Pena de domingo

jueves, 2 de octubre de 2008



Inexplicablemente sucedía semana a semana, desde hace un año y tres meses. Ezequiel no sabía como controlarlo, y cada domingo a las 23:34 de la noche, una amargura inundaba su pecho y las lágrimas corrían por su cara y su cuello.
Apenas miraba que eran las 23:30, un temor venia a su mente y sus manos temblaban por la extraña situación a la que se veía sometido cada noche de domingo. No sabía a que atribuir ese fenómeno que callaba y mantenía en secreto, ya que cualquier historia inventada para explicarlo, era desafortunada.
Ezequiel cambiaba de lugar, de compañía, o dormía para pasar sin penas el domingo en la noche, pero la humedad de sus lágrimas y el jadeo de su respiración conseguían despertarlo y situarlo en su destino.
No sabiendo como controlarlo, y con el miedo de un escéptico ante un fenómeno inexplicable, natural y preciso, decidió atribuir su pena.
Así, cada domingo, buscaba un motivo para llorar, y lamentaba tragedias ajenas, muertes lejanas o amores no correspondidos que contemplaba como espectador. Sin poder ocultar su llanto, pronto comenzaron a aparecer personas a llorar con él, primero fueron sus padres y amigos, luego vecinos y curiosos, que reunidos desde las 23:00 horas de cada domingo, también guardaban una pena que desahogar.
Hubo gente que invento que las lagrimas de Ezequiel eran de sangre, otros decían haber visto como provocaba su dolor infiriéndose cortes de cuchillo. Con los meses, la historia de Ezequiel y su pena infinita de domingo, fue conocida por su ciudad y por su país, así cada lunes, en la portada de los diarios aparecía Ezequiel llorando y dedicando su amargura a alguna causa que lo ameritara, desde desastres naturales, hasta malas decisiones políticas.
Este acto, mecánico en su ejecución, hizo de Ezequiel un hombre insensible, quien prefería no lamentar situaciones propias, para guardar su pena y sus lágrimas para el domingo en la noche, donde su llanto de desconsuelo era un espectáculo nacional. Físicamente altero su sueño, y sus ojos se volvieron rojos por dentro y verdes por fuera, y sus lagrimales se irritaron por la acidez de sus lagrimas que cada semana buscaban un caudal natural por el cual correr.
Luego de años de llanto, Ezequiel olvido sentir pena, y tampoco pudo sentir felicidad, ya no había posición relativa, no tenia punto de comparación para sonreír, y su ceño poco a poco se iba frunciendo.
Por su llanto, no conoció el amor, ni tampoco volvió al mar, pues Ezequiel tenía miedo de redescubrir la pena y que su amargura cambiara de hora o de día, o de intensidad. Ezequiel estaba entregado a la pena, y no iba a permitir que nada lo alterara.
Sus gustos musicales variaron, y ya no disfrutaba las películas, las sufría, y comprimía ese dolor en su pecho hasta el domingo en la noche, cuando puntualmente a las 23:34 hacia explotar su amargura en lagrimas y fiebre de llanto.
Luego de veinte años de llanto, Ezequiel murió joven, la causa de su deceso no fue la pena misma, sino un daño físico en su corazón. Su familia lloró su ausencia, y los diarios hicieron chistes burdos con su muerte. Luego de un año, nadie recuerda la real magnitud de la pena que sentía Ezequiel, que cada domingo era descargada en lágrimas, primero en la soledad, luego en la monotonía y luego en la vitrina. Ahora descansa, sus ojos están cerrados y secos cada domingo en la noche.


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