¿No es más muerte que la muerte?

sábado, 27 de noviembre de 2010



Un hilo de baba líquida se derrama por la comisura de sus labios. Sus ojos miran alrededor, tiemblan de miedo, de impotencia, y apenas puede emitir un sonido sordo que a nadie llega en un vacío cruel. Al poco aparece la asistenta. Le limpia la boca, encajada entre salivas que actúan de cemento en sus labios, y le dedica una sonrisa abierta a la que nunca corresponde. El gesto de ese hombre delata la irreversible quietud de un cuerpo que transita por las tinieblas de la dependencia, al modo de una figura sujeta a los cables de una tramoya que la tienen maniatada. Y su voz, cada día más hilo quebradizo, llora en silencio palabras que se estrellan en la estulticia, en la moralina de una sociedad hipócrita y pacata con el "más allá".

La asistenta ya reconoce y lee en sus párpados: tanto tiempo a su lado le han conferido capacidades intelectivas que sólo ella entiende, como si entre ellos dos se hubiera creado un sistema de símbolos y expresiones que configura un lenguaje nuevo y exclusivo. Le está diciendo que se ha orinado, que se ha vuelto a orinar. Sí. Es la tercera vez en la mañana. Y comprueba que hasta los camales del pijama han adquirido una tonalidad oscura y viscosa que lo atrapa como una tela de araña inmensa de la que no se puede salir. Hace 15 años su coche se empotró secamente contra un árbol…; iría hablando de fútbol, escuchando una canción o, quién sabe, planeando con su chica una cena inolvidable. Un giro de una crueldad innombrable le dejó clavado, hincado a la Tierra, sobre el metro y medio de una cama inerte y sin alma. Su novia salió ilesa. Milagrosamente, magulladuras, raspaduras y un fuerte golpe en el brazo fueron las solas señales del accidente. Al año lo abandonó. Huyó. Asistir a su decadencia progresiva fue también para ella un cadalso insoportable. Pero ella sí podía correr…

¿Hay un mundo mejor? –se interroga-. No importa la respuesta. Nadie está dispuesto a liberarlo de las argollas del sufrimiento… Escucha razones: “La vida es un regalo, un don que no siempre se sabe interpretar; hay designios que deben ser aceptados como prueba máxima de Amor.”, escucha decir a un cura entrado en carnes, mientras le desliza suavemente la mano por su frente y lo mira con condescendencia. “Aunque nada hubiera tras la vida –diría si pudiera-, ¡mejor el desenlace de esa nada que la consciencia agonizante de saberte muerto!”. Ya no puede más. No quiere poder. Ni la paciencia ni la esperanza ni la súplica ejercen de consuelo a un corazón que bombea dentro de un caparazón sin aire. Hace demasiado que sus ojos sólo siguen de lejos el movimiento de quienes le visitan: sobrinos que, contemplativos, preguntan por qué su tío no los acaricia, no los impulsa a los cielos ni les compra helados en verano; o la desolación rota de unos padres que caminan alrededor de su lecho la peor condena: ver la degradación paulatina, milímetro a milímetro, segundo a segundo, del hijo que un día les sonrió y les dijo, “Os quiero”.

Tiene 40 años. Y ha vivido 25. ¿Llegará a estar más tiempo muerto que vivo? Sólo el hombre sabe cuánto y por qué alargar una agonía sin retorno, mientras las justificaciones religiosas opacan un dolor amigo del infierno, de ese fuego que todo lo corroe, todo..., excepto la consciencia de saberse para siempre ardiendo, sin fin. La condena para un inocente que ni el derecho a un último "vuelo" se le concede; un inocente que calla, calla, calla...

(Claudio Rizo)

2 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

Carlotl dijo...

Rotundamente verdadero. Hay que saber meterse en una mente tan dolida. Precioso, Dama. Doloroso pero bello.

M. Conde dijo...

Interesante reflexión.

 

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