Recomponiendo el mundo entre tazas de café

martes, 26 de enero de 2010



Hay días en que crees que el mundo está contra ti y todo a tu alrededor son señales que te demuestran que tienes razón: semáforos en rojo, teleoperadoras de voz desagradable que no te dejan meter baza en la retahíla mecánica que sueltan al descolgar el teléfono; viandantes que se cruzan contigo, embutidos en sus trajes impermeables a la lluvia y a las miradas ajenas; señales de prohibido el paso, charcos de agua, claridad de un amanecer sombrío en medio de una mañana rutinaria…y tazas de café.
Últimamente tomas demasiado café: antes de salir de casa, antes de empezar la jornada para no despreciar la invitación de Rosario, en el desayuno de las diez con el personal de la oficina; en el desayuno de las once con los mandos intermedios y el adicional de media mañana, con la plana mayor…Demasiado café para un cuerpo que huye de las toxinas del estrés y sus secuelas. Y después, entre café y café: los viajes de cortesía. Visita al garaje. Saludos que ya suenan obligados. Media sonrisa para empezar la mañana y un vacío en el estómago que me atrapa como un nudo y tira de mí hacia mi vida anterior. Mi sueño se ha convertido en una pesadilla y estoy atrapada en ella, viviéndola en primera persona. Ed dice que es demasiado pronto para hacer balances. Pero nunca es demasiado pronto para empezar a gritar…y grito en silencio (he comprendido que eso es algo que se puede hacer en momentos desesperados). Si de niña aguantaba dolores de muelas en el sermón de misa para no molestar a mamá, soportar esta desazón continua que se va haciendo rutinaria es algo llevadero. Siempre tuve tendencia a la santidad y el mejor camino hacia la purificación absoluta es: el martirio. Creo que la leyenda de todo lo que aprendí de niña no era exactamente esa, pero con el tiempo, la deformación de las enseñanzas de la infancia acaba, casi siempre, convirtiéndose en una determinada actitud frente a la vida…Y esa es mi actitud: el sacrificio en silencio aunque tenga el agua al cuello. Y después …esa sensación de la más absoluta soledad ante todo lo que hago. Nunca he precisado golpecitos en la espalda, no. No espero reconocimientos, pero tampoco homenajes póstumos. Prefiero que me graben una injuria incandescente en el ego a que hablen hipócritamente bien de mí cuando ya no exista. Este pensamiento es un poco extremo, pero es que… hay días en que te levantas con el pie cambiado (últimamente sospecho que tengo dos pies izquierdos) y los cierras con un broche de oro: enfrentándote con una teleoperadora que te sirve de sparring porque forma parte de un gran complot mundial para hacerte creer que el mundo te ha dado la espalda…

(La Dama)

2 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

Margot dijo...

Te entiendo perfectamente, a mí me pasa igual.

Saludos.

Carla dijo...

Una reflexión impecable y llena de matices divinos.

 

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