Amor, resaca y otras cosas bonitas

domingo, 10 de marzo de 2013


Debería alejarme más de la multitud de lo que ya lo hago. Todos son cócteles, discursos, mierda.
He pisado más bares que ciudades en el extranjero y he bebido más de lo que he besado, pero si tuviera que buscar al culpable de todo esto diría que sois todos vosotros. A vosotros, por hacerme sentir culpable a mi.
Y no sólo de eso.
En la televisión salen demasiadas mujeres que aspiraban a ser famosas, e imaginaros su decepción al ver que se hacían más famosas sus medidas que ellas mismas.
Todo se rige por un estúpido ideal común que solo sirve para tener la conciencia limpia, cuando, por ejemplo, la mía está sucia. Podrida, rota y moribunda. Y no me avergüenza ni lo más mínimo aceptar que hago todo lo posible para contagiar a todas las que me rodean, consiguiendo en ocasiones que estas me rehuyan, y cuando lo hacen, sé que estoy haciendo bien mi trabajo y lo celebro haciendo mofas, escribiendo sátiras, silbando mientras nada, haciendo nada mientras silbo, enumerando cosas, perdiendo el sentido, bebiéndote con té contentándote con cereales y miel.
Y si ese estúpido ideal común es la búsqueda de la felicidad eterna, yo me imagino la mía en una cafetería. Tengo esos guantes que están cortados por la parte de los dedos y me gustan, estoy contento con ellos, con su simpleza, me dejan manejarme con la cerveza o el café que tengo en las manos y me siento cómodo, fingiendo que tengo la situación bajo control. Delante de mi se sienta mi novia, bebe de su café mientras me mira y guiña un ojo. Sonríe. Yo saco un cigarrillo y me disculpo de nuevo por haber fallado en mi décimo-tercer intento de dejarlo. Sonríe de nuevo.
Hablamos sobre sus últimos dibujos, ella está muy entusiasmada y me los enseña. Juro sobre mi tumba-en la cual yacerá un epitafio en el que estará escrito "A MI SALUD" y una jarra interminable de cerveza-que le presto atención, pero mientras tanto no puedo dejar de hipnotizarme con su cara y con su... todo.
Dice cosas y luego dice otras... por mucho que ella lo negase, está completamente chiflada, de un modo que me hace sentirme bien conmigo mismo. Ya sabéis, salir por ahí, escuchar música y emborracharme endiabladamente y estar condenado a cadena perpetua entre sus sábanas.
Pero luego ella se va, y yo vuelvo a mi estado cíclico de estarla buscando constantemente como si no hubiese un mañana. Hasta que nos encontramos de nuevo y el reloj de arena vuelve a caer hasta que se rompa.
Y finalmente volver a ese sitio que es el hogar, nuestro hogar.

(Del blog: Once)

0 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

 

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