Hay un enchufe en la habitación que uso como biblioteca que está
roto, y no es por casualidad. Me siento culpable. Yo he sido la causante de
semejante estropicio por mi afán de colocar justo en la pared donde está el enchufe
un par de cuadros a juego donde se ven dos escenas diferentes de una pareja en
un café de París. Los cuadros están situados en una línea recta - o no tanto-
entre la pared y la única ventana que da a la calle. Cuando vives en un piso
alto, cualquier resquicio de aire se convierte en un pequeño tornado que arrasa
a su paso todo lo que encuentra. Ni que decir tiene que al no pesar apenas
nada, la escasa brisa que entra desplaza como si fueran un par de plumas los dos
cuadros, haciendo que se suiciden una vez tras otra contra el malogrado enchufe
de pared. En uno de los cuadros la pareja camina a unos metros del café, dejando
atrás sobre la mesa dos copas medio vacías y una botella de vino, y en la
imagen, vista a través del cristal de la cafetería, caminan de espaldas al
cuadro alejándose del cristal en el que se lee el nombre del local en sentido
inverso. En el otro cuadro, el que se desprende constantemente de la pared y se
precipita sobre el enchufe hecho trizas, la pareja se susurra algo al oído en
un acto de complicidad que sólo ellos comparten. En ambas escenas está
lloviendo. Me recuerda un poco a ti y a mí, cuando quedábamos en aquella
cafetería donde a menudo compartíamos complicidad y café en alguna que otra sobremesa.
Al igual que lo nuestro ya es historia, el cuadro intenta lanzarse una y otra
vez desde el metro ochenta que lo separa del suelo, como si la suerte, el azar
o la brisa intentaran hacer que me desprenda de los recuerdos que convirtieron aquel
“¿y si lo intentamos…?” en un “nosotros”.
El cuadro de la pareja compartiendo susurros en un café de
París se ha caído mil veces y otras tantas lo he vuelto a colocar en su sitio
desafiando con mi testarudez el paso del tiempo, el clima del sitio en el que
sobrevivo sin ti y chorrocientas leyes físicas con tal de tenerte aún a mi
lado. Pero aunque siga sobreestimando el poder de los cuelga-fácil de mis
cuadros e ignorando las leyes de Newton, tú ya no estás y eso duele en mi
enchufe cardíaco, sin mencionar a mi interruptor mental que no quiere apagarte.
Sin embargo sé que no hay remedio. Que tengo que pasar página. Que tengo que aprender
que ya no hay vuelta atrás, que te has ido sí, que te has ido y esta vez es
para siempre…
Cualquier día abro la ventana y dejo entrar el tornado
completo o, en un arrebato, lanzo al vacío los cuadros que tú y yo ya nunca
protagonizaremos ni en París ni en ningún sitio… hasta entonces, no me resigno
y cada vez que se cae, en un ritual en tu nombre y por las cenizas de lo que fuimos,
vuelvo a colgar el cuadro y pienso… "qué bonito fue aquel tiempo en el que tú y
yo mirábamos París bajo la misma lluvia". (La Dama)
0 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:
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