El Nuevo Quijote

jueves, 28 de agosto de 2008



Había decidido que estaba ya harto de que el destino le escribiera la vida. Se encontraba en ese momento en que si uno hace balance, puede entrar en una espiral caótica y eso iba en contra de su religión y de su carácter. Tenía don de gentes y la magia de captar la atención de cualquiera que se parase a escucharlo por un instante. Su cruzada era construir un mundo mejor. Sólo había un problema y es que en el siglo XXI las cruzadas al uso no estaban de moda y los molinos de viento no había que ir a buscarlos fuera de uno mismo.
Nunca había leído “El Quijote”, pero siempre había sido un gran candidato a ser armado caballero. Solía llamarse a sí mismo en tono irónico “El Caballero de la triste figura”, y se jactaba de ser un Quijote atrapado en un cuerpo de Sancho y es que, si bien su físico era más cercano al del fiel escudero, sus ideales y su corazón de aventurero hacían honor a las gestas más grandes narradas en los libros de caballería. Era, esencialmente, un hombre bueno. Su belleza interior, a menudo difícil de ver para los que se ciegan por los combustibles cuerpos, era capaz de pintar sonrisas ajenas con una facilidad pasmosa.
Como todo buen Quijote que se precie de serlo, tenía en secreto una hermosa Dulcinea. Una chica a la que había conocido meses atrás por internet de forma casual como suele ocurrir en este baile de máscaras. Ése era su nombre virtual, “Dulcinea”. Era lo primero que le había llamado la atención de ella, que eligiese ese nick precisamente y que sus palabras leídas en el chat sonasen tan dulces como la imagen que fue creándose de ella.
Finalmente un día, coincidiendo con su cumpleaños, quiso hacerse un regalo, se armó de valor y decidió dar el paso de quedar con su amada. Le había dicho que era unos años más joven y un poquito más alto después de que ella dejara colgada una foto de Angelina Jolie en el chat y se describiese como “una estudiante de segundo año de filología francesa que quería hacer nuevos amigos”.
Como suele ocurrir en estos casos, acordaron encontrarse en un sitio con un con un señuelo en forma de libro. Ella un libro en francés: el clásico de Flaubert, “Madame Bovary” y él un ejemplar de Zorrilla que se le antojó muy apropiado para la ocasión: “Don Juan Tenorio”. Llegó la hora y puntual, como corresponde a un caballero de honor, apareció en la esquina de la plaza fijada. Se había puesto la camisa nueva que su madre le había regalado aquella mañana y se había limpiado los zapatos de forma que podría haberse peinado reflejándose en ellos.
Pasó el tiempo: primero cinco, luego diez y así hasta cincuenta minutos. La chica de la foto no daba señales de vida. Empezaba a sospechar que su Dulcinea le había dado plantón. Y se vio a sí mismo casi ridículo, vestido “de domingo” como cuando era niño, esperando a una mujer bellísima que, probablemente al observarlo de lejos, habría decidido no acudir a la cita
Ya se disponía a marcharse y cuando había guardado el libro en su maleta, observó por casualidad que al otro lado de la plaza una chica joven, cuya silueta le resultaba familiar, esperaba a alguien con un libro en las manos, que acto seguido guardó en su mochila. En efecto, se trataba de su sobrina. Una chica una generación más joven que él. La hija de su hermana mayor. Después de saludarlo, le dijo con la voz sensiblemente nerviosa, que estaba esperando a una amiga pero que probablemente le habría surgido algún contratiempo porque llevaba allí casi una hora ya y no aparecía nadie. Ella notó algo raro en su tío. Sí, era la primera vez que le veía fijador en el pelo, pero optó por no hacer comentarios al respecto.
Ambos, ya cansados de esperar, decidieron irse juntos caminando lentamente y charlando de cualquier cosa como de costumbre... para no confesar que en la maleta de él se escondía “El Tenorio” de Zorrilla y en la mochila de ella dormía “Madame Bovary”.
Al fin y al cabo estas cosas pueden pasar en la red...donde todos nos ocultamos tras una máscara ¿o no?
(Dedicado a “El Caballero de la triste figura” y a “Melibea")

(La Dama)

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