazo nos una, ya sin ruptura, muchos puedan decir de de ti y de mí: si no se hubiesen amado, ¿Qué habría sido de nosotros…?

(La Dama, texto de la red modificado)

PD: Para ti, querida, porque nadie puede hoy meterse en tus zapatos. Si él hubiera podido escribir una última despedida, seguro que habría pensado dedicarte estas palabras...

Recomponiendo el mundo entre tazas de café

martes, 26 de enero de 2010



Hay días en que crees que el mundo está contra ti y todo a tu alrededor son señales que te demuestran que tienes razón: semáforos en rojo, teleoperadoras de voz desagradable que no te dejan meter baza en la retahíla mecánica que sueltan al descolgar el teléfono; viandantes que se cruzan contigo, embutidos en sus trajes impermeables a la lluvia y a las miradas ajenas; señales de prohibido el paso, charcos de agua, claridad de un amanecer sombrío en medio de una mañana rutinaria…y tazas de café.
Últimamente tomas demasiado café: antes de salir de casa, antes de empezar la jornada para no despreciar la invitación de Rosario, en el desayuno de las diez con el personal de la oficina; en el desayuno de las once con los mandos intermedios y el adicional de media mañana, con la plana mayor…Demasiado café para un cuerpo que huye de las toxinas del estrés y sus secuelas. Y después, entre café y café: los viajes de cortesía. Visita al garaje. Saludos que ya suenan obligados. Media sonrisa para empezar la mañana y un vacío en el estómago que me atrapa como un nudo y tira de mí hacia mi vida anterior. Mi sueño se ha convertido en una pesadilla y estoy atrapada en ella, viviéndola en primera persona. Ed dice que es demasiado pronto para hacer balances. Pero nunca es demasiado pronto para empezar a gritar…y grito en silencio (he comprendido que eso es algo que se puede hacer en momentos desesperados). Si de niña aguantaba dolores de muelas en el sermón de misa para no molestar a mamá, soportar esta desazón continua que se va haciendo rutinaria es algo llevadero. Siempre tuve tendencia a la santidad y el mejor camino hacia la purificación absoluta es: el martirio. Creo que la leyenda de todo lo que aprendí de niña no era exactamente esa, pero con el tiempo, la deformación de las enseñanzas de la infancia acaba, casi siempre, convirtiéndose en una determinada actitud frente a la vida…Y esa es mi actitud: el sacrificio en silencio aunque tenga el agua al cuello. Y después …esa sensación de la más absoluta soledad ante todo lo que hago. Nunca he precisado golpecitos en la espalda, no. No espero reconocimientos, pero tampoco homenajes póstumos. Prefiero que me graben una injuria incandescente en el ego a que hablen hipócritamente bien de mí cuando ya no exista. Este pensamiento es un poco extremo, pero es que… hay días en que te levantas con el pie cambiado (últimamente sospecho que tengo dos pies izquierdos) y los cierras con un broche de oro: enfrentándote con una teleoperadora que te sirve de sparring porque forma parte de un gran complot mundial para hacerte creer que el mundo te ha dado la espalda…

(La Dama)

No se trataba de amor

lunes, 25 de enero de 2010



Y fue este mismo puño el que con sangre juró que no se trataba de amor.
No se cuantas lluvias habrán pasado desde entonces, sólo puedo asegurarles que su corazón bebió cada una de ellas, como si fuesen lágrimas de paz para su alma. No se cuantos momentos verdaderos le di, pero puedo decirles que él los convirtió en únicos. Tampoco recuerdo el dolor que dejaba su aroma luego de cada final, luego de cada partida… Es que era tan bonito verlo regresar, así… como un niño pidiendo perdón… así… como un caballero robando su reina.
Dejé de creer en él… la noche que dejó de mentirme palabras de amor. Entonces, siendo parte de sus sueños, comencé a creer en ellos.
Y tu pregunta viene como puñal incrédulo… Cómo existe tal historia de amor estando tan separados y tan íntimamente ligados uno con el otro? Y mi respuesta es tan simple… Pasa cualquier tarde por aquella esquina… Y verás dos corazones heridos, bailando en un charco y sanándose con esperanzas. Y verás la simpleza de dos vidas separadas, riéndose de ellos mismos, en cada encuentro. Y se va sin lágrimas… y vuelve con sueños…
Por eso para cada mañana le dejé todos mis sentidos, para cada despertar, puse mi corazón a su lado, sólo para que le cuente sus sueños.
En cada tarde de domingo lo recordaría, riéndome en mi propia complicidad. Y para cada noche, cualquiera sea, quedaría velando como una estrella… sólo para darle mi luz a su lado más oscuro. Se llevó en su boca el sonido de mi risa. Supo embriagarse con el sabor de mis lágrimas y dibujó mis ojos con el color de su sangre… para que ya no me vaya de su memoria.
Y cualquier final en esta historia sería divino porque la historia empieza con cada final y termina siempre cada vez que despierta de su sueño. Mientras todo sigue afuera como siempre… él se vuelve más real y yo… yo había jurado que no se trataba de amor.

(De la red, desconozco el autor)

Todos los martes

domingo, 24 de enero de 2010



Me cantaba al oído. Cada martes algo diferente: canciones de amores ridículos, pasiones prohibidas, desencuentros. Letras dulces, sonidos suaves de una voz privilegiada.
Era verano y me cantaba al oído.
Yo me dejaba transportar a tierras en las que todo valía, explorando mi cuerpo y el suyo, descubriendo rutinas ajenas a la de esposa y madre que me consumían el resto de los días.
El mar acompañaba nuestras escapadas y bajo el cobijo de las rocas me dejaba convencer de que sólo existían los martes.
Me cantaba al oído y todo era posible, todo era desborde, ternura, sensualidad. Se borraban los límites y me veía traspasarlos leve, feliz.
Pronto dejaron de importar las promesas y mi camino fue una semana esperando el martes, una mentira de miércoles a lunes.

Pero el verano se fue, como se van siempre las cosas bellas y ella también, con sus canciones susurradas y sus labios prohibidos.
Sólo quedo el mar y el arrullo del vacío.
No pude seguirla. Las canciones de amor son siempre trágicas.
Desde entonces me pregunto, cuando llega el verano y dejo caer mi sombra a la orilla del mar ¿cómo se puede seguir viviendo sin un maldito martes que te cante al oído?

(Analía de Laurente)

Amor antes, durante y después de la lluvia



Me llamó la atención él, por su forma de mirarla, como si no fuese una desconocida que veía por vez primera, pero así era. Él había subido en la misma estación que yo y estaba solo. Recién en la siguiente parada, ella entró al autobús y no se percató de su presencia, pese a que se sentó junto a él. Después, sacó de la mochila un dossier de ilustraciones. Él, como ya dije, la miraba, como si evocase un centenar de momentos compartidos: el otoño en que la lluvia los llevó a refugiarse en el mismo lugar, la excusa para hablarle, un número de teléfono, los días de dudas, la timidez de él para invitarla a salir, los silencios de ella para retrasar la cita, el recital en el que coincidieron, el beso, los besos, las confesiones, los descubrimientos, cenas de dos, reuniones, compromisos, el compromiso, hijos y deseos de seguir soñando. ¿Y si únicamente le recordase a un antiguo amor? O quizá, sin aguzar tanto la memoria, ella era la silueta vacía de sus anhelos, de esa ilusión latente que lo mantuvo despierto, de un desenlace feliz que ya había vivido durante cada noche de insomnio.

Yo no tenía pensado tomar un autobús, ella tampoco. Afuera había dejado de llover. Le pregunté si las ilustraciones eran suyas...

(Rafael R. Valcárcel)

Un sorbo en blanco y negro

sábado, 23 de enero de 2010



–Esas fotos en blanco y negro, las personales en particular, me entristecen. Reacción relativamente normal. Lo desconcertante es que sean las más recientes las que agudicen ese sentimiento de añoranza, hasta el punto de quitarme el habla durante días. No puedo evitar verme 40 años mayor, echando de menos el presente.

Renato Llerena acercó la taza a sus labios, pero no llegó a sorber el café, únicamente inhaló su aroma. Era un placer infantil que se le hizo costumbre. No recordaba haberlo bebido nunca. Renato prosiguió…

–40 años mayor, lejos de este presente, de estos días próximos que aún no he vivido y que habrán pasado de mí sin darme apenas cuenta. ¡Por qué cuantos más años tengo todo se hace cada vez más fugaz! Mi niñez duró algo cercano a una eternidad; la adolescencia, menos de lo que hubiese querido. El resto se parece a un recuerdo ajeno, a las anécdotas de un amigo.

Miró a sus tres colegas, con quienes se reunía todos los jueves en el café Cordano. Desde un principio, acordaron que en cada sesión sólo uno tomaría la palabra. Tenían otros grupos para conversar. Renato prosiguió…

–Estoy casi seguro de que tiene que ver con la concentración. A mis 37 años he remplazado la edad por la relatividad del tiempo y es indiscutible que fui niño hace uno o dos días. Y es porque ahora no me concentro en el presente. Mis acciones las realizo pensando en el pasado y en el futuro, en el por qué y para qué, y lo que hago no dura, no se ensancha en el instante.

Su mirada contempló la nada y el brillo húmedo de sus ojos agregó unas cuantas palabras. Los tres colegas no perdieron detalle, escucharon todo. El camarero los interrumpió con una nueva ronda de cafés. Renato prosiguió…

–¿Estoy casi seguro? Es más probable que desee creerlo. Uno recuerda los sucesos de la infancia, pero no la forma de concebirla, de entender la razón de cómo eternizarla. Uno ahora sólo alcanza a especular, pero no hay certezas, porque un niño no analiza su circunstancia, simplemente se dedica a explorar cada segundo, sin ningún interés de cronometrarlo.

Sus tres colegas, aprovechando la pausa, se acercaron el café a los labios, pero no lo sorbieron, únicamente inhalaron su aroma. Era una costumbre aprendida de quien ese día tomaba la palabra. Renato prosiguió…

–Y más allá de cualquier demostración, a favor o en contra, es evidente que.

Renato, que iba a continuar la frase, abrió la boca, mas no salió palabra. Sus colegas se quedaron con un sutil sinsabor. El aroma del ambiente lo disipó. De vez en cuando, solían echar de menos el beber café. Renato prosiguió…

–¿En cuánto influirá que los adultos tengamos consciencia de nuestra existencia efímera? Si uno no pensara en ello, sentiría que es eterno y no tendría sentido fragmentar el tiempo. Toda acción duraría igual que otra. ¿Y la curiosidad? ¿El deseo? ¿El miedo? Al fin y al cabo son información que acelera o ralentiza cada momento. ¿La ignorancia te acerca a la eternidad del instante y el conocimiento a la intangibilidad del porvenir?

Perdido entre sus conjeturas y dudas –agobiado–, intentó dejar su mente fuera del alcance de la razón. Lo consiguió. Aunque él no lo entendió así. Sin pensar en lo que hacía, dio un sorbo al café. Ese instante duró toda su niñez.

(Rafael R. Valcárcel)

El baile

jueves, 14 de enero de 2010



A Dar y a mí nos encantaba bailar. Es probable que haya sido lo primero que hicimos juntos, mucho antes de compartir nuestras vidas. Crecimos en una pequeña comunidad en las montañas de Oregon, donde se realizaban bailes casi todos los sábados por la noche, a veces en el Grange Hall, a veces en la casa de Nelson Nye. Nelson y su familia amaban tanto la música y el baile, que habían agregado una habitación especial a su casa lo bastante grande como para dar espacio a cuadrillas y contradanzas. Una vez al mes, o más, invitaban al baile a toda la comunidad.

Nelson tocaba el violín y Hope, su hija, el piano, mientras el resto de nosotros bailaba.
En aquellos días todos los miembros de una familia iban juntos, inclusive los abuelos, los granjeros y los leñadores, los maestros y el dueño del almacén. Bailábamos al son de canciones como Chinelas doradas y Ala roja, que mezclábamos con otras más modernas como Velas rojas en el crepúsculo y Es pecado mentir.
Los más pequeños siempre tenían un lugar donde dormir entre los abrigos, bien a mano, cuando se cansaban. Era un asunto familiar, uno de los pocos entretenimientos de un pequeño pueblo montañés que salía lentamente de la Gran Depresión.
Dar tenía diecisiete años, y yo, trece, cuando bailamos por primera vez. Era uno de los mejores bailarines de la pista, y yo no me quedaba atrás.
Siempre bailábamos moviéndonos mucho. Nada de temas lentos para nosotros, nada que fuese ni ligeramente romántico. Nuestros padres permanecían de pie junto a la pared y nos miraban. No eran amigos. No se dirigían la palabra, ni siquiera para una charla sin importancia. Ellos también eran buenos bailarines, y estaban orgullosos de sus chicos. Cada tanto, el padre de Dar sonreía un poco, movía la cabeza y decía, a nadie en particular, pero con la intención de que lo oyera papá:
- Caramba, qué bien baila mi hijo.
Papá se mantenía imperturbable; actuaba como si no lo hubiera oído. Pero poco después decía, a nadie en particular:
- Caramba, que bien baila mi hija.
Y como pertenecían a la vieja escuela, nunca nos decían que éramos tan buenos, ni que habíamos provocado esa pequeña rivalidad jactanciosa que se manifestaba junto a la pared.
Nuestro bailar juntos sufrió una pausa de cinco años mientras Dar se encontraba en el Pacífico Sur, durante la Segunda Guerra Mundial. En esos años, yo crecí. Cuando volvimos a vernos, Dar tenía veintidós años y yo casi dieciocho. Empezamos a salir... y a bailar de nuevo.
Esta vez era para nosotros ? encontrar nuestros movimientos, nuestros giros, nuestros ritmos -, adaptándonos, anticipándonos, disfrutando. Juntos, éramos tan buenos como recordábamos y esta vez agregamos temas lentos a nuestro repertorio.
Para nosotros, la metáfora encaja bien. La vida es un baile, una sucesión de ritmos, vueltas, tropiezos, pasos equivocados, en ciertos momentos lento y preciso, en otros, rápido y lleno de alegría. Nosotros hicimos todos los pasos.
Dos noches antes que Dar muriese, la familia estaba con nosotros como lo habían hecho durante varios días: Dos hijos con sus esposas y cuatro de nuestros ocho nietos. Todos cenamos juntos, y Dar se sentó con nosotros. No podía comer desde hacía algunas semanas, pero disfrutó de todo... Contó chistes, les hizo bromas a los chicos con respecto a sus partidas de naipes; jugó con Jacob, que tenía dos años.
Más tarde, mientras las chicas ordenaban la cocina, puse una cinta de Nat King Cole: Inolvidable.
Dar me tomó en sus brazos, a pesar de lo débil que estaba y bailamos.
Nos aferramos el uno al otro y bailamos y sonreímos. Nada de lágrimas para nosotros. Estábamos haciendo lo que nos había encantado durante más de cincuenta años y, si el destino lo hubiera dispuesto así, lo habríamos seguido haciendo durante cincuenta más. Fue nuestro último baile... eternamente inolvidable. No me lo habría perdido por nada del mundo.

(Thelda Bevens)

El columpio

miércoles, 13 de enero de 2010



El columpio iba y venía describiendo una interminable oscilación en el espacio.

A Carlos le encantaba madrugar y sentarse en su columpio. Su mamá lo despertaba a las ocho, bien tempranito, y le daba el desayuno junto con las pastillas que el médico le había recetado. Carlos era un niño extravertido y más alegre de lo que podía permitirse. No iba al colegio y se pasaba las mañanas en el parque, subido en aquella nave particular desde la que podía ver espectáculos grandiosos. Desde las alturas, el pasar del tiempo y de la vida se le aparecía con melancólica nostalgia.
Otros niños se tiraban en el suelo ensuciándose el trajecito que mamá le había limpiado el día anterior; jugaban a esconderse tras los inmensos árboles que Carlos veía perderse en el infinito. Pensaba que si pudiera escalar, treparía por ellos y llegaría a las nubes; entonces se sentaría tranquilamente en una que fuera confortable y sacaría su libreta para apuntar todo lo que su vista alcanzara. En ocasiones, sería travieso y estrujaría un par de nubes para hacer que la lluvia cayera plácidamente sobre el parque para que las plantas no dejaran de crecer. Hablaría con los pájaros y les preguntaría cómo hacen para volar tan alto y tan rápido. Conocería al sol y a la luna y comprobaría si es verdad que se llevan tan mal como para no coincidir nunca; sentía una gran curiosidad por hacerse amigo de los dos y decirles que los más bellos colores se creaban justo cuando uno yéndose y la otra llegando, semioscurecían o semiiluminaban el cielo. Ese momento era, para él, un permanente renacer de todo que ensanchaba su melancólico corazón.

Desde el columpio Carlos se imaginaba todo un mar de fantasías.

Subía las montañas como una gacela y se escondía tras unos matorrales. Allí, agazapado en la espesura del bosque, pasaba largas horas escuchado cómo hablaban los animalitos de sus cosas. Al caer la noche, los invisibles inquilinos del monte componían desde las alturas bellas sinfonías de múltiples sonidos, dispares y extraños murmullos que procedían de todos los recovecos y que le adormecían en plácidos descansos. Una vez quiso ser un poco gamberro: colocó una trampa tapada por unas matas. Al poco, cayó un conejo. Gemía desconsoladamente y miraba en derredor como buscando ayuda. Cuando Carlos llegó, la cara del conejito estaba contraída de miedo y frío. Lo cogió entre sus manos y le dio un trocito de pan que devoró en un instante. Lo dejó marchar.

Volvía a subir y a bajar en su columpio.

Ahora estaba con una hermosa y risueña niña corriendo por un césped de un verdor intenso. Jugaban a darle patadas a una pelota: ganaba el que más lejos la enviara. Después iban tras ella corriendo, abriendo sus brazos y enfrentándolos a los fríos remolinos del aire. Con ella siguió jugando diez y quince años más. Una tarde otoñal, cuando las hojas habían borrado el verde que pisaban para dejar un aspecto gris, se dieron un beso apenas tangible que removió todo su interior. Sintió un calor que recorría su cuerpo, y se estremeció, y se emocionó y temblequeó como una marioneta sujetada por los hilos de las alturas.

El día había llegado a su final. Las luces se apagaban y los pensamientos de Carlos se replegaron de nuevo en la ilimitada intimidad de su fantasía. Su mamá se acercó al columpio y con gran esfuerzo le cogió de una pieza y lo devolvió a su sillita de ruedas.

Juntos volvieron a casa. Allí quedó el columpio y sus viajes. Otro día volvería a mecerse en un mundo que ya nadie le podría arrebatar: la Imaginación.

(Colaboración de Claudio Rizo)

Nadie

domingo, 3 de enero de 2010



El cruce de vías de la calle Repetto siempre fue un buen lugar para suicidarse. Al menos a mis ojos siempre fue así. No mucha gente solía cruzar por ahí. No mucha gente sabía realmente porque. No creo que fuera por el pasto seco que se había devorado las perspectivas; ni el olor a viejo, como esos tapados de abuela que uno encuentra revolviendo el armario; ni por los carteles que dormían para siempre contra el alambrado, oxidados y corroídos. Nada de eso explicaba el karma negativo del lugar, su carácter de "cuasi tabú". No eran las ausencias las culpables, era mas bien por un "estado de ausencia". Una sensación de vacío, casi inexplicable. ¿Vieron cuando uno llega, en el medio de un viaje, a uno de esos pueblitos olvidados y perdidos en el tiempo? ¿O como cuando uno se va en el medio de una fiesta, a sentarse y fumar un pucho, mientras la ideas te comen la cabeza? Como cuando uno esta frente al mar, con los pies hundidos en la arena, en un último y anunciado día de vacaciones. O como cuando uno mira un viejo álbum de fotos, y entre la risa y la nostalgia, se pregunta a donde fue a parar toda esa inocencia.

Algo así es lo que se sentía al cruzar por ahí, o por lo menos eso sentía yo. Pero a diferencia del resto, yo me encontraba a gusto ahí. Simplemente me sentaba en el medio del cruce, entregado a los azares. Nunca pude ocultarme a la melancolía, ni dejar de flagelarme con utopías. Creo que compartir la ausencia no te hace estar acompañado. A fin de cuentas, el silencio nunca miente. Es que realmente nunca hubo nadie, saben? Nada nunca, nunca nadie. Simplemente eso, como si la lluvia pudiera romper ese silencio. Realmente no sabría decir por que. Lo cierto es que a partir de ese día, deje de ver en colores.

(Texto de la red, desconozco el autor)

Un recuerdo

sábado, 2 de enero de 2010



A veces los recuerdos se me borran, se esfuman, como si me hubiera tomado una pastilla para desmemoriar. Hasta he llegado a pensar que en mi ansia por olvidar algunos acontecimientos dolorosos se me metió la vida toda en la misma bolsa y ha quedado guardada muy adentro.
Pero otras veces aparecen hechos insólitos, vívidos y como recién aprehendidos, circunstancia que me amiga con la existencia porque devuelve de a trozos mi pasado.
Me basta con mirar una foto o leer una carta para disparar un golpe certero que demuele la barrera que mi mente ha colocado y entonces recuerdo a mi abuela, por ejemplo, tejiendo incansablemente mientras mira a Mirtha Legrand, no a la de ahora, a la Mirtha de hace mil años, elogiando sus rosas rococó rosadas. O a las nenas que fuimos mis hermanas y yo jugando en el campo, oliendo a leche recién ordeñada y a pasto mojado.
De esa maraña de acontecimientos, que no puedo ordenar por fechas, a veces se escapa algún hecho trivial como una lastimadura en la rodillas cuando iba a la escuela primaria o el recuerdo de mis primos, chicos como yo, con el futuro a los pies y el mundo que cabía en cada juego.
Me enternece imaginarnos explorando el tiempo, que pasaba lento, mucho más lento, en aquella época sin relojes ni obligaciones: Nos armábamos un bolso con cosas tan imprescindibles como caramelos, osos de peluche, libros de cuentos y bolitas y partíamos a la aventura, encarnada muchas veces en una casa abandonada que se abría como un horizonte despejado. Partíamos a asustarnos de nuestro propio miedo y a reírnos del de los demás, aunque bajito. Así pasábamos las tardes inmensas de la primavera o las tardecitas cortas del invierno, escondiéndonos entre paredes que tuvieron su historia pero que estaban solas ansiosas de inventarnos desafios.
Regresabamos con nuestras recompensas, una baldosa añeja, un hierro oxidado, un pedazo de silla y un montón de misterios por desentrañar la próxima vez.

Un día no volvimos más, crecimos y cada cual se armo un mundo a su medida.
A veces extraño el que tenia cuando era chica. Extraño ese mundo en el que no cabían los problemas, en el que todo era futuro, en el que todo estaba aún por escribirse, es entonces cuando los recuerdos se me borran, se esfuman, como si me hubiera tomado una pastilla para desmemoriar.

(Analía de Laurente)
 

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