Lágrimas de sangre (Fragmento)

viernes, 5 de febrero de 2010



Mi marido siempre fue uno de esos hombres enfrentados consigo mismos, personas inmaduras que se han quedado atrás en el tiempo, lamentándose de aquello que no han podido hacer durante su adolescencia, y desean volver a una niñez imposible tratando de revivir recuerdos que les causan más daño que beneficio. Jamás se hacen a la realidad de ser adultos. Prefieren caminar con la cabeza gacha por la calle, con la condena de muchos mal llevados años achacándoles las espaldas, y llegan a sus casas apoltronándose en el sofá o se quedan varados en los bares como ballenas melancólicas, arrepintiéndose de lo que no hicieron, buscando una ayuda que les haga entender la razón del paso del tiempo, por qué éste se ha vengado de ellos, de su cobardía, de su indeterminación en la vida, y los ha dejado sin nada, sin algo por lo que sentirse orgullosos de sí mismos. Algunos de estos hombres pueden ser peligrosos, llegan a los bares y tratan por todos los medios de encontrar jarana con los demás comensales, otros se gastan el dinero en máquinas tragaperras y otros vicios que les hacen olvidar sus obligaciones para con los suyos o maltratan a sus seres queridos al volver a casa. Son niños enrabietados después de haber perdido la batalla de la vida. La mayoría no son así, muchos pasan desapercibidos por el mundo, con más pena que gloria, encerrándose en sus pisos de soltero o divorciado viendo la televisión o leyendo libros para no tener que pensar. Otros simplemente lloriquean, siempre a escondidas, y toman copas hasta la extenuación esperando que el camarero les preste atención aunque sólo sea para echarles a la calle. Todos ellos quisieron alcanzar la madurez muy pronto, perdiéndose la mejor parte de la película. La juventud es sin duda la mejor época del ser humano, pero ha de finalizar para que nos demos cuenta de lo valiosa e irrepetible que es, de lo poco que la hemos exprimido. Lo justo sería guardarse unos diez años de juventud para aprovecharlos al finalizar la vejez, esa sería la mejor de las pensiones: cumplir los setenta años, con toda la experiencia de la vida en nuestras retinas y recuerdos, y volver a ser joven por una década para aprovechar los momentos perdidos, las oportunidades desperdiciadas, los amores resignados, los besos y caricias anheladas, las lecturas y aprendizajes nunca cursados, los viajes olvidados debido a la falta de dinero en la adolescencia, las aficiones abandonadas.
Probablemente no volvería a casarme con mi marido si nos dieran la oportunidad de ser jóvenes nuevamente, no cometería el mismo error dos veces, aunque a menudo me da la sensación de que si los hombres son el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, las mujeres somos las únicas que tropezamos cien veces con el mismo hombre, o por lo menos las mujeres de mi edad, porque hay que reconocer que las jóvenes de hoy en día tienes bien puestos los... atributos. Ése ha sido el gran logro de las mujeres de mi época, el haber inculcado a nuestras hijas que somos iguales a ellos y tenemos sus mismos derechos. Antes no era así. Antes las mujeres esperábamos al hombre ideal de nuestra vida, pero, mientras tanto, nos casábamos con el primero que nos decía cuatro tonterías y tenía un empleo asegurado.(...)

(Óscar Bribián Luna)

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