Alicia y las hormigas

domingo, 10 de octubre de 2010



Alicia vive en esta ciudad pensando que tiene escondida una llamarada detrás de un carbón de piedra. Tiene sueños extraños, orgías oníricas de colores chillones, como papagayos sueltos en mitad de la ladera encementada. Se sienta en el borde del camino y con la uña comienza a marcar carreteras para hormigas que, porfiadas, no transitan por los lugares que les señala. Las observa con detención. Cuando era pequeña y tenía un moño a cada lado de la cabeza funcionando como antenas de mundos internos, Alicia mataba a una de ellas y esperaba pacientemente que otra hormiga de la colonia viniera a recoger los restos de aquella muerta a golpes de índice. (Y su pregunta de siempre, si ella muriese ¿habría alguien que viniera por su cuerpo o acabaría perdiendo el olor, sus moños, su cintura inexistente y la cobardía de sus manos vírgenes? ). Ella no sabe pertenecer, no hay espacio que sienta propio ni sonidos guturales que recuerde luego del sexo. Alicia es una extranjera que rueda buscando la llamarada detrás del carbón de piedra. Sólo eso.

Tres secciones tiene el cuerpo de una hormiga. Tres secciones tiene el suyo: la intelectualidad morigerada por el miedo, la emocionalidad dividida en largas cintas de papel como serpentina blanca, y la vagina que le estorba casi siempre (un secreto de magma que debe cubrir).
Pasan los vehículos ostentando urgencias que ella no siente. Son hormigas en tándem. Ella no tiene hormiga líder que le enseñe lo que su inexperiencia desconoce y va a golpes de errores moviendo las seis patas y las antenas.

Labra pequeñas figuras de obsidiana, triángulos isósceles de perfecta y brillante negrura que tienen bocas y ojos singulares. El cincel le golpea entre la quijada y el quejido, entre los labios y el clítoris, hasta convertirla en un arpegio.

Alicia, sentada al borde del camino en el que hace carreteras para las hormigas, canta bajito “naranja dulce, limón partido, dame un abrazo que yo te pido…” y cruza los brazos hasta tocarse los hombros en un intento de autocontención vana y flagelante. Si alguien la mirara conjugaría todos los verbos de la ausencia…

(Milita Babilónica)

1 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

Anita Dinamita dijo...

Maravillosas palabras. Me ha encantado esta entrada.

Saludos.

 

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