Cuando yo me muera...

martes, 4 de mayo de 2010



Cuando yo me muera habrá silencio. Habrá tres niños, quizá ninguno, con una entrada para la función de esa tarde en Ponferrada (en el polideportivo municipal) que no podrán vivir esa ilusión de provincia, y a cambio verán por trigésima vez un dvd de Disney en la tele, mientras la tela de la carpa se empapa de lluvia mortecina.

Cuando yo me muera, los telediarios recuperarán mi imagen, con una dignidad que sólo la muerte me devolverá, y el circo se habrá acabado. Ana Blanco hablará de un referente de la España que se desperezaba del sueño, y que con la pérdida de la inocencia me perdió a mí, y yo a ella, encontrando sustancias que llevan al olvido, mi compañero de fatigas. El especial Hormigas Blancas, que Dani y su padre posibilitaron, se repetirá hasta la saciedad, y Jaime Peñafiel aprovechará para criticar a Leticia, diciendo que yo también la odiaba; no es cierto, yo la veo muy del circo, muy de ir vestida con un tutú y un paraguas encima del elefante Peter. José María García dirá que éramos muy amigos, y que la droga me destruyó, Bárbara llorará, sus lágrimas caerán entre la piel alisada quirúrgicamente y el maquillaje, pareciendo un pierrot con el que honrarme, Sofía-para mí siempre Vanessa- compondrá su primera pieza elegíaca de bakalao melancólico, y mi otro hijo, cuyo nombre siempre se me olvida, volverá a Boston con poco más que el parecido físico a su padre, del que intentará escapar toda su vida.

Cuando yo me muera, me harán una capilla ardiente, me estirarán y recuperaré la verticalidad (u horizontalidad, según se mire),y las banderas de Pinto, o de Parla, o de ninguna de ellas, ondearán a media asta, y los jubilados que alguna vez llevaron a su nieto (hoy funcionario de obras públicas, o autónomo, o realizador de cortos, o dependiente en una ferretería) desfilarán ante mí, sin saber muy bien que sentir...no habría colas, algún goteo de personas discretas quizá...mis compañeros, equilibristas, funambulistas, payasos, forzudos, gente de la farándula acabada, Pepe Rubio, Rosa Valenti, mi farmacéutico, el chino que me vende la ginebra, gente querida...David, Dani, Roberto, traerán a Chispi con su correa, no entenderá mucho, y quizá me arranque un último miembro, ya con cariño, como hace últimamente; mi cuerpo descansará.
Cuando yo me muera, los barrotes de las jaulas se oxidarán sin remisión, los chavales grafiteros pintarán (más aún)en las paredes de las caravanas, y nadie alimentará a las fieras. Es cierto que no comían todo lo deseable, pero yo siempre he compartido unos sanjacobos o unos guisantes con ellos. Han comido de mi plato, han comido de mí, en el sentido figurado y en el literal. La paja de sus lechos olerá a pis viejo, y las miradas de Chispi, Rolo y Juan Carlos perderán un poco más de brillo, se les marcarán las costillas al suspirar. Las tetas de la rumana, y de todas las que las enseñaban para recuperar nuestro sitio en las artes, parecerán un poco más caídas, y Kike Supermix exigirá que pongan un crespón negro en la esquinita superior de la pantalla durante la emisión de su concurso. Las pocas sonrisas que se ven entre los tristes trabajadores del circo,se borrarán por unas horas, se pondrá mi látigo en el centro de la pista, acompañado de mis mallas con costurones, con un cañón de luz que los resalten, se promoverá una emoción quizá forzada, el ligre se dividirá, y El Gran Circo Mundial recibirá telegramas sorprendentes: David Hasselhoff, Diego el Cigala, Michael Caine, el Rey, participantes de Supervivientes... Todo durará poco, pasará pronto, y quizá el circo no lo podrá lamentar en exceso, porque, cuando yo me muera, el circo ya habrá muerto...

Cuando yo me muera, quizá no pase nada de esto. Quizá me encuentren a los 5 días, y me manden a un depósito municipal, y tengan que vender a Chispi y Rolo como integrantes de una cacería preparada, para que los maten en Kenia industriales que luego los exhiban en sus fincas, para pagar mi nicho en el cementerio de una barriada de nueva construcción. Quizá todo sea anónimo. Quizá haya recuperado una grandeza íntima. Quizá esté inconsciente, quizá me duela todo el cuerpo, quizá llore, aunque no sepa ya distinguir las lágrimas porque siempre tengo los ojos llorosos. Quizá no me importe morir.

Cuando yo me muera, me pasearé por el cielo, porque siempre creeré que hay uno, incluso cuando llegue allí y no lo vea, y no exista nada, yo seguiré creyendo. Volveré a erguir mi pecho, y a sentir los rugidos de las bestias, me reuniré con los cristianos de Roma, y juntos domaremos a las bestias. Mi mirada volverá a ser negra, mis mallas recuperarán su brillo, el pelo de mi pecho se encrespará, y reinaré de nuevo. Mi látigo chasqueará con brío español, y acariciaré a Chispi, Rolo y Juan Carlos en la oscuridad; ellos en sus jaulas, aquí abajo, en la noche de algún pueblo en fiestas, lo sentirán, y quizá recuerden mi voz quebrada...mi susurro.
Eso será cuando yo me muera...Ahora estoy vivo. Hoy voy a tener una gran función.

(Ángel Cristo, 10 de mayo de 2007)

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