De Amor, de desamor y de otras enfermedades

lunes, 18 de agosto de 2008



No debería leer ciertas cosas en determinadas etapas de mi vida. Hacen que me arrepienta de haber tomado algunas decisiones que han marcado el rumbo de este viaje. Estos días ha caído en mis manos “La hija del caníbal” y yo, una vez más vuelvo a identificarme con la protagonista, Lucía. Se llama igual que me llamaba yo años atrás. Tengo una edad cercana a la suya y creo que en estos momentos estoy viviendo su vida de una forma paralela.
Amor nº 14 y yo siempre hemos formado una extraña pareja. Nadie daba un duro por lo nuestro y sin embargo, aquí estamos cinco años después. Eso sí, para que no naufragase este barco, hemos tenido que arrojar parte de la carga al mar. Hemos transformado la pasión en rutina y el encanto de los primeros encuentros en un sombrío desamor, mezclado con reproches ocasionales, pero hemos logrado sobrevivir a la epidemia de fracasos que han matado a centenares de parejas amigas. Cuando le conocí me parecía atractivo a ratos, no en la continuidad de nuestras conversaciones. Me llamaba mucho la atención su timidez y su capacidad para hacer pasar desapercibidos sus más de dos metros de altura en antros repletos de tallas medias bajas. Su curva de la felicidad no existía, bueno, miento, era incipiente, pero no tan pronunciada como ahora cuando no contiene la respiración.
Todo el mundo sabía que la diferencia cultural siempre sería un obstáculo insalvable y con el paso de los años, se ha demostrado que tenían razón. Amor nº 14 odia ver películas dobladas, no entiende que estemos orgullosos de nuestra tortilla de patata y considera ofensivos comentarios alusivos a formas de vestir o de peinarse. Yo, que para ver películas subtituladas, prescindir de la tortilla de patatas y dejar de reproducir en voz alta todo lo que se me pasa por la cabeza, debería de nacer de nuevo, noto la fricción cuando tocamos esos temas, y a menudo los rozo de soslayo, porque fuera de la hipnosis de los primeros meses de nuestra relación, hablar de estas cosas acaba siendo motivo de discusión segura, donde empezamos por la tortilla de patatas y acabamos sacando las tensas relaciones familiares. Yo termino muda y él blasfemando en inglés.
Al día siguiente todo ha terminado en tablas. Yo no recuerdo por qué empezó la discusión y él me mira con cara de gatito mojado. Y es ese tipo de relación la que nos mantiene aún juntos. Mi amnesia y su capacidad para mimetizarse en animalitos desvalidos son los pilares de esta relación extraña y duradera. Imperfecta, como cualquier otra y singular como la que más. El caso es que no debería leer estos días La hija del caníbal, porque, aunque ella no lo sabe, hay cosas que Rosa Montero ha escrito pensando en mí –no tengo la menor duda-. De hecho hace una semana, cuando Amor nº 14 en el aeropuerto de Orly me dijo que tenía que ir al servicio, me pregunté si no empezaría justo en ese mismo instante, el resto de mi vida…

(La Dama)

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