Recuerdos que remueven el corazón con un tenedor

sábado, 30 de agosto de 2008



Odio mirar atrás y hacer balances. Pero no puedo evitarlo. Ya se aproxima mi cumpleaños y ésa es una época del calendario señalada en rojo que no perdono.
Días antes me dedico a recordarle a mis amigos sutilmente -y no tan sutilmente- que se aproxima la fecha señalada, en la que lo imprescindible es no olvidar felicitarme
Siempre he pensado que los buenos amigos son los que no olvidan la fecha de tu cumpleaños. Todo me viene de lo mismo: cuando cumplí los siete me fabriqué una fiesta de cumpleaños a mi medida y a imagen y semejanza de otra a la que había asistido dos semanas antes. Yo no era por aquel entonces lo que se dice muy “popular” entre las compañeras de clase y las niñas que había invitado olvidaron la fecha y no se presentaron.
Esto, pasada la barrera de la adolescencia te da exactamente igual, pero a los siete años es un trauma infantil que te marca para siempre. Cuando yo era niña las madres no te llevaban al psicólogo infantil, sino que después de apagar las velas de la tarta- que te serviría de postre para una semana entera- recogían la mesa y punto. Aquella fue la tarta de cumpleaños más amarga de mi vida y deglutirla con un nudo en la garganta no fue nada fácil.
Lejos de deprimirme eternamente –la depresión me duró sólo veinticuatro horas, porque desde niña he sabido elaborar bien mis duelos- me inventé una fiesta fantástica llena de risas, payasos y regalos.
Y eso fue lo que al día siguiente les conté a todas las que olvidaron mi fiesta de cumpleaños. Les dije que ni siquiera las había echado de menos entre tanto invitado.
Y los regalos que me inventé fueron los que nunca tuve: la Nancy bailarina y el proyector de Cine-Exin. Estaba claro que la dueña de un Cine-Exin era una triunfadora en su círculo de amistades. Aquello nunca lo consideré mentir, sino inventar lo que a la vida se le olvidó. Nunca tuve un Cine-Exin, ni una Nancy –bailarina o no-, pero siempre tuve una imaginación que superó a todas esas cosas. Con ella me fabriqué una magnífica fiesta de cumpleaños a mi medida y aprendí a tejer la telaraña que empezó a protegerme desde entonces de las frustraciones que me ha reservado la vida.
Mi mejor cine fueron las sombras chinescas que proyectaban las manos de mi abuela sobre la pared y mi muñeca preferida –que aún conservo- una de trapo que ella me regaló.
Ahora que el Cine-Exin y la Nancy son objetos de coleccionista y viven detrás de las vitrinas, mi imaginación sigue fabricando los juguetes que distinguen a los triunfadores de los fracasados.

(La Dama)

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