Territorio Comanche

miércoles, 4 de junio de 2008

Hoy he estado en la oficina del distrito para el que trabajo. Es mi segundo hogar. El primero es la oficina del INEM. Cada vez que entro me cruzo con la cara de siempre: una celadora diminuta y obesa que me pregunta con cara de “no te he visto en mi vida” que a qué sitio voy. Yo soy la de siempre y llevo el aspecto de siempre. Ella es la misma celadora de las últimas cincuenta y dos ocasiones que he visitado el distrito y la pregunta también es la misma: “¿Ande vas?”. Cuarenta grados a la sombra pueden causar efectos devastadores y dejar secuelas irrecuperables en mi cerebro mientras espero clemencia por parte de una celadora amnésica con cara de buldog que todo lo que tiene que hacer en la vida es abrir una puñetera puerta. Me dan ganas de decirle que soy la repartidora del butano o que traigo un pedido de Telepizza, pero con un portafolios en la mano poco puedo disimular y en lugar de eso hago lo de siempre: decirle que voy a la cuarta planta. Esto me permite terminar íntegra y acabar cuanto antes la conversación con la mujer-buldog, cuya ineptitud me agota.
Al salir de la oficina me cruzo en el ascensor de estilo años setenta (sólo le falta la bola de espejos en el techo y Tony Manero dentro) con un compañero que conozco de haber trabajado juntos en el mismo centro hace un año. Vamos cuatro personas –no caben más- y suerte que ninguno de los cuatro sobrecargamos las básculas, porque a mitad del viaje el ascensor empieza a hacer extraños… Le sonrío y le pregunto qué tal le ha tratado la vida desde que no nos vemos. Me contesta escuetamente y lo noto más serio de lo habitual. Me resulta parco en palabras, pero no le doy la menor importancia y continúo hablando. Él sigue contestando con monosílabos y empiezo a notar el ambiente enrarecido. Acabo de sentir una mirada clavada en mi nuca. Me giro a la izquierda y allí está la causa de mis malas vibraciones; imagino que es la pareja (novia-mujer-amante o perteneciente a la categoría de “rollos varios”) del celador. La mujer de la mirada asesina es una clavadora de cuchillos profesional, no me cabe la menor duda. Me veo en cuestión de segundos delante de una gigantesca diana con una manzana en la cabeza y a esa mujer lanzando hachas sobre mi silueta con los ojos vendados. Dado que oigo dardos que silban sobre mis orejas, decido concluir la conversación con un socorrido “Bueno, ya nos veremos”. Los celos disparan flechas que dan a matar, por eso abandono el campo de tiro… por lo que pueda pasar, sintiéndome como el que conduce la diligencia en medio de territorio comanche.
Al salir trato de reconciliarme con mi pasado más inmediato y le digo adiós a la celadora amnésica que además debe de ser sorda –las desgracias nunca vienen solas- porque… ni me ha mirado.


La Dama

0 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

 

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